19 de diciembre de 2006

Aniversario

Hace un año escribí un soneto que era mi declaración de amor al hombre que me había enamorado, se llamaba Vértigo.

León, amor mío, sólo quiero que sepas que ese vértigo es más intenso, que -como te acabo de decir- hasta tu forma de andar (un poco de lado a lado, como un osito) me enternece. Este año ha sido muy intenso, lleno de cambios, de transiciones algunas más abruptas que otras, pero siempre tu regazo ha sido refugio de tempestades.

Ojalá en 2007 nuestro viaje nos lleve a puertos aún más excitantes, más memorables.

16 de diciembre de 2006

By this river

Una de las primeras películas que recuerdo haber visto en Madrid, en aquella época en la que más que nunca buscaba saber quién era, quién podía ser ante el mundo una vez ya había aceptado completamente mi homosexualidad, fue La Habitación del Hijo, de Nanni Moretti. La vi en los desaparecidos cines Luna. Allí entré convencido de que la película me dejaría huella, y de allí salí entumecido, flotando sobre un suelo que tardé en pisar en firme. Y en ese viaje por encima del suelo, más cerca de unas certezas que eran cielo, potencia o sueño, me acompañó la canción que se cuela en el film como un río que suena en los oídos, un canto de infinita tristeza y soledad que no tardé en escuchar de nuevo gracias a un amigo. Desde aquel lejano otoño del 2001, jamás me ha dejado de acompañar.

Ésta es la letra:

BY THIS RIVER

Here we are
Stuck by this river,
You and I
Underneath a sky that's ever falling down, down, down
Ever falling down.

Through the day
As if on an ocean
Waiting here,
Always failing to remember why we came, came, came:
I wonder why we came.

You talk to me
as if from a distance
And I reply
With impressions chosen from another time, time, time,
From another time.

A LA ORILLA DE ESTE RÍO

Aquí estamos
Varados a la orilla de este río,
Tú y yo
Bajo un cielo que siempre está cayendo, cayendo, cayendo
Siempre cayendo.

A lo largo del día
Como en un océano
Esperando aquí,
Sin poder recordar jamás por qué vinimos, vinimos, vinimos:
Me pregunto por qué vinimos.

Me hablas
como desde la distancia
Y yo respondo
con impresiones de otro tiempo, tiempo, tiempo,
De otro tiempo.

Éste es un vídeo no oficial:



3 de diciembre de 2006

Escrito en el viento

Te había visto hace dos años, cuando todavía acudías con tus padres a la filmoteca. Ahora creo que querían iniciarte, despertar en ti la pasión por el cine para que siguieras por ti mismo más adelante. Entonces ya llamaste mi atención: la inocencia que rebosaba tu mirada, tus gestos... tu belleza desastrada. Yo dejé de ir, sin motivo. Tú, ahora lo sé, has seguido yendo todo este tiempo. Aprendiendo, gozando, creciendo. Dándote cuenta de lo que yo siempre supe, y es que ayer te vi aproximándote con miedo, pero con secreta delicia, a ese chico. Tú has cambiado poco. Tal vez eres más seguro, más consciente. A él nunca le había visto. Es nuevo, o a lo mejor el virus no es tan voraz en él y tan sólo viene de vez en cuando. Me pareció que nunca habíais hablado antes, que os conocíais sólo de vista, ese tipo de cercanía sin palabras que propicia un sitio como éste. Vuestro intercambio tenia la precaución de los primeros tanteos, los primeros susurros del amor callado. Le preguntaste si no le importada que te sentases a su lado. Y no, no le importó. Aunque aún más tímido que tú, intuyo que su pulso también se aceleró al verte. No dejasteis de hablar hasta que la película comenzó.

Cuando las luces se encendieron de nuevo, me volví hacia vosotros. Os mirábais. Y las mandíbulas se agarrotaban para no decir nada.

Creo que has tenido suerte.

2 de diciembre de 2006

Mrs. Dalloway

Entiendo a Clarissa Dalloway,
el mundo
en su apasionada multiplicidad
me basta:
me vuelve loco la risa de mi amor,
el tiempo que inadvertido pasa,
el rastro de la lluvia en el asfalto...
desde mi balcón,
desde mi absurda melancolía,
desde mi mirada al tiempo que camino
al tiempo que pienso
al tiempo que me digo:
¿no es extraordinario?

No doy fiestas,
no me evado en pieles sin penetrarlas,
pero entiendo a Clarissa Dalloway.

26 de noviembre de 2006

Se han sentado frente a mí en el autobús. Visten ropa deportiva de calidad, prácticamente la misma ella que él. Mismos colores, mismo corte. Sólo que él lleva su cabeza completamente tapada por un gorro Adidas. Calado hasta las cejas, cejas que ya no están, como las pestañas y el resto del vello y del pelo que hasta hace poco cubría su cuerpo. Seguramente anda en lo peor de la quimio. Su piel esta pálida y ajada a pesar de sus treinta y pocos. No se sueltan de la mano, no sueltan sus sonrisas cuando se miran, aunque luego el rictus se contraiga y los pensamientos vuelvan a eso que no se va, que permanece. Pero ellos se han comprado ropa de deporte a juego, sin mirar el precio. Es domingo y quieren salir al centro, pasear entre la gente aunque haga frío. Es sano, es alegre mezclarse en el río humano, sentirse parte de la vida. Comer donde les apetezca, no privarse de nada. De la mano, juntos. Como una sola persona.

Es mediodía, aún queda mucho tiempo hasta la noche.

18 de noviembre de 2006

Nebraska

Hacemos tiempo
de amor,
ha llegado el frío
(me has dicho que te gusta),
improvisamos la espera
en el Nebraska;
es la hora en que nadie pide ya chocolate
(¿un sandwich y dos dobles?),
y entonces me miras
así,
y dices algo
más desarmante que tu mirada,
y el mundo podría ser
este lugar anacrónico,
o incluso más pequeño:
tu mano...
podría vivir en su calor.

31 de octubre de 2006

Bruselas


Fueron tornándose movimientos, fotos sueltas que nunca lograrán incluirnos nacidas de la locura de un amanecer, el poso de un regreso que se rebelaba en ansia de un nuevo viaje hacia un destino aleatorio del que sólo sabíamos el origen -aeropuerto de Barajas- y su continente, Europa... y finalmente, resultó ser una ciudad que respira a él por todos sus costados: Bruselas; no era la primera vez que estábamos, León de pequeño y yo en dos ocasiones hace algunos años, pero nunca la habíamos sentido de esta forma, tan múltiple, pujante y viva, tejida de caminos en el tiempo, en la historia, del Renacimiento a lo más contemporáneo, de lo elevado a lo subterráneo, y todo bajo esa luz de un otoño que se resistía a ser invierno, esa urbe que huye de comparaciones afirmándose en un encanto que no se deja ver por una mirada superficial, lastrada de clichés, sino por otra que se deja arrastrar por la sorpresa de encontrar un acordeonista a la entrada de un callejón, como invitando al peatón a buscar, a descubrir, o una joya art-déco resplandeciendo entre palacios neoclásicos, el embrujo de un pequeño parque cubierto de hojas secas tras lo que parecía ser un anodino paso o una cafetería donde apenas asoma el bullicio ocupando el espacio de una antigua fábrica... y nosotros, sabedores de lo improbable de estar allí, dejándonos habitar en movimientos que, como nunca, lo han sido también del alma.

Una nueva habitación en el imaginario.

26 de octubre de 2006

Hubo un momento en la historia de la fotografía en que alguien pensó más en capturar el puro vértigo del instante que en lograr la perfección de otros aspectos como la composición, la luz o el punto de vista, más en vigor hasta entonces. De esa corriente bebieron muchos fotógrafos cuya obra hoy admiramos, y supongo que de la misma forma esta mañana saqué apresuradamente mi móvil de mi bolso en plena calle, te empujé contra una pared y te hice esta foto. Quería capturar lo guapo que te veía en ese preciso momento, la emoción de quererte, de estar juntos bajo la luz del mediodía en este día después de una lluvia, después de una vida buscándote. Soy dichoso, te amo.

24 de octubre de 2006

Mi mitad del mundo


Corporizarme en tu tiempo, navegar en el océano de tus anhelos, tus desengaños, aprender el precio de ser tú mismo, saber de dónde viene el amor que me derrumba, que me hace vivir tu ciudad como si fuera la mía y me impulsa a regresar, quedarme más tiempo, seguir soñando en Quito. Volviste (en realidad, volvimos) a tu hogar, a los lugares que recorrías en tus noches de adolescente, a tu colegio... Y allí, en el Colegio Mejía, todos te recordaban –a su manera–, y tú, al que muy pocos conocemos de verdad, buscabas tu propio recuerdo, tal vez ese olor (¿lo sientes?, me preguntaste al entrar), esa atmósfera austera y cada vez más añeja, esa sensación irremplazable de que toda la vida está aún por vivir. Caminabas hacia algo absolutamente abstracto que, sin embargo, por instantes se concretaba en la luz difuminada de un aula, la pintada en una pared, o un apretón de manos. Me atreví a hacerte una foto al descuido, arriesgar una metáfora donde sólo cabía el silencio.

Yo también buscaba algo en este viaje, en el fondo buscaba muchas cosas aunque esa búsqueda se me revelara paso a paso más bien como una forma de entender, absorber todo lo que mis sentidos percibían entre tantos y tantos estímulos. Enumerar es imposible, y además inútil. El Ecuador es un país más que diverso: es demasiado complejo. Pero sí que me atrevo a rescatar esa mudanza improvisada el día en que tu madre logró recuperar su casa después de tantos problemas. Y es que entre cajas, muebles, y todo tipo de objetos, aparecieron unos retratos de ti. Me quedé hipnotizado, sentí una mezcla de deseo, nostalgia, cariño... incluso envidia de todos los chicos que disfrutaron de tu exultante belleza antes que yo, lo confieso. Tenía que llevarme esas fotografías, de alguna forma, conmigo.

Por todo eso y por mucho más, no pude retener mis lágrimas en el aeropuerto a la hora del retorno, cuando tu madre me dijo unas palabras que, aunque hermosas, eran innecesarias. Amanda, soy yo quien te da las gracias por haber parido al hombre que me quiere, que me ve, que me hace feliz.

10 de octubre de 2006

Viaje a ti

Quedan horas, amor,
para recorrer tu infancia,
tu adolescencia en Quito,
Tumbaco, Pichincha...
nombres antes sin recuerdo
que, poco a poco,
se añadieron a la lista
de razones para amarte.

Quedan horas, amor,
para cruzar el Atlántico;
y aunque yo canto aquello de
"Tengo miedo al avión..."
sólo te digo una cosa:
muero por cruzar el charco.

8 de octubre de 2006

Detesto otros muchos, casi todos, pero me gusta ir a ese bar. Lo sabes. Y contigo aún me gusta más, me divierte que piensen, que se imaginen.... tú y yo ni ocultamos ni exhibimos nada, tan sólo estamos allí, poetizando entre risas y besos con la música invariablemente turbia, envolvente, sonidos que desvelan nuevas dimensiones de la sensibilidad, dejándonos alcanzar por los flashes en la oscuridad, la insinuación en cada ráfaga, cada roce de miradas. Como tú dices, me va el juego, más de lo que creo... pero no quiero que me toque ningún premio. Ni a ti, para qué negarlo. Y sin embargo, esta noche podrías haberte ganado a ese chico tan lanzado, tan soberbio y bello a sus 24 años. Y uruguayo, ¿viste? Su mejor arma era el descaro, su olvido del futuro apostando todo al presente, al divertimento efímero, como tú a tus 24, amor, cuando te escurrías de madrugada entre cuerpos cada vez más borracho y vulnerable, y no importaba si aquella noche te ibas sin ligue (aunque casi nunca ocurriese y terminaras con cualquiera menos guapo, menos joven que otros a los que habías descartado), quedaban otras noches, no se sabía cuántas pero en todo caso serían muchas, suficientes como para que tu equipaje de pequeños desengaños aún no fuera tan pesado como para estancarte, y quizás por eso, porque te identificaste con el uruguayo kamikaze, el héroe del instante, le cogiste del brazo en un gesto que era mucho más que un intento por acercarle para escucharle mejor, y fue entonces que una descarga te recorrió, uno de esos rayos que presagian tormenta, y al reconocer la amenaza te asustaste, echaste marcha atrás y malbarataste tus bazas que se sabían ganadoras arrastrándole a él en la derrota. Yo, ni me di cuenta de lo que había estado en juego. Fue luego cuando me contaste.

Anoche no hubo premio. Tú hace ya tiempo que ganaste el primero; y me sigues teniendo, cada vez más. Él, al cabo de horas de erotismo sórdido, acaso se llevara alguno de consolación, de ésos que al día siguiente han volado con el sueño de cada noche de sábado.

3 de octubre de 2006

But I'm the luckiest guy...

Sí... decía algo así como "but i'm the luckiest guy...", ¿de verdad que no la recuerdas? Pero a pesar de intentarlo, yo no lograba recordar la canción que a ti te hacía tanta gracia cómo la cantaba. Luego, esa misma noche, la busqué en todos los CDs que escuchaba en aquella época y la encontré, y sí, claro que sí... la memoria se recontruyó y volví a vernos en aquella vieja casa de suburbio americano, tú quizás escribiendo algún trabajo de final de curso y yo bailoteando en la habitación, cantando por encima de la música but I'n the luckiest guy on the lower east side, 'cos I've got you and you wanna go for a ride... Me encantaba, y sobre todo me encantaba cantártela porque estaba feliz de tenerte, de que quisieras venirte conmigo a cualquier lugar, como aquel cine en versión original tras cruzar la ciudad en autobus, si te acuerdas éramos los únicos blancos a bordo salvo quizás a la vuelta, cuando coincidíamos con aquella camarera de turno de tarde a la que a veces, cuando hacíamos tiempo dando un paseo antes de la película, le comprábamos un donut o un cinnamon roll. Y mientras revivía todo aquello, me pregunté cómo es posible que una misma realidad pueda ser recordada de forma tan diferente, cómo es que yo había olvidado que te cantaba esa canción mientras que para ti haya sido durante estos años uno de los detalles más vívidos de nuestro tiempo juntos. No sé la respuesta, pero me ha dado vértigo imaginar que ocurra más de lo que creo, que otras personas con las que he compartido mi vida hayan olvidado momentos que para mí son imborrables.

Sólo sé que yo era el chico con más suerte, y quiero creer que tú también.

28 de septiembre de 2006

Otras voces, otros ámbitos (5)

Bailas con una copa en tu mano. Te contorneas ebria y olvidada. Sonríes a un hombre, te aferras a su hombro y él hunde su lengua en tu cuello. Y así otro y otro... Llevas traje de chaqueta, media melena rubia, maquillaje perfecto aunque a estas horas de la noche más de una lágrima lo esté echando a perder. Hace un rato que te observo. Eres guapa, muy guapa incluso. Y sin embargo, de todos los hombres acabas separándote, lanzándote de nuevo a la vorágine de la pista de baile donde sin distinción de edad o aspecto todos ellos son tu presa y tu cazador, tu esperanza y tu castigo. Me pregunto por tus horas previas, la ducha después del trabajo como directiva de alguna publicación o agencia, ese whisky acompañado de trufas que siempre te libera de una jornada agotadora y te hace soñar, el tiempo frente al espejo, saberte hermosa, deseable, renovar tus deseos, preguntarte si esta noche será la noche, si hoy conocerás a ese hombre que te arranque del hastío, el delirio de tantas madrugadas borradas, elegir qué te pondrás, los zapatos, la bisutería, aún soy joven para joyas, asegurarte de que llevas el móvil, el estuche de pintalabios con espejo, llamar a un taxi, tal vez hayas quedado para cenar con unos compañeros o quizás hayas empezado por una copa en una cafetería de hotel, no lo sé, sólo sé que me fascinas, me hipnotizas, no dejo de mirarte, me acerco a ti y espero hasta que el muchacho que has arrinconando contra la pared se libera de tu abrazo de mujer-araña, tu aliento etílico y sin embargo fresco que sin preludio buscan mis labios, tu perfume envolviéndonos en una nube nocturna, locura, huída, la música ensordeciendo las palabras que dejo resbalar en tus lóbulos, tus mejillas, y durante un instante quiero que nada cambie, quiero escuchar tu voz suave y profunda, que nunca se aleje tu firme cintura, tus omóplatos que danzan guiados por mis dedos que no tienen más que sugerir una dirección, un desvío de esta realidad que ya se quiebra cuando sorprendo en tus ojos el reflejo de otro hombre, uno más, simple bisagra de otro sueño efímero.

22 de septiembre de 2006

Recapitulando

Mis dedos estos días se posan en otras teclas, son blancas o negras y surge música de ellas. También a veces el pulgar y el índice sostienen una púa de guitarra y entrelazo acordes que con suerte me suenan bien, y entonces se quedan y sigo tocándolos hasta que se destila una canción. Hay otras ocasiones, muchas, en que mis yemas rozan, apresan o se hunden en la piel de mi chico, y es que en estas últimas semanas el tiempo del amor se extiende a lo largo del día sin pausa, sin tener que esperar a la noche, ya cansados después del trabajo. Y, sobre todo, mis dedos pasan páginas de libros, devoran celulosa sin parar hasta que llega la palabra fin y buscan de inmediato una nueva presa.

Sigo teniendo ideas para textos. Recuerdo, imagino, esbozo historias... pero mis dedos rehuyen las teclas del ordenador. Supongo que sigo adaptándome a la libertad de no tener que estar mirando a una pantalla durante horas y horas, la libertad de decidir cada segundo. Quizás tampoco ayude algo tan pedestre como que llevo todo el mes sin conexión. En el fondo, tampoco creo que haya una razón concreta. Ni siquiera hace falta buscarla.

Pero pronto, lo siento crecer, el flujo de retazos de vida (mía o de otros, real o inventada) volverá a discurrir por este blog.

14 de septiembre de 2006

Otras voces, otros ámbitos (4)

Vivía mejor sola... No he podido quitarme tu frase de la cabeza. Mientras volvía en metro a casa ha seguido resonando como si me la susurrases al oído. No entiendo cómo una chica de treinta y un años puede decir eso. Tú siempre fuiste independiente, Isabel. Eras un ejemplo para mí, cuando yo trataba de convencerme de que no necesitaba tener novio para ser feliz, para estar bien. Ahora lo sé, he cambiado, pero entonces yo era la débil. Los primeros días de curso me andaba fijando en los pocos chicos que poblaban las aulas de Filología y te daba la tabarra con éste o aquél, con todos... ¿te acuerdas? Y tú a lo tuyo, a tu aire, y pasaba que esa distancia que ponías entre tú y el mundo te hacía atractiva, deseable, y ellos se morían por ti. Y, déjame recordarlo, también se te insinuaron algunas chicas sabedoras de tu apertura al respecto, Isabel, y es que la ambigüedad siempre fue tu mejor baza. Conmigo no, conmigo no eras ambigua. Siempre supe que yo te gustaba, y ahora creo que fue una lástima mi absoluta falta de interés por las chicas. Quizás tú y yo nos habríamos ahorrado unos cuantos fracasos.

No sé si fue tu labio roto aquella mañana, tu creciente aislamiento, la angustia que apagaba la luz en tu mirada... sólo sé que un día te pregunté qué tal te iba con Jose y tú te echaste a llorar. Necesitabas hablar, descargarte de todo lo que llevabas silenciando desde hacía meses. De alguna forma, no me sorprendió lo que me contaste. Algo me decía que él no era lo que tú merecías, aunque nunca pensé que pudiera maltratarte psicológicamante o incluso físicamente. Tú no lo llamabas así, Isabel, pero que alguien te lance a la cara el mando a distancia tiene un nombre: violencia. Aquel día me quedé tranquila, pensé que soltando todo serías capaz de tomar una determinación. Al menos, ésa era la Isabel que conocía.

No conté con que una mujer que vive tu situación deja de ser quien era. Pierde la confianza en sí misma, se identifica con su agresor hasta el punto de creer que sí, que es una borracha porque algún día que otro se tome una cerveza al llegar a casa después del trabajo. A pesar de decirme que no le querías, que necesitabas otra vida, no le dejaste. Supongo que una hipoteca apenas contratada el año pasado pesa, todavía me pregunto cómo pudiste pensar que vivir juntos sería la solución. O tal vez sea algo más que eso, tal vez sea que -como esta tarde me has confesado- ya no sabrías vivir sola, a pesar de que sola vivieras mejor.

Yo vivo sola, no puedo comparar mi situación con ninguna otra. Tengo treinta años y aún no he encontrado a un chico que quiera vivir conmigo.

Cada vez tengo más dudas de desearlo realmente.

13 de septiembre de 2006

Cuento las veces que me avergoncé, revisito los rincones de mi inmadurez, mi deseo de pubertad perenne. Entonces me digo no estaba tan mal, me pongo en pie y hago una mueca frente el espejo mientras me desnudo para vestirme de vida. El aire de un nuevo tiempo llena la ciudad, soy feliz cuando mi mente anula el tiempo y me convierto en el chico que podía ser todas las cosas, el chico lanzado hacia un futuro completamente desconocido, vaciado de ilusión y memoria. Quizás por eso, estos días estoy empeñado en habitar este instante, y éste, y éste...

Uno no cambia nunca, sólo cambian los anhelos. Y son mis anhelos los que en mi nueva etapa habitan este instante que se desliza.

Ya no me lanzo al futuro, prefiero quedarme en el presente. Deslizarme con él.

7 de septiembre de 2006

Hay recuerdos que no llegaron a ser recuerdos, sólo imágenes sin cuerpo, esbozos de realidad no vivida. A veces siento que a mi memoria le falta algo importante que nunca ocurrió. Y como todo recuerdo que no lo fue, es semilla de nostalgia infinita.

Nació de mi madre, en uno de esos momentos en que mi universo se reducía a su regazo. Ya es imposible saber qué la llevó a confesármelo, qué pregunta de niño siempre curioso pudo arrancarle un sueño que, me atrevo a adivinar, había silenciado hasta entonces. Ella tenía –y tiene– un gusto exquisito para vestir, y yo siempre la acompañaba en sus compras. Tal vez hablábamos de eso, tal vez me estaba enseñando cómo pensaba combinar una falda y un suéter, no lo sé... Sólo he retenido unas pocas frases. Querría tener una tienda. Si me tocara la lotería, pediría la excedencia y abriría una tienda de ropa. La pondría a mi gusto, me distraería mucho Y Rafi y tú estarías estudiando y haciendo vuestros deberes en el cuarto de atrás, os tendría conmigo, cuando quisiera podría entrar a veros... Supongo que mi madre dijo más cosas, pero mi recuerdo se detiene allí. El resto es la fantasía de un niño, todo un mundo a partir de unas pocas palabras que me acompañó durante el resto de mi infancia y adolescencia, un refugio bañado siempre por una luz limpia, clara, con una enorme mesa donde yo desplegaba mis libros y cuadernos y mi hermano los suyos, y de vez en cuando escuchábamos la campanilla que anunciaba la entrada de una clienta, oíamos como en sueños la conversación con mi madre, el sonido de las ropas al caer sobre el mostrador y ser extendidas, el entrechoque de las anillas que sujetaban las cortinas del probador, el ronroneo de la caja registradora... y, sobre todo, las visitas de mi madre a nuestro cuarto de estudio para darnos un beso o, simplemente, mirarnos.

Nunca nos tocó la lotería, y quizás el sueño no fue tan poderoso como para que mis padres hicieran el esfuerzo de ahorrar, en aquellos tiempos donde ahorrar para comprar una casa o abrir un negocio todavía era posible. Quizás, así lo creo, esas palabras de mi madre nunca volvieron a ser pronunciadas, y este recuerdo que no llegó a ser recuerdo sino pura melancolía, nació del azar.

El azar que sólo el amor puede transformar en belleza.

6 de septiembre de 2006

Antes fue
deseo sin palabras,
la certeza de una falta
revelada en tristeza,
desgana,
demasiados paseos al atardecer.

Luego,
tras una breve
-pero firme-
ceguera,
te amé.

Ahora
hacemos planes,
nos reímos de nosotros,
nuestra adolescencia postergada,
a las dos de la mañana.

Es que te miro hablar
y... ¿para qué decirlo de otra forma?

Te amo.

4 de septiembre de 2006

Algunas impresiones de estos días:

1. Esperarla en un café bullicioso, universitario, con todo tipo de juegos para pasar la tarde (y no importa si anochece). Se oyen risas, todo el mundo está en grupos. Hasta una pareja parecería sola en este lugar, y no digamos alguien como yo, aunque de todas formas no estoy tan enfadado como aparento luego por la hora de retraso, y es que me divierte observarlo todo, replegarme -como siempre- en mi pensamiento, caer hipnotizado ante su imagen atenuada por la sombra del atardecer tras el cristal, hablando por el móvil sin preocuparse por lanzarme una mirada de ya entro o perdona. Aunque ya digo, no me importa. Casi lo agradezco.

2. Hacer el amor un lunes a las cuatro de la tarde. Hacer el amor.

3. Ser víctima de una compañía de telefonía, víctima de mi banco por haber perdido mi condición de asalariado, víctima de la administración y sus filas kilométricas, acaso nuevas formas de performática urbana, discreto y a la vez profundo homenaje al hastío (pero lo dudo). Me entran ganas de ser verdugo, sin embargo me reprimo cristianamente.

4. Leer, leer, leer... Descubrir a José María Conget (después de Bar de anarquistas pienso devorar mucho más), revisitar Leaves of grass del genio Whitman, sorprenderme agradablemente e incluso emocionarme con las locuras en Brooklin de un Auster en estado de gracia que ha logrado resarcirme de su monumento a la nada llamado Oracle Night y del vértigo de robar su Brooklin Folies en la sección de lenguas extranjeras de la Casa del Libro (recomendada para cleptómanos irreductibles)...

5. Encontrarme, a veces, entre unas cosas y otras.

2 de septiembre de 2006

Se trataba de dar un paseo, caminar la rabia hasta el cansancio, intentar volver a casa listo para leer un libro, preparar la comida, hacer el amor... lavarme de todo lo que no seas tu para entregarme a ti en mi forma más pura, y es que ser, simplemente ser, es algo que me cuesta, en estos días me siento especialmente torpe, ciertas realidades me abruman por mucho que crea estar por encima de lo cotidiano, lo que no está hecho de pensamiento y deseo, y es que en el fondo creo que aprendo pero no es así, o no tan rápidamente como me gustaría, soy un hombre con memoria selectiva, o tal vez un hombre que se asigna una y otra vez retos de humo para ser Quijote -¿no es verdad, amigo Sancho?- que una y otra vez se estrelle contra sus miedos, sus verdades mudas que sólo en madrugadas bajo sábanas tú rescatas de su cómodo refugio, pero finalmente pasear me ha sentado bien, me he dejado caer por las calles de Lavapiés hasta La Casa Encendida, se está fresquito aquí, te he llamado hace un rato para decirte que te quiero, que ahora vuelvo, que me sigas queriendo así, tanto, con ese amor que me define, que me convierte sin remedio en este chico que intenta construirse en torno a las pequeñas cosas (pero tan esenciales) que me he empeñado en hacer este año.

Y es que este año quiero ser lo que hago; que en mis actos sean, ya, mis sueños.

Como quererte.

31 de agosto de 2006

No es mirar la taza, acercarse y tomar su asa entre los dedos: hay algo más... en ese metro y medio, en ese par de segundos, retornas a uno de los paraísos perdidos cuyo recuerdo vuelve en medio de cualquier otra cosa, inadvertido, y se queda mientras sorbes el café, miras por la ventana, otro día para completar el ciclo de los días, ya sea semana, mes o año, pero el recuerdo no sabe de calendarios, y cada vez que vuelve eres quien fuiste cuando vivías en ese paraíso que, bien pensado, no murió del todo, porque aquí y ahora has vuelto a aquella cena al aire libre en una de las plazas del Madrid nocturno, el lugar sin mañana, y es que todo nacía y moría en el acto de pensarlo, desearlo o incluso hacerlo, como ese beso que le diste por sorpresa, sus ojos asustados pero brillando de vértigo, y soñaste que le amabas, lo soñaste, y ese amor era presente, sólo presente, sin memoria ni horizonte, como sólo al nacer es el amor, y si el café se enfría es porque no quieres perder de nuevo el sentimiento aquel que lo desencadenó todo, el paraíso que a fuerza de vivir en él se fue desgastando en el tiempo por venir, y los años son segundos mientras afuera el sol se levanta poco a poco deslizando su sombra sobre la fachada de enfrente, y te prometes que hoy vas a tratar de entender qué hicisteis mal, donde se quebró el misterio, pero de pronto, tal y como brotó, se cierra la flor del recuerdo, y otra nueva brota en tu piel de la caricia que, también por sorpresa, como aquel beso que casi sin lugar ni tiempo se coló entre tu gesto y la taza de café, tu nuevo amor te regala en la mañana, en este nuevo día en el ciclo de los días.

28 de agosto de 2006

Último día

Nada especial... ni siquiera mi último día en esta oficina se revela diferente. Da la impresión de que podría volver dentro de cinco años y parecería que no me había ido nunca. Pero me voy, ya no volveré a perder el tiempo en los pasillos, ya no trataré de distinguir el sol tras las ventanas opacadas por el polvo y el olvido, ya no ficharé con mi tarjeta ante la humillante aprobación de los guardias de seguridad que te perdonan la vida cada vez que entras o sales.

Dejaré de ver las caras que se han hecho cotidianas para mí hasta el punto de verme reflejado en su hastío, su desgana funcionarial, su desligamiento de la vida que podría ser pero que no es. Quiero tomar el tiempo de encontrarme de nuevo, restablecer un diálogo interrumpido por la monotonía, la indolencia de la nómina generosa a fin de mes. Creo que empezaba a desconocerme, será excitante descubrir todo lo que me estaba perdiendo.

Hacer de este último día, el primero de los que vendrán.

27 de agosto de 2006

Monólogo IV

Es lo que tiene aficionarse a la tele, que una luego no puede dormir pensando en lo que ha visto. No, no me refiero a la Pantoja (qué también podría ser), sino a Redes, y es que va el Punset (mira que soy fan de este cruce entre Yoda y Joaquín Luqui) y la toma con la materia oscura, oye, porque cómo es que la materia visible no es suficiente para aglutinar las galaxias, a ver, pues tendrá que haber más materia -llamémosla oscura por eso del misterio- que esté por ahí y no se vea, y yo que me trago con devoción los reportajes, entrevistas y elucubraciones del Punset ya tengo insomnio para rato, porque me trato de dormir pero de pronto empiezo a pensar en mi teoría del universo, son las ventajas del pensamiento, libre como un puñadito de materia oscura que se desliza en la inmensidad intergaláctica (o intragaláctica), porque a ver si no podría ser que, por ejemplo, el cosmos fuera como una rueda, y hay que imaginar dos puntitos de materia uno más cerca y otro más lejos del centro, ¿vale?, y la rueda se pone a girar y a la vez se hace más y más grande, como si alguien la estirara, bueno, pues entonces en la superficie de rueda más nueva se van creando partículas de materia, y a través del eje escapa la antimateria, que como todo espectador de Redes sabe, existir existe, pero no en estas tres dimensiones, así que la rueda gira y gira, y el universo (aquí se pone denso el asunto) es como una rueda pero tridimensional, expandiéndose el espacio mientras que la materia va como loca por ahí durante 15000 millones de años, que mira que da tiempo para que ocurran cosas, de hecho aquí estoy yo muerta de sueño pensando en el universo, preguntándome qué pasa con los agujeros negros, digo yo que la rueda se la tragarían o la deformarían o algo así... no sé, esto me supera, así que cuando me empieza a doler la cabeza me pongo a imaginar que mi cama vuela, como en El Mago de Oz, y que acabo saliendo de la atmósfera y floto en el espacio, tapada con mi manta y todo porque hace un frío que no veas, y contemplo las estrellas, los planetas, los cometas, los asteroides... todo, la Vía Láctea y mucho más, pero entonces mira por donde, ante mis mismísimos ojos perdidos en el horizonte, me encuentro con un trocito de materia que no luce ni nada, tímida, opaca, un poco arrugada la pobre, y yo la tomo en mi mano y le doy calor, la caliento con mi vaho, y cuando se ha templado un poco le pregunto en voz baja: ¿de dónde vienes, pequeña?

Pero no contesta, y yo, con un poquito de pena que tampoco podría explicar, cierro los ojos y me prometo que esta noche soñaré la respuesta...

17 de agosto de 2006

Monólogo III

Me gustan los días desapacibles, sobre todo cuando una no se los espera. Me gusta el viento frío contra mi blusa de tirantes, mi falda rebelde, mi pelo enloquecido en pleno mes de agosto. Es como si ese tiempo imprevisto, fuera de lógica, me situara en un lugar también imprevisto. Salir del metro y sentir que la ciudad es otra que apenas reconozco, y entonces echar a andar por un territorio a descubrir, como si la oficina estuviera más lejos, tal vez incluso en otra calle, y sentir las gotas de lluvia como puntitos fríos sobre mi piel, sentir esas ráfagas que ofrecen resistencia a mi avance, sentir como míos esos cuerpos que caminan protegidos, conscientes súbitamente de su fragilidad. Hoy, en plena tempestad, me paré de pronto y observé todo, detuve mi carrera y pensé, así sin más, que ya tengo 31 años (suena extraño, es como si todo hubiera ido demasiado deprisa), y que ese instante, tal y como lo sentía, dejaría de existir al cabo de un segundo... A veces se me olvida que estoy viva, en serio. Quiero decir que hay días enteros en que no soy consciente de lo que hago, en que todo ocurre tal y como estaba previsto, sin retrasos ni sorpresas ni nada de nada. En esos días una hace cosas, va de un lugar a otro, se sienta frente al ordenador, come, bebe, se ducha o duerme como un robot. Y hoy, cuando me paré en medio de la destemplada mañana, supe que si una se detiene y abre los ojos, se da cuenta de que el viento y la lluvia y el frío pueden despertar de pronto a una ciudad entera y a los cuerpos olvidados de su mente que la pueblan.

16 de agosto de 2006

Monólogo II

Lo confieso: estoy dividida. Pero así, por la mitad. Mitad misionera solidaria y mitad alguien que mataría por un bolso Loewe. A ver: vivo en Lavapiés, compro alguna cosilla en la tienda de comercio justo de La Casa Encendida, y soy una fanática del look étnico, concretamente subsahariano. Hombre, no soy una salvadora del planeta, pero tampoco una pija que pasa de todo, ¿no? Y aun con eso, de verdad que hay algo que me divide. A ratos me entran unas ganas inmensas de mandar todo a la mierda y entregar mi vida a quienes me necesiten en cualquier lugar del tercer mundo, por ejemplo... pues no sé, pero alguna labor humanitaria podré hacer, ¿no? Di que allí no hay call centers donde soportar gritos, insultos o confesiones telefónicas durante 39 horas a la semana por 650 prorrateados euros al mes. Pero en fin, quizás pueda enseñar a leer (¿en qué idioma?), ser auxiliar de hospital o algo... No sé, seguro que no me dejan ir las ONG's, que mira que son exigentes cuando una quiere viajar a los lugares del conflicto.

Bueno, siempre puedo colaborar económicamente. Siempre, eso sí, que comparta mi habitación en piso compartido, mi cama es de 90 y bien sabe Dios que no estoy gorda, así que siempre puedo hacer acción social en el mismo Madrid procurando 45 cm reglamentarios de colchón a cualquier inmigrante subsahariano por el módico precio de 150 euros al mes. Así, lo que me gane con la cama lo invierto en ONGs (bueno, en ONG's y en esas deudas de la tarjeta de crédito que no me dejan dormir). ¡Mira tú, así sí me salen las cuentas! Oye, que si para ser solidaria tengo que sentir el tronco y extremidades de un subsahariano (y mira que hay guineanos guapos) contra mi espalda, y encima me pagan 150 euros, pues puedo hacer el esfuerzo... Mejor divido mi cama que mi mismo ser con tanta duda filosófica. Aunque qué paradoja, ¿verdad? El guineano cañón me pagará 150 euros que, cosas de la vida, contribuirán parcialmente (digamos... un tercio: 50 euros) a la mejora de su continente vía yo misma y la ONG correspondiente. Es como el ciclo del agua pero con euros. Ay, qué complejo pero qué guay es ser solidaria... Mañana mismo pongo el anuncio en el Segunda Mano:

"¿No tienes donde dormir? ¿Te sientes solidario? Por sólo 150 euros al mes, invierte en el equilibrio económico del planeta a cambio de un lugar para dormir (y quién sabe...). Contáctame en chicasolidaria@gmail.com."

14 de agosto de 2006

Monólogo I

Esta tarde viajé en el ascensor del Zara: de la 2 a la -1, de la -1 a la 2, de la 2 a la 0, de la 0 a la 1, de la 1 a la -1... ¡Qué placer! Y así hasta que me dio vergüenza y me marché (prometiéndome volver, eso sí). Me encanta, lo admito. El despegue es suave, pero luego la cabina asciende o desciende con rapidez, y como el ascensor es diáfano y las cristaleras del exterior son diáfanas también, me siento diáfana por una vez en el día. Y es que mi oficina (te quedan dos semanas, bonita), el metro, y mi pisito compartido en inmueble representativo (me pregunto de qué, supongo que de mi preciada precariedad pequeño-burguesa), no son nada, pero nada diáfanos. Así que voy yo y a las primeras de cambio me meto en el ascensor y pulso un piso, el que me da más rabia, y me suspendo. Sí, me suspendo: suspendo mi peso (cosas del empuje, las poleas y esas cosas...), suspendo mi voluntad limitándola a ir eligiendo pisos, suspendo mis miedos (es un decir, pero al menos todo lo veo como más... diáfano) y, last but not least, suspendo el tiempo. De esto quería hablar: del tiempo... Es como si una no fuera responsable de qué hacer con él. Me refiero, es como cuando esperamos a que comience una película. ¿Qué vas a hacer?... ¡Esperar! Pues esto es igual: subes, bajas, subes, bajas... Lo único que puedes hacer es pensar con diafanidad. Y cuando una piensa diáfanamente, pasa lo que pasa. Pasa que una sueña, se olvida de lo agobiante, lo aburrido, lo feo... Pasa que no existen muchos lugares así, lugares para soñar, para creer en la felicidad, y por eso me tiré allí toda la tarde y pienso volver mañana mismo, porque cuando una empieza a desear no para, como el ascensor, y cada vez que pulso un nuevo piso nace un nuevo deseo, un nuevo sueño de esos que allá afuera, donde acaba lo diáfano, son imposibles.

7 de agosto de 2006

Poema al niño sentado

Te quedas sentado
después de ducharte
o al despertar
o así sin más;
pareces un niño,
el niño que sueña sentado.

Te sientas
y tus pensamientos fluyen,
tu mirada fija y serena,
tu expresión muda.

Luego abres la boca,
dices algo.

Yo te he mirado,
no he dejado de mirarte
en todo este tiempo.

Dices algo,
sigues sentado
con tu cara de niño bueno.

Sólo puedo sonreír,
acariciar tu muslo desnudo,
saborear el momento
para luego,
al recordarlo,
escribirte un poema.

Poema al niño sentado.

1 de agosto de 2006

Los Puentes de Madison

Es fácil imaginaros,
leo vuestra postal
y una luz pálida
delinea lentamente vuestras siluetas:
estáis en la cocina,
allí donde Meryl Streep
–la mujer dormida
que sueña por vez primera–
se enamora de Clint Eastwood,
el cazador de la vida,
el hombre que escapó tras la lluvia.

Pero quiero volver a vosotros,
vuestro silencio,
esa pausa en la batalla,
la imparable quiebra,
la certeza:
se os acaba el tiempo…
aunque antes del final
nacerá un recuerdo,
el escenario de la película,
vuestra película,
dará luz a un momento:
os lanzáis enamorados
–fotograma de un deseo–
a los brazos del otro.

Luego
(¿quién habrá arqueado una ceja,
dado un paso,
dicho algo?)
os marcháis.

He pegado a la pared
vuestra postal;
por delante
Los Puentes de Madison,
por detrás
ficción de felicidad.

31 de julio de 2006

Pálpito

Tengo que marcar un número,
preguntar por alguien,
abrir la puerta;
no tengo ninguna pista,
pero voy a empujarla...
lo llaman
universos paralelos.

Yo
lo llamo urgencia de vida.

29 de julio de 2006

Vacaciones

I

Contacto,
miradas sabias,
empujar juntos las puertas,
puertas a mundos que antes
no estaban.

II

Luz de comedor,
comedor y dormitorio,
sala de estar y amatorio;
en nosotros
todo viene a mezclarse.

III

He decidido
–lo declaro–
no tener miedo,
ser menos tonto,
más consecuente.

IV

Nos hacía falta, amor,
salir de nuestro mundo
(Madrid de infinitos muros)
para vernos mejor:
caminando hacia el mejor de los destinos.

14 de julio de 2006

Vuelta

Me ocurre a veces en Madrid caminar por la calle y, como una gaviota que de pronto cruzara el horizonte, convertirse ese espacio en un recuerdo de estos años que la ciudad me lleva acogiendo. Son ya cuatro casas, cuatro barrios, cuatro formas de adaptarse a lo que llaman hacerse mayor o crecer y que yo llamo, simplemente, saber de qué va esto de la vida. Y cuando esa gaviota vuela ante mis ojos, me doy cuenta de que aquí soy feliz, que es un viento de nostalgia y de orgullo lo que transpira mi piel en ese regreso efímero a quién yo era cuando caminaba por tal o cuál lugar hace tres, cuatro años.

Me pasó esta mañana. Mis labios le susurraron gracias a la gaviota y continué remando.

13 de julio de 2006

Sín título

I

Ella lo sabe,
no es feliz.

II

Soñar...
no se atreve.

Pertenece a otra época,
cuando las mujeres seguían
y seguían
con sus vidas marradas.

III

Ella es débil
y buena,
siempre lo fue.

IV

Mañana es el cumpleaños de su hijo;
tendrá que sonreir,
felicitarle.

Ella es madre.

12 de julio de 2006

Movimientos

I

Nos desconocemos,
hay una intuición
hermosa y vana.

Me gusta mirarte.

II

Desayunamos juntos,
a veces creo sentir
algo que parece amor.

Pero no te beso si no es desnudo.

III

Te escribo poemas.

11 de julio de 2006

Díptico

I

Un hombre me abraza;
de niño era un sueño leve,
casi difuminado.

II

Tengo sueño,
me susurra cosas
y yo cierro los ojos.

10 de julio de 2006

Ensoñación

Te imagino feliz,
lo sé, no lo pongo en duda,
él te quiere,
te da lo que necesitas,
lo que yo no supe darte,
y eso que tú, mi amor,
eras la mejor sorpresa de mi vida;
pero amarte nunca fue suficiente,
estaban los días,
sus largas noches,
los instantes de antes
y de después,
y esos no sabía cómo llenarlos
contigo, los dos:
mi chico,
tierno por fuera y por dentro,
y yo,
este idiota que creía en los finales felices.

Ahora sé que el nudo importa
mucho más que el desenlace,
sé que sólo caminando
son posibles los milagros,
y por eso
te imagino en otros brazos,
naufragando en otro mar
tal vez más bello,
tal vez no,
pero sí más salvaje y desafiante,
arrancando hojas del calendario
con alegre rabia,
con esa furia tuya
que me arrasaba.

Imagino
esos días que ya no serán de los dos
flotando en un sueño olvidado
como fotos arrojadas a un charco,
las fotos que no tomé
cuando me sonreías,
me besabas,
me decías te quiero.

7 de julio de 2006

Veinte minutos

Les observaba, la aprensión no reprimía mi necesidad de indagar por qué pasaban las horas en ese bar. Era la primera vez que yo estaba allí, pero fue fácil deducir que lo hacían a diario, llegar, pedir una cerveza, tal vez un whisky o un brandy, sentarse, ver la tele, fanfarronear, gritar su ignorancia, su anclaje en el eterno pasado, mirar a las mujeres con descaro, con vulgaridad, mirarme a mí porque me rechazan, porque intuyen que nada vincula su esfera con la mía aunque el capricho de lo imprevisible me haya llevado a esa barra de bar, y si trato de hallar razones veo algunas, las principales, expuestas ante mí: sus ojos creen haber visto todo, su explicación del mundo quedó fosilizada hace muchos años y por eso el tiempo les estorba, hay que pasarlo de alguna forma y es así que las ovejas se juntan, balan sin saber por qué, se frotan las unas contra las otras deseando que llegue la noche, el sueño, la muerte.

Pagué la cuenta y me marché sin mirar atrás. El zumo intacto de quien me había llevado a ese sitio para luego abandonarme a la espera, se calentaba, se cubría de humo y desidia perdiendo sin remedio su sabor exótico.

6 de julio de 2006

Mira

Mira el desaliento en su rostro,
mira la muerte disfrazada,
mira cómo se levanta,
se ducha, se maquilla,
mira cómo te besa
y dice adiós,
dice te quiero,
dice quiero estar viva
(sin saber muy bien por qué),
dice vayamos al cine,
dice fóllame,
dice no conozco París,
y afuera hace calor,
o llueve,
o la mañana es espléndida,
pero llega a la parada,
o la boca de metro,
o la puerta del garaje,
y el telón cae;
mira la desesperanza en sus ojos,
mira sus uñas, sus cabellos,
mira cómo es su vida,
tal vez una niebla que se espesa,
un eclipse,
una mano que se cierra...
tómala de esa mano,
intenta que no se cierre
y revive por un día
sus sueños de noches de estío,
las historias con final feliz
que nacían de su mente
hace mucho tiempo...

¿Cuándo?

Cuando la vida esperaba,
cuando todo daba igual.

3 de julio de 2006

Caricia

Esta mañana me despertó tu voz acariciando mis oídos, tu mano acariciando mi costado, tu amor como una caricia sobre mi angustia por ese tiempo que no puedo exprimir como deseo y que esta mañana has llenado con ternura, suavemente, con la levedad de un instante que se expande y anula la ilusión del futuro, el recuerdo del pasado.

29 de junio de 2006

Los Planetas: Nuevas sensaciones

Rutinas sin sentido, consciencia de la muerte cotidiana, huida hacia lo inesperado... en definitiva: grito a la vida. Los Planetas, un grupo que no me deslumbra pero con algunas canciones absolutamente deslumbrantes. Aquí puedes ver el vídeo.

Lo que hicieron antes
se convierte en algo normal,
ya no es excitante,
intentaremos algo más.

Le dice a sus amigas
algunas de esas cosas no estarían mal,
quiero probar algo nuevo.


Así que ha conseguido,
algo que no puedo nombrar,
porque este día
va a ser un día especial.

Le dice a sus amigas,
prefiero estar muerta que aburrirme así,
voy a probar algo nuevo.

Hoy no quiero ser yo...


No me importa lo que va a pasar.
No voy a seguir así ni un día más.

No me importa lo que va a pasar.

Le dice a sus amigas,
algunas de esas cosas no estarían mal,
quiero probar algo nuevo.


Le dice a sus amigas,
prefiero estar muerta que aburrirme así,
voy a probar algo nuevo.

Hoy no quiero ser yo...


Cerca

Ya no te atreves a hablarme de lo que te preocupa. No te culpo, yo tampoco lo hago. Algo ha cambiado lenta, imperceptiblemente entre nosotros. Siempre nos hemos querido, pero la confianza, la cotidianeidad, quedan lejos. Sé por otras voces que estás en punto muerto, que intuyes que ciertas elecciones en tu vida tal vez no lo fueron y estás llegando a certezas dolorosas, pero no te atreves a actuar. Yo pasé por lo mismo hace un año, y tú no estuviste allí porque no creí que pudieras entenderme, ayudarme. Y lo peor es que tenía razón, y precisamente eso es lo que quiero que cambie entre nosotros. Te escribo –sí, lo adivinaste, este post es para ti– para que sepas que, si tú quieres, me gustaría escucharte, ser tu apoyo. También tengo mucho que decirte. La experiencia me ha enseñado que en la vida sólo cabe arrepentirse de lo que no se hace, de las decisiones que no nos atrevemos a tomar aun sabiendo que son necesarias. Y porque me importas, porque me siento responsable de tu felicidad, debo alentarte a que busques nuevos caminos. No hay nada, ni casa, ni trabajo, ni país, que merezca la pena preservar. Nada importa si el destino es conocerte a ti mismo, encontrar esas pequeñas o grandes cosas que te harán sentir la vida como un territorio de paisajes desconcertantes, cielos como un velo extendido o tempestades imprevisibles, lagunas serenas o torrentes en crecida. Me duele ver cómo pasas los días creyendo que no puedes cambiar la realidad o, peor aún, sabiendo que puedes pero paralizado por el miedo a dejar atrás lo que ahora, en este instante, ya no es válido.

Tenemos que hablar más, ¿a qué sí? Te quiero, mucho.

27 de junio de 2006

Geografía

De niño calcaba mapas. Me entusiasmaba pintar cada país de un color, los ríos y los lagos siempre de azul, las cordilleras de marrón... Sobre todo durante los veranos, llenaba blocs enteros de mapas políticos y físicos del mundo. Aunque Europa era mi continente preferido, mi segunda obsesión -sin razón alguna, por puro capricho- era Sudamérica. Conocía las capitales de todos sus países, el nombre de los ríos principales, las montañas más altas, incluso el relieve de las costas con sus cabos y golfos.

Siempre supe que Quito era la capital de tu país, amor, pero la geografía de tu cuerpo no puede calcarse, la aprendo lentamente y la desaprendo de nuevo a fuerza de besos, mordiscos y amorosos puñetazos en las batallas que tu territorio libra contra el mío. Me estremezco cuando el calor aflora por tus poros, cuando sujeto tu pecho entre mis manos y reconozco tus dimensiones como las del hombre que amo, y si te miro a los ojos y en la misma mirada englobo poco a poco tu cabeza, tus hombros y el resto de tu desnudez, intuyo que pasarán los veranos y el mapa de tu piel seguirá siendo un misterio innombrable.

23 de junio de 2006

No recuerdo tu nombre

Aquellas noches de verano me lanzaba a la calle con sed de cuerpos, de viento, de peligro. Me ponía mi camiseta sin mangas, mis mejores vaqueros, mis zapatillas más rotas y uno de aquellos boxers ajustados que me había comprado de golpe en un arrebato hedonista. Te conocí un jueves, y es que aquel verano salía todas las noches sin importarme si trabajaba al día siguiente. Primero iba a mi local favorito, por la música. No esperaba sorpresas allí, pero las cervezas son baratas y el ambiente acogedor. Me calentaba, me daba confianza para la segunda y habitualmente última parada de la noche: el Delirio. Nada más lejos de mis gustos, y precisamente por ello nada más pervertido, más cerca de los abismos que necesitaba tentar. Ya mientras bajaba la escalera te fijaste en mí, y enseguida me preguntaste una tontería con el aire de un habitual del lugar, el que se sienta a la barra y charla con el barman, a vueltas de todo. Eras guapo, y aunque pretendías parecer descarado eras todo un tímido, muy tierno. Estabas dentro del armario, y –como yo– hacía poco que sucumbías con ímpetu a la seducción de la noche. Me echaste veintiséis, yo a ti veintisiete. Acerté, y además te saqué de tu error porque no quería mentiras. Quizás por eso, cuando me dijiste –casi advirtiéndome– que nunca solías repetir, lo agradecí y te pregunté si nos íbamos a casa, ya seguro de que al menos no habría uno de esos desencuentros que empañan el recuerdo de una buena noche. Y en mi casa, desnudo sobre mi cama, me fascinó la delicadeza de tus gestos, la fragilidad de tus palabras una vez perdida la última coraza. Besabas de maravilla, trataste mi cuerpo con ternura, y yo te devolví tu cuidado porque creí que, de alguna forma, lo merecías. Y no te dio pudor quedarte a dormir, acaso porque más que dormir fue echar una cabezada antes de que a las ocho sonara la alarma de mi móvil. Y al despertar hablamos, nos dimos un beso y me acercaste a mi trabajo, y entonces, cuando abrí la puerta del coche para salir, dudaste, sabía que ocurriría porque aquella madrugada había superado lo que al principio habíamos creído, pero entonces te recordé tu advertencia y no tuviste más remedio que seguir mi juego cortazariano (no era la primera vez que se lo proponía a alguien) y confiar en que volveríamos a vernos en el Delirio, una de esas noches. Y quién sabe.

Sí, volvimos a vernos, pero por uno o por otro (difícil rebobinar, echar marcha atrás y concretar las razones) nunca volviste a yacer desnudo sobre mi cama, tu piel blanquísima y suave estremecida por mis labios, mis brazos ceñidos en torno a tu espalda como si nuestro amor fuera posible.

22 de junio de 2006

Muelle

Cuando llegas por la noche
el muelle está tenso,
lleva todo el día estirándose,
y un qué tal
o un beso al vuelo
no lo relajará;
le hace falta tu voz,
tus consonantes suaves,
el tacto de tu piel.

Así, poco a poco
el muelle cede,
se ciñe a tus contornos.

Nos acerca,
somos su rumor metálico.

21 de junio de 2006

Racional

A veces los sentidos no se bastan, y si no explícame, amor, por qué verte ahora, escucharte, oler la almendra recién pelada que resbala sobre tu piel, desborda mi locura por ti. Tiene que haber algo más, porque esas sensaciones existían antes y no me arrebataban hasta embriagarme de ellas. Dime, amor mío, si la mente no es maravillosa, si es que los pensamientos no son capaces de transformar una sensación en un deseo, el roce de una mano en el regazo materno, la curva del cuello en el arco creciente de la luna. Hay un túnel misterioso, un vértigo enajenante, un viaje fantástico que sólo al hombre le está reservado.

La memoria, la fantasía, el milagro de los sentidos engendrando mundos.

Soy un ser racional. Te amo.

20 de junio de 2006

Versus

De pequeño, era incapaz de integrarme en los grupos. Podía ocurrir en el recreo, durante las vacaciones en el pueblo de mi madre, en una celebración familiar demasiado concurrida... Todo lo que se salía de mi círculo más íntimo era un terreno donde me movía con dificultad, y siempre buscaba el cobijo de una persona concreta con la que establecía un vínculo férreo, seguro. Supongo que, sencillamente, me identificaba con ella.

Con el tiempo, apenas he cambiado. Siempre prefiero el armonioso intercambio de un tête à tète a la disonancia de voces múltiples. No, no es timidez o miedo. He llegado a una conclusión: sólo me interesa desnudarme o que alguien se desnude ante mí, y por tanto generalmente no presto atención a las palabras pronunciadas porque sí, porque hay que pasarlo bien o, peor aún, por pasar el rato. De hecho, la única situación en la que no me aislo en el silencio o secuestro a mi componente favorito del grupo es cuando me convierto en el centro de atención, y es que con el tiempo he ganado en confianza, he aprendido el placer por el exhibicionismo. Me ocurre raramente, eso sí, quizás sólo cuando la audiencia me parece digna de ese coqueteo con el ridículo que constituye todo strip-tease emocional.

No sé por qué me ha dado por pensar en esto. Creo que se trata de esos círculos en torno a la máquina de café o de refrescos de los que mis compañeros de oficina forman parte -cada cuál del suyo- sin mucho esfuerzo al parecer.

Yo, en cambio, escribo un post. Me aíslo. Me desnudo.

16 de junio de 2006

En una frase

Si me obligasen a decir en una frase, amor, lo que me suscita el pensamiento de ti, si no tuviera espacio ni oportunidad para explicar mejor todo lo que se condensa en este sentimiento que arrasa, te diría: Desde que estás en mi vida, me falta el tiempo...

15 de junio de 2006

Retorno

Ayer necesitaba dar un paseo, había problemas que me estaban atenazando y nada mejor que dejar que las calles, la gente, el viento, me pasaran por la piel y llenasen mis sentidos de estímulos que despejaran esa nube de preocupación, así que salí de casa en dirección al Templo de Debod pasando por la Plaza Mayor y las calles que desembocan sinuosamente en los jardines de la Plaza de Oriente, y allí, guiado por el bullicio de un pequeño parque infantil, me quedé un buen rato mirando a los niños jugar, y fijándome en unos y otros me di cuenta de que podían pasarse tiempo y tiempo repitiendo lo mismo: lanzar un balón contra una pared, impulsarse en el columpio, colgarse de barras y ejecutar giros y giros... pensé que, en el fondo, eso no cambia con la edad, y me acordé de los días enteros que he pasado escribiendo, leyendo o tocando la guitarra, y cómo hace semanas que no me sucede, y entonces seguí mi camino y antes de cruzar al Templo de Debod entré en mi librería favorita, el Aleph, y encontré enseguida sobre la mesa central el libro que justo antes de entrar decidí que deseaba, música para camaleones de Truman Capote, y lo compré y caminé apresurado hacia la explanada en lo alto y me senté en un banco y no despegué mis ojos de las páginas hasta que el cansancio y el atardecer me arrancaron de allí como a esos niños que, exhaustos y felices, estarían abandonando también el parque infantil prometiéndose volver pronto, muy pronto.

14 de junio de 2006

Circunstancias

Estaba sentado a la barra del Vesubio, mi pizzeria favorita de Madrid. Era mediodía de domingo, no recuerdo la estación. Sin embargo, sí recuerdo la chica ciega y el chico de las piernas extrañas que se sentaban a mi lado, y digo piernas extrañas porque cuando se levantó del taburete me di cuenta de lo cortas que las tenía. Pero lo que importa sucedió antes, a lo largo de su conversación que escuché con una mezcla de curiosidad y creciente temor (no podría llamarlo de otra manera) al descubrir que la chica, poco a poco, poniendo como excusa una cama que tenía de mover de sitio en su habitación, trataba de convencer al chico para que fuera a su casa, temor confirmado cuando él habló sin venir a cuento de su novia... Ah, ¿tienes novia? La voz sonó quebrada y ahí se apagó ella, como una vela frente a una ventana abierta por donde el viento helado se colara y tambaleara su llama, y daba igual que acabara de mentirle como creía, porque el chico tendría las piernas extrañas, pero de ahí a intimar con una chica ciega como ella, aunque fuera más culta, inteligente, e incluso más atractiva que él, había un abismo, el mismo –pero eso lo añado yo– que en una noche de sábado los hubiera separado de no mediar su ceguera.

12 de junio de 2006

Oasis

Hay un parque cerca de donde trabajo. No posee una desmesurada belleza, pero durante mi descanso de mediodía se convierte en un lugar que exhala poesía, tal vez por el contraste con los espacios cerrados, opacos, donde me muevo el resto de la jornada laboral. Y es ahora, en primavera, cuando se revela más esquizofrénica la aceptación de esa realidad que me reduce a esto que no soy, que nada tiene que ver con lo que me define. Los oasis me revelan la crudeza del desierto, y es así como ese parque, las calles del centro bañadas por la luz del ocaso o el abrazo de mi chico después de hacer el amor, me hacen dolorosamente consciente de las horas de metro y oficina, eso que suele llamarse –siempre me resulta demoledor– tiempo perdido.

Por eso escribo casi a diario desde la oficina, para abrir una ósmosis entre mis dos mundos, mis dos tiempos: el libre y... el que no lo es.

9 de junio de 2006

8 a.m.

Aprender lo cotidiano, ese olor de nuestra habitación que es mezcla de pieles, aliento de amor, la luz que irrumpe cuando subo la persiana, la distancia entre la cama y la puerta, el número de pasos que me separan del baño... espacios, dimensiones en las que me reconozco, abrir la nevera y sacar fruta, yogur y zumo para el smoothie que cada día preparo sabiendo que luego, cuando te levantes una vez me haya ido, te beberás tu parte, y puedes creer que cuando tapo el recipiente con papel albal estoy pensando en ti, queriéndote un poco más, y cuando entro de nuevo en el dormitorio para coger mis cosas y vestirme, me detengo un instante en tu rostro escondido en la almohada, tus piernas al aire, ese pedazo de tu espalda que descubre la camiseta arrugada, y en mi beso de despedida absorbo el calor, la humedad de tus labios para llevarte conmigo hasta la tarde, cuando vuelva a girar la llave que ahora, al comienzo del día, te deja atrás.

7 de junio de 2006

aicilA

Te preguntarás por qué no antes, cómo es que aún no he hablado de ti en este blog (porque sé que me lees, amiga), pero no es cierto, seguro que reparaste en ese beso a la puerta del instituto que mencioné una vez, y es que el primer beso nunca se olvida como tampoco se olvida el primer amor, y los dos sabemos que yo fui el tuyo, y que tú (me disculpo, ya sabes) no fuiste el mío a pesar de lo que entonces creía, tan torpe a mis dieciocho años, y aunque lo deseé no era cierto, y fue después, una vez las heridas cicatrizaron lo suficiente, cuando te vi en tu grandeza, tu lucha con la vida, tu locura desatada que casi te arrastra a la barra de aquel albergue juvenil en Brujas, ya teníamos veintiuno (bueno, tú veinte) y aquel, nuestro primer viaje de interrail, tocaba a su fin, con sus monstruos cruzando el cielo de Copenhague y tú y yo de la mano tendidos sobre la hierba húmeda temblando de incertidumbre, a punto de besarnos, y sin embargo fui capaz de decirte sin palabras que lo femenino lo prefiero para la amistad, y tal vez por eso ahora, diez años más tarde, eres lo que Horacio llamaría mi doppelgänger (¿te acuerdas?), ay de ese Rayuela que marcó aquel viaje y tanta vida por venir... vives lejos, hace años que vives tan lejos, y sin embargo al vernos en esas citas improbables pero que –milagrosamente– se acaban cumpliendo, te reconozco en tus ojos de lúcida y loca, ojos de Maga al borde del abismo que sin embargo cuida y sabrá cuidar tan bien de su bebé, esa hermosura que sólo conozco gracias al email y que ojalá, muy pronto, pueda tener entre mis brazos y decirle: qué guapa eres, como tu mamá...

Foreign love

At León's request...

Foreign love,
love in the middle of a nuclear war,
love so sweet it hurts,
love so pure it may wither
if it is thought of,
for an eternal second
everything will flow
as if you were the meaning of my life,
you my foreign love,
your scent dignifies
the rubbish of existence,
the stillness of your shelter
will be my everlasting ideal.

6 de junio de 2006

Amor extranjero

Amor extranjero,
amor en medio de una guerra nuclear,
amor tan dulce que duele,
amor tan puro que puede
marchitarse si se evoca,
por un eterno segundo
mi mundo dormirá en tus labios;
tú, mi amor extranjero...
tu perfume dignifica
la peste de la existencia,
la quietud de tu cobijo
será mi perenne ideal.

Recuperado en mi mudanza reciente, escrito originalmente en inglés (Ohio, mayo 2001)

Octubre 2004

Miércoles, nueve de la noche, cuatro días y un desengaño, se llama –se llamaba– Gaël, y todo ha quedado en aceleración de latidos frenada por su miedo a que un capricho de unos días, extranjero y lánguido, durase algo más, y esto sucede en París, sí, qué mejor lugar para enamorarse... pero qué ignorante él, qué lejos de este amante lánguido caer en el sentimiento, yo que vengo de hundirme en el desamor, que aún no sé si toqué fondo, y tú, Pascal (con c, por tu madre catalana) cazas al vuelo mi agonía, mi arrebato que me empuja a los bares cuando el viento penetra la noche, harto de caminar por una ciudad que ya conozco de memoria, afuera el viento y la lluvia y el frío de octubre, frío de pato que dicen por aquí veté tú a saber por qué, y yo en la barra de un bar en penumbra donde casi no te veo pero te sonrío porque hoy no quiero dormir solo, Pascal, y me da igual que no seas ni tan guapo ni tan joven como Gaël, me pareces más cariñoso y eso es lo que hoy me importa y por eso flirteo contigo sin remedio, dejo que me mires así, dejo que me pagues la cerveza y hasta dejo que me tomes de la cintura, y cuando te pregunto si todavía habrá metro, tú me entiendes a la perfección y nadie tiene que decir nada porque ya me estás llevando de la cintura a tu casa, tu petit appartement que me encanta cuando entro, y es que mil orquídeas abarrotan el recibidor y un piano decora el salón, y en medio del mundo, tu mundo que hoy hago mío, me encierras en tus brazos y me besas, y sin prisa emprendemos el eterno rito que nos llevará a la verdad de la piel o su mentira seductora, el sueño que llega al alba, la vida desgranada entre tazas de desayuno y mi idea loca de mudarme a tu casa hasta mi partida, a la noche traer mis cosas del albergue, necesito tu pecho estos días, necesito tu ansia por tocarme, por hacerme el amor, y llegará el sábado y me despedirás por sorpresa sentado al piano, esa sonata de Schumann que me estremece y me dibuja en tus estanterías, tu alfombra o la luz que irrumpe en la música y el tiempo, y cuando me digas un adiós que se querría menos definitivo, sabré decirte que no he caído en el amor pero que te recordaré siempre, Pascal.

2 de junio de 2006

Mi vida contigo

Nos espera,
sí,
la poesía:
tantos momentos...

Luces de alba,
calidez en cada surco,
cada cima de tu piel,
el camino,
el atajo a tu centro,
nuestro amor.

Y vendrá el mañana
para negarnos,
y tú y yo blandiremos besos
y a piel desnuda,
desafiando el tiempo,
dejaremos que el mar cubra la arena.

Colmados
y aún sedientos.

Reflexión/inflexión

¿Quién ignora que en cada ataque o crítica a alguien hay un componente de necesidad, de dependencia de quien atacamos o criticamos? Aunque sólo sea por mera negación, lo precisamos para definirnos. Esto, por supuesto, me lo aplico tanto a mí como a quien me tiene como objeto de su sátira, su frustración, su rabia por tener que autoafirmarse continuamente en este mundo donde ser individuo sin más cuesta muchísimo, donde la libertad se gana luchando.

No soy cristiano, carezco de fe. No obro por código moral sino ético, personal. Pero creedme aquellos que no me queréis bien: os entiendo, trato de hacerlo cada día tal y como trato de entenderme a mí mismo. Creo que lo logro en buena medida. Y os juzgo, claro que sí, al igual que me juzgáis a mí, al igual que juzgamos el amanecer o el sabor de los besos del amado, al igual que nos juzgamos en vano en cada uno de nuestros actos. Porque quien diga que no se juzga a sí mismo, miente. O, peor aún, avanza ignorante y ciego.

Y ahora, avancemos. La poesía, la vida, nos espera.

1 de junio de 2006

Fue

Fue escucharte dentro de la casa, abrir la puerta, dejar que me abrazaras, que abandonases lo que estabas haciendo y me llevaras al dormitorio, fue aventar con rabia los zapatos, el pantalón, abrazarme a todo tu cuerpo, habitar el olor que duerme en tu pecho, besar tus labios suculentos como gajos de papaya y olvidar el cansancio, el hastío de la oficina y los ruidos de la calle, y sólo escucharnos a ti y a mí haciendo el amor, fue cabalgar entre tus piernas, ventear mi mente y ofrecer mi desnudez para tu goce, el grito abismal, desplomarnos como el cielo se desplomaba sobre la ciudad y lentamente oscurecía y nos arrastraba en suave cadencia hacia la noche, el sueño.

Fue amarte más que nunca, menos que mañana.

Confesión

Suele golpearme el recuerdo de tu ramo de rosas, tus veinte hermosos años gritando de amor, estallando como aquella primavera en el Midwest, como lo nuestro, y es que lo habías guardado en el maletero para que no lo viera y sólo me lo entregaste al final, en esa esquina a una manzana de mi casa donde siempre nos despedíamos, un poco reblandecido ya, pálido, como si todo el brillo de sus pétalos hubiese flotado hasta tus ojos, tus ojos limpios, azul puro, que irradiaban todo lo que sentías por mí y que yo no supe, no pude corresponder hasta que, ya lejos la primavera, volví a mi país y comencé a echarte de menos.

Nunca te dije que tuve que tirar aquel ramo, Little John, en un cubo de basura de aquella manzana que separaba mis dos vidas. No podía hacerle más daño a quien me esperaba al otro lado.

31 de mayo de 2006

Curioseando

Curioseando en tu blog, amor mío, encontré esto que escribiste el 22 de julio de 2004:

No querría un altar de un día para santificar o legalizar mi amor, me gustaría ritualizar mi vida con el hombre al que amaría, respetaría y admiraría durante todos los días de mi vida; que los desayunos sean agradables tertulias con sonrisas, que en mis mañanas de trabajo me sienta acompañado y respaldado con su presencia, que nos divirtamos preparando unos espaguetis con cualquier salsa mientras nos damos un beso furtivo poniendo la mesa, que los noticieros no nos dividan más allá del comentario jocoso sobre el personaje de turno, pero que procuren darnos una charla salpicada de intercambios emocionantes; que haya tiempo de una siesta rápida mientras se escurren los platos para volver a la faena cotidiana de las letras, que el abrazo sea cálido, que me ponga unas alas preciosas y me invite a volar libre mientras él no está y yo pueda aterrizar en el nido sabiendo quién me espera, me ama y me respeta, que vuelva con amor a las mantas nocturnas donde Eros duerma o pida un juego, que mis sueños sean velados mientras acompaño los suyos, que no se enferme para no sufrir demasiado y no tener que desvelarme demasiado, que sepa qué medicina comprar para una fiebre absurda, que inauguremos en los fines de semana una expedición salvaje a cualquier museo o concierto o montaña, que cerremos la puerta cuando queramos tener intimidad para compartir silencios, que me de la mano paseando por Praga, que me ponga el listón alto y me exija ser mejor, que él se exija, que, si todo esto no es posible, vivamos como podamos separados pero juntos, que cualquier accidente sensual no sea un ultimátum para mí ni para él, que no ocurra lo imprevisto y si ocurre que tengamos la misma inteligencia para sortearlo del modo en el que sorteamos el imprevisto de conocernos, que disolvamos los conflictos con pasión y razón, que se deje amar, que tenga por el qué amar, que me llene, que se deje hacer, que no tengamos bienes, que alquilemos coches para viajar, que me oferte lecturas insólitas, que se emocione con mis lecturas y enjuguemos un par de lagrimitas con Puccini si cabe, para luego reírnos del asombro de vivir, que sea un militante de la vida, que se defienda, que me defienda y que a nadie se le ocurra dañarlo en mi presencia, ojalá ni siquiera en mi ausencia. Quiero eso, pero no quiero un matrimonio con madrinas y padrinos y cuñadas y primos y amigos que nos exija que haya todo lo anterior cuando no lo hay.

Y ahora te pregunto: ¿cómo pudiste entonces describir de forma tan exacta nuestros días por venir?

Menos mal que te he encontrado. Te amor ;-)

Sinceridad

Intentar soplar una pompa de jabón como aquéllas que nacían de tubitos rosa o verde fosforito, ser la pompa que engorda, se suelta y vuela, recuperar brevemente (todo resulta ya breve a estas alturas) esa sensación de tiempo que se extiende, o tal vez sería mejor decir que se concentra en un instante dichoso y sin límites, y es que hay momentos, tú me entiendes, a ti te pasa que hay momentos en que eres feliz y te gustaría que esos momentos no acabasen nunca, que el sol y la tierra se detuvieran en ese lugar exacto pero que la brisa siguiese soplando, que la pompa del sueño, el presente o la ilusión, pudiese engordar, soltarse y volar, y tú fueras el niño que soplaba y soplaba pringando todo de jabón y sueños, de presente y de ilusión, no me niegues que toda felicidad te remite al tiempo en que entrabas a una papelería y pedías un tubito rosa, tal vez verde fosforito, y no te sonrojabas ni reías nerviosamente.

30 de mayo de 2006

Ráfaga

Me acerco al balcón entreabierto, ventana de ciudad, brochazos de magenta en el cielo de la tarde, una sirena remota se apaga, un televisor, dos, suenan desde algún lugar del patio, una mujer plancha en su terraza, el viento sopla contra los toldos, levanta pedacitos de plástico revoloteando, bandadas de pájaros recorren el cielo y se pierden tras los tejados, el rumor del tráfico se agolpa desde la distancia en un recoveco de mis oídos, como el resto de sonidos mientras la luz se difumina de forma casi imperceptible, casi, y es que me basta anular todo de mí salvo los sentidos para que esas señales de vida me hablen en libertad, como tú tras mi espalda haciendo pequeños ruidos mientras recoges nuestras últimas pertenencias del apartamento que hoy dejamos porque iniciamos otra vida, y digo yo que un día habrá otros ojos, otros oídos que en otro momento, en otro lugar, nos sientan vivir, y si me dejo llevar en este momento y no otro, en este presente que se revela fractal, intenso y pasajero, me da por quitarme la camiseta y lanzártela a la cara, y te miro exigiéndote que te acerques y me tomes de la cintura, que no te importe que la mujer de la terraza finja que sigue planchando mientras nos deshacemos del resto de la ropa y caemos al suelo justo en el lugar en el que hasta hace nada estuvo nuestra cama, la cama donde empezamos a amarnos, a arrancar nuestra verdad de la piel y las entrañas, y en esa desnudez salvaje me penetras y juego a ser todos los que pasaron por esa cama, los chicos que amaste por una noche o una eternidad, no me cuesta ser otros porque yo también era otro, incluso tú juegas a ser el que eras antes de conocerme porque nada es lo mismo desde aquella noche de agosto, y en el fondo me gusta que la mujer nos mire sin decirle nada al hombre que se intuye tras las cortinas, no quiero esperar a ningún azaroso futuro, quiero evadirme en placer, en lo múltiple y lo único, en pupilas deslumbradas por el brillo del ahora, me gusta que haya un testigo de esta ráfaga de vida que ya, en este instante flotante, se disipa en lluvia y suspiro.

28 de mayo de 2006

Oportunidades

En esa época andaba en busca de algo. Yo lo llamaba nuevas experiencias. Ahora en la distancia, y aunque no lo asumiera, sé que buscaba amor. También buscaba confianza, autonomía, saber quién era yo después de una relación desilusionante, insatisfactoria. Estaba desorientado, pero con ganas de comerme el mundo. Naufragaba en una extraña euforia vital. En resumen: buscaba.

Yo pasaba la navidad en casa de mis padres. Era la noche del veinticinco, sábado, y la primera vez en muchos años que salía por el ambiente de mi ciudad natal. Lo hice solo, ya no tenía amigos gays en Zaragoza. Sigo sin tenerlos. Bueno, sólo uno que no suele estar las pocas veces que vuelvo. Fue por eso que llegué demasiado pronto, a medianoche. Aunque mis padres –más bien mi madre, pero ya sabemos cómo funciona eso– sabían de sobra adónde iba, no era cuestión de añadir más sordidez o incertidumbre partiendo de madrugada. De todos modos, quizás fue mejor así. Me dio tiempo a entrar en calor. Recuerdo que llegaste a eso de la una y pico. Había otro chico con el que me llevaba mirando un rato. Joven, como tú. De hecho hablé con él antes que contigo, pero no pasó nada y un me voy al baño sirvió para separarnos. Tú, en cuanto te diste cuenta de que estaba solo otra vez, te acercaste. Yo ya llevaba tres vodkas con limón y, tras una o dos frases bobas y previsibles, te besé con todo, y hubo algo en ese beso, en las risas que se mezclaron con la saliva y el alcohol, que me impulsó a decirte que quería estar contigo a solas, conocerte, y que eso no significaba que al día siguiente no fuéramos a vernos, y al otro, y al otro... Y tú, como si no te sorprendiera, asentiste, te despediste triunfalmente de tu grupo y me llevaste de la mano hacia tu casa, no sin comernos de nuevo a besos varias veces durante el camino.

Compartías piso. Tú estabas acabando Turismo, y habías trabajado a intervalos en el Corte Inglés para sacar un poco de dinero ya que a tus padres tampoco les sobraba. Eras de Huesca, de un pueblo cercano a la capital, y cantabas y bailabas jotas. Eso me fascinó, lo asumo, y todavía más cuando me enseñaste aquella foto en la que salías tan guapo, con cachirulo violeta. Y fue entre historias y confidencias bajo la manta que hicimos el amor durante horas. Tu cuerpo me volvió loco, y volqué en mis manos, mi boca, mi piel entera, las ganas de sexo que arrastraba de lejos, de tiempos en que no era posible y de tiempos más recientes, y tú disfrutaste mucho, tanto que me pediste que me quedase, que nos viésemos al día siguiente, que te dejase dormirte abrazado a mí.

Al despertar, Óscar, algo pareció haber cambiado. Lo noté en tus ojos, y aunque hicimos el amor, fue más bien como si quisieras aprovechar aquel momento para recordarme antes de lo que pudiera venir, y cuando me preguntaste –fingiéndote apenado– si no te iba a dar mi móvil, supe con certeza no lo ibas a usar. De hecho, cuando te respondí que en vez de dártelo prefería que quedásemos directamente para esa misma tarde, te hiciste el tonto y acabaste apuntando mi número. Fue por eso que te pedí el tuyo y dejé tu casa lleno de vida pero auténticamente triste.

Me habías dicho que me llamarías el lunes, y ni siquiera respondiste a ese SMS de k tal estas? que te mandé. Suele pasar. Al final decidí llamarte yo y accediste a quedar el martes por la tarde. Recuerdo que estrené toda la ropa que llevaba. Toda. Por si acaso, como si no quisiera aceptar lo que en el fondo intuía. Fuimos a un café agradable aunque demasiado pijo para mi gusto, algo que en Zaragoza me ocurre a menudo. Y allí me contaste que tu vida era un lío, me hablaste de ex-amantes de ida y vuelta, de problemas familiares, de que tal vez un día te arrepentirías pero que era mejor que no nos viésemos. Yo te dije que vivía en Madrid, que de todas formas poco nos íbamos a ver, que no tenías por qué agobiarte... No valió de nada, y verte tan guapo y tan modosito con tu jersey marrón, tus vaqueros nada fashion y tus zapatos, me ahogó, me encogió literalmente el pecho. Y nada más desolado que nuestro apresurado beso "de despedida" en plena calle con todo tu temor de que unos tíos tuyos que vivían al lado te viesen conmigo. En el autobús de vuelta a casa, supe que debía empezar a olvidarte.

En este tiempo he vuelto a salir alguna vez por esos bares, y nunca te volví a ver hasta hace dos meses. Mi amigo, ése que nunca suele estar, se había quedado aquel fin de semana. Demasiado tarde y, sobre todo, demasiado lejos de lo posible, de lo deseable. Te note frívolo, mucho menos tímido que cuando te conocí. Me mirabas incitante, parecía que para ti aquello no había sido más que otra noche o, peor aún, parecía que no me recordabas, que yo era tan sólo un chico que te gustaba, un ligue más. Pero ocurre, Óscar, que estoy enamorado. Tengo un chico que me adora, que me ha hecho conocer todo lo que el sexo significa más allá del instinto, del insaciante desahogo, un chico al que quiero con locura y al que acompaño en cada minuto de su vida. Tú me miraste durante un buen rato, cada vez más intensamente, te cambiaste de bar cuando nosotros lo hicimos, y yo también te estuve siguiendo el juego hasta el instante en que ya ibas a acercarte a mí. Fue entonces cuando me volví, me despedí de mi amigo y me fui sin mirar atrás como si fuese yo el que no te había reconocido.

Y es que hay oportunidades, Óscar, que sólo llegan una vez, aunque ahora crea que lo nuestro, sin duda, fue exactamente lo que debía ser.

26 de mayo de 2006

Enamorado

El niño es lo que ve,
lo que toca,
el niño es feliz si hay mundo.

El niño sueña despierto,
la luz traspasa sus ojos
como mi chico al mirarme
me traspasa, me desnuda.

Le toco, me abrazo a él
y soy un niño que alarga su mano
y toca el mundo.

Desnudo,
enamorado.

23 de mayo de 2006

Yo nunca pude hacerlo...

Qué alegría, qué bonito... Estoy borracha... Tengo doscientos años... Vivo en este barrio... Seguid, vosotros que podéis... Yo nunca pude hacerlo... Y tú y yo nos quedamos allí, en medio de la calle, en medio de la vida, en medio de los dos tableros del somier que transportábamos a duras penas desde tu estudio (ése que vio nacer y crecer nuestro amor, ése que has compartido conmigo estos dos últimos meses) a nuestra nueva casa, con mi caricia sobre tu pelo paralizada por esa presencia casi fantasmal de la anciana que ya ha doblado dando tumbos la primera esquina, y te echas a llorar y yo no levanto mi mano de tu cabeza, sólo reanudo mi caricia y trato de decirte a través de las yemas de mis dedos que sé lo que piensas, que yo también odio a todos aquellos que por ignorancia, maldad o sumisión, son responsables de que tantos homosexuales no hayan podido amar, ser persona o, simplemente, acariciar en plena calle a quien aman, tener la libertad de ir a lugares –más allá de apestosos urinarios y rincones perdidos– donde poder a conocer a otros homosexuales con los que, quién sabe, devorar juntos la vida o, al menos, durante una noche inacabable, compartir el sabor del sexo, la ilusión del amor...

22 de mayo de 2006

A través de una lupa

Es todavía una niña, tendrá unos doce años. Su rostro es demasiado serio, ojeroso, como si descansara mal o tuviera alguna preocupación. Sin embargo, parece compartir una tierna intimidad con su madre, que le acompaña siempre en el metro durante su viaje de cada mañana de casa al colegio. O quizás trabaje cerca, no lo sé. Lo que más me llama la atención es la mirada de la niña. Literalmente, parece analizar con minuciosidad ciéntifica a todos los pasajeros que nos encontramos a su alcance. Más de una vez, nuestros ojos se han encontrado, últimamente en un gesto de mínimo –pero evidente– reconocimiento. De alguna forma, creo que nos transmitimos una cierta simpatía, como si quisiéramos pero no nos atreviéramos a decir: soy de los tuyos.

Pequeños sucesos así, me reconcilian con la obligación diaria de usar ese medio de transporte tan proclive al agobio o al hastío. Más que un libro o mi reproductor de música. Más que la soledad de mis pensamientos.

19 de mayo de 2006

La guitarra


El logro de Ignacio me ha animado a escribir un poema del que, a semejanza de su martillo, es el objeto del que no podría prescindir, mi más querido:

Mi guitarra...
el eco vibra en su piel,
tenso su vello de plata
a fuerza de acordes,
canciones soñadas
que la magia destiló
de mi vida, de mi tiempo.

Tal vez,
si es que te gusta,
si mis palabras te llegan,
te cante con mi guitarra.

18 de mayo de 2006

El martillo


Madame de Merteuil, quien ha prometido entregarme pronto un nuevo texto para este blog, me ha hecho confidencia de este poema escrito por Ignacio López Serrano, alumno de 4º de la E.S.O y lanzador de martillo. Es su primer poema. Sin duda este detalle, sumado a la fuerza expresiva de cada uno de los versos y del hermoso conjunto, ha logrado conmoverme. Le animo a profundizar en la poesía como ese martillo que, bajando desde el cielo, horada la tierra:

Mi martillo,
largo y pesado
con su cable
y su asa oxidada.
Sonando como un látigo
desde que sale
hasta que llega.
Subiendo al Sol,
bajando a la tierra.
Girando el martillo
como el Sol y la tierra.

El martillo cae,
hace un agujero,
avanza
y termina el lanzamiento.

16 de mayo de 2006

Vestido rosa

De pequeño nunca aprendí a tomar impulso en un columpio. Tal vez fue por eso que me llamó la atención la niña del vestido rosa. Tú, con mi mano cogida, también llevabas rato fijándote en ella. Pero la niña no reparaba en nosotros. A esa edad se entiende cualquier cosa, incluso que dos chicos se quieran. Y es que últimamente nos pasa que muchos nos miran por ir cogidos de la mano. Ella no, ella sólo se preocupaba por llegar más y más alto. Su melena rubia, larguísima, se levantaba y caía con suavidad sobre su espalda. No cerraba los ojos, quería ver toda la tierra y el cielo. ¿En qué pensaría la niña? ¿Cómo es el mundo a los cinco años? Sólo sé que, sea lo que sea, se olvida.

Lo duro es volver a aprenderlo. Cuesta toda la vida.

11 de mayo de 2006

Otras voces, otros ámbitos (3)

La última flor de mayo... decías siempre el día de tu cumpleaños. Mamá, apenas queda nada. Contemplo la rosa que hoy corté, y aunque ya no sea tan blanca, tan refulgente y pura como las que juntos veíamos brotar, me recuerda a ti. Han pasado muchos años y pasarán otros tantos, pero siento como si estuvieras aquí el olor de tu pecho, justo bajo el cuello, mi mejilla pegada a tu piel mientras escucho tu respiración. estás viva... te quiero. Soy más joven y aún no he renunciado a mi hogar, mi ciudad, mi país; no he dejado mi pasado atrás. Y siempre que te necesito estás allí, incluso cuando después de la operación casi no abandonas tu cama y he de llegar a ti, buscarte cuando los demás no están porque yo quiero estar contigo a solas, hablarte sabiendo que me escucharás sólo a mí, con todo el amor del que una madre es capaz, y levantarás tu brazo para darme una caricia, y me dirás te quiero, hijo...

Mamá, cuando llega mayo corto cada día una rosa blanca, la traigo a casa y la deposito en un pequeño jarrón hasta la mañana siguiente. Así hasta el 31. Ese día, no corto la última flor de mayo. Prefiero, una vez que la he elegido, recordar su lugar exacto y volver a él durante el resto de la primavera y el verano hasta que, un día impredecible, la rosa comienza a marchitarse. Entonces, dejo de visitarla y me preparo para el otoño, el largo invierno en que treinta nuevas rosas laten bajo la tierra helada de este país.

Tan lejos de todo. Tan lejos de ti.

10 de mayo de 2006

Idioma

A veces les veo en un vagón de la línea 5. Así es el metro... un animal de costumbres, terquedad y misterio. Tienen veintialgo, quizás treinta. Se quieren mucho. Por más que intente acercarme a ellos, nunca logro escucharles. Han aprendido a hablarse muy bajito, y las miradas, sonrisas y besos, hacen el resto. Digo que se quieren porque esas miradas, sonrisas y besos, aparte de múltiples y rebosantes de ternura, constituyen un idioma. Sólo puedo, como cuando veo a los rumanos o filipinos hablar descuidados, sabiendo que nadie les entiende, sentir el hechizo de lo otro, contemplar una tierra que siempre será lejana, esa intimidad de los dos que sus miradas, sonrisas y besos, logran proteger de la impudicia de un vagón de metro en hora punta.

Espero que nunca olviden su idioma.

4 de mayo de 2006

Otro amor



Se habían alejado de todo y de todos. Los dos muchachos se sentaron en la arena y empezaron a besarse. Eran guapos, y jóvenes. Apenas se atrevían a deslizar una mano bajo la camiseta o buscar con los labios más allá del cuello. Les vimos y no pudimos dejar de observarles, y tal vez imitándoles, tal vez envidiando el tiempo que no tuvimos y que ellos podrán disfrutar, nos besamos en lo alto de la escalinata. Entre beso y beso, me preguntaste por qué los chicos nos damos tanto amor. Yo tan sólo te miré, les volví a mirar, y dejé que las olas que morían en aquella playa apartada, sin vigilancia, casi desierta, susurraran la respuesta en tu oído.

3 de mayo de 2006

Domingo al atardecer

Bastaba eso. Tu brazo rodeando mi hombro. Tu cuerpo cediendo a la presión de mi cuerpo. Saber que esa isla de felicidad sería nuestra para siempre, amor.

Queríamos ver el atardecer en el mar. San Juan de Luz, habíamos dicho. Y sin embargo, al pasar por esa playa anónima, ese horizonte que se extendía a un lado de la carretera, te pedí que parásemos. La brisa era fresca, ya las últimas familias recogían las sombrillas y los juguetes de los niños. Un castillo de arena abandonado empezaba a deformarse. Una pareja trataba de hacer volar una cometa. Nos sentamos contra un muro de piedra, me abrazaste, y dejamos que los colores se apagasen.

Nada más.

25 de abril de 2006

Otras voces, otros ámbitos (2)

Recuerdo aquellas largas mañanas. Yo era el último que se levantaba, pero mis padres llevaban despiertos desde el amanecer. Su ruido iba llenando poco a poco la casa. Primero sus voces, alguna carcajada de mamá. Luego sus pasos cuando salían del dormitorio para ducharse dejando atrás sábanas desechas, con el olor del sexo, del sudor noble de los cuerpos, de la vida compartida en horizontal. Y era cuando papá tenía resaca, en ese lapso prolongado en que lentamente su cuerpo se recuperaba del exceso, que su mente participaba de esa vuelta a la actividad y se mostraba más lúcido, más brillante en sus discursos de cabeza pensante, libérrima y discordante de la izquierda, esa con la que tantos se llenan aún hoy la boca. A mi papá no se le llenaba la boca, no... las palabras le brotaban del pecho, henchido de razón amarga y dolor por un pueblo bajo el yugo de una oligarquía, y mientras mi mamá desplegaba un desayuno sabroso y abundante sobre la mesa y los tres lo devorábamos con la avidez del conocimiento, del amor y la victoria, yo le escuchaba con la boca abierta y, a pesar de los gritos de la noche, sus voces de borracho en el silencio de mis sueños, su cariño etílico que me entristecía y enconaba a partes iguales, en aquellas largas mañanas yo admiraba a aquel hombre, me creía un niño feliz, con la imperturbable conciencia de que cualquier problema tenía solución, de que cualquier instante de sufrimiento se vería sucedido muy pronto por una breve pero intensa felicidad.

Un día mi papá murió, yo tenía diecisiete años. Nunca nuestros desayunos volvieron a ser los mismos, por mucho que mi mamá y yo lo intentásemos. Nada pudimos recobrar, la vida que habíamos tenido junto a él se desvaneció hasta parecer irreal. Luego yo vine a España y mi país, mi pasado, quedó lejos. De otra forma me hubiera hundido. Y pasó que sólo entonces, en el abismo que separa a los vivos de los muertos, en el tiempo voraz que devenía en recuerdo, empecé a entenderle, a ver al hombre que fue con el sosiego que su presencia me había impedido. Entendí su lucha contra sí mismo, contra el mundo, la imposibilidad de que un hombre tan bello, tan cerca y tan lejos de los hombres, sobreviviera a la realidad.

Ahora pienso que si mi papá estuviese, sabríamos querernos como nunca lo hicimos.

24 de abril de 2006

Otras voces, otros ámbitos (1)

Salimos llorando del cine. Teníamos quince años, era una tarde de domingo. Afuera nos esperaba la primavera en pleno estallido después de ver juntas El Club de los Poetas muertos. Recuerdo todo lo que hablamos en el patio de la urbanización, sentadas en ese muro desde el que se ve el atardecer en la bahía. Nos quedamos hasta muy tarde, y varias veces tuvimos que llamar al timbre de nuestras casas para decirles a nuestros padres que ya subíamos, que no se preocupasen. Me dijiste, Mónica, que nunca ibas a dejar de aprovechar cada instante de tu vida, que lucharías por ser feliz, siempre feliz. Yo te dije lo mismo, quizás menos segura que tú de que fuera posible. Nos despedimos con un beso en los labios al descuido, sólo las estrellas lo supieron.

Los años han pasado, y aunque nunca hemos perdido el contacto, siento que no he participado de tus pequeñas decisiones, esos momentos en que sin darnos cuenta nos cambia el futuro, la vida. Ayer regresé de visitarte en Bélgica a ti y a tu marido, Fabrice. Sin duda, irte de Erasmus fue una decisión al dictado de tu carpe diem, buscabas nuevas experiencias, ser independiente de tus padres, demasiado protectores, demasiado tradicionales para entender tu hambre de sensaciones. Y allí conociste a Fabrice al poco de llegar. Ya habías salido antes con algún chico, siempre había uno u otro, pero con nadie fuiste tan en serio como con Borja. El más guapo y sensible, tu inseparable compañero de piano al que apenas te dolió dejar cuando llegó el momento de partir. Y lejos de tu casa, Fabrice supo darte el cariño y protección que al fin y al cabo necesitabas, Mónica, porque la soledad, dijeras lo que dijeras, nunca te ha sentado nada bien. No, eso está claro, sobre todo después de llorarme durante una hora el otro día describiéndome tu vida junto a Fabrice, un gigante hundido en su sillón con el rostro oculto por un periódico y los pies inmersos en pantuflas, un tipo que desprecia las novelas, el cine, que le da dolor de cabeza cuando tocas el piano, alguien con el que hace cinco años que no sales de casa para cenar o tomar algo porque “total, adónde vas a ir en esta ciudad” refiriéndose nada menos que a Bruselas... alguien que, en suma, es lo opuesto al chico que buscabas, un chico como Neil, el protagonista de aquel lejano club de los poetas muertos, y es que si aquellos poetas, si el mismo neil murió tras lograr su cima de belleza, hoy siento, Mónica, que aquella niña que apretándome la mano me prometió ser feliz, siempre feliz, ha muerto en ti.

Hoy, quince años después de aquella tarde de primavera en que la vida se nos reveló (o eso creímos), quiero que te preguntes, por favor, si ahora no estás más sola que nunca. Yo me quedé en España, en nuestro Gijón natal. Quizás no he vivido grandes aventuras, no lo sé, pero sí puedo decirte que me siento acompañada en el mundo, siempre acompañada, y que este amor me hace crecer cada día. Salimos, nos vamos de vacaciones, vamos mucho al cine, al cineclub en versión original (¿te acuerdas?), y cuando Borja toca el piano te prometo que no me dan dolores de cabeza sino ganas de besarle, de hacerle el amor.

Siempre te tuve celos, Mónica, celos de tu vida en el extranjero, tu ímpetu, tu sensibilidad. Hasta tuve miedo de que un día me arrebataras de nuevo a Borja si regresabas. Aunque te creía feliz junto a Fabrice, ni siquiera le insistí para que se viniera conmigo a Bélgica aunque para vosotros todo aquello sea sólo pasado. Ya ves.

No pude decirte nada de todo esto el otro día. Pensaba contarte que tenía un blog, darte la dirección. Ahora no sé si me atreveré a hacerlo. Nadie soporta que le planten su verdad ante los ojos.

23 de abril de 2006

La culpa es de Dan Brown

Hoy ha sido una administrativa aferrada a su Código da Vinci. Me pregunto yo si no podría haberse contentado con el Diez Minutos. Pues no... Y aquí la tenemos a ELLA, bolso en mano (pesadísimo) abriéndose un espacio imposible en el rebaño humano concentrado en el primer vagón de la línea 5. Lectura oblicua de libro semiabierto in extremis que al fin y al cabo tal vez sea la mejor forma de leerlo, no enterándose de mucho. Total que yo, a punto de insultarla con toda propiedad, me veo emparedado entre un señor mayor que, siento decirlo, olía a descuido ancestral, y un jovencito gay-fashion cuyo penetrante perfume más que equilibrar el tufo lo potenciaba ad nauseam. Por si fuera poco, esa mano que todos hemos sentido en la entrepierna alguna vez en hora punta, se alargaba desde quién sabe qué cuerpo sin lograr –apenas– efecto alguno en mi anatomía. Así que, invocando a Sartre, a Camus y al rabiosamente contemporáneo Houellebecq, hago un esfuerzo supremo de abstracción e imagino a la administrativa culpable del desastre en lencería negra de encaje, a cuatro patas sobre una cama de sábanas rojas, siendo brutalmente sodomizada por un hombre del que solo visualizo su musculada espalda y unas botas de cuero hasta la rodilla, y es entonces que la mano me toca más, me toca… y hay algo extraño en ese contacto, algo que no siento a menudo y que me estremece, pero de pronto, en una ráfaga que a cuchillo divide el mar, las puertas del vagón se abren, y la mano, el señor atufante, el gay-fashion y la administrativa con el Código a cuestas, salen despedidos al andén y se alejan con el viento. Yo, una vez más, quedo varado en la arena. Tal vez, si este tren no acaba en vía muerta, vuelva a subir la marea y otro viaje –¿cuántos ya?– recomience.

20 de abril de 2006

Mi tiempo en tu mirada


Ésta es la mirada
que me apropio,
ojos que miran el mundo
con la ingenuidad de los bellos,
los que a pecho desnudo
viven, aman, poetizan
desde la verdad que otros
no son –es imposible–
ni serán jamás capaces
de imaginar.

Ésta es la mirada
que al fin me ha enseñado a ser.

19 de abril de 2006

Fotos

De tu país me has traído fotos de tu infancia, de tu familia, de tu vida allá. Las hemos visto juntos, y en ellas he tratado de reconocerte. Ninguna te refleja tanto como las dos en la playa.

En la primera estás de cuclillas, sostienes la pala verde en la mano con extrema delicadeza. También se ve tu cubo azul y el colador amarillo. Todo tu mundo es la pala, el cubo, el colador. Mueves la arena y le das forma con la ayuda de tus juguetes.

En la segunda has abandonado cualquier objeto que pudiera distraerte de tu ensoñación. Estás tumbado en la arena, embarrado, con los ojos abiertos perdidos en un punto que flota en el aire. Qué chiquito, qué mono estás, qué ganas de ser un niño y acercarme a ti para tumbarme a tu lado hasta que suba la marea...

Deja que te diga algo: ahora eres mucho más guapo. Todos aquellos rasgos que aún debían definirse fueron delineando con el tiempo al hombre que eriza mi vello como alisio que estremece la hierba.

Tenías dos años, yo todavía uno. Ya sabes... yo siempre seré el pequeño.

17 de abril de 2006

Vivir contigo

Es diferente. Mucho. Es cómo me leíste ayer la lista de la compra, sobre todo los nuevos renglones. O tu cama, que estará más arrugada que antes porque ya sabes que yo vivo en horizontal. O lo que como, que gracias a ti será más sano y, sobre todo, más sabroso. Es poder arrimarme desnudo a tu cuerpo a la hora que me apetezca. Es ponerme guapo y esperarte cada noche con cualquier pequeña sorpresa para compensar tu cansancio. Contarte todo lo que hice sin ti para que no te lo pierdas. Escuchar lo que piensas, lo que deseas o lo que te preocupa. Es oler tu piel en la mañana hasta que el despertador se canse de molestar. Poder mirarte por un instante eterno.

Es pensar en ti al tiempo que pienso en mí.

15 de abril de 2006

Playa de los Peligros

La carretera recorre el muelle
y yo camino,
y todo esto
sucede mientras camino,
sucede que llegan coches
y aparcan el en el arcén
y yo sigo caminando
y veo todo, lo veo...
veo una mujer con perro
un poco triste;
bandadas de adolescentes
cargando bolsas del súper,
van a beber junto al mar,
van a reír,
quieren reír,
tal vez hacer el amor en la arena;
veo un matrimonio serio,
escuchan juntos la radio,
los partidos de la liga,
y pelan con navaja sus manzanas,
es lo que queda del picnic,
un picnic más,
y afuera se yergue inmóvil
una caña de pescar;
veo unos novios callados,
una pizza sobre el salpicadero
o lo que queda de ella,
veo el rostro de la chica
mientras él sale,
monta la caña
y la clava en la tierra,
y la pizza se enfría
y de las manzanas quedan
dos corazones desnudos,
y el perro ladra a lo lejos,
y el eco de la pandilla
se confunde con las olas,
y los peces ya no pican
pero ella intenta aprender,
lanza con fuerza el anzuelo
y él le dice así no,
y yo sigo caminando,
pienso que me gustaría
preguntarle a la mujer
la razón de su tristeza,
y probaría un trozo de pizza,
en el fondo, a mí me gusta fría,
y escucharía la liga
contemplando el horizonte
desde el asiento de atrás.

También hay hombres solos,
erguidos de pie, inmóviles
como cañas de pescar.

Aquí soy un hombre solo.

Muere el día
y siguen llegando coches,
el muelle acaba en la playa
llamada de los peligros.

Nunca he estado en Santander,
la próxima vez que venga
tú me traerás en coche
y aparcaremos aquí
justo al borde de la playa,
la playa de los peligros.

Brilla la noche
y sigo pensando en ti.