14 de junio de 2006

Circunstancias

Estaba sentado a la barra del Vesubio, mi pizzeria favorita de Madrid. Era mediodía de domingo, no recuerdo la estación. Sin embargo, sí recuerdo la chica ciega y el chico de las piernas extrañas que se sentaban a mi lado, y digo piernas extrañas porque cuando se levantó del taburete me di cuenta de lo cortas que las tenía. Pero lo que importa sucedió antes, a lo largo de su conversación que escuché con una mezcla de curiosidad y creciente temor (no podría llamarlo de otra manera) al descubrir que la chica, poco a poco, poniendo como excusa una cama que tenía de mover de sitio en su habitación, trataba de convencer al chico para que fuera a su casa, temor confirmado cuando él habló sin venir a cuento de su novia... Ah, ¿tienes novia? La voz sonó quebrada y ahí se apagó ella, como una vela frente a una ventana abierta por donde el viento helado se colara y tambaleara su llama, y daba igual que acabara de mentirle como creía, porque el chico tendría las piernas extrañas, pero de ahí a intimar con una chica ciega como ella, aunque fuera más culta, inteligente, e incluso más atractiva que él, había un abismo, el mismo –pero eso lo añado yo– que en una noche de sábado los hubiera separado de no mediar su ceguera.

1 comentario:

el santo job dijo...

no sé si me parece una historia bonita, porque por su parte lo es, o inquietante, que tambien lo es. Siempre se me ha hecho curioso el amor de los ciegos, un amor tan basado en la confianza y percepciones más allá de las meramente humanas...
Dá en qué pensar, muy logrado.
Saludos, elorri!