26 de diciembre de 2018

Primera pieza

Esto es anacrónico, el mero hecho de estar sentado en un escritorio usando mi portátil como hace ocho o diez años lo es. Sin embargo, o quizá por eso, me siento en casa haciéndolo. Y quizá lo más importante sea eso: recobrar sensaciones placenteras y, de paso, recobrarme a mí mismo. La excusa de que el año se acaba la he pensado a posteriori, así que no es la razón por la que me he decidido a publicar este post.

Incluso el vocabulario suena añejo: "publicar", "post" o la elección de palabras y estructuras al ir escribiendo que no encontrarían su lugar en un tuit o un pie de foto de Instagram. Y, de nuevo, para una persona como yo que tanto me gusta(ba) escribir, es un placer. Aunque hay un motivo subcutáneo por el que deseaba volver a escribir. Necesito ejercitarme porque quiero publicar mi segundo poemario. Está verde, más de lo que me gustaría, pero sí es más que un proyecto y podría estar listo en pocas semanas. Tengo bastantes piezas, pero no todas, y las que me faltan tengo la corazonada de que son las que lo definirán absolutamente.

La dificultad que estoy teniendo para darle forma es de fondo. Temo a los lugares donde me voy a ver obligado a acudir. Lugares de la memoria, lugares donde me muevo con la misma o más torpeza que antaño, lugares habitados por miedos, rencores, inocencia, fantasías, logros, renuncias, vergüenza, arrepentimiento. Es el poemario del escapismo imposible, efímero, de lo que fui y lo que soy. Es algo que solo podría escribir pasados los cuarenta, y en pocos días me caen (vaya si me caen) cuarenta y cuatro.

Así que esto, escribir y publicar, es lo que quiero hacer. Y me ha costado años darme cuenta de que cuando uno desea escribir el acto ha de permearse a todos los medios donde uno puede hacerlo. Este blog ha sido mi lugar al que volver siempre, así que tiene todo el sentido que, como metáfora de lo que voy a tener que hacer para parir mi poemario, haya acudido aquí para expresarme con la libertad de quien se sabe no leído y contar estas cosas para que no se queden dentro de mí. Es la única forma, también, de asegurarme de que volveré con regularidad, ligando el destino de ese poemario al de la continuidad de lo que a pesar de todo podría parecer no mucho más que un arrebato.

Quiero ser la mejor versión de este hombre de casi cuarenta y cuatro años, quiero estar a la altura de mis certezas, de mis necesidades más auténticas. Lo contrario ha de ser insoportable a la fuerza, aunque para llegar a esos lugares tan conflictivos deba desaprender tantos vicios infértiles (lo diré: todo a lo que aboca un smartphone si no nos resistimos a su atracción nefasta) y centrar mis fuerzas en este empeño.

Hasta pronto, me digo.