31 de agosto de 2009

Mentira

El blog como voz deseada, deseante. El blog como ventana indiscreta y exhibicionista. El blog como la instantánea que quiero que rentengan tus retinas.

Esto podría ser yo si fuera un sonido que ahora, en este instante, se deslizara en tu oído. Pero no soy esta canción, ni estas palabras.

Si me imaginas, si me lees desde cualquier latitud y te preguntas quién soy, ésta es mi mentira más honesta.

29 de agosto de 2009

Prólogo

Pequeñas euforias: una película, una charla, una canción descubierta por casualidad que canto sin importarme que se me escuche por el patio de vecinos.

Apuntes de un día cualquiera, para que no se pierda del todo. Claro que me queda poco para que los días puedan perderse así, en esta indolencia tan estéril. Dentro de nada, mi tiempo arderá en aulas, lecturas, prácticas. Nuevas personas, nuevas ideas, el ambiente universitario que no vivía desde hace... Sí: once años.

Pero ahora sigo en el prólogo, y todavía tiene el sabor del pasado. Hasta que irrumpa la nueva época. Entre tanto, me como los bocados que la vida me permite. Pocos, si he de ser sincero, y no todos sabrosos. Pero el banquete espera.

Voy a empacharme, prefiero reventar saciado que morir de hambre.

27 de agosto de 2009

Último día

Estábamos allí, eso era todo. Tumbados en la cama los dos, escapando al instante que escapaba. Abrazados. Mudos. A veces mirándonos, a veces besándonos con mucha tristeza. La tarde oscura, viscosa, la resaca de unas semanas equívocas pesando sobre el adiós. Demasiados desgarros, graves heridas internas que no se curan si no se abre la carne en canal.

Nos separábamos en dos, tres horas. Un abrazo en aquella habitación cerrada a un mundo que se apaga. Dos chicos que no entienden lo que les ha pasado. Y lo que pasaría luego, tampoco lo sabían. Sólo había impotencia, y todavía amor aunque tal vez no el amor que les había unido al principio y que todos creyeron indestructible. Incluso ellos.

Ahora escribo esto, y volvería a aquel abrazo. No me conformo con recordar, las sensaciones son algo que deberíamos poder revivir más allá de las trazas que dejan en la memoria. Me duele, no me acostumbro a dejar la vida atrás.

Nunca me acostumbraré.

25 de agosto de 2009

Desbocado

Desbocado, quién es capaz de intuir el vértigo que me recorre invisible, quién me sigue, quién me lleva hasta mi horizonte de sucesos. Quién...

Mi cuerpo apenas me contiene, y sin embargo es lo otro donde encuentro los límites. Límites de la razón, del deseo, de lo posible. Límites del recuerdo, límites del dolor.

La música en mi cabeza, los fotogramas en mis retinas, el pulso en mis venas y en mi corazón y en mi sexo. Late la vida...


Joe Henry ("Coda - Light no lamp when the sun comes down", de "Blood from stars")

22 de agosto de 2009

Inalámbrico

Los cables sobran en el mundo de hoy. Son antiestéticos, molestos. Erradicarlos significa el triunfo sobre las ataduras. Todo ha de ser leve, fácilmente movible, provisional.

Tengo un laptop, mi adsl e incluso mi impresora son wifi. Pero hay ataduras resistentes a la ausencia de cables, se aferran a la vida, siguen allí. Y pasa que cuando veo que nada tangible me conecta a ciertas personas, me pongo triste. La nada es triste. Yo no soy nihilista.

Echo de menos los cables. Me hacen consciente de a quién me siento vinculado, y a quién no.

19 de agosto de 2009

Enemigos Públicos


Heat (1995) es una de las cumbres modernas del cine de gángsters. Michael Mann retrató con absoluta maestría a dos antagonistas: un héroe de la justicia (Al Pacino) y un héroe del crimen (Robert de Niro). Ninguno de los dos sabe vivir de otra forma, no pueden parar porque la vida dejaría de tener sentido, perdería la intensidad incomparable del peligro, la adrenalina ya no fluiría en sus arterias. El duelo interpretativo queda para la historia, así como la elegancia del director en cada escena y un guión sencillamente perfecto con ese tenso equilibrio entre la acción y el drama a base de potenciar ambos al máximo hasta esa persecución final casi metafísica. Con Enemigos Públicos (así como con la deslumbrante Collateral, donde Los Ángeles se convertía en un personaje más gracias a esos planos cenitales para el recuerdo) ha intentado vover a firmar una obra maestra con parámetros similares, y casi lo ha logrado.


Enemigos Públicos arranca trepidante, John Dillinger (Johnny Depp) se nos presenta directamente en acción, huyendo de una cárcel de Indiana a la que acaba de ser trasladado. Entre tanto, Melvin Purvis (Christian Bale), aparece como un inspector sanguinario capaz de matar como a un conejo a un perseguido por la justicia y mirarle a los ojos antes de morir por orgullo, incluso placer. Mientras John Dillinger es una persona que ríe, que se come a bocados la vida, Melvin, el supuesto héroe bueno, es mezquino. Esta paradoja se mantendrá durante todo el film, y constituye gran parte de su innegable atractivo en cuanto al guión se refiere.

Digámoslo ya: Johnny Dep va a ganar el próximo Óscar al mejor actor protagonista. Su composición de Dillinger es sobrecogedora, podría decirse que en cada plano Depp le da un matiz nuevo al personaje, contribuyendo a esa ambigüedad tan seductora que no sabemos si el gángster tuvo, pero que Depp construye sin esfuerzo aparente. Valgan como muestra dos escenas. Una es en la que Dillinger es llevado de nuevo a la cárcel a través de las calles de una ciudad que le vitorea. La mirada de Depp, la conciencia de Dillinger de que es una estrella, es puro cine. Y la segunda, sin duda la más vibrante del film sin que un solo disparo resuene, es la visita del gángster a la mismísima oficina de la brigada ‒llamada con su propio apellido‒ encargada de detenerle. Aunque él no lo sabe, eso ocurre justo antes de la emboscada tramada por la brigada contra él, y la contemplación de fotos, recortes de prensa, e informes sobre su estela de crímenes, le embriaga (y nos embriaga) sin remedio.

Hablar a estas alturas del talento de Michael Mann es ocioso. Esta película la ha rodado por completo en formato digital, por lo que vemos más cámara en mano que en ninguna otra película del director sin que ‒por fortuna‒ haya prescindido de los encuadres y movimientos más sutiles y rigurosamente planificados marca de la casa. Las virtuosas coreografías de imagen y sonido que logra en sus tiroteos es algo conocido, y el asalto al motel perdido en el bosque nocturno es una nueva muestra. Derrocharía adjetivos, pero si digo que es una de las mejores escenas del género, creo que se entiende la fascinación que ‒a mi juicio‒ destila. También, y en un tono mucho más delicado sin que se merme ni un ápice la intensidad, el primer encuentro sexual entre Dillinger y su chica, Billie Frechette, es una obra de arte del montaje. En una sucesión de planos del durante y después del coito, escuchamos la historia de la infancia y adolescencia de Billie, lo que provoca una tristeza que matiza el erotismo sinuoso de la escena.


¿Por qué no es Enemigos Públicos una obra maestra como Heat? Si de algo carece esta gran película es de un verdadero combate, de una contraposición tan electrizante entre ambos héroes. Christian Bale hace lo que puede con un papel esquemático, esbozado con un par de brochazos que dejan clara la falta de ética de Melvin Purvis y poco más. Es Dillinger en quien se centra la película, por lo que la tensión se limita a la acción quedando fuera el drama, aquel estudio de la intimidad y el inevitable paralelismo de dos vidas solitarias y al límite como eran las de Vincent (Al Pacino) y Neil (Robert de Niro). Enemigos Públicos llega sin dudas a su horizonte, pero este no es tan lejano como el de Heat, o incluso el de Collateral con su poética de alto voltaje. El final, eso sí, es otro pedazo de Cine por toda la elipsis del discurso crítico, el emocionante juego metacinematográfico durante la proyección en esa sala abarrotada en la que Dillinger no es un espectador más, y esa expresión en el rostro de Johnny Depp paralizada por la misma muerte a cámara lenta. Como un placer sostenido hasta el infinito.


Enemigos Públicos, una nueva ráfaga de dudas sobre la ética aceptada socialmente de parte de este francotirador del cine contemporáneo.

17 de agosto de 2009

Subterráneo


El metro es una ciudad en miniatura, sólo que el escrutinio de las miradas es más preciso, la curiosidad mejor satisfecha, las pasiones más impúdicas. Era una línea cualquiera, lejos del centro, y yo escuchaba música en mi trayecto entre clase y clase. Veintitantos, guapos, volcados el uno sobre el otro. Un pedazo de intimidad desgajado en la mañana, camino de destinos diferentes, en este mundo subterráneo que late con fuerza apenas contenida.

14 de agosto de 2009

Agosto, la noche de los pájaros

Mi tristeza, como el pájaro azul de Bukowski, quiere salir y yo no le dejo. Está ahí, a veces también le hablo como el poeta. Hasta en mis épocas más felices. Pero siempre que amenaza con abatirme, le abro un hueco en mis manos y la escondo donde nadie la ve. Es demasiado tentadora.

Este agosto, mi tiempo de libertad se ha reducido a una mínima expresión, y eso me hace vivirlo con más intensidad. Las lecturas, las charlas, incluso los largos viajes en metro con la banda sonora de mi tarjeta de dos gigas. Todo adquiere relevancia. Así también, es más fácil ahogar la tristeza. Los sentidos contra la tristeza, la desesperanza, el vértigo de la nada.

En treinta días volveré a ser estudiante. Sé que tendré los mismos nervios, el mismo nudo que de pequeño en el estómago ante mis nuevos compañeros, profesores, espacios aún desconocidos... Eso sí que lo voy a vivir al máximo, no tengo otro remedio por varias razones y además lo deseo como ninguna otra cosa. Igual que tantas otras veces, he llegado con retraso. Pero a tiempo.

Soy un pájaro azul, y mi tristeza es la de los pájaros cuando nadie los ve, nadie los escucha, a nadie arrebata el batir de sus alas.