Este agosto, mi tiempo de libertad se ha reducido a una mínima expresión, y eso me hace vivirlo con más intensidad. Las lecturas, las charlas, incluso los largos viajes en metro con la banda sonora de mi tarjeta de dos gigas. Todo adquiere relevancia. Así también, es más fácil ahogar la tristeza. Los sentidos contra la tristeza, la desesperanza, el vértigo de la nada.
En treinta días volveré a ser estudiante. Sé que tendré los mismos nervios, el mismo nudo que de pequeño en el estómago ante mis nuevos compañeros, profesores, espacios aún desconocidos... Eso sí que lo voy a vivir al máximo, no tengo otro remedio por varias razones y además lo deseo como ninguna otra cosa. Igual que tantas otras veces, he llegado con retraso. Pero a tiempo.
Soy un pájaro azul, y mi tristeza es la de los pájaros cuando nadie los ve, nadie los escucha, a nadie arrebata el batir de sus alas.
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