19 de agosto de 2009

Enemigos Públicos


Heat (1995) es una de las cumbres modernas del cine de gángsters. Michael Mann retrató con absoluta maestría a dos antagonistas: un héroe de la justicia (Al Pacino) y un héroe del crimen (Robert de Niro). Ninguno de los dos sabe vivir de otra forma, no pueden parar porque la vida dejaría de tener sentido, perdería la intensidad incomparable del peligro, la adrenalina ya no fluiría en sus arterias. El duelo interpretativo queda para la historia, así como la elegancia del director en cada escena y un guión sencillamente perfecto con ese tenso equilibrio entre la acción y el drama a base de potenciar ambos al máximo hasta esa persecución final casi metafísica. Con Enemigos Públicos (así como con la deslumbrante Collateral, donde Los Ángeles se convertía en un personaje más gracias a esos planos cenitales para el recuerdo) ha intentado vover a firmar una obra maestra con parámetros similares, y casi lo ha logrado.


Enemigos Públicos arranca trepidante, John Dillinger (Johnny Depp) se nos presenta directamente en acción, huyendo de una cárcel de Indiana a la que acaba de ser trasladado. Entre tanto, Melvin Purvis (Christian Bale), aparece como un inspector sanguinario capaz de matar como a un conejo a un perseguido por la justicia y mirarle a los ojos antes de morir por orgullo, incluso placer. Mientras John Dillinger es una persona que ríe, que se come a bocados la vida, Melvin, el supuesto héroe bueno, es mezquino. Esta paradoja se mantendrá durante todo el film, y constituye gran parte de su innegable atractivo en cuanto al guión se refiere.

Digámoslo ya: Johnny Dep va a ganar el próximo Óscar al mejor actor protagonista. Su composición de Dillinger es sobrecogedora, podría decirse que en cada plano Depp le da un matiz nuevo al personaje, contribuyendo a esa ambigüedad tan seductora que no sabemos si el gángster tuvo, pero que Depp construye sin esfuerzo aparente. Valgan como muestra dos escenas. Una es en la que Dillinger es llevado de nuevo a la cárcel a través de las calles de una ciudad que le vitorea. La mirada de Depp, la conciencia de Dillinger de que es una estrella, es puro cine. Y la segunda, sin duda la más vibrante del film sin que un solo disparo resuene, es la visita del gángster a la mismísima oficina de la brigada ‒llamada con su propio apellido‒ encargada de detenerle. Aunque él no lo sabe, eso ocurre justo antes de la emboscada tramada por la brigada contra él, y la contemplación de fotos, recortes de prensa, e informes sobre su estela de crímenes, le embriaga (y nos embriaga) sin remedio.

Hablar a estas alturas del talento de Michael Mann es ocioso. Esta película la ha rodado por completo en formato digital, por lo que vemos más cámara en mano que en ninguna otra película del director sin que ‒por fortuna‒ haya prescindido de los encuadres y movimientos más sutiles y rigurosamente planificados marca de la casa. Las virtuosas coreografías de imagen y sonido que logra en sus tiroteos es algo conocido, y el asalto al motel perdido en el bosque nocturno es una nueva muestra. Derrocharía adjetivos, pero si digo que es una de las mejores escenas del género, creo que se entiende la fascinación que ‒a mi juicio‒ destila. También, y en un tono mucho más delicado sin que se merme ni un ápice la intensidad, el primer encuentro sexual entre Dillinger y su chica, Billie Frechette, es una obra de arte del montaje. En una sucesión de planos del durante y después del coito, escuchamos la historia de la infancia y adolescencia de Billie, lo que provoca una tristeza que matiza el erotismo sinuoso de la escena.


¿Por qué no es Enemigos Públicos una obra maestra como Heat? Si de algo carece esta gran película es de un verdadero combate, de una contraposición tan electrizante entre ambos héroes. Christian Bale hace lo que puede con un papel esquemático, esbozado con un par de brochazos que dejan clara la falta de ética de Melvin Purvis y poco más. Es Dillinger en quien se centra la película, por lo que la tensión se limita a la acción quedando fuera el drama, aquel estudio de la intimidad y el inevitable paralelismo de dos vidas solitarias y al límite como eran las de Vincent (Al Pacino) y Neil (Robert de Niro). Enemigos Públicos llega sin dudas a su horizonte, pero este no es tan lejano como el de Heat, o incluso el de Collateral con su poética de alto voltaje. El final, eso sí, es otro pedazo de Cine por toda la elipsis del discurso crítico, el emocionante juego metacinematográfico durante la proyección en esa sala abarrotada en la que Dillinger no es un espectador más, y esa expresión en el rostro de Johnny Depp paralizada por la misma muerte a cámara lenta. Como un placer sostenido hasta el infinito.


Enemigos Públicos, una nueva ráfaga de dudas sobre la ética aceptada socialmente de parte de este francotirador del cine contemporáneo.

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