26 de enero de 2011

El mundo es tuyo

El mundo es tuyo,
tu ímpetu lo abarca,
te falta tiempo para hacer,
conocer, dejar tu huella,
lo apuras con la misma ansia
que yo espero tus señales.

El mundo es tuyo,
arqueas tus cejas
y hablas en ese tono
exaltado, vibrante,
a veces hasta te falla la voz,
y por eso sé que no me equivoco.

El mundo es tuyo
y yo ando cerca de ti.
No, no quiero nada,
me basta con que te percates de mí.

El mundo es tuyo,
pero de verdad,
no como yo creía que lo era
a tus veintitrés, igual
o más soberbio aún,
pero sin ninguna de tus armas.

El mundo será tuyo
porque es justo que lo sea,
y yo estaré en algún lugar,
tal vez logre una parcela de ese mundo
que te pertenece, que no puede ser
otra cosa sino tuyo.

Espero que entonces pienses en mí;
así tu triunfo, de alguna forma,
será el mío.

11 de enero de 2011

Hábitos

Sabía que a veces pides dinero. De hecho esperé que lo hicieras en algún momento de nuestra conversación en el messenger, pero no fue así. Lo que no esperaba era que finalmente acabaras presentándote en mi casa. "Soy de fiar", me habías dicho.

En un primer golpe de vista me llamó la atención tu cuerpo. Sí, eras el chico guapo de las fotos, muy guapo incluso, pero en ese momento pensé lo bien que habías camuflado esos kilos de más. Enseguida te invité a tomar algo y tú mismo mencionaste "cerveza" mientras pasabas seguro de ti mismo al salón. Me pediste fumar. Mirabas al frente y bebías a buen ritmo, como yo. De lo poco que hablamos entendí que andas desorientado, ajeno, dejándote llevar sin rumbo. Como si la universidad y todo lo demás fuera algo de lo que no te apetece participar. Me preguntaste si era tímido y, aunque te respondí que no, era obvio que tú aún lo eras menos. Besabas bien, sabías bien a pesar del cigarrillo. Te acaricié, quería hacerte el amor con cuidado, sin prisas; sin embargo, ya en en el sofá me di cuenta de que no te entregabas. No tenía que ver con el rol pactado en el messenger, era algo distinto. En mi cuarto, en mi cama, buscaste tu placer lejos de mí. No era egoísmo, parecía más bien un hábito adquirido. Imaginaba las veces que lo habías hecho por dinero y pensé que te habías acostumbrado a no estar allí, a confiar en el popper para olvidarte del amante y perderte en esa intensidad, en esa inconsciencia. Yo también lo usé, por supuesto, y admito que me ayudó a interpretar el papel al que me empujaste: el de quien se cree con derecho a tomarlo todo. Te penetré cuando ya no pudimos más y en menos de un minuto tuviste lo que habías querido desde el principio. No me molestó, de alguna forma encajaba a la perfección con la pequeña sordidez de nuestro encuentro, con el personaje que había construido de ti.

Yo acabé sobre tu vientre, clavando mi mirada en esos ojos que abrías cada poco para posarlos en los míos sin expresión, como en una de tus fotos, tal vez contemplando un infinito que seguía estando lejos.