29 de junio de 2006

Los Planetas: Nuevas sensaciones

Rutinas sin sentido, consciencia de la muerte cotidiana, huida hacia lo inesperado... en definitiva: grito a la vida. Los Planetas, un grupo que no me deslumbra pero con algunas canciones absolutamente deslumbrantes. Aquí puedes ver el vídeo.

Lo que hicieron antes
se convierte en algo normal,
ya no es excitante,
intentaremos algo más.

Le dice a sus amigas
algunas de esas cosas no estarían mal,
quiero probar algo nuevo.


Así que ha conseguido,
algo que no puedo nombrar,
porque este día
va a ser un día especial.

Le dice a sus amigas,
prefiero estar muerta que aburrirme así,
voy a probar algo nuevo.

Hoy no quiero ser yo...


No me importa lo que va a pasar.
No voy a seguir así ni un día más.

No me importa lo que va a pasar.

Le dice a sus amigas,
algunas de esas cosas no estarían mal,
quiero probar algo nuevo.


Le dice a sus amigas,
prefiero estar muerta que aburrirme así,
voy a probar algo nuevo.

Hoy no quiero ser yo...


Cerca

Ya no te atreves a hablarme de lo que te preocupa. No te culpo, yo tampoco lo hago. Algo ha cambiado lenta, imperceptiblemente entre nosotros. Siempre nos hemos querido, pero la confianza, la cotidianeidad, quedan lejos. Sé por otras voces que estás en punto muerto, que intuyes que ciertas elecciones en tu vida tal vez no lo fueron y estás llegando a certezas dolorosas, pero no te atreves a actuar. Yo pasé por lo mismo hace un año, y tú no estuviste allí porque no creí que pudieras entenderme, ayudarme. Y lo peor es que tenía razón, y precisamente eso es lo que quiero que cambie entre nosotros. Te escribo –sí, lo adivinaste, este post es para ti– para que sepas que, si tú quieres, me gustaría escucharte, ser tu apoyo. También tengo mucho que decirte. La experiencia me ha enseñado que en la vida sólo cabe arrepentirse de lo que no se hace, de las decisiones que no nos atrevemos a tomar aun sabiendo que son necesarias. Y porque me importas, porque me siento responsable de tu felicidad, debo alentarte a que busques nuevos caminos. No hay nada, ni casa, ni trabajo, ni país, que merezca la pena preservar. Nada importa si el destino es conocerte a ti mismo, encontrar esas pequeñas o grandes cosas que te harán sentir la vida como un territorio de paisajes desconcertantes, cielos como un velo extendido o tempestades imprevisibles, lagunas serenas o torrentes en crecida. Me duele ver cómo pasas los días creyendo que no puedes cambiar la realidad o, peor aún, sabiendo que puedes pero paralizado por el miedo a dejar atrás lo que ahora, en este instante, ya no es válido.

Tenemos que hablar más, ¿a qué sí? Te quiero, mucho.

27 de junio de 2006

Geografía

De niño calcaba mapas. Me entusiasmaba pintar cada país de un color, los ríos y los lagos siempre de azul, las cordilleras de marrón... Sobre todo durante los veranos, llenaba blocs enteros de mapas políticos y físicos del mundo. Aunque Europa era mi continente preferido, mi segunda obsesión -sin razón alguna, por puro capricho- era Sudamérica. Conocía las capitales de todos sus países, el nombre de los ríos principales, las montañas más altas, incluso el relieve de las costas con sus cabos y golfos.

Siempre supe que Quito era la capital de tu país, amor, pero la geografía de tu cuerpo no puede calcarse, la aprendo lentamente y la desaprendo de nuevo a fuerza de besos, mordiscos y amorosos puñetazos en las batallas que tu territorio libra contra el mío. Me estremezco cuando el calor aflora por tus poros, cuando sujeto tu pecho entre mis manos y reconozco tus dimensiones como las del hombre que amo, y si te miro a los ojos y en la misma mirada englobo poco a poco tu cabeza, tus hombros y el resto de tu desnudez, intuyo que pasarán los veranos y el mapa de tu piel seguirá siendo un misterio innombrable.

23 de junio de 2006

No recuerdo tu nombre

Aquellas noches de verano me lanzaba a la calle con sed de cuerpos, de viento, de peligro. Me ponía mi camiseta sin mangas, mis mejores vaqueros, mis zapatillas más rotas y uno de aquellos boxers ajustados que me había comprado de golpe en un arrebato hedonista. Te conocí un jueves, y es que aquel verano salía todas las noches sin importarme si trabajaba al día siguiente. Primero iba a mi local favorito, por la música. No esperaba sorpresas allí, pero las cervezas son baratas y el ambiente acogedor. Me calentaba, me daba confianza para la segunda y habitualmente última parada de la noche: el Delirio. Nada más lejos de mis gustos, y precisamente por ello nada más pervertido, más cerca de los abismos que necesitaba tentar. Ya mientras bajaba la escalera te fijaste en mí, y enseguida me preguntaste una tontería con el aire de un habitual del lugar, el que se sienta a la barra y charla con el barman, a vueltas de todo. Eras guapo, y aunque pretendías parecer descarado eras todo un tímido, muy tierno. Estabas dentro del armario, y –como yo– hacía poco que sucumbías con ímpetu a la seducción de la noche. Me echaste veintiséis, yo a ti veintisiete. Acerté, y además te saqué de tu error porque no quería mentiras. Quizás por eso, cuando me dijiste –casi advirtiéndome– que nunca solías repetir, lo agradecí y te pregunté si nos íbamos a casa, ya seguro de que al menos no habría uno de esos desencuentros que empañan el recuerdo de una buena noche. Y en mi casa, desnudo sobre mi cama, me fascinó la delicadeza de tus gestos, la fragilidad de tus palabras una vez perdida la última coraza. Besabas de maravilla, trataste mi cuerpo con ternura, y yo te devolví tu cuidado porque creí que, de alguna forma, lo merecías. Y no te dio pudor quedarte a dormir, acaso porque más que dormir fue echar una cabezada antes de que a las ocho sonara la alarma de mi móvil. Y al despertar hablamos, nos dimos un beso y me acercaste a mi trabajo, y entonces, cuando abrí la puerta del coche para salir, dudaste, sabía que ocurriría porque aquella madrugada había superado lo que al principio habíamos creído, pero entonces te recordé tu advertencia y no tuviste más remedio que seguir mi juego cortazariano (no era la primera vez que se lo proponía a alguien) y confiar en que volveríamos a vernos en el Delirio, una de esas noches. Y quién sabe.

Sí, volvimos a vernos, pero por uno o por otro (difícil rebobinar, echar marcha atrás y concretar las razones) nunca volviste a yacer desnudo sobre mi cama, tu piel blanquísima y suave estremecida por mis labios, mis brazos ceñidos en torno a tu espalda como si nuestro amor fuera posible.

22 de junio de 2006

Muelle

Cuando llegas por la noche
el muelle está tenso,
lleva todo el día estirándose,
y un qué tal
o un beso al vuelo
no lo relajará;
le hace falta tu voz,
tus consonantes suaves,
el tacto de tu piel.

Así, poco a poco
el muelle cede,
se ciñe a tus contornos.

Nos acerca,
somos su rumor metálico.

21 de junio de 2006

Racional

A veces los sentidos no se bastan, y si no explícame, amor, por qué verte ahora, escucharte, oler la almendra recién pelada que resbala sobre tu piel, desborda mi locura por ti. Tiene que haber algo más, porque esas sensaciones existían antes y no me arrebataban hasta embriagarme de ellas. Dime, amor mío, si la mente no es maravillosa, si es que los pensamientos no son capaces de transformar una sensación en un deseo, el roce de una mano en el regazo materno, la curva del cuello en el arco creciente de la luna. Hay un túnel misterioso, un vértigo enajenante, un viaje fantástico que sólo al hombre le está reservado.

La memoria, la fantasía, el milagro de los sentidos engendrando mundos.

Soy un ser racional. Te amo.

20 de junio de 2006

Versus

De pequeño, era incapaz de integrarme en los grupos. Podía ocurrir en el recreo, durante las vacaciones en el pueblo de mi madre, en una celebración familiar demasiado concurrida... Todo lo que se salía de mi círculo más íntimo era un terreno donde me movía con dificultad, y siempre buscaba el cobijo de una persona concreta con la que establecía un vínculo férreo, seguro. Supongo que, sencillamente, me identificaba con ella.

Con el tiempo, apenas he cambiado. Siempre prefiero el armonioso intercambio de un tête à tète a la disonancia de voces múltiples. No, no es timidez o miedo. He llegado a una conclusión: sólo me interesa desnudarme o que alguien se desnude ante mí, y por tanto generalmente no presto atención a las palabras pronunciadas porque sí, porque hay que pasarlo bien o, peor aún, por pasar el rato. De hecho, la única situación en la que no me aislo en el silencio o secuestro a mi componente favorito del grupo es cuando me convierto en el centro de atención, y es que con el tiempo he ganado en confianza, he aprendido el placer por el exhibicionismo. Me ocurre raramente, eso sí, quizás sólo cuando la audiencia me parece digna de ese coqueteo con el ridículo que constituye todo strip-tease emocional.

No sé por qué me ha dado por pensar en esto. Creo que se trata de esos círculos en torno a la máquina de café o de refrescos de los que mis compañeros de oficina forman parte -cada cuál del suyo- sin mucho esfuerzo al parecer.

Yo, en cambio, escribo un post. Me aíslo. Me desnudo.

16 de junio de 2006

En una frase

Si me obligasen a decir en una frase, amor, lo que me suscita el pensamiento de ti, si no tuviera espacio ni oportunidad para explicar mejor todo lo que se condensa en este sentimiento que arrasa, te diría: Desde que estás en mi vida, me falta el tiempo...

15 de junio de 2006

Retorno

Ayer necesitaba dar un paseo, había problemas que me estaban atenazando y nada mejor que dejar que las calles, la gente, el viento, me pasaran por la piel y llenasen mis sentidos de estímulos que despejaran esa nube de preocupación, así que salí de casa en dirección al Templo de Debod pasando por la Plaza Mayor y las calles que desembocan sinuosamente en los jardines de la Plaza de Oriente, y allí, guiado por el bullicio de un pequeño parque infantil, me quedé un buen rato mirando a los niños jugar, y fijándome en unos y otros me di cuenta de que podían pasarse tiempo y tiempo repitiendo lo mismo: lanzar un balón contra una pared, impulsarse en el columpio, colgarse de barras y ejecutar giros y giros... pensé que, en el fondo, eso no cambia con la edad, y me acordé de los días enteros que he pasado escribiendo, leyendo o tocando la guitarra, y cómo hace semanas que no me sucede, y entonces seguí mi camino y antes de cruzar al Templo de Debod entré en mi librería favorita, el Aleph, y encontré enseguida sobre la mesa central el libro que justo antes de entrar decidí que deseaba, música para camaleones de Truman Capote, y lo compré y caminé apresurado hacia la explanada en lo alto y me senté en un banco y no despegué mis ojos de las páginas hasta que el cansancio y el atardecer me arrancaron de allí como a esos niños que, exhaustos y felices, estarían abandonando también el parque infantil prometiéndose volver pronto, muy pronto.

14 de junio de 2006

Circunstancias

Estaba sentado a la barra del Vesubio, mi pizzeria favorita de Madrid. Era mediodía de domingo, no recuerdo la estación. Sin embargo, sí recuerdo la chica ciega y el chico de las piernas extrañas que se sentaban a mi lado, y digo piernas extrañas porque cuando se levantó del taburete me di cuenta de lo cortas que las tenía. Pero lo que importa sucedió antes, a lo largo de su conversación que escuché con una mezcla de curiosidad y creciente temor (no podría llamarlo de otra manera) al descubrir que la chica, poco a poco, poniendo como excusa una cama que tenía de mover de sitio en su habitación, trataba de convencer al chico para que fuera a su casa, temor confirmado cuando él habló sin venir a cuento de su novia... Ah, ¿tienes novia? La voz sonó quebrada y ahí se apagó ella, como una vela frente a una ventana abierta por donde el viento helado se colara y tambaleara su llama, y daba igual que acabara de mentirle como creía, porque el chico tendría las piernas extrañas, pero de ahí a intimar con una chica ciega como ella, aunque fuera más culta, inteligente, e incluso más atractiva que él, había un abismo, el mismo –pero eso lo añado yo– que en una noche de sábado los hubiera separado de no mediar su ceguera.

12 de junio de 2006

Oasis

Hay un parque cerca de donde trabajo. No posee una desmesurada belleza, pero durante mi descanso de mediodía se convierte en un lugar que exhala poesía, tal vez por el contraste con los espacios cerrados, opacos, donde me muevo el resto de la jornada laboral. Y es ahora, en primavera, cuando se revela más esquizofrénica la aceptación de esa realidad que me reduce a esto que no soy, que nada tiene que ver con lo que me define. Los oasis me revelan la crudeza del desierto, y es así como ese parque, las calles del centro bañadas por la luz del ocaso o el abrazo de mi chico después de hacer el amor, me hacen dolorosamente consciente de las horas de metro y oficina, eso que suele llamarse –siempre me resulta demoledor– tiempo perdido.

Por eso escribo casi a diario desde la oficina, para abrir una ósmosis entre mis dos mundos, mis dos tiempos: el libre y... el que no lo es.

9 de junio de 2006

8 a.m.

Aprender lo cotidiano, ese olor de nuestra habitación que es mezcla de pieles, aliento de amor, la luz que irrumpe cuando subo la persiana, la distancia entre la cama y la puerta, el número de pasos que me separan del baño... espacios, dimensiones en las que me reconozco, abrir la nevera y sacar fruta, yogur y zumo para el smoothie que cada día preparo sabiendo que luego, cuando te levantes una vez me haya ido, te beberás tu parte, y puedes creer que cuando tapo el recipiente con papel albal estoy pensando en ti, queriéndote un poco más, y cuando entro de nuevo en el dormitorio para coger mis cosas y vestirme, me detengo un instante en tu rostro escondido en la almohada, tus piernas al aire, ese pedazo de tu espalda que descubre la camiseta arrugada, y en mi beso de despedida absorbo el calor, la humedad de tus labios para llevarte conmigo hasta la tarde, cuando vuelva a girar la llave que ahora, al comienzo del día, te deja atrás.

7 de junio de 2006

aicilA

Te preguntarás por qué no antes, cómo es que aún no he hablado de ti en este blog (porque sé que me lees, amiga), pero no es cierto, seguro que reparaste en ese beso a la puerta del instituto que mencioné una vez, y es que el primer beso nunca se olvida como tampoco se olvida el primer amor, y los dos sabemos que yo fui el tuyo, y que tú (me disculpo, ya sabes) no fuiste el mío a pesar de lo que entonces creía, tan torpe a mis dieciocho años, y aunque lo deseé no era cierto, y fue después, una vez las heridas cicatrizaron lo suficiente, cuando te vi en tu grandeza, tu lucha con la vida, tu locura desatada que casi te arrastra a la barra de aquel albergue juvenil en Brujas, ya teníamos veintiuno (bueno, tú veinte) y aquel, nuestro primer viaje de interrail, tocaba a su fin, con sus monstruos cruzando el cielo de Copenhague y tú y yo de la mano tendidos sobre la hierba húmeda temblando de incertidumbre, a punto de besarnos, y sin embargo fui capaz de decirte sin palabras que lo femenino lo prefiero para la amistad, y tal vez por eso ahora, diez años más tarde, eres lo que Horacio llamaría mi doppelgänger (¿te acuerdas?), ay de ese Rayuela que marcó aquel viaje y tanta vida por venir... vives lejos, hace años que vives tan lejos, y sin embargo al vernos en esas citas improbables pero que –milagrosamente– se acaban cumpliendo, te reconozco en tus ojos de lúcida y loca, ojos de Maga al borde del abismo que sin embargo cuida y sabrá cuidar tan bien de su bebé, esa hermosura que sólo conozco gracias al email y que ojalá, muy pronto, pueda tener entre mis brazos y decirle: qué guapa eres, como tu mamá...

Foreign love

At León's request...

Foreign love,
love in the middle of a nuclear war,
love so sweet it hurts,
love so pure it may wither
if it is thought of,
for an eternal second
everything will flow
as if you were the meaning of my life,
you my foreign love,
your scent dignifies
the rubbish of existence,
the stillness of your shelter
will be my everlasting ideal.

6 de junio de 2006

Amor extranjero

Amor extranjero,
amor en medio de una guerra nuclear,
amor tan dulce que duele,
amor tan puro que puede
marchitarse si se evoca,
por un eterno segundo
mi mundo dormirá en tus labios;
tú, mi amor extranjero...
tu perfume dignifica
la peste de la existencia,
la quietud de tu cobijo
será mi perenne ideal.

Recuperado en mi mudanza reciente, escrito originalmente en inglés (Ohio, mayo 2001)

Octubre 2004

Miércoles, nueve de la noche, cuatro días y un desengaño, se llama –se llamaba– Gaël, y todo ha quedado en aceleración de latidos frenada por su miedo a que un capricho de unos días, extranjero y lánguido, durase algo más, y esto sucede en París, sí, qué mejor lugar para enamorarse... pero qué ignorante él, qué lejos de este amante lánguido caer en el sentimiento, yo que vengo de hundirme en el desamor, que aún no sé si toqué fondo, y tú, Pascal (con c, por tu madre catalana) cazas al vuelo mi agonía, mi arrebato que me empuja a los bares cuando el viento penetra la noche, harto de caminar por una ciudad que ya conozco de memoria, afuera el viento y la lluvia y el frío de octubre, frío de pato que dicen por aquí veté tú a saber por qué, y yo en la barra de un bar en penumbra donde casi no te veo pero te sonrío porque hoy no quiero dormir solo, Pascal, y me da igual que no seas ni tan guapo ni tan joven como Gaël, me pareces más cariñoso y eso es lo que hoy me importa y por eso flirteo contigo sin remedio, dejo que me mires así, dejo que me pagues la cerveza y hasta dejo que me tomes de la cintura, y cuando te pregunto si todavía habrá metro, tú me entiendes a la perfección y nadie tiene que decir nada porque ya me estás llevando de la cintura a tu casa, tu petit appartement que me encanta cuando entro, y es que mil orquídeas abarrotan el recibidor y un piano decora el salón, y en medio del mundo, tu mundo que hoy hago mío, me encierras en tus brazos y me besas, y sin prisa emprendemos el eterno rito que nos llevará a la verdad de la piel o su mentira seductora, el sueño que llega al alba, la vida desgranada entre tazas de desayuno y mi idea loca de mudarme a tu casa hasta mi partida, a la noche traer mis cosas del albergue, necesito tu pecho estos días, necesito tu ansia por tocarme, por hacerme el amor, y llegará el sábado y me despedirás por sorpresa sentado al piano, esa sonata de Schumann que me estremece y me dibuja en tus estanterías, tu alfombra o la luz que irrumpe en la música y el tiempo, y cuando me digas un adiós que se querría menos definitivo, sabré decirte que no he caído en el amor pero que te recordaré siempre, Pascal.

2 de junio de 2006

Mi vida contigo

Nos espera,
sí,
la poesía:
tantos momentos...

Luces de alba,
calidez en cada surco,
cada cima de tu piel,
el camino,
el atajo a tu centro,
nuestro amor.

Y vendrá el mañana
para negarnos,
y tú y yo blandiremos besos
y a piel desnuda,
desafiando el tiempo,
dejaremos que el mar cubra la arena.

Colmados
y aún sedientos.

Reflexión/inflexión

¿Quién ignora que en cada ataque o crítica a alguien hay un componente de necesidad, de dependencia de quien atacamos o criticamos? Aunque sólo sea por mera negación, lo precisamos para definirnos. Esto, por supuesto, me lo aplico tanto a mí como a quien me tiene como objeto de su sátira, su frustración, su rabia por tener que autoafirmarse continuamente en este mundo donde ser individuo sin más cuesta muchísimo, donde la libertad se gana luchando.

No soy cristiano, carezco de fe. No obro por código moral sino ético, personal. Pero creedme aquellos que no me queréis bien: os entiendo, trato de hacerlo cada día tal y como trato de entenderme a mí mismo. Creo que lo logro en buena medida. Y os juzgo, claro que sí, al igual que me juzgáis a mí, al igual que juzgamos el amanecer o el sabor de los besos del amado, al igual que nos juzgamos en vano en cada uno de nuestros actos. Porque quien diga que no se juzga a sí mismo, miente. O, peor aún, avanza ignorante y ciego.

Y ahora, avancemos. La poesía, la vida, nos espera.

1 de junio de 2006

Fue

Fue escucharte dentro de la casa, abrir la puerta, dejar que me abrazaras, que abandonases lo que estabas haciendo y me llevaras al dormitorio, fue aventar con rabia los zapatos, el pantalón, abrazarme a todo tu cuerpo, habitar el olor que duerme en tu pecho, besar tus labios suculentos como gajos de papaya y olvidar el cansancio, el hastío de la oficina y los ruidos de la calle, y sólo escucharnos a ti y a mí haciendo el amor, fue cabalgar entre tus piernas, ventear mi mente y ofrecer mi desnudez para tu goce, el grito abismal, desplomarnos como el cielo se desplomaba sobre la ciudad y lentamente oscurecía y nos arrastraba en suave cadencia hacia la noche, el sueño.

Fue amarte más que nunca, menos que mañana.

Confesión

Suele golpearme el recuerdo de tu ramo de rosas, tus veinte hermosos años gritando de amor, estallando como aquella primavera en el Midwest, como lo nuestro, y es que lo habías guardado en el maletero para que no lo viera y sólo me lo entregaste al final, en esa esquina a una manzana de mi casa donde siempre nos despedíamos, un poco reblandecido ya, pálido, como si todo el brillo de sus pétalos hubiese flotado hasta tus ojos, tus ojos limpios, azul puro, que irradiaban todo lo que sentías por mí y que yo no supe, no pude corresponder hasta que, ya lejos la primavera, volví a mi país y comencé a echarte de menos.

Nunca te dije que tuve que tirar aquel ramo, Little John, en un cubo de basura de aquella manzana que separaba mis dos vidas. No podía hacerle más daño a quien me esperaba al otro lado.