7 de junio de 2006

aicilA

Te preguntarás por qué no antes, cómo es que aún no he hablado de ti en este blog (porque sé que me lees, amiga), pero no es cierto, seguro que reparaste en ese beso a la puerta del instituto que mencioné una vez, y es que el primer beso nunca se olvida como tampoco se olvida el primer amor, y los dos sabemos que yo fui el tuyo, y que tú (me disculpo, ya sabes) no fuiste el mío a pesar de lo que entonces creía, tan torpe a mis dieciocho años, y aunque lo deseé no era cierto, y fue después, una vez las heridas cicatrizaron lo suficiente, cuando te vi en tu grandeza, tu lucha con la vida, tu locura desatada que casi te arrastra a la barra de aquel albergue juvenil en Brujas, ya teníamos veintiuno (bueno, tú veinte) y aquel, nuestro primer viaje de interrail, tocaba a su fin, con sus monstruos cruzando el cielo de Copenhague y tú y yo de la mano tendidos sobre la hierba húmeda temblando de incertidumbre, a punto de besarnos, y sin embargo fui capaz de decirte sin palabras que lo femenino lo prefiero para la amistad, y tal vez por eso ahora, diez años más tarde, eres lo que Horacio llamaría mi doppelgänger (¿te acuerdas?), ay de ese Rayuela que marcó aquel viaje y tanta vida por venir... vives lejos, hace años que vives tan lejos, y sin embargo al vernos en esas citas improbables pero que –milagrosamente– se acaban cumpliendo, te reconozco en tus ojos de lúcida y loca, ojos de Maga al borde del abismo que sin embargo cuida y sabrá cuidar tan bien de su bebé, esa hermosura que sólo conozco gracias al email y que ojalá, muy pronto, pueda tener entre mis brazos y decirle: qué guapa eres, como tu mamá...

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