31 de julio de 2009

Hoy, ahora.


HOY, AHORA ("AUJOURD'HUI, MAINTENANT", EXPÉRIENCE)

¿Te acuerdas de cuando éramos estudiantes?
Quiero decir inscritos
Por la Seguridad Social y las tarifas reducidas
De nuestros treinta metros cuadrados
Por mil cuatrocientos veinte francos
Como prima, el papel pintado despegándose
De esas noches interminables
Espaguetis para diez
Manchas de vino sobre el sofá
Voy pasando los ceniceros
¿Te acuerdas de la distribución de propaganda
A la entrada del parking?
“Ofertas en radios para coches”
De esos golfos que arrancaban BMW
Sin tener las llaves
Luego, un signo con la mano:
“¡Suelto!”
Qué tonto se es a los veinte años
Está claro
Pero qué placer nos daba
¿Te acuerdas?
Siempre llevando la contraria
Nosotros dos contra el mundo entero
Lo que me reafirma
En que todavía somos capaces de hacer lo mismo
Hoy, ahora.

Está claro
También nos hemos llevado bofetadas gordas
De las que quitan la moral y dejan marcas
De ésas que dañan las convicciones
Está claro
No nos han mimado
Mira lo que nos han dejado
Viejos restos de ideologías
Que todos hemos visto plantar
De entrada
Estábamos vacunados contra la esperanza ingenua
El optimismo hueco
Los mañanas mejores
Los días felices
No nos hemos abandonado por ahora
Todavía seguimos siendo intransigentes
Con bastantes cosas
Soñábamos con el peligro permanente
Con tomar riesgos de manera perpetua
Y cuando llega el miedo a la rutina
Las costumbres
El hastío a lo cotidiano
Quiero decirte: “Mira, estamos vivos”
Me da la impresión que eso basta
Para hacer de nosotros debutantes
Hay tantas cosas que aún no hemos visto
Tantas cosas que aún no hemos logrado
Juntos o por separado
Juntos
Hoy, ahora.

29 de julio de 2009

Tocar el deseo

Existen dos dimensiones de sobra conocidas: la realidad y el deseo. Así, hay personas unidimensionales; es decir, aquellas que viven en una sola de las dos. Puede ser por decisión o por imposición, pero existen estas personas y están entre nosotros. Abundan más las primeras, sobre todo las que por decisión renuncian muy pronto al deseo y la realidad les alimenta el poco apetito que tienen. Suelen ser felices, al contrario que las puramente deseantes.

Hay gente, como yo, que tenemos un pie en cada dimensión. Aunque semejante paso cuesta, al menos en mi caso, y es el fruto de un complejo proceso de no aclimatamiento. Yo fui dando bandazos de una dimensión a otra con resultados mediocres cuando no dolorosos. Sólo hace poco descubrí que una correcta proyección del deseo sobre la realidad es el mejor modo de lograr las metas de cada uno, si se tienen. Es un secreto imposible de transmitir. Quienes lo aprendemos, lo aprendemos por nosotros mismos.

Jamás me he sentido más a gusto, jamás he envidiado menos a los seres unidimensionales. He de admitir que, en concreto, los infelices deseantes me han atraído siempre más de la cuenta. Quizá fue una reacción a una primera parte de mi vida profundamente ligada a lo material, sin sueños. Hasta llegué a admirarles. Hoy no, hoy solo admiro a quienes aplican estrategias propias del deseo sobre lo que se puede tocar, y lo transforman para ser felices.

Eso quiero, tocar el deseo.

25 de julio de 2009

Excel, mudanza, etapa

Mudanza forzada, como todas las últimas. Loop de vértigo emocional y físico tras tres años, dos continentes, una relación de amor. Vuelvo al mismo apartamento, tanto mareo e insomnio, tanta intensidad sin fruto para retornar casi al comienzo. Es lo que me puedo permitir, incluso tal vez más de lo que me puedo permitir, pero prefiero el riesgo a la conformidad. Está recién pintado, tiene la misma luz, los mismos detalles que ya entonces me gustaron pese a su reducido tamaño. Lo curioso, además, es que le han sentado muy bien las ideas, los aportes generosamente legados, el paso en definitiva de otros inquilinos que sin duda se sintieron en casa mientras que yo, si lo pienso, estuve de paso como estaba de paso por mi vida. Y eso que allí batí mi record de permanencia. Lo que importa es que ahora sí puedo ‒y quiero‒ dejar mi huella en él.

Miro mi horario para el curso que viene. Hago un excel con clases de mañana y de tarde, un excel donde poner hora a mis ilusiones. Y entonces me doy ánimo y me digo: puedes. Puedes con la uni y el trabajo, ese lunes a viernes endemoniado que se dibuja en la pantalla del ordenador. Puedes con la soledad, el placer efímero, puedes construir un hogar en ese sitio que fue de paso. Puedes, Antonio, con tu historia personal: decepcionante, errática, sin destino. Ahí lo tienes, míralo. Está ahí, ¿no lo ves? Una etapa de dos años, es increíble. Tú pensando en un horizonte de dos años sabiendo además que luego tendrás que encontrar otro porque serás un recién licenciado y tu contador estará a cero. ¿Un máster, en qué, dónde? ¿Una beca que devenga en contrato precario que devenga en empleo satisfactorio? ¿Una muralla infranqueable y la sensación de que también esto fue un error? Tu pasado será tu baza y tu lastre. Tu DNI, Antonio. Tu currículum estrafalario, parcheado. Que España no es EEUU, donde veías a hombres y mujeres de cualquier edad recomenzar su carrera sin temor, sin que nadie les discriminara por haber reorientado sus vidas cuando ya tenían hijos, divorcios, el rostro dividido por arrugas. Cuando tengas tu título les llevarás trece, catorce años, a esos niños que como tú lucharán por salir adelante. Niños con toda la inexperiencia, pero tan intuitivos, tan diestros al timón de sus días.

Miro mi excel, tengo un plan. Al fin, justo a tiempo. Éste es un esfuerzo que quizá valga la pena. La pena. Que valga la mudanza. La etapa. El loop...

21 de julio de 2009

Ella es una estrella

(Osadía) poética

Ella no me esperaba
con su libro de Capote
ni llevaba sudadora roja;
simplemente estaba
allí con su sonrisa.

Hablamos mucho,
ella dejaba calentar
o enfriar
lo que (no) bebía;
yo la miraba
incrédulo primero,
conquistado después.

Ella es la chica,
no podía ser de otra forma.
Ella es una estrella,
¿lo sabe?

Volveremos a caminar en la noche,
caminaremos juntos mucho tiempo
ella,
ella,
y yo.

19 de julio de 2009

Noches

Las noches en la capital son violentas porque nacen de sueños que se embisten. Al día siguiente, al despertar, el vacío puede ser atroz, pero en las horas del vértigo la felicidad está (¿quién lo duda?) al alcance de los labios. En esas horas, el alcohol borra el antes y el después, el ansia y la desolación, y los brillos en las miradas anuncian abismos, y los decibelios nos obligan a acercarnos para escuchar y ser escuchados, y entonces puede que un aroma, tan solo un aroma, abra otro mundo fantástico, quimérico, pero también ese mundo se derrumba tan pronto como el aroma se ahoga en humo, en otros aromas promiscuamente mezclados, y la noche se prolonga de nuevo. Y su sueño.

La capital no es infinita, la noche tampoco. Ambas terminan en un límite, y ahí discurre la vida.

16 de julio de 2009

La misma piedra

Es la primera vez en mucho tiempo (¿acaso diez años?) que ni el sexo, ni el amor, ni cualquier mezcla heterogénea de ambos, son mis emociones dominantes.

Hoy fue solo un simulacro. No fue más que eso: un simulacro inofensivo y breve. Resultó tan fácil fingir lo que no había... Ahora me pregunto si ha merecido la pena. Puede que sí, al menos ha afianzado esta conciencia.

El reto sigue ahí. No basta con ser libre, ante todo hace falta ser inteligente y sensible en la búsqueda y goce de todos los placeres. Claro que nunca se sabe hasta que son consumados. Ése es el problema de los placeres: que cuando nos decepcionan ya es demasiado tarde.

Es obvio que ese reto siempre seguirá ahí.

14 de julio de 2009

Tres dies amb la familia


Señalé hace poco en mi crítica de otro estreno la existencia de una "nueva ola" de cineastas españoles y latinoamericanos empeñados en hacer un cine formalmente riguroso en torno a temas que nos tocan en lo más hondo. Sin concesiones comerciales pero en modo alguno sectarias, se trata de películas que intentan permanecer y cimentar una carrera sólida. Tres dies amb la familia, el debut de Mar Coll, es otra demostración vigorosa de esta corriente que pugna por imponerse entre públicos más mayoritarios a falta de que las distribuidoras apuesten con más fuerza, sobre todo si hablamos de promocionar el (buen) cine español.

Tres dies amb la familia nos cuenta, desde la perspectiva de su protagonista Léa (interpretada por la premiada Nausicaa Bonnín), la forzosa reunión de una familia de la burguesía catalana por la muerte del patriarca de la misma, un octogenario al que ni sus propios hijos soportaban. Mar Coll hace descansar la película en tres pilares fundamentales: un guión modélico, una dirección con pulso, decidida, y unos actores orgánicos que dotan de vida en la pantalla a a sus personajes. Así, las relaciones entre los distintos miembros del la familia, empezando por los propios padres de Leá (los soberbios Eduard Fernández y Philippine Leroy-Beaulieu) y acabando por algunos primos y tíos a los que apenas ha visto y con los que tan poco comparte, se van tejiendo con sutileza, sin prisa, pincelada a pincelada hasta completar un retrato con pocos resquicios para la redención.


Lo que más sorprende, y aún más tratándose de una ópera prima, es la maestría de la directora y guionista para entretejer las tramas de forma que no se anulen sino que se potencien entre sí. Ese móvil sin batería, ese contestador que salta, o la llamada que nunca suena, marcan el drama personal de Léa al tiempo que se revela todo lo no hablado con sus padres, quienes a su vez se encuentran ante el dilema de confesar o no ante el resto de su familia su separación. Además, y en una exposición valiente ya que el guión parte de una experiencia personal de Mar Coll,, contemplamos las vergüenzas y mezquindades de un clan donde solo en los más jóvenes existe alguna complicidad que ayuda a Léa a sobrellevar mejor el calvario que para ella supone responder a las preguntas que inevitablemente surgen sobre su vida mientras ésta se le cae a pedazos.

Sobresalen en Tres dies amb la familia algunas escenas por derecho propio. Una transcurre en un bar de Girona al que las mujeres de la familia escapan durante el velatorio, cuando bailan y cantan esa canción del ramito de violetas con el alcohol como elemento catártico en una escena que es puro cine porque está hecha de miradas y transmite muchas emociones al mismo tiempo. La segunda transcurre en la casa de Léa, cuando su padre la escucha llorar al otro lado de la pared y es incapaz de acudir, preguntarle, consolarla, en una muestra del aislamiento comunicativo que a él le ha sumido en la soledad. Por último, y en especial, la escena de los columpios en los jardines de la masía entre madre e hija es el mejor ejemplo del talento de la directora para, con los mínimos diálogos posibles, plasmar un conflicto profundo y resolverlo sin que eso signifique necesariamente darle un final cerrado.


Cabe destacar, porque es un dato muy relevante dada la calidad con que está rodada la película, que ésta es la primera experiencia profesional para todos los miembros del equipo. Tres dies amb la familia pertenece al proyecto Ópera Prima patrocinado por la ESCAC (Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya, de la que sale la propia Mar Coll) y la productora Escándalo Films, cuyo objetivo es promocionar los alumnos graduados en la escuela. Destaca la directora de fotografía, Neus Ollé, por haber sabido capturar a la perfección los escenarios principales del film como ese tanatorio inquietantemente despojado de toda calidez, o la directora de arte Xénia Besora. Es alentador comprobar que en España se forman autores y técnicos con esta excelencia y que además poseen semejante caudal de ideas. Tal vez la eterna crisis del cine español se superaría desmontando unas estructuras viciadas, el hecho de que siempre son los mismos quienes se llevan el dinero público para hacer la misma basura reprimiendo la efervescencia que sin lugar a dudas palpita en las nuevas generaciones.


Tres dies amb la familia, o la esperanza en el centro de la desolación.

11 de julio de 2009

La flecha del tiempo

Como trabajo para una asignatura, en el quinto año de aquella carrera de la que reniego, acabé estudiando la flecha del tiempo. Creo recordar que había al menos cuatro: la cosmológica, la termodinámica, la electromagnética, y la psicológica. Hoy, en este momento de mi vida, me encuentro luchando contra todas ellas. Porque las galaxias se alejan de unas de otras, la entropía crece, las ondas se expanden, y yo me rebelo contra ese tiempo que mi mente cuenta ya hacia atrás; no es el tiempo que pasa sino el que me queda para ser feliz, para nombrar de una vez y conseguir los objetivos que nunca he tenido mas allá del éxtasis de instantes separados por intervalos vacíos.

Durante los dos próximos años, voy a volver a la universidad para añadir otro título a mi currículum y así arrinconar el otro, empujar al olvido la carrera que elegí cuando no sabía elegir, cuando era demasiado ignorante, demasiado débil. Me espera un tiempo intenso, atravesado por la flecha. Es la enésima vez que inicio una nueva etapa, pero la primera en que decido yo solo, en pleno uso de mi libertad, de mi conciencia fruto del pasado vivido. Sin otros condicionantes, y con los peligros bien a la vista como tiene que ser. Y, sobre todo, una etapa con un horizonte rotundo: trabajar en lo que me emociona.

Queda poco, esto es el preámbulo. A la velocidad que avanza la flecha, si me proyecto en ese vértigo, puedo verme dentro de dos años definiendo otros objetivos, diseñando un nuevo ataque contra el cosmos, la entropía, las ondas, y la razón. Así es mi vida, y supongo que es así como me gusta.

5 de julio de 2009

Dorothea Lange: Los años decisivos

En la Fundación ICO (c/ Zorrilla, 3), y dentro de la programación de PhotoEspaña, se puede ver la exposición Dorothea Lange: Los años decisivos hasta el próximo 26 de julio. La fotógrafa, tras una infancia marcada por la polio que le dejó una cojera permanente y el abandono de la casa familiar por parte de su padre, había recalado en San Franciso en 1918 e iniciado una carrera exitosa como fotógrafa de estudio. Diez años más tarde, en la antesala de la Gran Depresión, da a luz a su segundo hijo fruto de su matrimonio con el pintor Maynard Dixon. Es precisamente cuando los estragos de la economía empiezan a dejar su huella en los habitantes de la ciudad que Dorothea Lange deja la comodidad de su estudio e inicia una etapa trashumante que le daría la fama mundial.


Mucho se ha dicho de Dorothea Lange, y todo es cierto: su empatía por los desfavorecidos, su capacidad para aislar la desolación de una persona en un retrato colectivo, su entrega vital a proyectos que acarreaban dureza física y largos periodos fuera del hogar. De hecho, en 1935 se divorcia de su primer marido y contrae su segundo matrimonio con el Profesor de Economía en la Universidad de California Paul Schuster Taylor, quien comparte su aventura documental de entonces en adelante. Es en 1936 cuando logra la fotografía que le hizo famosa: el retrato de una mujer migrante con tres de sus siete hijos. Las sequías, las tormentas de polvo, y los cambios de la producción agrícola, acabaron con las ilusiones de miles de americanos arrastrándolos literalmente a la carretera en busca de otro lugar donde sobrevivir. Dorothea Lange estuvo allí para que el resto del mundo lo viera.


Invariablemente, la fotógrafa completa el paisaje de un país en proceso de pauperización con cada viñeta donde personas con la mirada extraviada, cargada de sufrimiento y desesperanza, sobresalen de sus sombras sobre aceras, tierras, caminos polvorientos del país de las oportunidades. En ciertas ocasiones, se trata de reportajes que encarga el gobierno para mostrar sus planes de salvamento económico. Sin embargo, en 1942 ocurre lo contrario. Tras el ataque japonés a Pearl Harbor en plena Guerra Mundial, el gobierno estadounidense decreta el envío a campos de refugiados de todos los ciudadanos de origen nipón. Lange deja su beca Guggenheim y se lanza a fotografiar ese éxodo obligado de unas personas inocentes. Negocios que cierran, casas vacías, despedidas en las calles de quienes ya marchan en camiones y los que lo harán al día siguiente o al otro. Solo años más tarde se hicieron públicas las fotografías que denunciaban la inútil venganza del gobierno contra Japón, ya que el ejército las censura.

 

Acabada la guerra, los últimos veinte años en la vida de la fotógrafa estuvieron marcados por una mayor estabilidad vital y varios problemas de salud hasta su muerte en 1965. Pero la exposición en Fundación ICO se circunscribe a esos "años decisivos" que constituyeron la caída y posterior auge del imperio favorecido finalmente por esa II Guerra Mundial tras la que el mundo nunca fue lo que era y Estados Unidos impuso su hegemonía en el nuevo orden económico. Años que Dorothea Lange retrató en su versión más cruda: aquella que no esconde a las víctimas, quienes perdieron los mejores años de sus vidas durante la transición entre dos épocas.


Dorothea Lange: Los años decisivos, una mirada de ser humano a ser humano en el corazón del dolor.

3 de julio de 2009

Vida de una fotógrafa 1990-2005

Con solo treinta y un años, Annie Leibovitz fotografió en su apartamento a John Lennon abrazado a Yoko Ono (él desnudo, ella completamente vestida) para la revista Rolling Stone. Lennon quedó impresionado con esa imagen porque mostraba la esencia de su relación, y pidió a la fotógrafa que fuera en portada. Cinco horas después, el cantante moría asesinado a balazos en la misma entrada de su edificio y la portada se convertía obviamente en mito.


No es casualidad, y es que la retrospectiva Annie Leibovitz, Vida de una fotógrafa 1990-2005 (hasta el 6 de septiembre en la sala Alcalá 31, Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid) nos enseña cómo cada una de sus fotos captura de lleno el momento y es a la vez un alarde extraordinario de maestría pictórica. Y digo pictórica, sí, porque la fotógrafa logra con su cámara la penetración de un Goya como por ejemplo en sus retratos de Daniel Day-Lewis o la mismísima Reina de Inglaterra. Así, en la planta de arriba encontramos unos paisajes impresos en gelatina de plata, como todas sus instantáneas en b/n, que demuestran la pasión de Leibovitz por la pintura como ella misma rubrica con sus palabras cuando dice que entiende perfectamente que alguien se pueda dedicar a pintar paisajes toda su vida.


La exposición no tiene un orden aparente. Fotografías de diferentes épocas, diferentes formatos y diferentes temáticas, se suceden en un puzle que solo poco a poco reconstruye la personalidad de la artista ante los ojos del espectador asombrado por semejante ejercicio de desnudez y talento. Se mezclan las fotos íntimas de su relación con Susan Sontag (¿por qué el texto de bienvenida a la exposición persiste en el odioso eufemismo "amiga"?) y otras familiares con las fotos que le han convertido en estrella como la de Demi Moore embarazada o la sobrecogedora imagen de esa bici derrumbada sobre un rastro de sangre segundos después de que un francotirador en Sarajevo abatiera al muchacho que la conducía. Leibovitz condensa la verdad del momento y la expresa virtuosamente, con la discreción de los grandes maestros que desaparecen en su arte. Tiene el poder de animar los objetos (ese robot que parece tener alma), despertar nuestro erotismo (Leonardo Di Caprio en pleno apogeo o Richard Avedon en su arrebatadora senectud), o hacernos voyeurs de intimidades ajenas (Patti Smith cómplice de sus hijos en su sala de estar)...


En una envidiable osadía, Leibovitz llega a imitarse a sí misma y se fotografía embarazada de su primera hija a los cincuenta y un años. Es la prueba de que la vida puede al arte y la necesidad de expresar su felicidad la arrastra a plasmar su idea sin más, al lado de una cama, lejos de la estética de sus fotografías por encargo. Es lógico que Leibovitz afirme que ella no es una fotógrafa de estudio, en el sentido de que no confía en lo que pueda surgir en un contexto tan aséptico, lejos de esos lugares donde discurre la vida de las personas que retrata. Ella, maestra de la composición, la luz o el cromatismo, vierte la pasión de una principiante en sus obras, como ésa en que captura a su amada Susan ante la ciudad de Petra.


Quince años en la vida de una fotógrafa. El amor. El imposible.