19 de julio de 2009

Noches

Las noches en la capital son violentas porque nacen de sueños que se embisten. Al día siguiente, al despertar, el vacío puede ser atroz, pero en las horas del vértigo la felicidad está (¿quién lo duda?) al alcance de los labios. En esas horas, el alcohol borra el antes y el después, el ansia y la desolación, y los brillos en las miradas anuncian abismos, y los decibelios nos obligan a acercarnos para escuchar y ser escuchados, y entonces puede que un aroma, tan solo un aroma, abra otro mundo fantástico, quimérico, pero también ese mundo se derrumba tan pronto como el aroma se ahoga en humo, en otros aromas promiscuamente mezclados, y la noche se prolonga de nuevo. Y su sueño.

La capital no es infinita, la noche tampoco. Ambas terminan en un límite, y ahí discurre la vida.

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