18 de mayo de 2015

DE VECINO A VECINO


Me dirijo a ti con motivo de las elecciones del próximo domingo. En concreto, querría hablarte de Manuela Carmena, la candidata de AHORA MADRID a nuestra alcaldía. Puede que ya la conozcas y pienses votarla. En ese caso, solo debo pedirte que intentes convencer a toda la gente que puedas de acudir el domingo 24 a hacer lo mismo. Es necesario, es útil, es un bien que nos haríamos a todos, incluso a los que van a votar otras opciones políticas. Porque tú y yo sabemos que una Manuela alcaldesa haría de todo Madrid, para todas las personas, un lugar mejor.

Si, por el contrario, no la conoces o no piensas votarla, te pido con la mayor humildad que leas lo que deseo contarte. La candidatura de AHORA MADRID no pertenece a ningún partido. Sus personas han sido elegidas una a una en libertad por todo el que ha querido participar. Manuela es de izquierdas y no lo niega. Quiero contarte que para ella ser de izquierdas es “luchar siempre por la igualdad, tener claro que las grandes mayorías tienen que tener los mismos derechos que las minorías privilegiadas”. Ser de izquierdas es “poner en práctica los derechos humanos”. Y es que Manuela opina que “no se puede ser una persona cabal si no te hiere la desigualdad que ahora vivimos”. Qué cosa tan temible ser de izquierdas, ¿verdad?

Sin embargo, ¿hace falta ser de izquierdas para votar AHORA MADRID? Créeme: rotundamente, no. Los grandes medios y partidos han querido meter miedo con temas como las pensiones y las hipotecas, parece que si no gobiernan ellos, la economía se irá a pique, cuando la única verdad es que quienes han puesto en riesgo nuestro bienestar, especialmente el de la gente mayor, son el PP y el PSOE. Ellos han gobernado durante más de 30 años podridos de corrupción, de despotismo, a espaldas de los vecinos de esta ciudad como tú y como yo. Pondría no una, sino mis dos manos en el fuego, por Manuela Carmena y el resto de personas de su candidatura.  Pero lo que hace falta es poner juntos nuestras manos en la urna donde nos toca votar, con un sobre lleno de la ilusión de una papeleta, la de AHORA MADRID, que nos representa a todos, que nos quiere ver felices a todos, orgullosos de esta ciudad que se ha vuelto sucia, triste, más inhóspita.

Nadie me paga por contarte esto. Soy un vecino tuyo que ha pensado que debía contarte por qué voy a votar a Manuela Carmena y por qué creo que cualquier persona sensible e inteligente debería hacerlo. Si miramos a los ojos de cada candidato a la alcaldía, si de verdad vemos los debates que van a tener lugar justamente entre hoy lunes y el miércoles en Telemadrid y les escuchamos con atención, creo que mis palabras quedarán mucho más pequeñas de lo que ya son cuando Manuela hable y explique su idea y sus propuestas para esta ciudad frente a las ideas y propuestas del resto.

Gracias por leerme, gracias por querer lo mejor para Madrid votes lo que votes.

25 de marzo de 2015

Destruye todo lo que toques

Christian, Bruno y Alex. Había mas chicos en el Gris, pero fue con ellos con quienes hablé y compartí la compañía instantánea, la compresión limitada, un desvío de la vida que nos arrastra más allá de lo predecible, del inminente tedio de los días marcados por alarmas, horas de entrada, de comida, de todas las obligaciones sin las que no podemos pertenecer a una ciudad, a nuestros amigos, a lo esperable de nosotros como personas. Si algo prometen las noches entre semana es (des)esperanza. Repito sus nombres –Christian, Bruno (ex de Christian, aún le quiere, le ha seguido desde Vigo como si fuera lo más normal del mundo) y Alex– porque si no, los olvidaré como he olvidado con el tiempo qué hice, con quién hablé, qué andaba buscando realmente una noche así.


Desde que llegué a Madrid he atravesado épocas vitales necesarias, estúpidas, diversas en todo caso, y el Gris ha permanecido como ese hogar al que volver para sanar del dolor que el mundo me inflige o purgar el daño que yo inflijo al mundo. En el Gris me siento absuelto de mis pecados, allí entiendo mejor y llego a perdonar la condición humana que me ha tocado vivir. El Gris es una elección, incluso caprichosa, aunque no haya otras coordenadas de la geografía emocional marica de Madrid donde me sienta "hallado".

What you touch you don't feel, dicen Ladytron. Mejor no tocar, mejor observar como yo a esos jóvenes borrachos, enamorados, insensatos, desde mi propio dolor, mi comprensión y a la vez mi rechazo por lo que somos. Huimos transitoriamente de lo inevitable y hay momentos en que nos creemos tan guapos, tan jóvenes, tan a salvo del monstruo que constantemente nos acecha. Pero no: el monstruo lo llevamos dentro.



¿Qué me mueve? No he superado el fracaso. Es así de sencillo. No he superado haberme fallado a mí mismo y a la persona que estaba enamorada de mí. Lo vemos en series, en películas, lo vemos en la vida: el amor no suele durar. Y, sin embargo, seguimos creyendo en lo más hondo que la pareja es un concepto posible de supervivencia. Y ahora que he vuelto a descubrir que el amor más hermoso puede no adaptarse a esa convención, soy esclavo de esa otra idea impregnada de comerle a la vida lo que he perdido a fuerza de bocados que no por voraces dejan de ser poco nutritivos para el alma. Quizá mi otra tendencia en malas épocas como esta, la de disolverme en ficciones ajenas metido en la cama y rozar el mundo lo justo, no sea tan desacertada.

Sí, a veces siento que me muevo, a veces recupero antiguas sensaciones de fuerza, de independencia, de felicidad. No están ligadas necesariamente al alcohol o a la noche, puede pasarme en un día luminoso que decido tomar para mí. Pero no perduran, no son la realidad. Todavía.

Estoy solo, ese es mi material de trabajo.

21 de febrero de 2015

Lentitud

Caminando desde Puerta de Toledo hacia Embajadores, el primer tramo de la acera soleada por las mañanas es muy estrecho. Yo había salido a hacer la compra. Un trámite, algo que deseas hacer con rapidez porque no lo eliges, es necesario y poco más. No es un evento que vayas a contar a nadie, no es significativo.

Por esa acera estrecha caminaba una señora mayor. Muy bien arreglada, incluso vestida más como una mujer de cuarenta y pico que como habitualmente lo hacen las de su edad, pero caminaba con lentitud. Mi primer impulso ha sido adelantarla con la mayor educación posible, pidiendo disculpas de antemano, pero determinado a dejarla atrás y llegar cuanto antes a mi destino. Sin embargo, ese pensamiento ha provocado otro de inmediato: "¿Cómo se ve el mundo desde sus ojos?". 

Y ha sido así como, primero, me he detenido y, luego, he comenzado a seguirla a una distancia prudente. A su ritmo, sin que llegara a sentir mi presencia a sus espaldas. He alzado mi mirada un poco más arriba de la altura de mis ojos, he girado mi cabeza hacia la otra acera, hacia el tráfico. Un señor pedaleaba, la luz del sol reflectaba contra el parabrisas de los coches mucho más veloces,  una chimenea de las que salpican el distrito de Arganzuela se elevaba contra el cielo saturado de azul.


Es un tópico lo de la inmediatez en una gran ciudad. Muchas veces ocurre solamente que no somos capaces de transformar nuestro paso, nuestra velocidad de percepción. La lentitud es un valor que cotiza a la baja. Como la vejez, como la belleza natural de lo que ya se marchita. Nos señalan con demasiada claridad nuestro propio declive. Por tanto hay que ser joven y dinámico, los cuarenta son los nuevos treinta, y qué insatisfechos que andamos. Ha sido extraño, sin duda, adaptarme a ese paso que hace discurrir el mundo más rápido. He sentido lo que muchos ancianos sienten: que la vida les deja atrás. Y es que solo hay otros seres que caminan tan despacio como los ancianos: los niños. Y entonces me doy cuenta de que no es casualidad su mirada asombrada, su constante excitación ante lo que les rodea. 

Sé que volveré a recorrer a toda velocidad estaciones de metro, avenidas, pasillos de oficina. Sé que no siempre se puede cambiar el ritmo. Pero también sé que durante cien metros he estado más conectado con el mundo que en todos los kilómetros que devoro cada semana en tránsitos igual de obligados, igual de poco memorables que ese tramo estrecho de acera que arranca de Puerta de Toledo en dirección a Embajadores, con el sol deslumbrante de mediodía en el rostro, con un pedazo de ciudad como cualquier otro quizá, pero que espera ser observado, amado, recordado. 

Y en cada pedazo de ciudad, personas. Y en cada persona, la posibilidad de una lentitud.

18 de febrero de 2015

Prueba y error

Hoy he terminado Canciones de Amor a Quemarropa. Me ha tocado, me ha dejado tambaleando con unas cuantas preguntas y otras tantas respuestas que de tan simples parecen mentira. Pero no, no soy tan distinto de Henry, de Lee o de Kip. Mis necesidades son las mismas: ser amado, encontrar mi lugar, hacer lo correcto... Justamente por ese reconocimiento continuo e intenso con los personajes, me he sentido acompañado en estos días. Sabía que podía abrir la novela donde la había dejado y conectar de nuevo con ese mundo fuera de mi mundo, lejos de Madrid, con otros referentes. Y ahora echo de menos a Henry, a Lee, a Kip, a Ronny, a Beth, a Felicia, incluso a Lucy...Algunos, la mayoría, encuentran la felicidad. Otros no, otros están marcados y no serán capaces de alcanzarla. En todo caso, nada será blanco o negro todo el tiempo. Dicho de otra forma: todos han renunciado a algo, todos han apostado por una clase de felicidad. Y a ella tendrán que aferrarse con toda su fe.

El domingo pasado escribí el primer poema de lo que, espero, será mi nuevo poemario. Tiene un título provisional, tiene un tema central, pero escribir es un acto con vida y no siempre podemos enderezar lo que la mente dicta. Ni siquiera debemos. Eso es lo que más amo de la literatura cuando estoy de este otro lado: dejarla libre, dejar que revele lo que en el fondo quiero revelar más allá de límites previos. Por ahora me toca confiarlo todo a esa impredictibilidad, permitir que el plan se desbarate, seguir los caminos que la razón pone en duda. Mientras me deje llevar, alcanzaré lo que todavía no puedo ver.


Amo GIRLS. Cuando Lena Dunham acierta, te deja paralizado de dolor, de alegría, de chispeante lucidez. El capítulo de este domingo, "Sit-In", ha sido de esos que sobresalen en una serie ya de por sí sobresaliente. Hannah, Marnie y el resto de chicas se enfrentan siempre sin barreras a abismos emocionales que, quienes hemos vivido lo suficiente, hemos sorteado con más o menos fortuna. Los protagonistas jamás tienen certezas absolutas, todo son indicios, señales que pueden malinterpretar, pero eso es todo lo que el mundo posmoderno que habitamos nos permite. Somos incapaces de la coherencia precisa, de la fidelidad tal y como se concebía en anteriores generaciones, la ética ha cambiado y con ella nuestra capacidad de equivocarnos casi a cada paso. Lena Dunham sabe dibujar con un par de trazos situaciones inundadas de interrogantes, de decepciones, de sorpresas maravillosas que nos dan una esperanza efímera. Pero al final estamos tan solos, tan abandonados como los homeless, solo que sin su capacidad para ir por la vida tan desprovistos de todo cuando las circunstancias se conjuran en nuestra contra. En GIRLS no hay lugar para la redención, desde luego no la redención de los protagonistas de Canciones de Amor a Quemarropa.


Son días de prueba y error. Días de no juzgarme más de la cuenta y abrirme a lo que la vida me depara con la capacidad de asombro necesaria. Hay que seguir, avanzar contra nuestros instintos. Todo es ambivalente, todo está ahí esperando a ser descifrado, como una de esas pistas que pueden llevarte o no a resolver un misterio. Merece la pena, pese a todo, porque si el misterio de la vida no lo merece, ¿qué nos queda? Vivir exige destrozar los muros que nos apartan de la improbable felicidad.

Por experiencia, afirmo que los refugios están bien como lugares donde tocar fondo y rebotar con fuerza, con dignidad, con confianza en que los demás no son una masa sino un conjunto de individuos capaces de revelarnos lo más valioso de nosotros, nuestra mejor versión, la más cercana a la que soñamos que seríamos en un futuro que -ahora lo sabemos- se cierne sobre nosotros como un huracán. Pero el destino de todo refugio de la vida allá afuera es la ruina, la reducción a escombros de nuestro miedo y nuestra nostalgia. Permitamos que colapsen y no miremos atrás nunca más.

Dejémonos arrastrar, Qué más da, la ventajas del mundo posmoderno es que podemos cambiarle el decorado y creer que con eso basta, Y nos lo creemos, y con eso suele bastar.

13 de febrero de 2015

Una vez más

- Cuantas más veces haces una cosa, mejor te sale. Y si ya le pones pasión, pues eso…



El chico abandona el vagón de metro interpretando con su guitarra "Have You Ever Seen the Rain?", de Creedence Clearwater Revival. Sigue cantándola mientras sube las escaleras que comunican el andén con el vestíbulo, sin dejar de tocar le dice al vigilante apostado a mitad de camino que ya sale, que no se preocupe. Apenas nadie le mira, solo una mujer que camina a su lado y yo que les sigo. Tras pasar la barrera de acceso, se da cuenta de que su guitarra se ha desafinado y la ajusta tocando las primeras notas de "Everybody's Talkin'", de Harry Nilsson. Es entonces cuando la mujer, que lo ha observado y escuchado en todo momento, le dice que toca muy bien con una sonrisa que se me contagia. Él responde con modestia mientras sus manos continúan moviéndose sobre las cuerdas. Subimos hacia la salida en un pequeño cúmulo improvisado y lo miro alejarse tras despedirse de ella. Se lleva con él la música.

Ando leyendo una novela que me está absorbiendo más y más: "Canciones de Amor a Quemarropa", de Nickolas Butler. Sus personajes rondan la treintena, se conocen desde la adolescencia y sus destinos han sido muy distintos: una estrella del rock, un ganadero, un inversor... El gran tema de la novela es la pertenencia a un lugar, entendiendo por lugar allí donde te reconoces, donde te encuentras, ya sea la creación, el hogar, cabalgando un potro salvaje... Por supuesto que se habla del amor, de la nostalgia, de los deseos cumplidos y no cumplidos, pero la novela pivota sobre la búsqueda o la pérdida de esa 'patria' que podríamos llamar, razonablemente, la 'felicidad'. Me encanta cómo está narrada: las voces de todos los protagonistas reconstruyen su historia saltando en el tiempo, en el espacio, con reposo. Dejando que las palabras fluyan y dibujen miradas, escenas, paisajes nevados de la América rural o ambientes cosmopolitas donde diluirse. Quizá, la auténtica protagonista sea la pasión narradora de Butler.



La patria del muchacho del metro es la música. Habita en ella, no la abandona nunca. Toca y toca y toca, cada vez le sale mejor. Y como la ama con pasión, es capaz de tocar canciones que tocan a los demás, como a esa niña pequeña que se le quedó mirando y que a él le hizo decir (sin que ni ella ni su madre pudieran oírlo ya) cuánto le gustaría tener una niña así. Y es que hay que hacer muchas veces una cosa para que te salga bien, cualquier amor ha de ser nutrido de la misma forma que yo escribo porque solo escribiendo lograré hacerlo mejor y, tal vez, si hablo del chico de la guitarra, de la mujer amable, de la niña pequeña asombrada, de Butler, de Harry Nilsson, de Creedence Clearwater Revival, de patrias sin bandera, podré hacer sonar una nota interna en el lector casual de este texto y hacerle mirar el mundo con más intensidad, más dulzura, más reconocimiento. Escribo porque la literatura es ese lugar donde encuentro mi identidad más resistente a los vaivenes de la vida y su dolor y su alegría y su brutal sinsentido.

Amor a quemarropa, amor del que no te puedes librar.

3 de febrero de 2015

Adiós, Hámster Doo-Wop

Gracias a Juan he conocido la música que un chico bastante importante en su vida creó ya hace unos cuantos años. D (llamémosle "D") es muy joven aún, no llega a los treinta, pero sus canciones pertenecen a una etapa ya pasada en la que dejó explotar su talento. Y sin embargo, fue un talento desperdiciado, desperdiciado en el sentido de que no trascendió, no dio lugar a la ola de emoción que un gran creador tiene la responsabilidad de generar dejando que su obra llegue, alcance, golpee al mayor público posible. Pocas personas han escuchado joyas como esta, dedicada a la muerte del mejor amigo de un niño de nueve años: el hámster Doo-Wop.

 

D es una de esas personas que ha vivido demasiado pese a su juventud. Devorar la vida a dentelladas, recorrer miles de camas, pubs, lugares donde consumirse en la pasión y abandonarse al nihilismo (pueden tocarse, sí), conlleva una enorme dificultad para enfocar la energía en un objetivo concreto y llegar al horizonte donde D pertenece. Algunas canciones como esta se quedaron, pese a todo el esfuerzo y genialidad que supuso darles forma, en discos duros que se acabaron rompiendo, CDs grabables que se perdieron, aunque gracias al amor (no hay que llamarlo de otra forma) de Juan han podido salvarse un buen puñado del que podría haber salido uno de los mejores discos del pop español de este siglo. Pero no, D es un desconocido y sigue buscando su lugar en el mundo.

Yo, por el contrario, soy un artesano. Para colmo, la pereza me ha ganado en demasiadas ocasiones. No he sido constante, también me he abandonado a la vida o, en el peor de los casos, al remolino de mi mente sin que de ello surgiera apenas nada. Si careces del auténtico talento, ese talento que es una maldición, lo único que te queda es el trabajo. Por eso he retomado este blog, por eso voy a acometer en breve la reescritura de una obra de teatro que deseo llevar yo mismo a escena este año, por eso quiero escribir mi segundo poemario y hasta sé cuál será su hilo conductor. Quiero trascender. Pero hay una verdad ineludible: para ello necesitaré extraer lo mejor de mi talento gota a gota. D sólo tenía que encauzar su desbordamiento en formas inéditas de belleza.

D, si algún día lees esto, tómalo como algo cierto.

31 de enero de 2015

Vivir, narrar

Este blog siempre ha vivido en la tensión entre la narración y la vida. Es difícil encontrar un hueco en la sucesión de los días, con sus pequeñas y no tan pequeñas cosas, para contarlas. La clave está en que, precisamente, contarlas resulte tan excitante como experimentarlas. Y en este momento –sobrio, cerca de la medianoche, solo– sí me apetece narrar algunas que de no ser contadas correrían el riesgo de quedar olvidadas. Eso, por desgracia, significaría algo demasiado cercano a no haberlas vividas en absoluto.

Hay un violinista que me cruzo todos los días entre semana de camino al trabajo. Usa una base pregrabada, es atractivo, veintitantos. Me llamó la atención la primera vez, hace meses ya, porque tocaba el tema central de "Juego de Tronos". Parece del Este, tiene ese rostro de rasgos eslavos y esa forma de vestir algo anacrónica. Si alguien pasa por la estación de metro de Alonso Martínez, en el camino hacia la salida desde el abismo de la línea 10 o viceversa, lo encontrará en la hora punta matinal. Tengo la idea recurrente de pararme un día, escuchar un tema entero, echarle una moneda y tal vez entablar una breve conversación con él. Lo contaré aquí si me atrevo.

Algo que me gusta de mi lugar de trabajo es la tercera planta; tras uno de sus ventanales se divisa un paisaje. Es un paisaje de periferia, con edificios de oficina en primer término y más allá un horizonte semihabitado. No es la primera vez que realizo una serie de fotos a diversas horas del día con un mismo encuadre, lo hice sin ir más lejos en mi anterior trabajo, pero esta me gusta más, Lo que me parece interesante de un proyecto así reflejar los cambios de luz, de tiempo, de estación. La tercera planta no es la mía, me gusta escapar en momentos puntuales del día, subir deprisa las escaleras sin que nadie me vea y sentirme ajeno ahí arriba. Pego mi móvil contra el ventanal y saco una foto que, quien me vea, no creo que acabase de entender. A no ser que me haya visto hacerlo más de una vez, claro. En ese caso, puede que haya intuido que precisamente esa repetición es la que da sentido a todo.


Una noche conocí a Michi Pantera. Estaba con el amigo de unos amigos, ellos se habían marchado ya a casa y él y yo consideramos que el domingo noche no tenía por qué haber llegado a su fin y buscamos un bar abierto por Lavapiés a estas horas justamente, pasadas ya las doce. Camareros agradables, buena cerveza, buena conversación. Y de la nada, con una mezcla de aprensión y desenvoltura, se nos puso a hablar un chico bastante inconexo en su discurso, pero del que poco a poco se podía hilvanar un relato. Familia bien, venía con un colocón considerable y desde el primer momento nos echó el cebo de que tenía marihuana que quería compartir con nosotros. Era licenciado en Periodismo y Comunicación por la CEU, renegaba de sus privilegios y al decirle que éramos informáticos nos convertimos de inmediato en hackers antisistema para él. A mí me apodó "Anonfucker" y el otro chico se hizo llamar "Zerocool". Nos narró una historia hipnótica de una conexión intensa y peligrosa que tuvo hace años con una compañera de clase que tenía un novio mayor, ni tan guapo ni tan arrebatador como él (esto lo añado yo), con la que practicaba pequeños sacrificios cuando tenían sexo. También supimos de un viaje por Italia que hizo con ella en el que no durmió durante 72 horas que culminaron en un alucinado baile en una discoteca ibicenca. Sí, acabamos los tres compartiendo un porro de su marihuana, una muy terrible que le habría vendido cualquier africano un rato antes. Allí se despidió de nosotros, cobijados de la lluvia en una entrada de garaje, y entonces fue cuando nos dijo su nombe, entre lo real y lo artístico: Michi Pantera. Le deseo suerte en Londres, parte la semana que viene en principio por dos meses con su novia. Ella pagará todo, él buscará "movidas".

Me han pasado más cosas, pequeñas y no tanto. Seguiré narrando. Soy más consciente de lo necesario que es contar mis historias, detestaría haber olvidado dentro de un tiempo los pedacitos de mi vida contenidos en este post. No dejan de conformar quién soy, qué soy, aquí y ahora.