21 de febrero de 2015

Lentitud

Caminando desde Puerta de Toledo hacia Embajadores, el primer tramo de la acera soleada por las mañanas es muy estrecho. Yo había salido a hacer la compra. Un trámite, algo que deseas hacer con rapidez porque no lo eliges, es necesario y poco más. No es un evento que vayas a contar a nadie, no es significativo.

Por esa acera estrecha caminaba una señora mayor. Muy bien arreglada, incluso vestida más como una mujer de cuarenta y pico que como habitualmente lo hacen las de su edad, pero caminaba con lentitud. Mi primer impulso ha sido adelantarla con la mayor educación posible, pidiendo disculpas de antemano, pero determinado a dejarla atrás y llegar cuanto antes a mi destino. Sin embargo, ese pensamiento ha provocado otro de inmediato: "¿Cómo se ve el mundo desde sus ojos?". 

Y ha sido así como, primero, me he detenido y, luego, he comenzado a seguirla a una distancia prudente. A su ritmo, sin que llegara a sentir mi presencia a sus espaldas. He alzado mi mirada un poco más arriba de la altura de mis ojos, he girado mi cabeza hacia la otra acera, hacia el tráfico. Un señor pedaleaba, la luz del sol reflectaba contra el parabrisas de los coches mucho más veloces,  una chimenea de las que salpican el distrito de Arganzuela se elevaba contra el cielo saturado de azul.


Es un tópico lo de la inmediatez en una gran ciudad. Muchas veces ocurre solamente que no somos capaces de transformar nuestro paso, nuestra velocidad de percepción. La lentitud es un valor que cotiza a la baja. Como la vejez, como la belleza natural de lo que ya se marchita. Nos señalan con demasiada claridad nuestro propio declive. Por tanto hay que ser joven y dinámico, los cuarenta son los nuevos treinta, y qué insatisfechos que andamos. Ha sido extraño, sin duda, adaptarme a ese paso que hace discurrir el mundo más rápido. He sentido lo que muchos ancianos sienten: que la vida les deja atrás. Y es que solo hay otros seres que caminan tan despacio como los ancianos: los niños. Y entonces me doy cuenta de que no es casualidad su mirada asombrada, su constante excitación ante lo que les rodea. 

Sé que volveré a recorrer a toda velocidad estaciones de metro, avenidas, pasillos de oficina. Sé que no siempre se puede cambiar el ritmo. Pero también sé que durante cien metros he estado más conectado con el mundo que en todos los kilómetros que devoro cada semana en tránsitos igual de obligados, igual de poco memorables que ese tramo estrecho de acera que arranca de Puerta de Toledo en dirección a Embajadores, con el sol deslumbrante de mediodía en el rostro, con un pedazo de ciudad como cualquier otro quizá, pero que espera ser observado, amado, recordado. 

Y en cada pedazo de ciudad, personas. Y en cada persona, la posibilidad de una lentitud.

2 comentarios:

Vulcano Lover dijo...

Por razones que conoces, he estado una temporada obligado a ir a esa velocidad para todo... Me dio tiempo de hacer la misma reflexión, y de reconocer esa otra dimensión que adquiere todo cuando vas despacio, y esa conexión con las cosas, diferente e intensa... Es curioso, sí, es muy curioso

Antonio dijo...

¿Tú no echas de menos la época de los blogs?