13 de febrero de 2015

Una vez más

- Cuantas más veces haces una cosa, mejor te sale. Y si ya le pones pasión, pues eso…



El chico abandona el vagón de metro interpretando con su guitarra "Have You Ever Seen the Rain?", de Creedence Clearwater Revival. Sigue cantándola mientras sube las escaleras que comunican el andén con el vestíbulo, sin dejar de tocar le dice al vigilante apostado a mitad de camino que ya sale, que no se preocupe. Apenas nadie le mira, solo una mujer que camina a su lado y yo que les sigo. Tras pasar la barrera de acceso, se da cuenta de que su guitarra se ha desafinado y la ajusta tocando las primeras notas de "Everybody's Talkin'", de Harry Nilsson. Es entonces cuando la mujer, que lo ha observado y escuchado en todo momento, le dice que toca muy bien con una sonrisa que se me contagia. Él responde con modestia mientras sus manos continúan moviéndose sobre las cuerdas. Subimos hacia la salida en un pequeño cúmulo improvisado y lo miro alejarse tras despedirse de ella. Se lleva con él la música.

Ando leyendo una novela que me está absorbiendo más y más: "Canciones de Amor a Quemarropa", de Nickolas Butler. Sus personajes rondan la treintena, se conocen desde la adolescencia y sus destinos han sido muy distintos: una estrella del rock, un ganadero, un inversor... El gran tema de la novela es la pertenencia a un lugar, entendiendo por lugar allí donde te reconoces, donde te encuentras, ya sea la creación, el hogar, cabalgando un potro salvaje... Por supuesto que se habla del amor, de la nostalgia, de los deseos cumplidos y no cumplidos, pero la novela pivota sobre la búsqueda o la pérdida de esa 'patria' que podríamos llamar, razonablemente, la 'felicidad'. Me encanta cómo está narrada: las voces de todos los protagonistas reconstruyen su historia saltando en el tiempo, en el espacio, con reposo. Dejando que las palabras fluyan y dibujen miradas, escenas, paisajes nevados de la América rural o ambientes cosmopolitas donde diluirse. Quizá, la auténtica protagonista sea la pasión narradora de Butler.



La patria del muchacho del metro es la música. Habita en ella, no la abandona nunca. Toca y toca y toca, cada vez le sale mejor. Y como la ama con pasión, es capaz de tocar canciones que tocan a los demás, como a esa niña pequeña que se le quedó mirando y que a él le hizo decir (sin que ni ella ni su madre pudieran oírlo ya) cuánto le gustaría tener una niña así. Y es que hay que hacer muchas veces una cosa para que te salga bien, cualquier amor ha de ser nutrido de la misma forma que yo escribo porque solo escribiendo lograré hacerlo mejor y, tal vez, si hablo del chico de la guitarra, de la mujer amable, de la niña pequeña asombrada, de Butler, de Harry Nilsson, de Creedence Clearwater Revival, de patrias sin bandera, podré hacer sonar una nota interna en el lector casual de este texto y hacerle mirar el mundo con más intensidad, más dulzura, más reconocimiento. Escribo porque la literatura es ese lugar donde encuentro mi identidad más resistente a los vaivenes de la vida y su dolor y su alegría y su brutal sinsentido.

Amor a quemarropa, amor del que no te puedes librar.

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