14 de agosto de 2006

Monólogo I

Esta tarde viajé en el ascensor del Zara: de la 2 a la -1, de la -1 a la 2, de la 2 a la 0, de la 0 a la 1, de la 1 a la -1... ¡Qué placer! Y así hasta que me dio vergüenza y me marché (prometiéndome volver, eso sí). Me encanta, lo admito. El despegue es suave, pero luego la cabina asciende o desciende con rapidez, y como el ascensor es diáfano y las cristaleras del exterior son diáfanas también, me siento diáfana por una vez en el día. Y es que mi oficina (te quedan dos semanas, bonita), el metro, y mi pisito compartido en inmueble representativo (me pregunto de qué, supongo que de mi preciada precariedad pequeño-burguesa), no son nada, pero nada diáfanos. Así que voy yo y a las primeras de cambio me meto en el ascensor y pulso un piso, el que me da más rabia, y me suspendo. Sí, me suspendo: suspendo mi peso (cosas del empuje, las poleas y esas cosas...), suspendo mi voluntad limitándola a ir eligiendo pisos, suspendo mis miedos (es un decir, pero al menos todo lo veo como más... diáfano) y, last but not least, suspendo el tiempo. De esto quería hablar: del tiempo... Es como si una no fuera responsable de qué hacer con él. Me refiero, es como cuando esperamos a que comience una película. ¿Qué vas a hacer?... ¡Esperar! Pues esto es igual: subes, bajas, subes, bajas... Lo único que puedes hacer es pensar con diafanidad. Y cuando una piensa diáfanamente, pasa lo que pasa. Pasa que una sueña, se olvida de lo agobiante, lo aburrido, lo feo... Pasa que no existen muchos lugares así, lugares para soñar, para creer en la felicidad, y por eso me tiré allí toda la tarde y pienso volver mañana mismo, porque cuando una empieza a desear no para, como el ascensor, y cada vez que pulso un nuevo piso nace un nuevo deseo, un nuevo sueño de esos que allá afuera, donde acaba lo diáfano, son imposibles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y en esa diafaneidad me vi, me sorprendí, te encontré.