28 de mayo de 2006

Oportunidades

En esa época andaba en busca de algo. Yo lo llamaba nuevas experiencias. Ahora en la distancia, y aunque no lo asumiera, sé que buscaba amor. También buscaba confianza, autonomía, saber quién era yo después de una relación desilusionante, insatisfactoria. Estaba desorientado, pero con ganas de comerme el mundo. Naufragaba en una extraña euforia vital. En resumen: buscaba.

Yo pasaba la navidad en casa de mis padres. Era la noche del veinticinco, sábado, y la primera vez en muchos años que salía por el ambiente de mi ciudad natal. Lo hice solo, ya no tenía amigos gays en Zaragoza. Sigo sin tenerlos. Bueno, sólo uno que no suele estar las pocas veces que vuelvo. Fue por eso que llegué demasiado pronto, a medianoche. Aunque mis padres –más bien mi madre, pero ya sabemos cómo funciona eso– sabían de sobra adónde iba, no era cuestión de añadir más sordidez o incertidumbre partiendo de madrugada. De todos modos, quizás fue mejor así. Me dio tiempo a entrar en calor. Recuerdo que llegaste a eso de la una y pico. Había otro chico con el que me llevaba mirando un rato. Joven, como tú. De hecho hablé con él antes que contigo, pero no pasó nada y un me voy al baño sirvió para separarnos. Tú, en cuanto te diste cuenta de que estaba solo otra vez, te acercaste. Yo ya llevaba tres vodkas con limón y, tras una o dos frases bobas y previsibles, te besé con todo, y hubo algo en ese beso, en las risas que se mezclaron con la saliva y el alcohol, que me impulsó a decirte que quería estar contigo a solas, conocerte, y que eso no significaba que al día siguiente no fuéramos a vernos, y al otro, y al otro... Y tú, como si no te sorprendiera, asentiste, te despediste triunfalmente de tu grupo y me llevaste de la mano hacia tu casa, no sin comernos de nuevo a besos varias veces durante el camino.

Compartías piso. Tú estabas acabando Turismo, y habías trabajado a intervalos en el Corte Inglés para sacar un poco de dinero ya que a tus padres tampoco les sobraba. Eras de Huesca, de un pueblo cercano a la capital, y cantabas y bailabas jotas. Eso me fascinó, lo asumo, y todavía más cuando me enseñaste aquella foto en la que salías tan guapo, con cachirulo violeta. Y fue entre historias y confidencias bajo la manta que hicimos el amor durante horas. Tu cuerpo me volvió loco, y volqué en mis manos, mi boca, mi piel entera, las ganas de sexo que arrastraba de lejos, de tiempos en que no era posible y de tiempos más recientes, y tú disfrutaste mucho, tanto que me pediste que me quedase, que nos viésemos al día siguiente, que te dejase dormirte abrazado a mí.

Al despertar, Óscar, algo pareció haber cambiado. Lo noté en tus ojos, y aunque hicimos el amor, fue más bien como si quisieras aprovechar aquel momento para recordarme antes de lo que pudiera venir, y cuando me preguntaste –fingiéndote apenado– si no te iba a dar mi móvil, supe con certeza no lo ibas a usar. De hecho, cuando te respondí que en vez de dártelo prefería que quedásemos directamente para esa misma tarde, te hiciste el tonto y acabaste apuntando mi número. Fue por eso que te pedí el tuyo y dejé tu casa lleno de vida pero auténticamente triste.

Me habías dicho que me llamarías el lunes, y ni siquiera respondiste a ese SMS de k tal estas? que te mandé. Suele pasar. Al final decidí llamarte yo y accediste a quedar el martes por la tarde. Recuerdo que estrené toda la ropa que llevaba. Toda. Por si acaso, como si no quisiera aceptar lo que en el fondo intuía. Fuimos a un café agradable aunque demasiado pijo para mi gusto, algo que en Zaragoza me ocurre a menudo. Y allí me contaste que tu vida era un lío, me hablaste de ex-amantes de ida y vuelta, de problemas familiares, de que tal vez un día te arrepentirías pero que era mejor que no nos viésemos. Yo te dije que vivía en Madrid, que de todas formas poco nos íbamos a ver, que no tenías por qué agobiarte... No valió de nada, y verte tan guapo y tan modosito con tu jersey marrón, tus vaqueros nada fashion y tus zapatos, me ahogó, me encogió literalmente el pecho. Y nada más desolado que nuestro apresurado beso "de despedida" en plena calle con todo tu temor de que unos tíos tuyos que vivían al lado te viesen conmigo. En el autobús de vuelta a casa, supe que debía empezar a olvidarte.

En este tiempo he vuelto a salir alguna vez por esos bares, y nunca te volví a ver hasta hace dos meses. Mi amigo, ése que nunca suele estar, se había quedado aquel fin de semana. Demasiado tarde y, sobre todo, demasiado lejos de lo posible, de lo deseable. Te note frívolo, mucho menos tímido que cuando te conocí. Me mirabas incitante, parecía que para ti aquello no había sido más que otra noche o, peor aún, parecía que no me recordabas, que yo era tan sólo un chico que te gustaba, un ligue más. Pero ocurre, Óscar, que estoy enamorado. Tengo un chico que me adora, que me ha hecho conocer todo lo que el sexo significa más allá del instinto, del insaciante desahogo, un chico al que quiero con locura y al que acompaño en cada minuto de su vida. Tú me miraste durante un buen rato, cada vez más intensamente, te cambiaste de bar cuando nosotros lo hicimos, y yo también te estuve siguiendo el juego hasta el instante en que ya ibas a acercarte a mí. Fue entonces cuando me volví, me despedí de mi amigo y me fui sin mirar atrás como si fuese yo el que no te había reconocido.

Y es que hay oportunidades, Óscar, que sólo llegan una vez, aunque ahora crea que lo nuestro, sin duda, fue exactamente lo que debía ser.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

He llegado aqui... de casualidad... y más casualidad me parece que yo también conocí a Oscar.
Hace ya varios años.

Y creo, que en armarios cerrados a cal y canto (aderezados con algo de miedo) hacen que la caobertura del móvil sea bastante mala ;-) porque a mi tampoco me respondió a los sms.

Me alegro de que estes enamorado de otro.

Un saludo!

DeCa dijo...

Dos cosas.

1) La historia coloca a todos en su sitio

2) Sientate en la puerta de tu casa, y verás pasar el cadaver de tu enemigo.

:) Niño, escribes historias que son historias de todo. Siempre, siempre, un placer leerte. De veras.

Anónimo dijo...

Muy bien escrito.

Huele a vida, sabe a vida.

Me queda una duda...

qué hubiese pasado si tú no estuvieses enamorado?

supongo que nunca lo sabremos y que es mejor así...

Vinou dijo...

Muy acertado... Todos hemos conocido a uno, diez, cien (cien? espero que no) chicos así. Pero también nos ocurrió portarnos así a quienes rompimos un pequeño trozo del corazón.

Todos nos quejamos de estos pasotes tan guapos, pero todos lo hemos sido (para ser más cutre: si quisieramos matar a todos los cabrones del mundo, sería una operación suicidio...)

Naxo dijo...

No siempre las cosas salen como desearíamos, ni la gente reacciona de la forma en que nosotros quisiéramos... Y hay personas que no son capaces de distinguir lo que realmente merece la pena aunque lo tengan delante de sus ojos, en su propia cama.
Me ha gustado tu forma de contarlo, creo que describe muy bien lo que es una noche de sábado en Versus, Paradys...
Un abrazo!