A veces les veo en un vagón de la línea 5. Así es el metro... un animal de costumbres, terquedad y misterio. Tienen veintialgo, quizás treinta. Se quieren mucho. Por más que intente acercarme a ellos, nunca logro escucharles. Han aprendido a hablarse muy bajito, y las miradas, sonrisas y besos, hacen el resto. Digo que se quieren porque esas miradas, sonrisas y besos, aparte de múltiples y rebosantes de ternura, constituyen un idioma. Sólo puedo, como cuando veo a los rumanos o filipinos hablar descuidados, sabiendo que nadie les entiende, sentir el hechizo de lo otro, contemplar una tierra que siempre será lejana, esa intimidad de los dos que sus miradas, sonrisas y besos, logran proteger de la impudicia de un vagón de metro en hora punta.
Espero que nunca olviden su idioma.
2 comentarios:
una vez,
en londres,
me sorprendió un hombre
que me desvistió el ropaje
de mi idioma natal.
cosa curiosa, también fue en el tube
Eso nunca se olvida...
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