23 de mayo de 2006

Yo nunca pude hacerlo...

Qué alegría, qué bonito... Estoy borracha... Tengo doscientos años... Vivo en este barrio... Seguid, vosotros que podéis... Yo nunca pude hacerlo... Y tú y yo nos quedamos allí, en medio de la calle, en medio de la vida, en medio de los dos tableros del somier que transportábamos a duras penas desde tu estudio (ése que vio nacer y crecer nuestro amor, ése que has compartido conmigo estos dos últimos meses) a nuestra nueva casa, con mi caricia sobre tu pelo paralizada por esa presencia casi fantasmal de la anciana que ya ha doblado dando tumbos la primera esquina, y te echas a llorar y yo no levanto mi mano de tu cabeza, sólo reanudo mi caricia y trato de decirte a través de las yemas de mis dedos que sé lo que piensas, que yo también odio a todos aquellos que por ignorancia, maldad o sumisión, son responsables de que tantos homosexuales no hayan podido amar, ser persona o, simplemente, acariciar en plena calle a quien aman, tener la libertad de ir a lugares –más allá de apestosos urinarios y rincones perdidos– donde poder a conocer a otros homosexuales con los que, quién sabe, devorar juntos la vida o, al menos, durante una noche inacabable, compartir el sabor del sexo, la ilusión del amor...

3 comentarios:

Naxo dijo...

Qué razón tienes, y qué afortunados somos por poder vivir en libertad, y qué rabia por todos aquellos que no pudieron hacerlo en otros tiempos...
Un abrazo, con los ojos todavía cerrados jaja ;-)

el santo job dijo...

Es muy bonita la idea. Ser libres es en parte la contradicción de no serlo, como no lo fueron tantas y tantas personas.
Me has dejado intrigado con lo de sacarme de mi error =P
Ilumíname!! (de buen rollo)
Un abrazo!!

DeCa dijo...

Es nuestra obligación demostrar al mundo la cotidianeidad del amor. :)

UN beso y suerte.