31 de octubre de 2006

Bruselas


Fueron tornándose movimientos, fotos sueltas que nunca lograrán incluirnos nacidas de la locura de un amanecer, el poso de un regreso que se rebelaba en ansia de un nuevo viaje hacia un destino aleatorio del que sólo sabíamos el origen -aeropuerto de Barajas- y su continente, Europa... y finalmente, resultó ser una ciudad que respira a él por todos sus costados: Bruselas; no era la primera vez que estábamos, León de pequeño y yo en dos ocasiones hace algunos años, pero nunca la habíamos sentido de esta forma, tan múltiple, pujante y viva, tejida de caminos en el tiempo, en la historia, del Renacimiento a lo más contemporáneo, de lo elevado a lo subterráneo, y todo bajo esa luz de un otoño que se resistía a ser invierno, esa urbe que huye de comparaciones afirmándose en un encanto que no se deja ver por una mirada superficial, lastrada de clichés, sino por otra que se deja arrastrar por la sorpresa de encontrar un acordeonista a la entrada de un callejón, como invitando al peatón a buscar, a descubrir, o una joya art-déco resplandeciendo entre palacios neoclásicos, el embrujo de un pequeño parque cubierto de hojas secas tras lo que parecía ser un anodino paso o una cafetería donde apenas asoma el bullicio ocupando el espacio de una antigua fábrica... y nosotros, sabedores de lo improbable de estar allí, dejándonos habitar en movimientos que, como nunca, lo han sido también del alma.

Una nueva habitación en el imaginario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu palabra, querido Antonio, hermosa muestra para evocar la imagen bruselina, bien pintada de otoño, que hubiera querido catar con vosotros