24 de octubre de 2006

Mi mitad del mundo


Corporizarme en tu tiempo, navegar en el océano de tus anhelos, tus desengaños, aprender el precio de ser tú mismo, saber de dónde viene el amor que me derrumba, que me hace vivir tu ciudad como si fuera la mía y me impulsa a regresar, quedarme más tiempo, seguir soñando en Quito. Volviste (en realidad, volvimos) a tu hogar, a los lugares que recorrías en tus noches de adolescente, a tu colegio... Y allí, en el Colegio Mejía, todos te recordaban –a su manera–, y tú, al que muy pocos conocemos de verdad, buscabas tu propio recuerdo, tal vez ese olor (¿lo sientes?, me preguntaste al entrar), esa atmósfera austera y cada vez más añeja, esa sensación irremplazable de que toda la vida está aún por vivir. Caminabas hacia algo absolutamente abstracto que, sin embargo, por instantes se concretaba en la luz difuminada de un aula, la pintada en una pared, o un apretón de manos. Me atreví a hacerte una foto al descuido, arriesgar una metáfora donde sólo cabía el silencio.

Yo también buscaba algo en este viaje, en el fondo buscaba muchas cosas aunque esa búsqueda se me revelara paso a paso más bien como una forma de entender, absorber todo lo que mis sentidos percibían entre tantos y tantos estímulos. Enumerar es imposible, y además inútil. El Ecuador es un país más que diverso: es demasiado complejo. Pero sí que me atrevo a rescatar esa mudanza improvisada el día en que tu madre logró recuperar su casa después de tantos problemas. Y es que entre cajas, muebles, y todo tipo de objetos, aparecieron unos retratos de ti. Me quedé hipnotizado, sentí una mezcla de deseo, nostalgia, cariño... incluso envidia de todos los chicos que disfrutaron de tu exultante belleza antes que yo, lo confieso. Tenía que llevarme esas fotografías, de alguna forma, conmigo.

Por todo eso y por mucho más, no pude retener mis lágrimas en el aeropuerto a la hora del retorno, cuando tu madre me dijo unas palabras que, aunque hermosas, eran innecesarias. Amanda, soy yo quien te da las gracias por haber parido al hombre que me quiere, que me ve, que me hace feliz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

y yo que no te conozco Camborio, te digo que la emoción se manifestó en mi piel, poniéndola de gallina. Leonel, me alegro tanto...

LM