4 de enero de 2006

Una historia verdadera

- Oye, ¿de dónde salieron tus muñequitos de goma?
- Coco ya lo tenía, Peggy ni me acuerdo, y Epi y Blas tienen una historia.
- ¡Cuéntamela!
- Cómo eres, chinito...

Nos besamos, me abrazo a ti.

- En fin... Un día iba en metro, y un chico muy guapo de pelo largo, joven, acompañado de un amigo, se puso a hablar conmigo y me terminó dando su móvil. Su amigo me hizo señas advirtiéndome de que no le hiciera caso, pero de todos modos le llamé al día siguiente y quedamos en su casa.
- ¿En su casa? Ay, pillín...
- Espera, deja que te cuente... Cuando llegué, me di cuenta de que algo ocurría. La casa estaba sucia, en desorden, y él me recibió prácticamente en pijama. Estaba triste, me di cuenta de que sólo quería cariño, calor humano. Poco a poco me fue contando que era jardinero, que no se llevaba bien con su familia y, lo más importante, que tenía depresión... No sé, me dio pena. No lástima, pero sí pena.
- ¿Lo hiciste con él?
- Sí, fue bello. También doloroso. Hubo mucho cariño, ¿entiendes? Hubo amor. Al terminar me dijo que le llamase yo si quería, que después de lo que me había contado creía que yo no querría volver a verle. Le respondí que sí, que le llamaría, pero él no se equivocó. Aquella fue la última vez.
- ¿Y los muñecos?
- Los muñecos... Todavía desnudos, me hizo seguirle a un cuarto lleno de cajas de cartón, y tras rebuscar en algunas de ellas se acercó a mí con Epi y Blas en su mano y me dijo que quería que fueran míos. Yo los acepté, los muñecos eran su regalo de despedida.

Callamos unos instantes, nos miramos.

- ¿Sabes una cosa, amor?
- ¿Qué, chino?
- Con razón me parecían tristes...

1 comentario:

León Sierra dijo...

yo también lo pienso,
su tristeza se parece...



a tus ojos,
cuando
chinas
la mirada...