3 de enero de 2006

Cena de Nochevieja

Te miraba hablando con ellos y creía desconocerte un poco más o, mejor dicho, descubría nuevas habitaciones en tu castillo. Fue como una obra de teatro en la que poco a poco los actores abandonasen el texto y se entregasen a la improvisación, y tú –deja que te diga– estuviste magistral, contrarrestando mi tensión por rodearte de mi familia, mis padres y mi hermano que ya apenas me echan en cara mi desarraigo, esa distancia que interpongo entre mi presente y esta Zaragoza que todavía me duele. Te confieso que, cuando cenábamos todos juntos el otro día, me dio por pensar que esto podría cambiar gracias a ti. Quién sabe qué ocurrirá, pero lo cierto es que al pensarlo me di cuenta de cuánto te quiero ya, de cuánto podré quererte.

Hubo algo que se me olvidó enseñarte y que te hubiera revelado una de las claves de mi dolor: ese cuadro que una compañera de trabajo le regaló hace más de un año a mi madre. Te he hablado de él, es un paisaje que a primera vista no se distingue demasiado de cualquier otro paisaje, sólo que éste se me antoja de emotivo significado: un árbol de tronco grueso, firmemente aferrado a la tierra, se eleva y se bifurca en ramas cada vez más delgadas y leves hacia un cielo que no se ve. El árbol nace en el seno de una claridad, y al fondo mueren las sombras del bosque. El óleo lo pintó ella misma, esa compañera de mi madre que se postulaba como algo más y que lo ha terminado siendo. La dedicatoria caligrafiada detrás del cuadro es también suya, y aún no sé cómo alguien que no soy yo pudo desnudar a mi madre al punto de decirle: lo que necesites, que te venga.

Amor, la próxima vez que vuelvas (que volvamos), te lo enseño.

1 comentario:

León Sierra dijo...

Hombre de poemas: tu dolor te hace bello: tu dolor me duele en ayer, hoy y mañana, comparamos el dolor, comámonoslo.