19 de enero de 2006

Arte y vida (II)

Es irresistible, surge con las misma urgencia con la que a veces abro la nevera en busca de lo que sea o necesito enviar un SMS que diga Te quiero. Siento un seísmo que crece en intensidad, algo que nace aún sin forma pero con potencia de todo. Entonces sólo puedo levantarme, agarrar mi guitarra pasándome en el mismo gesto la bandolera sobre mi cabeza, tomar la púa entre índice y pulgar y rasgar las cuerdas. En ese instante calla el hombre y habla el poeta, ¿de qué otra forma describir mi desdoblamiento, mi emoción que empuja el aire y prende fuego a mi sangre, mi arrebato que anula pasado y futuro arrojándome al presente eterno? Música, una canción... vida, orgasmo que se prolonga al dar cuerpo a esas nuevas melodías, inflexiones y rupturas de una voz que quiebra lo que antes no era más que silencio. Vida en el instante en que hago arte, arte que me hace comprender el arte, como las canciones de otros músicos que en otros lugares, otros tiempos, derramaron en notas su vida.

Por eso necesito más vida, para hacer de mi arte algo poderoso y único.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La vida secreta de las inspiraciones...
Ayer, en un reportaje, veía cómo los antiguos egipcios momificaban a los muertos. En concreto, en lo referente al cerebro, que, inconscientes de su función, extraían a través de la nariz, previa conversión en papilla con un rudimentario batidor que causa verdadero espanto imaginar. Y sin embargo, la creación, la inspiración, residen ahí, cuando aún hay vida al menos. Y es imposible pensar que un mecanismo con más conexiones que estrellas hay en el universo, capaz de crear ese río desbordado de la inspiración, vibrante e imposible de detener, que tan magníficamente describe De Laclos, resida en esa materia de volumen limitado, blanda y frágil como un delicado flan chino. Pero todo indica que es así. Y cuando de alguna forma percibimos que ese ente, complejo pero a la vez vulnerable, es capaz de crear con la fuera de un sol, para perdurar con la edad de la humanidad, es difícil no caer en el borde del abismo de la incomprensión. Así es el cerbro, incapaz de contenerse a sí mismo...