11 de enero de 2006

Siempre

Bombea vida
la poesía,
un poema estalla en mis venas
y quiero que naufragues en él;
entre tú y yo...
tengo que contarte algo,
ya no puedo soportar
esta conciencia,
este grito ahogado cada día:
mis deseos morirán,
y los tuyos,
como morirán mis sueños,
morirá el hombre que amo,
morirá mi madre,
ella que me dio la vida
(sí, la que bombea en mis venas
la poesía),
morirá mi cuerpo
(sí, éste que aún es bello...
tócalo, huélelo, muérdelo),
morirán mis canciones,
¡este poema morirá!...
morirá todo lo que soy
como muere este segundo,
siéntelo, vívelo, bébetelo
porque ya muere;
lo dijeron otros antes,
poetas, visionarios, hombres...
sí, lo sé, pero hay algo:
siempre se olvida,
siempre,
siempre el río del tiempo
arrastra lejos el miedo,
el miedo a la muerte.

Siempre.

6 comentarios:

León Sierra dijo...

ya están mis dedos en las sombras, bordeando el ocaso, reteniendo el tiempo, palpándolo...

Anónimo dijo...

La existencía palpita. Y es un misterio su voluptuosidad. La no existencia también va implícita en la existencia. Y, por ello, en la vida, la propia muerte. Sentir es vivir, y también un poco morir: al menos, dejar rastro en el universo de una vibración que, alguna vez, fue tuya. Te aseguro que el universo no muere. Y tampoco olvida...

Anónimo dijo...

No sé si muere el universo o no, pero sí los individuos... Y dejemos lo que dejemos tras de nosotros -recuerdos, memorias, fama, testimonios- la ausencia nos impide ser, sentir o comprobar ese rastro. Asumir la muerte como parte de la vida es útil para aprender a vivirla, pero esa muerte sigue siendo horca y olvido, no de los demás -que se aferrarán, si hubo quien nos quiso, a mantenernos en su memoria- sino olvido de nuestra mismidad. Y eso, muera o no el universo, me resulta aterrador.

Anónimo dijo...

Sí, Neverland, la muerte es un precipicio de vacío que causa el más agudo de los vértigos. Acercarse a él con el pensamiento sólo causa efectos secundarios y pocas conclusiones más allá de las que la humanidad se ha encargado de proporcionarnos. Así pues, lo más útil (y también lo más bello) viene a ser integrar la muerte como parte de la vida, pero arrojarnos más bien al precipicio de la vida, ese que tantos bordean sin atreverse a saltar. El vértigo de la vida sí nos da eternidad, aunque ésta quede dentro de nosotros que al final sí que somos mortales. Hay un escaso número de cosas en las que creo. Pero entre ellas está el recuerdo, que siento que sí que pervive más alla de nuestra muerte, como la luz, que viaja intemporal por el universo, mostrándonos la existencia de galaxias que ahora mismo no existen... Y es que el tiempo (medida de la vida y de la muerte) en realidad es relativo ¿no?

Anónimo dijo...

No sé, Vulcano, yo también creo en el recuerdo del que hablas, pero el problema insoluble con el que tropiezo es la imposibilidad del recuerdo de mí mismo. Es decir, en la pervivencia del yo. La muerte como negación no de la presencia de alguien a quien quiero sino como su ausencia frente a sí mismo. No quiero pervivir en el recuerdo de los demás, quiero pervivir en mí, quiero saberme vivo, quiero recordar que he vivido y saber que eso es un imposible me provoca terror. Aunque el tiempo sea algo relativo, su finitud individual es absoluta y eso, personalmente, me hace imposible integrar el concepto de la muerte como parte de mi vida. Me aterra concebir la ausencia de mí mismo, aunque suene mezquino o egoísta...

Anónimo dijo...

Es egoista, es mezquino... pero es humano, Neverland, es humano. Yo también lo he sentido muchas veces. El sólo hecho de pensar esa nada asociada a mí, mi no existencia pensada, imaginada por mí, también me ATERRA. Pero me temo que es un peso inherente a la existencia, e imposible de aliviar. El olvido quizás, la superficialidad intencionada... Si algún día surge, podemos hablar de ello.