30 de enero de 2006

Take me out tonight

A menudo revisito ciertos recuerdos, los más intensos, los que perfilaron su límite con el tiempo para sustraerse al olvido y dibujar un país de la memoria, el único del que hago mi patria y me impulsa a arrebatar al tiempo por venir nuevos territorios, nuevos recuerdos a anexar. Hoy he pensado en nuestra segunda vez, John, gracias a ti puedo revivir aquel atardecer de mayo en una ciudad del Medio Oeste americano, aquel lento ocaso en que las fachadas, las señales de tráfico, la tierra donde corrían las ardillas, los árboles de flores blancas, amarillas o violeta, de hojas púrpura, granate o ámbar, cada una de las pinceladas de ese enorme lienzo saturado de colores, resplandecían bajo la luz de los últimos rayos de un día durante el que mi cuerpo te había habitado por anticipado cada segundo, mis brazos se habían aferrado a tus brazos y mis labios habían sorbido tus labios como una semana antes cuando, igual que un cachorro tiembla en el momento de nacer, había contemplado un cuerpo de hombre que se me ofrecía, tu cuerpo, por vez primera, aunque yo, pudoroso por unas circunstancias que hacían de nuestro encuentro algo rayano en lo indecente, sólo desnudase mi pecho que gritaba también por ser contemplado, y cuando aquella tarde te vi llegar en tu coche y paraste en la esquina donde nos habíamos citado, y entré, y cerraste los ojos esperando mi beso, y me dio tanta ternura verte arreglado como sólo un muchacho americano puede estarlo para una noche romántica, yo, resistiendo a duras penas el terremoto que se extendía por mi pecho y empujaba la sangre largo tiempo aprisionada y al fin la arrastraba sin remisión y la hacía estallar por los poros y abrir volcanes en mi piel, posé mi mano en tu muslo y me abandoné al impetuoso amor, John, en la certeza de que podías llevarme tan lejos como tú quisieras si decidías pisar a fondo el acelerador.

No hay comentarios: