17 de enero de 2006

Aquellos Reyes Magos

Eran mis primeros Reyes sin camellos, sin estrella de Oriente. Había escrito, como siempre, una lista de deseos. Saber quiénes eran los Reyes no me iba a echar atrás. Mi regalo más esperado era un Autocross 5 velocidades. No logro recordar qué edad tenía exactamente, pero fueron aquellas navidades en las que la tele no te hacía codiciar otra cosa si eras un niño. Y yo me consideraba un niño. No sé qué pidió mi hermano, creo que mi autoridad le hacía relegar en mí la petición de unos juguetes con los que, al fin y al cabo, jugábamos los dos.

Ya era un impaciente, un chaval inquieto que a día de hoy sigue sin apaciguarse, y no podía aguantar hasta el día de Reyes para jugar con mi Autocross. Claro, esta vez tenía la ventaja de saber que camelando a mi madre (siempre apunté maneras) podría saciar mi ansiedad. Y lo hice. Buscando, rogando, revolviendo todo descubrí que lo ocultaba detrás de unas cortinas. Puedo imaginar mi satisfacción primero, mi duda resuelta en emoción al desempaquetarlo... Sin embargo, lo que perdurará en mí es la decepción al tenerlo en mis manos, el desengaño de esa ilusión creada por los anuncios, descubrir que no brillaba tanto, que no era tan grande como parecía en la tele y, sobre todo, la súbita consciencia que acompañó a ese instante: ya no era un niño.

Ni el calor del abrazo de mi madre, ni sus palabras, pudieron detener mis lágrimas. Sólo un pensamiento me calmó, me ayudó a asumir mis nuevas sensaciones: Rafi, mi hermano, todavía podría jugar con él.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta esta confidencia, monsieur. Somos seres en transformación y, en determinados momentos de la vida, cae sobre nosotros la consciencia del cambio. En el fondo, la metamorfosis también actúa sobre los seres humanos. Un día te das cuenta que la adolescencia quedó atrás, con él quizá la inocencia, otro que la juventud se apaga, que el esfuerzo por sentir la intensidad de la vida se hace cada vez más duro. Cosas que se van y por supuesto otras que llegan. La memoria lo fusiona todo, y nos da esa percepción de nosotros y del mundo, alargada, oblicua, desconcertante a veces, como la mirarda de un ojo sensible a través del agujero de un caleidoscopio.
C'est la vie, mon cher inconnu.

León Sierra dijo...

absolutamente impecable: de un amor desorbitado, la desnudez suprema. No sé cómo lo haces, pero ya las fronteras se acortan, vuelas.