23 de enero de 2006

Cinco razones para (no) hablarme

Me pides, León, que exponga cinco razones por las cuáles no "deberías hablarme". Vaya... Me encuentro con que las razones que se me pueden ocurrir, ya las has ido escuchando desde que nos conocemos y, sobre todo, desde que nos amamos. Sólo porque tú me lo pides, me dispongo a exponer en público mis miserias (o grandezas, vete a saber...):

1. Los lunes leo los resultados de la Liga. Ya sabes, mi amor, que me tira la tierra aunque lo niegue, y necesito saber cómo quedó el Zaragoza. Sé, en el fondo, que esto te encanta.

2. El desorden y –menos, pero aun así...– suciedad en que vivo. Mi razón para recibir visitas (esto te incluye, cariño) es que me obliga a convertir mi pocilga en un apartamento presentable y acogedor. Ya sé que a ti te pasa algo parecido, pero debes de disimularlo tan bien como yo porque tu estudio conlleva para mí la idea de un lugar donde se me puede caer un bombón al suelo y comérmelo acto seguido sin miedo a contraer el tifus...

3. Según mi madre, siempre me canso de las cosas. Me pasaba de pequeño con los juguetes: a los dos días ya andaba jugando con la caja una vez había destripado el mecanismo del coche o del muñeco correspondiente. Acaso con las personas haga lo mismo, me dice ella, y la caja sea la ilusión intacta por una persona por conocer.

4. Mi castillo, amor, mi castillo... Ese delicado entramado de personas cuyo vehemente recuerdo o anhelo me inmovilizaban. Claro que de esto te diste cuenta muy pronto, y con sentido y sensibilidad te hiciste con un hueco (¡y qué hueco!) ayudándome a depurar estancias que ya olían a rancio. Gracias por tanto.

5. Para terminar, pese a tantas y tantas conversaciones, tan necesarias, tan a pecho desnudo, en madrugadas o amaneceres, en cada lapso que nos regala el amor, me ocurre que en vez de tus palabras suelo preferirte en tu mirada que sólo refleja mi belleza, ese brazo que me toma de la cintura en la calle, esa mano que se desliza bajo mi vientre en un restaurante o en un museo y, sobre todo, tu aliento mezclado con el mío cuando nuestras bocas se encuentran... Te prefiero en tus actos, te amo por ellos. Y por tus palabras. Te amo por cualquier cosa.

3 comentarios:

Al fin solos dijo...

joe...si alguien me hablara así, no podría encontrar razones para que deje de hacerlo...es maravilloso!

Vulcano Lover dijo...

Retratas también mi infancia, De Laclos. Yo también me hartaba pronto de las cosas. Incluso a veces de las personas. Era el ansia de vivir siempre estrenando, viendo con ojos de novedad. Cuando me hartaba de los juguetes, sin embargo, venía lo mejor, porque entonces comenzaba la imaginación a trabajar. Y, saliendo del escondite de mi timidez social, conseguía involucrar a todos los niños de la vecindad para hacer una obra de teatro, un guión de cine o una comedia musical, que, claro, siempre escribía, dirigía y protagonizaba yo... ¡¡¡Qué cosas salieron de aquella cabecita mía!!! A aquellos niños, siempre le parecían extraños mis juegos, supongo que porque les parecía absurdo y salido de donde teóricamente no podía salir material de juego alguno. Y sin embargo, era la excepción de mi vida infantil, conseguía que al final, se interesasen... !Qué años aquellos! Y qué olvide después!!!

León Sierra dijo...

Gracias, Amor,
eres mi hombre.