25 de mayo de 2009

Cosas del azar

Hace unos tres años, A y B conocieron a C en una fiesta privada. Ambos se habían sentido más bien desubicados desde el comienzo porque solo conocían al anfitrión y a su novio que valía por dos −a pesar de su estatura y complexión− de tanto que hablaba y se movía. Además, el aflujo de personajes estrafalarios como un trío de trans argentinas, un tipo dispuesto a explicar en detalle su teoría acerca de que todas las personas estamos conectadas a través de los cables telefónicos que llegan a nuestros hogares, o cierta inglesa absurda que simplemente había cocinado un bizcocho incomible, no había hecho sino aumentar esa sensación. Sin embargo, C logró superar ella sola el límite de la perplejidad de A y B. Luego convinieron en que debía de ir puesta de coca hasta las cejas, porque si no era difícil de asumir que una persona se tirara más de media hora hablando de lo "cabrona" que tenía que ser en su puesto de encargada de tienda de moda, de que los empleados "se te subían a la chepa" si no les "ponías en su sitio", y de que ella había llegado allí por su propio sacrificio y nadie le iba a "tocar un pelo". Aprovechando la confusión, casi promiscuidad llegada aquella hora de la madrugada, cuando C pidió disculpas para ir al baño A y B optaron por despedirse a todo correr del anfitrión y su novio hiperactivo y huir de aquel zoo. Luego, camino del búho estallaron en risas imitándola alternativamente que duraron hasta llegar a casa, y fue así como C pasó a formar parte de su particular galería de los monstruos aunque ya nunca volvieran a saber de ella.

El domingo pasado A recibió una llamada para tomar café en casa de D, una amiga muy reciente pero en quien ya ha depositado más confianza que en la mayoría de sus viejas amistades. En realidad, D le conoce muy bien a estas alturas, y él a ella también. Para A, D es sencillamente un amor. Siempre está dispuesta a hacer cualquier cosa por los demás, y la ha conocido en una época muy dura para él en la que poco podía ofrecerle a cambio. A está muy frágil y necesita cariño, dejarse querer, y como D es muy intuitiva sabe que a A le conviene relacionarse con gente, y él también lo sabe y hace esfuerzos sobrehumanos por ser sociable como esa tarde. Había más personas tomando café, entre ellas la hermana de D. Cuando se la presentó, A tuvo la certeza de que se habían encontrado en alguna ocasión. La conversación fluía y ella apenas abría la boca. A tampoco, y es que no dejaba de recorrer su memoria para recordar dónde, cuándo, cómo. De repente, la hermana comenzó a hablar de un disgusto que había tenido en su tienda, y narró con crudeza cómo había tratado a un amigo suyo a quien había conseguido meter de dependiente hacía pocas semanas y que había sido descubierto robando. C le había obligado a firmar una baja voluntaria, y gracias que no le abría expediente porque si no "no volvía a trabajar en su vida". Fue entonces, al escucharle contar todo aquello con cara de auténtica bruja, cuando A reconoció sin lugar a dudas a C. Sí, era ella, esculpiendo de nuevo su máscara frente al mundo y esta vez sin ayuda de la coca. Luego pudo confirmarlo, y por fortuna C no se acordaba demasiado de la fiesta aunque sí de él y su pareja.

A desearía contarle a B que C todavía sigue suelta, en busca y captura por "cabrona", pero todavía no es momento de confidencias así. Por ahora tan solo buscan la forma de simplemente estar, cada uno con su vida en lugares distintos del mundo, y eso es complicado si se pretende ya no herir más ni ser herido. Tal vez este guiño ayudaría, cree A, y se imagina a B riendo a carcajada limpia frente a su pantalla recordando a C, aquella fiesta delirante, aquel camino de vuelta a casa. Ese pensamiento le obliga a esbozar él mismo una sonrisa.

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