26 de mayo de 2008

The Swell Season: The moon

(Ahora que te llegó mi regalo, amor, puedo publicar este post que tenía desde hace días en borrador. No quería darte todas las pistas...)

No me gusta quedarme en la superficie. Nunca. Mi carácter me lo impide, y es por ello que he terminado descubriendo esta maravilla del álbum "The Swell Season" publicado por Glen Hansard y Markéta Irglova con anterioridad a la película "Once".

Algunas canciones, como las extraordinarias Falling slowly (esta versión que enlazo de cuando pasaron por Sundance es una muestra más del amor y ternura entre Glen y Markéta) y When your mind's made up (podría haberse llevado el Óscar en un mundo donde las baladas no tuvieran ese plus de comercialidad), dieron el salto a la película. Otras, como "The Moon", se quedaron sin esa difusión masiva que con toda justicia rompió las barreras naturales de un presupuesto de risa y una carencia de pretensiones ostensibles (no confundir con otras pretensiones, las que toda auténtica obra de arte como "Once" tiene y cumple). Mejor así, pues al goce de escuchar "The moon" se añade el de haber tenido que descubrirla.

Como el tesoro que culminara una fatigosa búsqueda, el secreto que una vez revelado se hace saber para quien lo quiera compartir.

Un dolor lento... que nos despedaza...
Frena, frena...
Deja que los pájaros se junten...


THE MOON

Cut the bonds with the moon
And let the dogs gather
Burn the gauze in the spoon
And suck the poison up
And bleed

Shut the door to the moon
And let the birds gather
Play no more with the fool
And let the souls wander
And bleed
From the soul

A slow hurt.. and it breaks us..
And so down,
Down, down and so plain
So down
When you play some more it seems so
And my friends are past this game
Of breakdowns
And our friends that are lost at sea..
Throw down
And I'll break the wasted space
Slow down, slow down,
If you don't slow down, slow down
If you don't slow down, slow..

Cut the bonds with the moon
And watch the dogs gather

LA LUNA

Corta tus ataduras con la luna
Y deja que los perros se junten
Quema la gasa en la cuchara
Y sorbe el veneno
Y sangra

Cierra la puerta a la luna
Y deja que los pájaros se junten
Ya no juegues a tonterías
Y deja que las almas vaguen
Y sangra
Desde el alma

Un dolor lento.. y nos despedaza...
Y tan hondo,
Hondo, hondo y tan simple
Tan hondo
Cuando juegas lo parece aún más
Y mis amigos ya dejaron este juego
De histerias
Y nuestros amigos se perdieron en el mar...
Libérate
Y surcaré este espacio sin sentido
Frena, frena
Si no frenas, si no frenas
Si no frenas, lentamente...

Corta tus ataduras con la luna
Y mira cómo los perros se juntan

24 de mayo de 2008

Before the devil knows you're dead


Hay películas que desde la primera escena introducen al espectador en una atmósfera, un ritmo, una cualidad difícil de describir y que entronca con narrativas donde lo real se muestra ligeramente desplazado hacia lo irreal. "Antes que el diablo sepa que has muerto" comienza con un coito en tonos grises, quemados, una conversación donde todo lo que no se dice cobra más importancia que lo que se dice, una escena donde el conflicto de ese hombre y esa mujer se presenta con sutileza y rotundidad a un tiempo. Estos parámetros, esta intensidad, se mantendrán sin descanso.

La película, pronto nos damos cuenta, no nos será contada linealmente. Y por una vez la elección no es arbitraria, sino digna de un maestro como Sidney Lumet. Los saltos temporales logran algo que en el caso de un thriller con la fuerza dramática y la profundidad psicológica de este es casi obligado: nos engaña haciéndonos creer que sabemos lo más importante, ese devenir vertiginoso del argumento, para luego, en esos flashbacks deslumbrantes, enseñarnos las entrañas de los hermanos Hanson y su padre para que nos demos cuenta de que esto determina lo otro: sin esa ración de pobredumbre moral y fatalidad, la espiral de violencia que se desata no tendría lugar. Dicho de otra forma, a Lumet la etiqueta "thriller" le interesa menos que la etiqueta "drama", por más que la película sea un goce en ambos sentidos.

Ethan Hawke como Hank (cada vez más en estado de gracia y mi actor-fetiche desde "Dead poets society"), Philip Seymour Hoffman como Andy (sin palabras la maestría de este actor), y el veterano Albert Finney como Charles Hanson (insondable en su papel de padre fracasado y vengador), ofrecen un recital interpretativo de primera categoría. Bien es cierto que sus personajes están dibujados con un detalle del que los femeninos carecen, y quizás por eso el único "pero" a la película sea no haber dotado sobre todo a la mujer de Andy y amante de Hank, Gina, de más peso, pues esa escena inicial a la que aludí parece además apuntar a ello.


Con todo, "Antes que el diablo sepa que has muerto" es una lección de cine en todos sus ámbitos, y sorprende por entero incluyendo ese final absolutamente contracorriente, y más en Hollywood, en el que el Bien y el Mal se confunden, se anulan, quedan reducidos a la nada cuando cada uno tiene su propio concepto de justicia. Y entre tanto, entre disparos, engaños y extorsiones, ofrece un estudio psicológico sin piedad de unos personajes enmbarrados en un destino cruel del que tratan de escapar para solo empeorarlo.

No durará mucho en cartelera, y es una de esas películas-secreto del año. Que conste en acta.

22 de mayo de 2008

Once

Yo no estaba en España cuando esta película se proyectó en los cines. No me enteré de su existencia ni siquiera cuando ganó el Oscar a la mejor canción original por "Falling slowly". Jamás les presto atención a las canciones de los Oscar. Tuvo que ser León, por esa curiosidad suya tan necesaria en un país donde no llega el cine independiente, quien la descubriera y compartiera conmigo su emoción, sus lágrimas por esta joya que me resisto a llamar pequeña porque no lo es aunque lo parezca.

El cine no tiene que ser realista, sino real. Hay películas sustentadas en la fantasía, la épica, o la poética, que nos estremecen por su verdad. "Once", por su concepto, precisaba de autenticidad al límite del documental desde la primera a la última escena para conmover al espectador. Y lo logra. Lo logra a cada instante, en cada mirada, con cada palabra de unos diálogos que no por escasos resultan menos reveladores. Nos creemos a Glen y Markéta, y no porque sean músicos y prácticamente se estén interpretando a sí mismos (eso casi es más un peligro que una ventaja), sino porque el director -John Carney- sabe contar una historia sencilla tras una cámara que siempre, en cada encuadre o plano, muestra exactamente lo que ocurre delante.

Glen y Markéta iniciaron una relación de amor durante el rodaje. No, esto no es prensa rosa, es otra verdad que explica y se explica por la emoción genuina que destila todo el guión, sus interpretaciones, momentos como el ensayo en la tienda de música (ver vídeo al final) o toda la secuencia de la grabación en los que el espectador es un voyeur de esa realidad. Nada es grandilocuente, aquí los personajes no sueltan una gran frase cada cinco segundos. "Once" es la vida, con sus dudas y sus impulsos y sus vueltas atrás. Sus aciertos, sus errores, su discurrir de la mañana a la noche en cada calle, cada ciudad, cada país donde personas como Glen y Markéta luchan por ser felices.

Este film apuesta por la música como hilo conductor, como vehículo de sentimientos hacia dentro y hacia afuera, como banda sonora de unos días donde la vida cambia, donde unas decisíones anulan otras que nos habrían llevado a otro destino; un destino que, no obstante, nunca será el definitivo. "Falling slowly" ganó el Oscar, pero sobre todo ha ganado el corazón de quienes, como León y yo, tenemos ya un lugar en nuestra memoria para Glen y Markéta, para "Once".

A veces el cine puede ser tan sencillo, tan desnudo, que lo profundo se impone sin aspavientos porque sí, por la pasión de un equipo de rodaje que no separa el cine de la vida, porque el cine de verdad es vida. Recordando a otra maestra de lo profundo a flor de piel como Carmen Martín Gaite: lo raro es vivir.

17 de mayo de 2008

Carver y el amor

Yo os diré lo que es el amor verdadero. Quiero decir, os daré un buen ejemplo. Y luego podréis sacar vuestras propias conclusiones. ¿Qué sabemos ninguno de nosotros sobre el amor? Yo creo que tan solo somos principiantes en el amor. Decimos que nos queremos y lo hacemos, no lo dudo. Yo quiero a Tere y Tere me quiere a mí, y vosotros os queréis el uno al otro. Ya entendéis la clase de amor de la que estoy hablando. Amor físico, el impulso que te atrae hacia alguien especial, y también el amor por el ser de la otra persona, por su esencia, diría. Amor carnal y, bueno, llamadlo amor sentimental, el cariño del día a día. Sin embargo, a veces me cuesta mucho admitir que yo también debo de haber querido a mi primera mujer. Y la quería, sé que la quería. Así que supongo que soy como Tere en lo que respecta a eso, Tere y Rafa. Hubo un tiempo en que pensaba que amaba a mi primera mujer más que a la vida misma. Pero ahora, la odio a muerte. La odio. ¿Cómo se puede explicar? ¿Qué pasó con ese amor? Qué pasó con él, es todo lo que me gustaría saber. Ojalá alguien pudiera decírmelo. Y luego está Rafa. Está bien, volvamos a Rafa. Él quiere tanto a Tere que intenta matarla y acaba matándose él mismo. Vosotros lleváis juntos dieciocho meses y os queréis el uno al otro. Se nota, no hace falta que lo digáis. Brilláis. Pero los dos habéis querído a otras personas antes de conoceros. Los dos habéis estado casados antes, como nosotros. Y probablemente quisisteis a otras personas antes de eso también. Tere y yo llevamos juntos cinco años, cuatro de matrimonio. Y lo terrible, lo terrible es, pero lo bueno también, lo que nos salva, por así decir, es que si algo le ocurriera a uno de los dos –y perdonadme por decir esto–, si algo le ocurriera a alguno de los dos mañana, pienso que el otro, la otra persona, guardaría luto por un tiempo, ya sabéis, pero luego el que sobreviviera saldría y volvería a amar, encontraría pronto a alguien. Y todo esto, todo este amor del que estamos hablando, sería tan solo un recuerdo. O tal vez ni siquiera un recuerdo. ¿Me equivoco? ¿Me he extraviado demasiado? Porque quiero que me lo digáis si creéis que me equivoco. Quiero saber, eso es todo. No sé nada, y soy el primero en admitirlo.

Extraido del relato "De qué hablamos cuando hablamos del amor", de Raymond Carver

13 de mayo de 2008

Blur: The Universal

Esta canción cierra "Años 90. Nacimos para ser estrellas". Es epílogo, es recuento, es la última catarsis de la obra.

Yo tenía 20 años cuando esta canción sonaba en las radios, y no sabía nada de la vida. O sí, a lo mejor lo que pasa es que sabía lo fundamental, que los sueños jamás se cumplen, o que si se cumplen siempre existe un final y uno despierta de nuevo a la vida que nos obliga a soñar de nuevo, y a lo mejor era por eso que no quería saber más. Pero luego me lancé a saber y saber y saber... Y lo único que me sirve de todo lo que he aprendido es aquella primera certeza, qué triste paradoja.

Me hace falta un día de la suerte, solo uno. Mi último día de la suerte fue otro, no sé cuál, cuando decidiste que querías devorar el futuro conmigo.

Pero incluso ese sueño cumplido, en algún momento, se interrumpió.

THE UNIVERSAL

This is the next century
Where the universal's free
You can find it anywhere
Yes, the future has been sold
Every night we're gone
And to karaoke songs
How we like to sing a long
Although the words are wrong

It really, really, really could happen
Yes, it really, really, really could happen
When the days they seem to fall through you, well just let them go


No one here is alone, satellites in every home
Yes the universal's here, here for everyone
Every paper that you read
Says tomorrow is your lucky day
Well, here's your lucky day

It really, really, really could happen
Yes, it really, really, really could happen
When the days they seem to fall through you, well just let them go


LO UNIVERSAL

Este es el nuevo siglo
Donde lo universal es gratis
Lo puedes encontrar en cualquier sitio
Sí, el futuro ha sido vendido
Cada noche que salimos
Y cantamos karaoke
Cómo nos gusta cantar una canción
Aunque nos equivoquemos

Podría ocurrir realmente, realmente, realmente
Sí, podría ocurrir realmente, realmente, realmente
Cuando parece que los días te atraviesan, bueno, solo deja que pasen


Aquí nadie está solo, hay satélites en cada hogar
Sí, aquí está lo universal, para todos
Cada periódico que lees
Te dice que mañana será tu día de la suerte
Bueno, aquí está tu día de la suerte

Podría ocurrir realmente, realmente, realmente
Sí, podría ocurrir realmente, realmente, realmente
Cuando parece que los días te atraviesan, bueno, solo deja que pasen


9 de mayo de 2008

"Años 90. Nacimos para ser estrellas": Poética de la catástrofe

Tal vez crees que te estoy hablando de una época
Pero te estoy hablando de ti
Yo también quiero que caigan los aviones sobre mí, yo también quiero que llegue el último día del mundo y me expliquen cómo nacen los niños para olvidarlo, yo también quiero tragarme en una semana toda la filmografía de Béla Tarr desde que ayer asistí a la obra que la compañía La Tristura está representando en El Canto de la Cabra de jueves a domingo a las 21:00h, entre el 1 y el 11 de este mes.

Poética de la catástrofe, sí, de la generación que soñamos en los 90 y fracasamos en el nuevo milenio. Banda sonora de Jeff Buckley, de Los Planetas, con ese Wonderwall que saturó las radiofrecuencias en la escalofriante versión de Ryan Adams. Las Torres Gemelas, la guerra, los fascistas que nos jodieron la vida con la educación que legaron. La capital, las ilusiones de victoria, de triunfo. Habría que sacar todas las obras de arte de los museos, las pinturas y las esculturas, y ponerlas bajo la lluvia, que las zarandee el viento y las arrastren las olas, que el mar las lleve a donde jamás han estado. Las hilanderas de Velázquez en la copa de un árbol selvático, la Venus de Milo plantada en medio de la estepa rusa. La tele, el neón, un micro para decir lo que se siente cuando la prórroga a los 90 reglamentarios ha concluido.


El primer golpe, al estómago. Política pura: dos chicas interpretando a dos chicos, esos que ayer se parapetaban desde el control de luces dejando que ellas (Itsaso Arana y Violeta Gil: soberbias, simplemente perfectas) hablaran por ellos. La Tristura sabe que el teatro es audiovisual, que una canción o un círculo de relleno de almohadas manchado de coca-cola tienen tanta o más fuerza que la palabra. Y qué decir de las estrellas de plata pegadas sobre una pared que más adelante encuentran su lugar poético en la proyección del delirante plano-secuencia inicial de "Armonías de Werckmeister". Pero no andan faltos de palabra Pablo Fidalgo y Celso Giménez, sino todo lo contrario. Exhiben con portento su rabia, su discurso desesperado, esas lágrimas que aúllan su existencia en miradas que traspasan épocas, años 70 y 80 y 90 que son los que albergaron nuestra infancia y adolescencia. No hay palabra que sobre, ni que falte. Hacía tiempo que no presenciaba sobre un escenario unos textos tan demoledores.

Me siento ante la televisión
Y espero una catástrofe
Pero cuando enciendo la tele y no pasa nada
Pienso que hay mucha gente como yo en todo el mundo
Esperando una catástrofe lejos
Una catástrofe para pasar el día
Esos quieren acabar conmigo
Quieren que la catástrofe me suceda a mí
Pasé mil noches a tu lado, sufrías. Pasé mil noches a tu lado y ya no sabía si te cuidaba porque estabas enfermo o si tú estabas enfermo porque yo te cuidaba. Y después de esas mil noches en vela, un día te curaste. Y los aviones caían en silencio, los veíamos en la pantalla del televisor juntos bajo las sábanas picando algo, bebiendo coca-cola y soñando con derrotar a los fascistas. Pero nada fue como soñábamos en Madrid.

La obra, terriblemente vital y elegiaca a un tiempo como corresponde a este mayo de efeméride para reflexionar, termina con algo tan cotidiano que nos ha pasado a todos o lo hemos visto mil veces, mil noches, en un metro, bajo la lluvia o en una pantalla de cine. No lo desvelo, pero a fuerza de verdad, siendo tan simple y por ello tan puro, es la nota que redondea la melodía que estos días sacude El Canto de la Cabra, la melodía de esta perdida generación triunfo.

Los que nacimos para ser estrellas.