31 de enero de 2006

Aprendo

Desde que tengo que utilizar el metro para ir a trabajar, me he propuesto convertir esa hora y pico diaria en algo más que un tedioso recorrido subterráneo. En el metro miro a la gente acaso con más penetración que en cualquier otro lugar. Creo, incluso, que he llegado a verdades íntimas gracias ese voyeurismo que no es sino una mirada a mi propia persona.

Esta mañana, en la marea humana que se agolpaba en mi vagón, reparé al azar en un chico más o menos de mi edad. Inevitablemente, lo primero en que me fijé fue su físico. Digo inevitablemente porque siempre olvidamos que lo esencial es invisible a los ojos, a pesar de que –yo el primero– los que lo hemos leído pongamos por las nubes El Principito de Saint-Exupéry. Lo que importa es que el primer pensamiento que me vino a la mente fue que él no me gustaba en conjunto. ¿Su corpulencia, una cara demasiado anodina? No lo sé, es el tipo de cosas que no tienen explicación. Pero reparé en que su mirada era bella y que, sobre todo, irradiaba un brillo que conservaba toda la inocencia del niño que fue. Y así me cautivó y no pude dejar de observar su rostro que, poco a poco, se me antojaba menos vulgar, y en él iba descubriendo trazos amables, y al descansar mis ojos en sus pómulos, sus labios, sus orejas semicubiertas por el pelo suave, recién lavado, mi sensación inicial pareció negarse.

No es mi tipo, pensé.

...

¿No es mi qué?... ¿De qué me estaba defendiendo? Por suerte, el amor me ha hecho más sensible de lo que era, y cada vez me engaño menos. Yo a este chico podría abrazarle, me respondí de inmediato. Entonces, incapaz de contener la sonrisa me imaginé acercándome a él, sentí el contacto de nuestras mejillas y absorbí el olor –tal vez intensamente dulce– de su cuerpo.

Me escuché diciéndole: qué tierno eres...

No sé si este chico necesitaba que se lo dijera, no sé qué hubiera pensado si lo hubiera hecho, pero sí sé que muchas personas se sentirían reconfortadas si nadie reprimiera esos impulsos que –ahora lo sé– surgen cuando nos tomamos el tiempo de observar a alguien desnudando nuestra alma, tratando de ver lo mejor de ese ser que, como tú y como yo, tiene ilusiones perdidas, trabaja demasiadas horas, disfruta demasiado poco, navega a la deriva en este océano donde olas de amor y sufrimiento se entremezclan en furiosa tempestad sin saber nunca cuál va a abatirnos bajo su peso.

Deja que te diga algo: qué tierno eres...

Tres

Tres, casi cuatro días sin vernos. Tres días que nos han costado porque tú no acabas de desterrar tu tierno, innecesario temor, y yo tampoco logro dominar mi impaciencia. Tres días en que cualquier otro chico era el negativo de la imagen que guardamos el uno del otro, a los que ponemos final tomándonos en un abrazo mudo cuando me abres la puerta de tu casa, y es que no hace falta hablar porque el calor de nuestros cuerpos, la fuerza con que se sujetan y los ojos con que se miran, revelan todo lo que hemos sentido desde la última vez que nos vimos. Yo vengo recién afeitado, lavado y perfumado, he elegido las ropas que te gustan, me he puesto tu cinturón (ese que fetichicé hasta el punto de robártelo) y mis zapatillas medio rotas que –lo sé– te vuelven loco. Vengo a ser tuyo, tuyo como mereces, como he ansiado estos días en que sólo imaginaba este reencuentro, y con toda la pasión pero sin el falso arrebato de las malas películas hemos acabado en tu cama y, como siempre soñé, me has hecho el amor. Tres, tal vez cuatro segundos han separado nuestros gritos y, todavía cálido el semen sobre la piel, todavía la palma de tu mano en mi vientre, he verbalizado un pensamiento: Es mi primera, nuestra primera vez... Me he echado a llorar. He llorado por el tiempo malogrado y por la alegría de recuperarlo contigo ahora. ¿Me explico, sabes lo que quiero decir?, te he preguntado. Tú me has abrazado y has asentido en un susurro. He cerrado los ojos y el silencio era perfecto.

Tu gato se ha encaramado al colchón y se ha ovillado contra mi pecho.

30 de enero de 2006

Te encuentro


En un muro de cemento
olvidé mis pensamientos,
traté de encontrarte allí,
donde el rumor de Madrid,
silencio de tantas vidas
que renacen cada día,
palpita como mi pecho
donde al fin, sí... te encuentro.

Take me out tonight

A menudo revisito ciertos recuerdos, los más intensos, los que perfilaron su límite con el tiempo para sustraerse al olvido y dibujar un país de la memoria, el único del que hago mi patria y me impulsa a arrebatar al tiempo por venir nuevos territorios, nuevos recuerdos a anexar. Hoy he pensado en nuestra segunda vez, John, gracias a ti puedo revivir aquel atardecer de mayo en una ciudad del Medio Oeste americano, aquel lento ocaso en que las fachadas, las señales de tráfico, la tierra donde corrían las ardillas, los árboles de flores blancas, amarillas o violeta, de hojas púrpura, granate o ámbar, cada una de las pinceladas de ese enorme lienzo saturado de colores, resplandecían bajo la luz de los últimos rayos de un día durante el que mi cuerpo te había habitado por anticipado cada segundo, mis brazos se habían aferrado a tus brazos y mis labios habían sorbido tus labios como una semana antes cuando, igual que un cachorro tiembla en el momento de nacer, había contemplado un cuerpo de hombre que se me ofrecía, tu cuerpo, por vez primera, aunque yo, pudoroso por unas circunstancias que hacían de nuestro encuentro algo rayano en lo indecente, sólo desnudase mi pecho que gritaba también por ser contemplado, y cuando aquella tarde te vi llegar en tu coche y paraste en la esquina donde nos habíamos citado, y entré, y cerraste los ojos esperando mi beso, y me dio tanta ternura verte arreglado como sólo un muchacho americano puede estarlo para una noche romántica, yo, resistiendo a duras penas el terremoto que se extendía por mi pecho y empujaba la sangre largo tiempo aprisionada y al fin la arrastraba sin remisión y la hacía estallar por los poros y abrir volcanes en mi piel, posé mi mano en tu muslo y me abandoné al impetuoso amor, John, en la certeza de que podías llevarme tan lejos como tú quisieras si decidías pisar a fondo el acelerador.

26 de enero de 2006

Más allá

¿Qué anuncia el destello contra el cristal?
¿Qué es posible más allá de esta sala
donde un rumor maquinal
es todo cuanto sucede?
¿Quién desea dominar mi animal?
¿Quién me ha hecho creer en esta farsa,
en este hastío mortal
que me duerme lentamente?
Amor, ayúdame a poner final
a este absurdo que ya no nos engaña,
una isla de coral
ya en mis sueños amanece.

Hechizo

Son más de siete años, pequeñita. Desde aquel 19 de diciembre de alcohol y extravío nos ha pasado de todo. Esto tan hermoso podría haber cedido a las tensiones de una vida que nos hemos procurado intensa, lejos de la rutina que tanto denunciamos. Esto tan hermoso se ha construido con llantos contra pechos cálidos, noches estivales de luciérnagas y sueños, mañanas donde la nieve sobre las calles reflejaba el sol más radiante que hayan visto nuestros ojos. Ha habido gritos, histeria y desgarro, ha habido besos que lo eran todo, abracitos hugging, petting o touching, ha habido dos estrellas gemelas que no dejaban de brillar allá en lo alto.

Lo nuestro ha cambiado de nombre para perdurar más allá de mi pulsión, de un imposible no por ello menos deseado, como encontrar en ti el hombre que mi naturaleza me obliga a buscar. Tú, aun cuando no pude hacer otra cosa que inflingirte el mayor dolor de tu vida, sólo me diste amor, puro amor. Y yo, incapaz de sobrevivir sin ti, hice lo que pude para no desgajarme de tu piel, intenté que me siguieras sintiendo algo tuyo, que no dudaras de que sea quien sea que se añada a nuestra lista de amantes (ésa que sólo tú y yo conocemos), seguimos viajando juntos.

Madrid ha sido en los últimos años el lugar donde nos ha tocado descubrir qué podíamos hacer con todo esto que sentimos, pequeñita, al tiempo que descubríamos la ciudad en decenas, cientos de domingos, nuestros domingos... Nos hemos llamado a medianoche y hemos acudido a rescatarnos, nos hemos abrazado en los cines y hemos vuelto a dormir bajo las mismas sábanas por la necesidad de ocupar ese huequito que, lo sabemos, nos está reservado.

Ayer hablábamos del amor, creo que nunca lo habíamos hecho de una forma tan desnuda y lúcida, tan honda. En un momento determinado, te pregunté si tú y yo conocíamos a alguien que sintiera un amor cierto, un amor total donde no cabe el temor ni la duda, y tú, por toda respuesta, me miraste como lo hiciste aquella noche hace siete años, con esa sonrisa, ese destello de locura en tus pupìlas que siempre me invita a abandonarme a tu hechizo, brujita, y yo, al darme cuenta de la ingenuidad de mi pregunta, sólo pude tomar tu mano asintiendo con la cabeza, con el corazón.

25 de enero de 2006

Sueño

Desvisto secretamente las horas,
en mis dedos la posibilidad
de algo que se despoja,
se deja al fin modelar,
soñar en la esperanza de ser cierto,
acaso cuando el mundo sea algo
tan suave, frágil, pequeño
como tu sexo aniñado;
es la oportunidad de nuestra vida
o así lo siento, que más da... ¿no crees?

Mírame como me miras
hasta que asome la muerte.

Razón de amar

Seguir soñando... Sí, recordar cómo era cuando tan sólo te imaginaba y darme cuenta de que aún tocándote, aferrándome a tu espalda y suspirando en tu nuca, mi amor, puedo seguir idealizándote. Porque idealizarte es la única forma que me dejas de entenderte, de entender esto que me pasa. Tal es la hondura de tu hombre, tanto me intimida tu animal en el que reconozco todos los rasgos del mío.

Pienso, pienso... Trato de hallar motivos aunque ya intuya que de nada me vale la razón. ¿La razón de qué? ¿Del vértigo de un beso tuyo? ¿De la aniquilación de mi consciencia cuando tomas mi cintura en tus manos? ¿Del calor de tu cuerpo bajo las sábanas mientras intuimos el frío tras el cristal? No... es como intentar explicar por qué una mariposa se detiene a agitar sus alas sobre una flor y no otra o, también, por qué en este instante decido regalarte un te quiero.

Sólo me queda, entonces, seguir soñando...

24 de enero de 2006

Espacio-tiempo

Lo frágil del espacio-tiempo, intuir que el muchacho del metro, ese que hablaba con sus compañeras del examen de biología que tenían hoy por la mañana, me habría enamorado a los dieciocho, mientras que ahora mi atracción por su ingenuidad, su belleza descuidada, se reduce a la certeza de que ya es tarde. Sus ojos se han detenido en los míos, acaso como yo los habría detenido a los dieciocho en un chico mayor, de esos que ya trabajan, con experiencia en el amor, uno de esos que habría despertado mi morbo si yo hubiera sabido a los dieciocho, pero sólo para fantasear durante un segundo y luego seguir pensando en el chico que me tuviera enamorado, un chico como el del metro de hoy, de mi edad... como yo.

Otras veces lo improbable ocurre, y el espacio-tiempo colapsa en un encuentro entre dos seres destinados a amarse, explotar aferrados de la mano y crear un universo de los dos. Me ha ocurrido hace poco, y el big bang todavía me tiene aturdido. Deseo que, a imagen del Cosmos expandiéndose sin cesar, nuestro universo de amor no deje nunca de crear espacios en el vacío, agujeros negros del deseo, nuevas galaxias con vida efervescente en su interior y cometas que, fugaces, nos perforen con su fuego.

A ti, mi amor, no te pude conocer a los dieciocho. Ni el espacio ni el tiempo nos eran favorables. Casi mejor... no habría sido capaz de siquiera intuir lo extraordinario que eres.

Hagamos del aquí cada lugar, y del ahora nuestra historia.

23 de enero de 2006

Cinco razones para (no) hablarme

Me pides, León, que exponga cinco razones por las cuáles no "deberías hablarme". Vaya... Me encuentro con que las razones que se me pueden ocurrir, ya las has ido escuchando desde que nos conocemos y, sobre todo, desde que nos amamos. Sólo porque tú me lo pides, me dispongo a exponer en público mis miserias (o grandezas, vete a saber...):

1. Los lunes leo los resultados de la Liga. Ya sabes, mi amor, que me tira la tierra aunque lo niegue, y necesito saber cómo quedó el Zaragoza. Sé, en el fondo, que esto te encanta.

2. El desorden y –menos, pero aun así...– suciedad en que vivo. Mi razón para recibir visitas (esto te incluye, cariño) es que me obliga a convertir mi pocilga en un apartamento presentable y acogedor. Ya sé que a ti te pasa algo parecido, pero debes de disimularlo tan bien como yo porque tu estudio conlleva para mí la idea de un lugar donde se me puede caer un bombón al suelo y comérmelo acto seguido sin miedo a contraer el tifus...

3. Según mi madre, siempre me canso de las cosas. Me pasaba de pequeño con los juguetes: a los dos días ya andaba jugando con la caja una vez había destripado el mecanismo del coche o del muñeco correspondiente. Acaso con las personas haga lo mismo, me dice ella, y la caja sea la ilusión intacta por una persona por conocer.

4. Mi castillo, amor, mi castillo... Ese delicado entramado de personas cuyo vehemente recuerdo o anhelo me inmovilizaban. Claro que de esto te diste cuenta muy pronto, y con sentido y sensibilidad te hiciste con un hueco (¡y qué hueco!) ayudándome a depurar estancias que ya olían a rancio. Gracias por tanto.

5. Para terminar, pese a tantas y tantas conversaciones, tan necesarias, tan a pecho desnudo, en madrugadas o amaneceres, en cada lapso que nos regala el amor, me ocurre que en vez de tus palabras suelo preferirte en tu mirada que sólo refleja mi belleza, ese brazo que me toma de la cintura en la calle, esa mano que se desliza bajo mi vientre en un restaurante o en un museo y, sobre todo, tu aliento mezclado con el mío cuando nuestras bocas se encuentran... Te prefiero en tus actos, te amo por ellos. Y por tus palabras. Te amo por cualquier cosa.

20 de enero de 2006

Dudar, amar

Dudar, afilar aristas,
enfrentarme a mis Goliats,
proscribir la burguesía
que asesina a mi animal;
mi hombre se dignifica
siempre que vuelvo a dudar.

Entre idea o acto... ¡acto!
Entre el amor valiente
y una promesa sin plazo,
amor que mira de frente.

¡Amor, sólo el verdadero!
¡Amor, me naces tan dentro!

Y entre todas las dudas
la más bella e intensa, la más pura:
ahora, en este instante...
¿es esto todo lo que puedo amarte?

19 de enero de 2006

Coloso

Tu espalda oculta el sol...
tú, el coloso desgarrando grietas
al empujar su amor
para romper mi tierra;
yo, te deseo cuanto más me aprietas.

Arte y vida (II)

Es irresistible, surge con las misma urgencia con la que a veces abro la nevera en busca de lo que sea o necesito enviar un SMS que diga Te quiero. Siento un seísmo que crece en intensidad, algo que nace aún sin forma pero con potencia de todo. Entonces sólo puedo levantarme, agarrar mi guitarra pasándome en el mismo gesto la bandolera sobre mi cabeza, tomar la púa entre índice y pulgar y rasgar las cuerdas. En ese instante calla el hombre y habla el poeta, ¿de qué otra forma describir mi desdoblamiento, mi emoción que empuja el aire y prende fuego a mi sangre, mi arrebato que anula pasado y futuro arrojándome al presente eterno? Música, una canción... vida, orgasmo que se prolonga al dar cuerpo a esas nuevas melodías, inflexiones y rupturas de una voz que quiebra lo que antes no era más que silencio. Vida en el instante en que hago arte, arte que me hace comprender el arte, como las canciones de otros músicos que en otros lugares, otros tiempos, derramaron en notas su vida.

Por eso necesito más vida, para hacer de mi arte algo poderoso y único.

18 de enero de 2006

Arte y vida

Recuerdo el tiempo en que sólo encontraba la belleza en los libros, algunas canciones, tal vez una película de cuando en cuando. Era muy exigente, esnob sin duda, pero en el arte no podía conceder una sola oportunidad a la mediocridad. Bastante tenía con el día a día. Si tengo que nombrar los primeros ejemplos que me vengan a la mente, diría que La insoportable levedad del ser, One y Léolo vertebraron aquellos años donde brotaron muchas más ramas: Wilde o Cortázar, Suede o Pearl Jam, Allen o Bergman... Siempre desde el desasosiego, la inconformidad, el dolor por una vida que cuesta ser vivida. Hay muchos más nombres, todos tenemos los nuestros a los que vamos incorporando otros nuevos, como yo últimamente he incorporado a Michel Houellebecq, Sufjan Stevens o Michael Haneke. Libros, canciones, películas...

Ahora sigo leyendo, escuchando, visionando. Es sólo que, como alguien dijo ya, prefiero que la vida me enseñe a entender el arte. No a la inversa, nunca ya. Por eso, últimamente dedico al amor –mi forma favorita de vida– una parte importante del tiempo que antes reservaba para vivir lo que otros imaginaron o soñaron.

17 de enero de 2006

León

El amor es caníbal,
lo sé ahora,
has mordido en mi memoria
y has devorado mi alma,
me has convertido en Narciso
y me has lanzado a un viaje
con tantos puertos
como besos derrochamos,
me has bebido hasta la embriaguez
en madrugadas de sexo y relatos,
me has matado en la esperanza
de encontrarme al despertar,
y cuando el amanecer
entibie nuestra desnudez
volver a descubrirme
buscándote de nuevo,
viva tu piel contra mis labios
que no quieren más comida
que tu cuerpo agitado,
hijo del trópico y la poesía,
aliento de piedra y pulpa,
sueño de noches andinas;
me perseguiste con furia
de león enamorado,
yo te huía
porque te temía,
temía caer en tus garras,
ser tragado por tus fauces,
no querer sino ser tuyo,
tuyo
cuando te tengo a mi lado,
tú, yo,
cuando nos imaginamos.

Te amo porque no puedo hacer otra cosa.

Aquellos Reyes Magos

Eran mis primeros Reyes sin camellos, sin estrella de Oriente. Había escrito, como siempre, una lista de deseos. Saber quiénes eran los Reyes no me iba a echar atrás. Mi regalo más esperado era un Autocross 5 velocidades. No logro recordar qué edad tenía exactamente, pero fueron aquellas navidades en las que la tele no te hacía codiciar otra cosa si eras un niño. Y yo me consideraba un niño. No sé qué pidió mi hermano, creo que mi autoridad le hacía relegar en mí la petición de unos juguetes con los que, al fin y al cabo, jugábamos los dos.

Ya era un impaciente, un chaval inquieto que a día de hoy sigue sin apaciguarse, y no podía aguantar hasta el día de Reyes para jugar con mi Autocross. Claro, esta vez tenía la ventaja de saber que camelando a mi madre (siempre apunté maneras) podría saciar mi ansiedad. Y lo hice. Buscando, rogando, revolviendo todo descubrí que lo ocultaba detrás de unas cortinas. Puedo imaginar mi satisfacción primero, mi duda resuelta en emoción al desempaquetarlo... Sin embargo, lo que perdurará en mí es la decepción al tenerlo en mis manos, el desengaño de esa ilusión creada por los anuncios, descubrir que no brillaba tanto, que no era tan grande como parecía en la tele y, sobre todo, la súbita consciencia que acompañó a ese instante: ya no era un niño.

Ni el calor del abrazo de mi madre, ni sus palabras, pudieron detener mis lágrimas. Sólo un pensamiento me calmó, me ayudó a asumir mis nuevas sensaciones: Rafi, mi hermano, todavía podría jugar con él.

16 de enero de 2006

Idea

Incluso ahora, le miro. Le amo.

Ayer, semidesnudos sobre la colcha, yo acariciaba tus muslos y tú los míos. Fui a besarte en la rodilla y tuve esa idea extraña, tan ajena a lo que siempre he pensado y defendido. Aún así te la conté, puse en palabras la certeza de que un hijo nuestro tendría unas piernas preciosas, únicas; seguí hablando, necesitaba hacerlo, y de las piernas fue inmediato saltar al resto del cuerpo, imaginando qué partes serían tuyas o más bien mías, y fue cuando llegamos al rostro que nuestros ojos se encontraron de frente, y en esa mirada fundimos nuestros propios rostros y se perfilaron los rasgos de ese niño. Sé, me consta, que vimos la misma cara. También sé que en ese instante sentimos la posibilidad de esa belleza en nuestras vidas.

12 de enero de 2006

Si fuera posible

Si fuera posible encerrar nuestro amor en una botella y arrojarla al mar, si algún día, dentro de muchos años, tú o yo pudiéramos recuperarla en otra orilla de su olvido en la arena, la abriéramos y bebiéramos de ella, quiero pensar que a quien la encontrara le bastaría con alargar el brazo para darle de beber al otro, y entonces, tras saciarnos de lo que fuimos, de lo que aún seríamos, podríamos volver a llenar la botella y dejar que las olas la arrastraran mar adentro en la esperanza de vivir lo suficiente para hallarla de nuevo, tal vez en otra orilla donde habiendo comprendido el mundo, el amor y el hombre, como Siddhartas del siglo XXI, plantásemos nuestra morada para esperar la muerte.

Pienso en ti estos días, pequeña

Madame de Merteuil ha consentido a petición mía en escribir textos para este blog. Estoy muy feliz de poder compartir el primero de ellos con vosotros:

Pienso en ti estos días, pequeña. No me cuesta mucho esfuerzo separarme contigo de la fila y correr hasta uno de los rincones oscuros de la entrada. Nos quedaremos allí hasta que acabe el recreo y vuelvas a poder ocupar tu lugar en el orden. Mientras, te oiré contar cuentos de princesas enjauladas en estatuas de hierro. Qué retorcida esa estatua del patio. A qué movimiento vanguardista debió de pertenecer. Me pregunto si seguirá allí...

No hemos cambiado tanto, pequeña, ¿te das cuenta? La misma mirada reflexiva, el mismo sentimiento de no pertenencia a este mundo... qué más necesita un psicoanalista para construir un historial... Estos días en los que intento por todos los medios detener el tiempo para no tener que andar cumpliendo obligaciones, se me aparece siempre ese rincón oscuro o ese libro entre las manos, cual historia interminable sin completar. Un alma amable siempre se aparecía, qué debía de pensar ese fraile viejecito al verte solitaria en una esquina... como ahora entre las sábanas tibias de la madrugada, acechando los ruidos de la calle, todavía es muy pronto, todavía quedan unas horas de espacio, de tranquilidad... pero qué poco bienvenidos los pensamientos de “hay que... tienes que...”, acaban por trastornar cualquier espejismo de relajación.

Pequeña mía, tan asustada, me gustaría protegerte, protegernos, hacer que no nos sintiéramos avergonzadas nunca más, nunca más con miedo al fracaso, a la pérdida, a la devastación de la soledad. Te cuido y acuno en mi recuerdo, pequeñita. Han pasado tantos años que podría ser tu mamá...

11 de enero de 2006

Siempre

Bombea vida
la poesía,
un poema estalla en mis venas
y quiero que naufragues en él;
entre tú y yo...
tengo que contarte algo,
ya no puedo soportar
esta conciencia,
este grito ahogado cada día:
mis deseos morirán,
y los tuyos,
como morirán mis sueños,
morirá el hombre que amo,
morirá mi madre,
ella que me dio la vida
(sí, la que bombea en mis venas
la poesía),
morirá mi cuerpo
(sí, éste que aún es bello...
tócalo, huélelo, muérdelo),
morirán mis canciones,
¡este poema morirá!...
morirá todo lo que soy
como muere este segundo,
siéntelo, vívelo, bébetelo
porque ya muere;
lo dijeron otros antes,
poetas, visionarios, hombres...
sí, lo sé, pero hay algo:
siempre se olvida,
siempre,
siempre el río del tiempo
arrastra lejos el miedo,
el miedo a la muerte.

Siempre.

Clarinete

Has vuelto, cariño, a coger el clarinete. Con lo pequeña que eras lo elegiste tú sola, nadie te lo impuso, y es que ya querías distinguirte del resto. También, supongo, necesitabas probarte (probarle) que podías ser excelente en algo, como si no lo fueras ya en todo. Fueron ocho años donde sufriste tanto como disfrutaste, donde aprendiste a amar y odiar por igual un instrumento que simbolizó tu propia lucha interior entre tu inexplicable sentimiento de inferioridad y tu soberbia de adolescente que ya leía a Víctor Hugo o Shakespeare en sus lenguas originales. Después, nunca más se supo. Más de una década abandonado en el desván.

Hace unas semanas, ensayando un día para el concierto, se te ocurrió algo que yo ya había pensado sin atreverme a decírtelo. ¿Por qué no interpretar a clarinete los arreglos que yo te encargaba? Había sido un ensayo lamentable hasta ese momento, a veces pasa. Lo que no suele pasar es ese salto mortal de la impotencia a la ilusión, ese rayo que atraviesa las miradas y el tiempo y que se siente con la certeza del amor. Tus ojos se abrieron como ventanas a un nuevo amanecer y en tu boca se dibujó la alegría, esa alegría que nacía de tu corazón de niña que recupera algo que perdió.

Acabo de hablar contigo. El viernes tenemos ensayo, me has dicho que en un rato te pondrías con el clarinete. Ya no tengo que insistirte como antes con el teclado o la flauta. No. Ahora eres tú la que encuentra tiempo en el tiempo para tomar sus piezas en tus manos, armarlo lentamente y soplar con sutileza y fuerza en sus cavidades. Imagino, sé, que el recuerdo que acompaña su sonido es cada vez más placentero. Casi tanto como el futuro que anuncia.

10 de enero de 2006

¿Si me sonrieras?

Tanta vida en tan poco espacio,
tanto vacío en anchas llanuras;
mundos en macabra danza,
en ojos esquivos, caricias no dadas,
mundos en labios que se cierran,
palabras sin nadie que las escriba.

El miedo levanta murallas,
pechos que el rumor quebranta
a fuerza de aprisionarlo;
somos caballeros sin causa
capaces de morir por nada,
morir sin entender la vida.

Dime...
¿y si hoy de la mirada
naciera un milagro?

¿Si me sonrieras?

Aquella película

¿Te acuerdas, cariño, de aquella película? Era la primera que veíamos juntos, no me preguntes por qué la elegí, sólo había leído sinopsis que luego resultaron superficiales, y es que en realidad hablaba de una pareja que escapa al tiempo y al olvido, que busca lugares donde permanecer, hablaba de los pequeños detalles que conforman el amor, que nos hacen vibrar cuando los reconocemos en el ser amado (como tu ligera dislexia, como mi tono de voz en la cama...), y recuerdo que te tomé la mano y tú te sorprendiste, como más tarde cuando te besé en nuestro pub favorito con la película aún flotando en nuestros labios, y es que no sabías que frente a aquella pantalla me sentí enamorado por primera vez de ti.

9 de enero de 2006

Ser, tiempo

Segundos como hojas otoñales
caen en la lenta lluvia del tiempo,
el futuro llega en el viento
donde vuelan los sueños inmortales.

Estático, sin comprender nada
me entrego al eterno canto,
como un niño que no olvidara el pasado
mezclo deseo y mundo en mi mirada.

Soy el hombre que piensa,
soy el amor que pongo en las cosas,
soy la palabra que late en tu boca,
soy tu aroma en mi cama deshecha.

Calle de Raimundo Lulio

Ayer, después de lanzarte un beso mientras te tragaba la boca del metro, eché a andar por la ciudad. Las calles me parecían recién estrenadas. No tenía una idea fija, tan sólo dejarme caer hacia el centro perdiéndome por ese barrio que nunca acabo de recorrer. Ubicándome más por los carteles que por mi sentido de la orientación, últimamente tan maltrecho, llegué a la Plaza de Olavide. Entonces, cuando reconocí esa esquina con la sede sindical abandonada, supe el impulso real que me había arrastrado en mi camino, el mismo impulso que a continuación guió mis pasos hacia la calle que me habías enseñado el día anterior, la calle mil veces desgastada por tus zapatos ejecutivos, la calle que te admiró en traje de gerente de ese teatro clausurado. Sin ti, abandonado a la ensoñación, imaginé tus horas de trabajo en esa oficina del sótano, tu gesto cada mañana de levantar la persiana de la calle como quien levanta un telón cotidiano, pesado, que te acercaba y te alejaba a un tiempo de tu deseo de hacer verdadero teatro. Dentro, al asomarme a la rendija para cartas de la persiana, vi que un ventilador de techo seguía dando vueltas.

No sé cómo el otro día no nos dio por mirar el portero automático del inmueble. Yo lo hice ayer, y –créetelo– tu segundo apellido aún figuraba allí. Lo miré con fijeza, y al hacerlo pensé en ti delante de uno de aquellos primeros ordenadores Pentium tecleando las cuatro letras, esas que describen tanto de ti, amor, y no pude contener un escalofrío. Ni las ganas de contártelo.

4 de enero de 2006

Quizás

Sé que el deseo
habita miradas,
ojos que gritan sueños
y me desnudan
como yo desnudo tu cuerpo,
querido desconocido
del metro o la oficina;
tú podrías ser mi amado
siquiera una noche,
tal vez una vida.

Detente,
sonríe,
cambia el destino
que nos separa
cuando sigues tu camino
y yo el mío,
aférrate al azar
que nos ha unido,
porque mañana el día
nos dormirá en su rutina
y al despertar tendré frío,
y tú no vendrás
a besar mi espalda.

Una historia verdadera

- Oye, ¿de dónde salieron tus muñequitos de goma?
- Coco ya lo tenía, Peggy ni me acuerdo, y Epi y Blas tienen una historia.
- ¡Cuéntamela!
- Cómo eres, chinito...

Nos besamos, me abrazo a ti.

- En fin... Un día iba en metro, y un chico muy guapo de pelo largo, joven, acompañado de un amigo, se puso a hablar conmigo y me terminó dando su móvil. Su amigo me hizo señas advirtiéndome de que no le hiciera caso, pero de todos modos le llamé al día siguiente y quedamos en su casa.
- ¿En su casa? Ay, pillín...
- Espera, deja que te cuente... Cuando llegué, me di cuenta de que algo ocurría. La casa estaba sucia, en desorden, y él me recibió prácticamente en pijama. Estaba triste, me di cuenta de que sólo quería cariño, calor humano. Poco a poco me fue contando que era jardinero, que no se llevaba bien con su familia y, lo más importante, que tenía depresión... No sé, me dio pena. No lástima, pero sí pena.
- ¿Lo hiciste con él?
- Sí, fue bello. También doloroso. Hubo mucho cariño, ¿entiendes? Hubo amor. Al terminar me dijo que le llamase yo si quería, que después de lo que me había contado creía que yo no querría volver a verle. Le respondí que sí, que le llamaría, pero él no se equivocó. Aquella fue la última vez.
- ¿Y los muñecos?
- Los muñecos... Todavía desnudos, me hizo seguirle a un cuarto lleno de cajas de cartón, y tras rebuscar en algunas de ellas se acercó a mí con Epi y Blas en su mano y me dijo que quería que fueran míos. Yo los acepté, los muñecos eran su regalo de despedida.

Callamos unos instantes, nos miramos.

- ¿Sabes una cosa, amor?
- ¿Qué, chino?
- Con razón me parecían tristes...

Cómo hablar

Cómo expresar, León, la necesidad de ese viento despeinándote, agitando las copas de los árboles en mi parque de la infancia, el viento eterno de mi ciudad que en su escudo lleva tu silueta. Cómo hacerte entender que yo algún día debía mostrarte la palmera y la farola que delimitaban mi portería favorita en aquellos partidos de fútbol, aquellos juegos de verano en los que yo –aún no me crees– aportaba muchas veces el balón. Cómo recorrer contigo la Seo y no marearme por esta pirueta del destino que nos ha situado a ti a y a mí ante nuestra verdad, el mayor reto del que podamos ser capaces, como los arquitectos y escultores de la catedral se enfrentaron a su propio abismo de belleza inmortal. Cómo despertar a tu lado la mañana de Año Nuevo y no buscar tu piel, cómo rozar tu pie con mi pie bajo las sábanas y no desear que un día me lleves a tu país, a la ciudad de tu infancia, para que también tú sepas que esto que no sabemos ni queremos explicar, nos esperaba.

Posibilidad

Te he visto cruzar la sala para ir al baño, yo llevaba días reuniendo fuerzas para tomar impulso, levantarme y seguirte, tú has escuchado mis pasos y antes de entrar me has mirado con un gesto entre la sorpresa y la incitación y yo me he abandonado al vértigo y me he colado tras de ti, dentro no han hecho falta las palabras, un cruce de miradas ha bastado para agarrarte del brazo y arrojarte a una cabina, echar el cerrojo y deshacerte la corbata, arrancarte la camisa y surcar tu pecho con mis labios, mojar tu vello y arañar tu vientre mientras tú sujetabas mi cabeza en tus manos con firmeza, pero tus dedos se enredaban en mi cabello con esa delicadeza que siempre intuí en ti, y cuando mis dientes ya arrastraban tu slip por tus muslos me has levantado y nos hemos besado con la pasión de dos recién enamorados, me has quitado la camisa por arriba y has mordido con cuidado mis pezones, mi costado, mis caderas, has tomado mi sexo en tu boca y lo has lamido dulcemente, sin prisa, mientras yo te decía guapo o me gustas en un ahogo terminal, el ahogo del placer imaginado al masturbarme en la cabina donde tú, de nuevo, no estás.

3 de enero de 2006

Cena de Nochevieja

Te miraba hablando con ellos y creía desconocerte un poco más o, mejor dicho, descubría nuevas habitaciones en tu castillo. Fue como una obra de teatro en la que poco a poco los actores abandonasen el texto y se entregasen a la improvisación, y tú –deja que te diga– estuviste magistral, contrarrestando mi tensión por rodearte de mi familia, mis padres y mi hermano que ya apenas me echan en cara mi desarraigo, esa distancia que interpongo entre mi presente y esta Zaragoza que todavía me duele. Te confieso que, cuando cenábamos todos juntos el otro día, me dio por pensar que esto podría cambiar gracias a ti. Quién sabe qué ocurrirá, pero lo cierto es que al pensarlo me di cuenta de cuánto te quiero ya, de cuánto podré quererte.

Hubo algo que se me olvidó enseñarte y que te hubiera revelado una de las claves de mi dolor: ese cuadro que una compañera de trabajo le regaló hace más de un año a mi madre. Te he hablado de él, es un paisaje que a primera vista no se distingue demasiado de cualquier otro paisaje, sólo que éste se me antoja de emotivo significado: un árbol de tronco grueso, firmemente aferrado a la tierra, se eleva y se bifurca en ramas cada vez más delgadas y leves hacia un cielo que no se ve. El árbol nace en el seno de una claridad, y al fondo mueren las sombras del bosque. El óleo lo pintó ella misma, esa compañera de mi madre que se postulaba como algo más y que lo ha terminado siendo. La dedicatoria caligrafiada detrás del cuadro es también suya, y aún no sé cómo alguien que no soy yo pudo desnudar a mi madre al punto de decirle: lo que necesites, que te venga.

Amor, la próxima vez que vuelvas (que volvamos), te lo enseño.

1 de enero de 2006

Fallo en Matrix

Perdona, amor, por robarte la imagen, pero tienes razón: sólo un fallo en Matrix pudo causar que ayer nos besásemos en la puerta de mi instituto, que el viento de la noche discurriera entre tu boca y la mía arrastrándonos al instante de mi primer beso, hace ya trece años, en la misma puerta. Mi ciudad ha sido tu ciudad, mi familia la tuya, y mi memoria se ha transformado en nuestra realidad gracias a ese hermoso fallo que me hace amarte como un adolescente, como si tú también lo fueras y juntos empezásemos a descubrir el amor.