28 de noviembre de 2008

Coexistencia

Soy yo, amor, y soy ese otro. Acabo de dejar nuestras sábanas y siento nostalgia de mí, y a un tiempo siento curiosidad por mí, por quien puedo ser mañana o tan solo dentro de un rato. A veces creo que cumplir años es un lento proceso de desconocimiento, y a veces me contradigo y pienso que en realidad uno va conociendo esas otras identidades que encerraba en un cuarto oscuro, sin apenas aire, y que al fin rompen los muros y se manifiestan -nos manifestamos- y entonces parece que cada día nos desconocemos más cuando en realidad se trata de un hermoso grito de vida. Pero la belleza no es inocua, amor, y este yo que somos muchos no tiene más remedio que hacerte daño, yo mismo padezco el daño de la coexistencia de esas identidades y pierdo el hilo de esta realidad tratando de dar un sentido a tanta tensión, tanto impulso y tanta necesidad. Y luego está el pasado vacío que quiero llenar a paletadas con este presente que nunca fue tan veloz, este presente que nos lleva a ti, a mí, a nuestras múltiples identidades en coexistencia promiscua. Antes, entre nuestras sábanas, he descubierto tu pantalón de pijama, tu reloj, el libro que leías ayer noche con esa linterna para no desvelarme, y he recordado muchas otras escenas así, escenas de olores y tactos en Madrid donde sábanas desechas revelaran ese discurrir de la vida compartida. Pero ahora somos más, cumplimos años y las identidades aprisionadas andan rompiendo muros, y nuevas verdades me constituyen, te constituyen, y a ratos pareciera que cada vez compartimos menos, que ese pantalón o ese reloj o el libro que leias anoche, son mudos testigos de un encuentro físico, programado, más que de una comunión de ideas y deseos, ese sexo entre mentes -Martín Hache, ya sabes- que fue nuestro big-bang. Esta coexistencia de identidades me desdibuja, impide el logro coherente, definible. El reloj hace tic-tac, tic-tac. tic-tac...

23 de noviembre de 2008

R.I.P.

Madrid, te recordaremos siempre. Y es que yo no viví sus legendarios 80, ni sus 90 de resaca post-movida pero tan efervencestes en el teatro alternativo o la cultura gay, sino estos primeros años del siglo XXI que, sea como fuere, han sido los míos.

Ha cerrado el Canto de la Cabra por causas que todavía desconozco. Era el mejor teatro alternativo de Madrid, su programación era sinónimo de ruptura, de audacia creativa, de maravillas escénicas que recordaré siempre. Y ha cerrado. Nunca más.

También el ayuntamiento se ha encargado de clausurar esta semana algunas salas de la noche madrileña, entre las que destacan La Riviera y la sala Macumba. La Riviera era, sencillamente, el único lugar de aforo medio en Madrid, gracias a cuya existencia he podido ver a artistas como Rufus Wainwright. La sala Macumba albergaba Space of Sound, discoteca que nunca frecuenté pero que sin lugar a dudas es un símbolo gay menos, una referencia menos, un lugar menos donde divertirse para aquel que le apetezca.

Son pérdidas, restan libertad. Restan identidad a una ciudad que amo, por lo que algo en mí se pierde. Porque ya no visitaré la página del Canto de la Cabra -mi pérdida más dolorosa- para enterarme de qué será lo nuevo. Todo será viejo, recuerdo, historias que contar a quien quiera saber cómo fueron aquellos años míos en Madrid.

Es curioso, ando coqueteando desde este verano con la idea de mudarme a Barcelona un tiempo. No me decido, no es un movimiento vital sencillo y más después de tantos movimientos vitales en estos últimos dos, tres años. Pero en Madrid sumo pérdidas y sumo dolor, recuerdos que me acechan en demasiadas coordenadas de su geografía tantas veces recorrida. Necesito lo nuevo, lo inexplorado, una ciudad en la que vuelva a extraviarme. Añoro no saber dónde desembocará una calle, añoro los rodeos, las sorpresas que dan sentido a un divagar azaroso.

Esta semana, inequívocamente, me ha acercado un poquito más a ese deseo extraño, indomable, de alejarme de Madrid.

20 de noviembre de 2008

Leído esta mañana


Mezclada con otras noticias sobre deporte, crisis económica, o declaraciones sonrojosas de cualquier político/a (de esto no se libran ellas), me encuentro con esta: 26000 niños muriendo cada día por causas evitables casi 50 años después -como indica el texto de la noticia- de que la ONU aprobara la "Declaración de los Derechos del Niño", así con mayúsculas y todo. Hablamos de deportes (¡pero qué gran victoria de nuestros chicos ayer!), de crisis (¡pobres de nosotros, pobres multinacionales, pobres bancos nuestros!), y hablamos de lo que ha respondido un/una imbécil a lo que dijo un/una caradura que declaró un/una corrupto/a. Y entre unos titulares y otros, así, en el torrente diario de noticias que nos despachamos tomando un cafecito, una tostada, o unos cereales, leo que miles de niños mueren lejos cada día por causas "evitables". Y me llama la atención lo de evitables. Porque claro, el adjetivo es demoledor. ¿Evitables por quién, cuándo, dónde? Y pienso que soy un homicida, y tú que me lees casi seguro que también, y sigo sorbiendo mi café traído de regiones exóticas, saboreando mi tostada con mantequilla de leche de vaca ordeñada vaya uno a saber dónde, llevándome a la boca una cucharada de cereales recolectados lejos de donde llenan mi panza caprichosa, exquisita, bien alimentada. El truco para resistir impune es no pensar, no ir más allá del estímulo gustativo, concentrarme en la lengua, el paladar, la garganta, y no dejar vagar mi mente por territorios de enfermedad y miseria donde los Niños no tienen esos Derechos que lejos de allí, en salas donde todo brilla, donde la madera arrancada de bosques milenarios brilla con el destello que aquí en Occidente sabemos dar a nuestros ambientes, han sido Solemnemente Aprobados. Pero el café etíope se esfuma en un último sorbo, las miguitas de tostada yacen en el platito de El Corte Inglés o de la solidaria IKEA, los cereales motean capitas de yogur adheridas a las paredes del bol que el efectivo lavavajillas despegará con su fuerza llevándoselas por las cloacas de nuestras grandes ciudades, de las que Sábato describiera su horror en "Sobre héroes y tumbas". Líbranos de la culpa, Señor, y a ti damos gracias por los alimentos que recibimos. Cada día. Amén.