20 de noviembre de 2008

Leído esta mañana


Mezclada con otras noticias sobre deporte, crisis económica, o declaraciones sonrojosas de cualquier político/a (de esto no se libran ellas), me encuentro con esta: 26000 niños muriendo cada día por causas evitables casi 50 años después -como indica el texto de la noticia- de que la ONU aprobara la "Declaración de los Derechos del Niño", así con mayúsculas y todo. Hablamos de deportes (¡pero qué gran victoria de nuestros chicos ayer!), de crisis (¡pobres de nosotros, pobres multinacionales, pobres bancos nuestros!), y hablamos de lo que ha respondido un/una imbécil a lo que dijo un/una caradura que declaró un/una corrupto/a. Y entre unos titulares y otros, así, en el torrente diario de noticias que nos despachamos tomando un cafecito, una tostada, o unos cereales, leo que miles de niños mueren lejos cada día por causas "evitables". Y me llama la atención lo de evitables. Porque claro, el adjetivo es demoledor. ¿Evitables por quién, cuándo, dónde? Y pienso que soy un homicida, y tú que me lees casi seguro que también, y sigo sorbiendo mi café traído de regiones exóticas, saboreando mi tostada con mantequilla de leche de vaca ordeñada vaya uno a saber dónde, llevándome a la boca una cucharada de cereales recolectados lejos de donde llenan mi panza caprichosa, exquisita, bien alimentada. El truco para resistir impune es no pensar, no ir más allá del estímulo gustativo, concentrarme en la lengua, el paladar, la garganta, y no dejar vagar mi mente por territorios de enfermedad y miseria donde los Niños no tienen esos Derechos que lejos de allí, en salas donde todo brilla, donde la madera arrancada de bosques milenarios brilla con el destello que aquí en Occidente sabemos dar a nuestros ambientes, han sido Solemnemente Aprobados. Pero el café etíope se esfuma en un último sorbo, las miguitas de tostada yacen en el platito de El Corte Inglés o de la solidaria IKEA, los cereales motean capitas de yogur adheridas a las paredes del bol que el efectivo lavavajillas despegará con su fuerza llevándoselas por las cloacas de nuestras grandes ciudades, de las que Sábato describiera su horror en "Sobre héroes y tumbas". Líbranos de la culpa, Señor, y a ti damos gracias por los alimentos que recibimos. Cada día. Amén.

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