31 de octubre de 2006

Bruselas


Fueron tornándose movimientos, fotos sueltas que nunca lograrán incluirnos nacidas de la locura de un amanecer, el poso de un regreso que se rebelaba en ansia de un nuevo viaje hacia un destino aleatorio del que sólo sabíamos el origen -aeropuerto de Barajas- y su continente, Europa... y finalmente, resultó ser una ciudad que respira a él por todos sus costados: Bruselas; no era la primera vez que estábamos, León de pequeño y yo en dos ocasiones hace algunos años, pero nunca la habíamos sentido de esta forma, tan múltiple, pujante y viva, tejida de caminos en el tiempo, en la historia, del Renacimiento a lo más contemporáneo, de lo elevado a lo subterráneo, y todo bajo esa luz de un otoño que se resistía a ser invierno, esa urbe que huye de comparaciones afirmándose en un encanto que no se deja ver por una mirada superficial, lastrada de clichés, sino por otra que se deja arrastrar por la sorpresa de encontrar un acordeonista a la entrada de un callejón, como invitando al peatón a buscar, a descubrir, o una joya art-déco resplandeciendo entre palacios neoclásicos, el embrujo de un pequeño parque cubierto de hojas secas tras lo que parecía ser un anodino paso o una cafetería donde apenas asoma el bullicio ocupando el espacio de una antigua fábrica... y nosotros, sabedores de lo improbable de estar allí, dejándonos habitar en movimientos que, como nunca, lo han sido también del alma.

Una nueva habitación en el imaginario.

26 de octubre de 2006

Hubo un momento en la historia de la fotografía en que alguien pensó más en capturar el puro vértigo del instante que en lograr la perfección de otros aspectos como la composición, la luz o el punto de vista, más en vigor hasta entonces. De esa corriente bebieron muchos fotógrafos cuya obra hoy admiramos, y supongo que de la misma forma esta mañana saqué apresuradamente mi móvil de mi bolso en plena calle, te empujé contra una pared y te hice esta foto. Quería capturar lo guapo que te veía en ese preciso momento, la emoción de quererte, de estar juntos bajo la luz del mediodía en este día después de una lluvia, después de una vida buscándote. Soy dichoso, te amo.

24 de octubre de 2006

Mi mitad del mundo


Corporizarme en tu tiempo, navegar en el océano de tus anhelos, tus desengaños, aprender el precio de ser tú mismo, saber de dónde viene el amor que me derrumba, que me hace vivir tu ciudad como si fuera la mía y me impulsa a regresar, quedarme más tiempo, seguir soñando en Quito. Volviste (en realidad, volvimos) a tu hogar, a los lugares que recorrías en tus noches de adolescente, a tu colegio... Y allí, en el Colegio Mejía, todos te recordaban –a su manera–, y tú, al que muy pocos conocemos de verdad, buscabas tu propio recuerdo, tal vez ese olor (¿lo sientes?, me preguntaste al entrar), esa atmósfera austera y cada vez más añeja, esa sensación irremplazable de que toda la vida está aún por vivir. Caminabas hacia algo absolutamente abstracto que, sin embargo, por instantes se concretaba en la luz difuminada de un aula, la pintada en una pared, o un apretón de manos. Me atreví a hacerte una foto al descuido, arriesgar una metáfora donde sólo cabía el silencio.

Yo también buscaba algo en este viaje, en el fondo buscaba muchas cosas aunque esa búsqueda se me revelara paso a paso más bien como una forma de entender, absorber todo lo que mis sentidos percibían entre tantos y tantos estímulos. Enumerar es imposible, y además inútil. El Ecuador es un país más que diverso: es demasiado complejo. Pero sí que me atrevo a rescatar esa mudanza improvisada el día en que tu madre logró recuperar su casa después de tantos problemas. Y es que entre cajas, muebles, y todo tipo de objetos, aparecieron unos retratos de ti. Me quedé hipnotizado, sentí una mezcla de deseo, nostalgia, cariño... incluso envidia de todos los chicos que disfrutaron de tu exultante belleza antes que yo, lo confieso. Tenía que llevarme esas fotografías, de alguna forma, conmigo.

Por todo eso y por mucho más, no pude retener mis lágrimas en el aeropuerto a la hora del retorno, cuando tu madre me dijo unas palabras que, aunque hermosas, eran innecesarias. Amanda, soy yo quien te da las gracias por haber parido al hombre que me quiere, que me ve, que me hace feliz.

10 de octubre de 2006

Viaje a ti

Quedan horas, amor,
para recorrer tu infancia,
tu adolescencia en Quito,
Tumbaco, Pichincha...
nombres antes sin recuerdo
que, poco a poco,
se añadieron a la lista
de razones para amarte.

Quedan horas, amor,
para cruzar el Atlántico;
y aunque yo canto aquello de
"Tengo miedo al avión..."
sólo te digo una cosa:
muero por cruzar el charco.

8 de octubre de 2006

Detesto otros muchos, casi todos, pero me gusta ir a ese bar. Lo sabes. Y contigo aún me gusta más, me divierte que piensen, que se imaginen.... tú y yo ni ocultamos ni exhibimos nada, tan sólo estamos allí, poetizando entre risas y besos con la música invariablemente turbia, envolvente, sonidos que desvelan nuevas dimensiones de la sensibilidad, dejándonos alcanzar por los flashes en la oscuridad, la insinuación en cada ráfaga, cada roce de miradas. Como tú dices, me va el juego, más de lo que creo... pero no quiero que me toque ningún premio. Ni a ti, para qué negarlo. Y sin embargo, esta noche podrías haberte ganado a ese chico tan lanzado, tan soberbio y bello a sus 24 años. Y uruguayo, ¿viste? Su mejor arma era el descaro, su olvido del futuro apostando todo al presente, al divertimento efímero, como tú a tus 24, amor, cuando te escurrías de madrugada entre cuerpos cada vez más borracho y vulnerable, y no importaba si aquella noche te ibas sin ligue (aunque casi nunca ocurriese y terminaras con cualquiera menos guapo, menos joven que otros a los que habías descartado), quedaban otras noches, no se sabía cuántas pero en todo caso serían muchas, suficientes como para que tu equipaje de pequeños desengaños aún no fuera tan pesado como para estancarte, y quizás por eso, porque te identificaste con el uruguayo kamikaze, el héroe del instante, le cogiste del brazo en un gesto que era mucho más que un intento por acercarle para escucharle mejor, y fue entonces que una descarga te recorrió, uno de esos rayos que presagian tormenta, y al reconocer la amenaza te asustaste, echaste marcha atrás y malbarataste tus bazas que se sabían ganadoras arrastrándole a él en la derrota. Yo, ni me di cuenta de lo que había estado en juego. Fue luego cuando me contaste.

Anoche no hubo premio. Tú hace ya tiempo que ganaste el primero; y me sigues teniendo, cada vez más. Él, al cabo de horas de erotismo sórdido, acaso se llevara alguno de consolación, de ésos que al día siguiente han volado con el sueño de cada noche de sábado.

3 de octubre de 2006

But I'm the luckiest guy...

Sí... decía algo así como "but i'm the luckiest guy...", ¿de verdad que no la recuerdas? Pero a pesar de intentarlo, yo no lograba recordar la canción que a ti te hacía tanta gracia cómo la cantaba. Luego, esa misma noche, la busqué en todos los CDs que escuchaba en aquella época y la encontré, y sí, claro que sí... la memoria se recontruyó y volví a vernos en aquella vieja casa de suburbio americano, tú quizás escribiendo algún trabajo de final de curso y yo bailoteando en la habitación, cantando por encima de la música but I'n the luckiest guy on the lower east side, 'cos I've got you and you wanna go for a ride... Me encantaba, y sobre todo me encantaba cantártela porque estaba feliz de tenerte, de que quisieras venirte conmigo a cualquier lugar, como aquel cine en versión original tras cruzar la ciudad en autobus, si te acuerdas éramos los únicos blancos a bordo salvo quizás a la vuelta, cuando coincidíamos con aquella camarera de turno de tarde a la que a veces, cuando hacíamos tiempo dando un paseo antes de la película, le comprábamos un donut o un cinnamon roll. Y mientras revivía todo aquello, me pregunté cómo es posible que una misma realidad pueda ser recordada de forma tan diferente, cómo es que yo había olvidado que te cantaba esa canción mientras que para ti haya sido durante estos años uno de los detalles más vívidos de nuestro tiempo juntos. No sé la respuesta, pero me ha dado vértigo imaginar que ocurra más de lo que creo, que otras personas con las que he compartido mi vida hayan olvidado momentos que para mí son imborrables.

Sólo sé que yo era el chico con más suerte, y quiero creer que tú también.