31 de mayo de 2006

Curioseando

Curioseando en tu blog, amor mío, encontré esto que escribiste el 22 de julio de 2004:

No querría un altar de un día para santificar o legalizar mi amor, me gustaría ritualizar mi vida con el hombre al que amaría, respetaría y admiraría durante todos los días de mi vida; que los desayunos sean agradables tertulias con sonrisas, que en mis mañanas de trabajo me sienta acompañado y respaldado con su presencia, que nos divirtamos preparando unos espaguetis con cualquier salsa mientras nos damos un beso furtivo poniendo la mesa, que los noticieros no nos dividan más allá del comentario jocoso sobre el personaje de turno, pero que procuren darnos una charla salpicada de intercambios emocionantes; que haya tiempo de una siesta rápida mientras se escurren los platos para volver a la faena cotidiana de las letras, que el abrazo sea cálido, que me ponga unas alas preciosas y me invite a volar libre mientras él no está y yo pueda aterrizar en el nido sabiendo quién me espera, me ama y me respeta, que vuelva con amor a las mantas nocturnas donde Eros duerma o pida un juego, que mis sueños sean velados mientras acompaño los suyos, que no se enferme para no sufrir demasiado y no tener que desvelarme demasiado, que sepa qué medicina comprar para una fiebre absurda, que inauguremos en los fines de semana una expedición salvaje a cualquier museo o concierto o montaña, que cerremos la puerta cuando queramos tener intimidad para compartir silencios, que me de la mano paseando por Praga, que me ponga el listón alto y me exija ser mejor, que él se exija, que, si todo esto no es posible, vivamos como podamos separados pero juntos, que cualquier accidente sensual no sea un ultimátum para mí ni para él, que no ocurra lo imprevisto y si ocurre que tengamos la misma inteligencia para sortearlo del modo en el que sorteamos el imprevisto de conocernos, que disolvamos los conflictos con pasión y razón, que se deje amar, que tenga por el qué amar, que me llene, que se deje hacer, que no tengamos bienes, que alquilemos coches para viajar, que me oferte lecturas insólitas, que se emocione con mis lecturas y enjuguemos un par de lagrimitas con Puccini si cabe, para luego reírnos del asombro de vivir, que sea un militante de la vida, que se defienda, que me defienda y que a nadie se le ocurra dañarlo en mi presencia, ojalá ni siquiera en mi ausencia. Quiero eso, pero no quiero un matrimonio con madrinas y padrinos y cuñadas y primos y amigos que nos exija que haya todo lo anterior cuando no lo hay.

Y ahora te pregunto: ¿cómo pudiste entonces describir de forma tan exacta nuestros días por venir?

Menos mal que te he encontrado. Te amor ;-)

Sinceridad

Intentar soplar una pompa de jabón como aquéllas que nacían de tubitos rosa o verde fosforito, ser la pompa que engorda, se suelta y vuela, recuperar brevemente (todo resulta ya breve a estas alturas) esa sensación de tiempo que se extiende, o tal vez sería mejor decir que se concentra en un instante dichoso y sin límites, y es que hay momentos, tú me entiendes, a ti te pasa que hay momentos en que eres feliz y te gustaría que esos momentos no acabasen nunca, que el sol y la tierra se detuvieran en ese lugar exacto pero que la brisa siguiese soplando, que la pompa del sueño, el presente o la ilusión, pudiese engordar, soltarse y volar, y tú fueras el niño que soplaba y soplaba pringando todo de jabón y sueños, de presente y de ilusión, no me niegues que toda felicidad te remite al tiempo en que entrabas a una papelería y pedías un tubito rosa, tal vez verde fosforito, y no te sonrojabas ni reías nerviosamente.

30 de mayo de 2006

Ráfaga

Me acerco al balcón entreabierto, ventana de ciudad, brochazos de magenta en el cielo de la tarde, una sirena remota se apaga, un televisor, dos, suenan desde algún lugar del patio, una mujer plancha en su terraza, el viento sopla contra los toldos, levanta pedacitos de plástico revoloteando, bandadas de pájaros recorren el cielo y se pierden tras los tejados, el rumor del tráfico se agolpa desde la distancia en un recoveco de mis oídos, como el resto de sonidos mientras la luz se difumina de forma casi imperceptible, casi, y es que me basta anular todo de mí salvo los sentidos para que esas señales de vida me hablen en libertad, como tú tras mi espalda haciendo pequeños ruidos mientras recoges nuestras últimas pertenencias del apartamento que hoy dejamos porque iniciamos otra vida, y digo yo que un día habrá otros ojos, otros oídos que en otro momento, en otro lugar, nos sientan vivir, y si me dejo llevar en este momento y no otro, en este presente que se revela fractal, intenso y pasajero, me da por quitarme la camiseta y lanzártela a la cara, y te miro exigiéndote que te acerques y me tomes de la cintura, que no te importe que la mujer de la terraza finja que sigue planchando mientras nos deshacemos del resto de la ropa y caemos al suelo justo en el lugar en el que hasta hace nada estuvo nuestra cama, la cama donde empezamos a amarnos, a arrancar nuestra verdad de la piel y las entrañas, y en esa desnudez salvaje me penetras y juego a ser todos los que pasaron por esa cama, los chicos que amaste por una noche o una eternidad, no me cuesta ser otros porque yo también era otro, incluso tú juegas a ser el que eras antes de conocerme porque nada es lo mismo desde aquella noche de agosto, y en el fondo me gusta que la mujer nos mire sin decirle nada al hombre que se intuye tras las cortinas, no quiero esperar a ningún azaroso futuro, quiero evadirme en placer, en lo múltiple y lo único, en pupilas deslumbradas por el brillo del ahora, me gusta que haya un testigo de esta ráfaga de vida que ya, en este instante flotante, se disipa en lluvia y suspiro.

28 de mayo de 2006

Oportunidades

En esa época andaba en busca de algo. Yo lo llamaba nuevas experiencias. Ahora en la distancia, y aunque no lo asumiera, sé que buscaba amor. También buscaba confianza, autonomía, saber quién era yo después de una relación desilusionante, insatisfactoria. Estaba desorientado, pero con ganas de comerme el mundo. Naufragaba en una extraña euforia vital. En resumen: buscaba.

Yo pasaba la navidad en casa de mis padres. Era la noche del veinticinco, sábado, y la primera vez en muchos años que salía por el ambiente de mi ciudad natal. Lo hice solo, ya no tenía amigos gays en Zaragoza. Sigo sin tenerlos. Bueno, sólo uno que no suele estar las pocas veces que vuelvo. Fue por eso que llegué demasiado pronto, a medianoche. Aunque mis padres –más bien mi madre, pero ya sabemos cómo funciona eso– sabían de sobra adónde iba, no era cuestión de añadir más sordidez o incertidumbre partiendo de madrugada. De todos modos, quizás fue mejor así. Me dio tiempo a entrar en calor. Recuerdo que llegaste a eso de la una y pico. Había otro chico con el que me llevaba mirando un rato. Joven, como tú. De hecho hablé con él antes que contigo, pero no pasó nada y un me voy al baño sirvió para separarnos. Tú, en cuanto te diste cuenta de que estaba solo otra vez, te acercaste. Yo ya llevaba tres vodkas con limón y, tras una o dos frases bobas y previsibles, te besé con todo, y hubo algo en ese beso, en las risas que se mezclaron con la saliva y el alcohol, que me impulsó a decirte que quería estar contigo a solas, conocerte, y que eso no significaba que al día siguiente no fuéramos a vernos, y al otro, y al otro... Y tú, como si no te sorprendiera, asentiste, te despediste triunfalmente de tu grupo y me llevaste de la mano hacia tu casa, no sin comernos de nuevo a besos varias veces durante el camino.

Compartías piso. Tú estabas acabando Turismo, y habías trabajado a intervalos en el Corte Inglés para sacar un poco de dinero ya que a tus padres tampoco les sobraba. Eras de Huesca, de un pueblo cercano a la capital, y cantabas y bailabas jotas. Eso me fascinó, lo asumo, y todavía más cuando me enseñaste aquella foto en la que salías tan guapo, con cachirulo violeta. Y fue entre historias y confidencias bajo la manta que hicimos el amor durante horas. Tu cuerpo me volvió loco, y volqué en mis manos, mi boca, mi piel entera, las ganas de sexo que arrastraba de lejos, de tiempos en que no era posible y de tiempos más recientes, y tú disfrutaste mucho, tanto que me pediste que me quedase, que nos viésemos al día siguiente, que te dejase dormirte abrazado a mí.

Al despertar, Óscar, algo pareció haber cambiado. Lo noté en tus ojos, y aunque hicimos el amor, fue más bien como si quisieras aprovechar aquel momento para recordarme antes de lo que pudiera venir, y cuando me preguntaste –fingiéndote apenado– si no te iba a dar mi móvil, supe con certeza no lo ibas a usar. De hecho, cuando te respondí que en vez de dártelo prefería que quedásemos directamente para esa misma tarde, te hiciste el tonto y acabaste apuntando mi número. Fue por eso que te pedí el tuyo y dejé tu casa lleno de vida pero auténticamente triste.

Me habías dicho que me llamarías el lunes, y ni siquiera respondiste a ese SMS de k tal estas? que te mandé. Suele pasar. Al final decidí llamarte yo y accediste a quedar el martes por la tarde. Recuerdo que estrené toda la ropa que llevaba. Toda. Por si acaso, como si no quisiera aceptar lo que en el fondo intuía. Fuimos a un café agradable aunque demasiado pijo para mi gusto, algo que en Zaragoza me ocurre a menudo. Y allí me contaste que tu vida era un lío, me hablaste de ex-amantes de ida y vuelta, de problemas familiares, de que tal vez un día te arrepentirías pero que era mejor que no nos viésemos. Yo te dije que vivía en Madrid, que de todas formas poco nos íbamos a ver, que no tenías por qué agobiarte... No valió de nada, y verte tan guapo y tan modosito con tu jersey marrón, tus vaqueros nada fashion y tus zapatos, me ahogó, me encogió literalmente el pecho. Y nada más desolado que nuestro apresurado beso "de despedida" en plena calle con todo tu temor de que unos tíos tuyos que vivían al lado te viesen conmigo. En el autobús de vuelta a casa, supe que debía empezar a olvidarte.

En este tiempo he vuelto a salir alguna vez por esos bares, y nunca te volví a ver hasta hace dos meses. Mi amigo, ése que nunca suele estar, se había quedado aquel fin de semana. Demasiado tarde y, sobre todo, demasiado lejos de lo posible, de lo deseable. Te note frívolo, mucho menos tímido que cuando te conocí. Me mirabas incitante, parecía que para ti aquello no había sido más que otra noche o, peor aún, parecía que no me recordabas, que yo era tan sólo un chico que te gustaba, un ligue más. Pero ocurre, Óscar, que estoy enamorado. Tengo un chico que me adora, que me ha hecho conocer todo lo que el sexo significa más allá del instinto, del insaciante desahogo, un chico al que quiero con locura y al que acompaño en cada minuto de su vida. Tú me miraste durante un buen rato, cada vez más intensamente, te cambiaste de bar cuando nosotros lo hicimos, y yo también te estuve siguiendo el juego hasta el instante en que ya ibas a acercarte a mí. Fue entonces cuando me volví, me despedí de mi amigo y me fui sin mirar atrás como si fuese yo el que no te había reconocido.

Y es que hay oportunidades, Óscar, que sólo llegan una vez, aunque ahora crea que lo nuestro, sin duda, fue exactamente lo que debía ser.

26 de mayo de 2006

Enamorado

El niño es lo que ve,
lo que toca,
el niño es feliz si hay mundo.

El niño sueña despierto,
la luz traspasa sus ojos
como mi chico al mirarme
me traspasa, me desnuda.

Le toco, me abrazo a él
y soy un niño que alarga su mano
y toca el mundo.

Desnudo,
enamorado.

23 de mayo de 2006

Yo nunca pude hacerlo...

Qué alegría, qué bonito... Estoy borracha... Tengo doscientos años... Vivo en este barrio... Seguid, vosotros que podéis... Yo nunca pude hacerlo... Y tú y yo nos quedamos allí, en medio de la calle, en medio de la vida, en medio de los dos tableros del somier que transportábamos a duras penas desde tu estudio (ése que vio nacer y crecer nuestro amor, ése que has compartido conmigo estos dos últimos meses) a nuestra nueva casa, con mi caricia sobre tu pelo paralizada por esa presencia casi fantasmal de la anciana que ya ha doblado dando tumbos la primera esquina, y te echas a llorar y yo no levanto mi mano de tu cabeza, sólo reanudo mi caricia y trato de decirte a través de las yemas de mis dedos que sé lo que piensas, que yo también odio a todos aquellos que por ignorancia, maldad o sumisión, son responsables de que tantos homosexuales no hayan podido amar, ser persona o, simplemente, acariciar en plena calle a quien aman, tener la libertad de ir a lugares –más allá de apestosos urinarios y rincones perdidos– donde poder a conocer a otros homosexuales con los que, quién sabe, devorar juntos la vida o, al menos, durante una noche inacabable, compartir el sabor del sexo, la ilusión del amor...

22 de mayo de 2006

A través de una lupa

Es todavía una niña, tendrá unos doce años. Su rostro es demasiado serio, ojeroso, como si descansara mal o tuviera alguna preocupación. Sin embargo, parece compartir una tierna intimidad con su madre, que le acompaña siempre en el metro durante su viaje de cada mañana de casa al colegio. O quizás trabaje cerca, no lo sé. Lo que más me llama la atención es la mirada de la niña. Literalmente, parece analizar con minuciosidad ciéntifica a todos los pasajeros que nos encontramos a su alcance. Más de una vez, nuestros ojos se han encontrado, últimamente en un gesto de mínimo –pero evidente– reconocimiento. De alguna forma, creo que nos transmitimos una cierta simpatía, como si quisiéramos pero no nos atreviéramos a decir: soy de los tuyos.

Pequeños sucesos así, me reconcilian con la obligación diaria de usar ese medio de transporte tan proclive al agobio o al hastío. Más que un libro o mi reproductor de música. Más que la soledad de mis pensamientos.

19 de mayo de 2006

La guitarra


El logro de Ignacio me ha animado a escribir un poema del que, a semejanza de su martillo, es el objeto del que no podría prescindir, mi más querido:

Mi guitarra...
el eco vibra en su piel,
tenso su vello de plata
a fuerza de acordes,
canciones soñadas
que la magia destiló
de mi vida, de mi tiempo.

Tal vez,
si es que te gusta,
si mis palabras te llegan,
te cante con mi guitarra.

18 de mayo de 2006

El martillo


Madame de Merteuil, quien ha prometido entregarme pronto un nuevo texto para este blog, me ha hecho confidencia de este poema escrito por Ignacio López Serrano, alumno de 4º de la E.S.O y lanzador de martillo. Es su primer poema. Sin duda este detalle, sumado a la fuerza expresiva de cada uno de los versos y del hermoso conjunto, ha logrado conmoverme. Le animo a profundizar en la poesía como ese martillo que, bajando desde el cielo, horada la tierra:

Mi martillo,
largo y pesado
con su cable
y su asa oxidada.
Sonando como un látigo
desde que sale
hasta que llega.
Subiendo al Sol,
bajando a la tierra.
Girando el martillo
como el Sol y la tierra.

El martillo cae,
hace un agujero,
avanza
y termina el lanzamiento.

16 de mayo de 2006

Vestido rosa

De pequeño nunca aprendí a tomar impulso en un columpio. Tal vez fue por eso que me llamó la atención la niña del vestido rosa. Tú, con mi mano cogida, también llevabas rato fijándote en ella. Pero la niña no reparaba en nosotros. A esa edad se entiende cualquier cosa, incluso que dos chicos se quieran. Y es que últimamente nos pasa que muchos nos miran por ir cogidos de la mano. Ella no, ella sólo se preocupaba por llegar más y más alto. Su melena rubia, larguísima, se levantaba y caía con suavidad sobre su espalda. No cerraba los ojos, quería ver toda la tierra y el cielo. ¿En qué pensaría la niña? ¿Cómo es el mundo a los cinco años? Sólo sé que, sea lo que sea, se olvida.

Lo duro es volver a aprenderlo. Cuesta toda la vida.

11 de mayo de 2006

Otras voces, otros ámbitos (3)

La última flor de mayo... decías siempre el día de tu cumpleaños. Mamá, apenas queda nada. Contemplo la rosa que hoy corté, y aunque ya no sea tan blanca, tan refulgente y pura como las que juntos veíamos brotar, me recuerda a ti. Han pasado muchos años y pasarán otros tantos, pero siento como si estuvieras aquí el olor de tu pecho, justo bajo el cuello, mi mejilla pegada a tu piel mientras escucho tu respiración. estás viva... te quiero. Soy más joven y aún no he renunciado a mi hogar, mi ciudad, mi país; no he dejado mi pasado atrás. Y siempre que te necesito estás allí, incluso cuando después de la operación casi no abandonas tu cama y he de llegar a ti, buscarte cuando los demás no están porque yo quiero estar contigo a solas, hablarte sabiendo que me escucharás sólo a mí, con todo el amor del que una madre es capaz, y levantarás tu brazo para darme una caricia, y me dirás te quiero, hijo...

Mamá, cuando llega mayo corto cada día una rosa blanca, la traigo a casa y la deposito en un pequeño jarrón hasta la mañana siguiente. Así hasta el 31. Ese día, no corto la última flor de mayo. Prefiero, una vez que la he elegido, recordar su lugar exacto y volver a él durante el resto de la primavera y el verano hasta que, un día impredecible, la rosa comienza a marchitarse. Entonces, dejo de visitarla y me preparo para el otoño, el largo invierno en que treinta nuevas rosas laten bajo la tierra helada de este país.

Tan lejos de todo. Tan lejos de ti.

10 de mayo de 2006

Idioma

A veces les veo en un vagón de la línea 5. Así es el metro... un animal de costumbres, terquedad y misterio. Tienen veintialgo, quizás treinta. Se quieren mucho. Por más que intente acercarme a ellos, nunca logro escucharles. Han aprendido a hablarse muy bajito, y las miradas, sonrisas y besos, hacen el resto. Digo que se quieren porque esas miradas, sonrisas y besos, aparte de múltiples y rebosantes de ternura, constituyen un idioma. Sólo puedo, como cuando veo a los rumanos o filipinos hablar descuidados, sabiendo que nadie les entiende, sentir el hechizo de lo otro, contemplar una tierra que siempre será lejana, esa intimidad de los dos que sus miradas, sonrisas y besos, logran proteger de la impudicia de un vagón de metro en hora punta.

Espero que nunca olviden su idioma.

4 de mayo de 2006

Otro amor



Se habían alejado de todo y de todos. Los dos muchachos se sentaron en la arena y empezaron a besarse. Eran guapos, y jóvenes. Apenas se atrevían a deslizar una mano bajo la camiseta o buscar con los labios más allá del cuello. Les vimos y no pudimos dejar de observarles, y tal vez imitándoles, tal vez envidiando el tiempo que no tuvimos y que ellos podrán disfrutar, nos besamos en lo alto de la escalinata. Entre beso y beso, me preguntaste por qué los chicos nos damos tanto amor. Yo tan sólo te miré, les volví a mirar, y dejé que las olas que morían en aquella playa apartada, sin vigilancia, casi desierta, susurraran la respuesta en tu oído.

3 de mayo de 2006

Domingo al atardecer

Bastaba eso. Tu brazo rodeando mi hombro. Tu cuerpo cediendo a la presión de mi cuerpo. Saber que esa isla de felicidad sería nuestra para siempre, amor.

Queríamos ver el atardecer en el mar. San Juan de Luz, habíamos dicho. Y sin embargo, al pasar por esa playa anónima, ese horizonte que se extendía a un lado de la carretera, te pedí que parásemos. La brisa era fresca, ya las últimas familias recogían las sombrillas y los juguetes de los niños. Un castillo de arena abandonado empezaba a deformarse. Una pareja trataba de hacer volar una cometa. Nos sentamos contra un muro de piedra, me abrazaste, y dejamos que los colores se apagasen.

Nada más.