29 de mayo de 2009

Réquiem

Tras el rito milenario vuelve el rito cotidiano.

La levedad se eleva sobre la gravedad, la risa arrastra el llanto, la comida llena los estómagos.

Es la muerte o nosotros, yo también remo a ciegas huyendo del dolor.

Veo la ciudad donde nací aniquilada por mi deseo, veo mi propio ataud, veo ponerse el sol en mi ocaso.

Trato de entender. Desaparezco.

Cuando nos jubilemos, iremos a París

Ella, por primera vez en treinta años, dormirá en una cama demasiado grande. Tal vez ahora está de pie, el sueño hunde su cuerpo, mira la cama y no se atreve a dar un paso, sentarse, apagar la luz de la mesilla.

Pienso en ella, sí. Después de todo, lo primero que aprende un hijo es que sus padres morirán. Pero ella, ¿cómo mirar a su propio padre, apenas capaz de caminar ya, y entender que el padre de sus hijos, trabajando con vigor hasta el último día, cayera ayer desplomado sobre treinta años de vida me atrevo a decir que pequeña, rutinaria, agotadora?

Pienso en esta madrugada, mañana, pasado... Todo el tiempo hasta que ella vuelva a reír en un descuido, un efímero olvido que hoy, antes de deslizarse bajo las sábanas, parece imposible. O peor: culpable.

28 de mayo de 2009

Llamadas

Un fuego. Una muerte. Extremos de mi vida unidos por labios que se posan en un auricular. Una llamada, otra. Lágrimas, palabras que se cortan, K.O. emocional. Y yo aún con resaca, quería huir del mundo porque a veces el mundo no se puede soportar y de golpe un fuego, una muerte, me obligan a escuchar, hablar, teclear luego un par de mensajes como posdatas de un consuelo imposible. Dos llamadas pasada la medianoche. Doce minutos de diferencia, doce horas de vuelo entre el lugar arrasado por las llamas y el lugar donde yace la víctima. Espacio-tiempo rasgado.

Duermo con pastillas, me despierto, llegan ruidos del patio de vecinos. El fuego, la muerte, siguen ahí.

27 de mayo de 2009

Me contradigo...

... luego existo.


Y me pregunto si tiene sentido una emoción así, en lo postrero de un sábado opaco de primavera, cuando en mi pecho te ahogo ‒animal que me habita, aullido silente‒ por miedo a deshacerme como las gotas de lluvia.

La ciudad no espera.

26 de mayo de 2009

Cosas necesarias

A lleva varios años escribiendo en su blog. Durante este tiempo ha adquirido un papel más y más importante, al punto de que hoy es un monstruo que amenaza incluso sus relaciones humanas. Sí, la mayoría de sus lectores disfruta con sus textos, las canciones que postea, las críticas de las películas que le gustan. Y claro que A se siente halagado, agradece esa lectura habitualmente silenciosa, admite que el blog es una de sus adicciones más intensas. Pero ha llegado un momento en que parece que A es el narrador y no el hacedor de su vida. Por ejemplo, B y C, quienes por ahora marcan las emociones de A a pesar de todas las diferencias entre ambas historias, asumen que cuanto dice en su blog es verdad y a veces han reaccionado contra posts que, desde aquel primero de abril de 2005, no son más que derivas poéticas de los recuerdos, las ensoñaciones, el día a día de A. Y no son los únicos con quienes ha tenido problemas por culpa de su blog. Cierto: A es el mayor responsable, ha llegado demasiado lejos sin que nadie le obligara. Poco a poco, los límites se borraron y su blog ya es casi un diario íntimo del que todos tienen la llave, de modo que hay personas como D, E, o incluso F, que, aunque perdieron hace tiempo el contacto con A, le han seguido leyendo en secreto seguros de que el blog reflejaría su vida con un alto grado de fidelidad. Y así ha sido, para qué negarlo.

A siente que debe detener esa máquina centrífuga sentimental. Está cansado, muchas fuerzas tiran de él y necesita liberarse de tanta tensión. Seguirá publicando sus críticas de cine en otro medio, seguirá escribiendo en su ordenador, seguirá descubriendo nuevas músicas, nuevos libros, nuevos amantes. Y seguirá, por supuesto, compartiendo su intimidad con quien lo desee. Quiere, como ya dijo Marguerite Yourcenar en Fuegos, que la vida le enseñe el verdadero sentido de las metáforas de los poetas. Entre tanto, su blog será esa isla salvaje desde la que parte camino a nuevos horizontes aún, y más que nunca, desconocidos.

Si algún día A necesita acostar en un regazo familiar o un naufragio le empuja sin remedio, volverá. Si no, quedan más de cuatro años de memoria virtual.

Cosas de Internet

Puntuación: cinco estrellas... Era el último vídeo que le quedaba por puntuar. En total, cincuenta vídeos que a A le han parecido "impresionantes" después de haberlos visto varias veces cada uno a lo largo de la semana que ya llega a su fin. Si de él dependiera, A no elegiría esa palabra, pero es con la que YouTube describe su puntuación. Él usaría cualquier otro adjetivo como "tierno", "conmovedor", o "delicado". Como venganza a esa imposición, se ha atrevido a ir dejando hasta tres comentarios en otros tantos vídeos. En ellos ha progresado desde el halago respetuoso en el primero, escrito el miércoles, hasta las cálidas palabras de ánimo con que le deseó buenas noches ayer, para acabar bromeando abiertamente en el que le ha escrito hace un rato desempolvando además su francés para intentar una intimidad virtual que el inglés no propiciaba con B quien −es obvio decirlo− le tiene hipnotizado. Totalmente hipnotizado.

Todas las historias tienen un comienzo, y esta nació el lunes por la noche cuando buscaba en YouTube el vídeo de una canción de Belle & Sebastian. Podría haber buscado esa canción como cualquier otra, más bien se trataba de postergar un poco más el momento de acostarse. Resultó que no existía vídeo oficial, pero sí que había varias tomas en directo de la banda salpicadas a lo largo de esa interminable lista de versiones caseras que tantos frustrados rock & roll stars suben a YouTube para conquistar el corazón si no de una discográfica, sí al menos el de alguna improvisada groupie que no viva en el otro extremo del planeta, ni del continente, ni del país; mejor si vive en la misma ciudad, en el mismo barrio si se pone a soñar, tal vez el amor de su vida habite al otro lado de la calle y hayan tenido que recorrer miles de kilómetros de fibra óptica para encontrarse. Puede pasar. Pero dejemos a nuestro rock & roll star frustrado y a la chica que le hará feliz y volvamos al lunes, cuando el azar quiso que a A le llamara la atención aquella imagen fija y realizara el acto reflejo por excelencia de este siglo XXI: clic con el botón izquierdo del ratón. Y fue en la siguiente pantalla, tras clavar sus ojos en él durante los tres minutos y treinta y nueve segundos que duraba el vídeo, cuando se supo enamorado de ese chico que, según decía en su perfil, se llamaba B y tenía veintiún años. Esa noche, A tardó media hora más en apagar el portátil, quitar y doblar la tela que cubre su sofá-cama, desplegarlo, echar por encima el nórdico y la almohada (tiene dos, pero la otra apenas la usa), y meterse dentro para empezar su lucha nocturna de estas últimas semanas contra el insomnio.

Es todo: las canciones que toca, su voz, sus polos a franjas... La dulzura que A intuye en cada uno de sus gestos, su sonrisa pícara esbozada alguna que otra vez, esa habitación con techo abuhardillado de madera y las torres de CDs y esa lámpara que arrojaría su luz sobre los dos si A pudiera abrazarle, besarle, pasarle la mano por el pelo frente a la misma cámara que por ahora solo le permite ver y escuchar a B en su pequeño mundo.

En esta semana se ha bajado más de un disco de grupos que no conocía, se ha comprado un par de polos a franjas, ha cogido de nuevo su guitarra y se ha propuesto subir algún vídeo a su propia cuenta de YouTube. Va por la calle y tararea las canciones de B. Cuando está en casa nunca pasa más de dos horas o tres sin regresar a B. Se mira a menudo en el espejo apoyando sus brazos eróticos en el lavabo y se pregunta si verdaderamente aparenta unos cuantos años menos como a menudo le dicen, si B se siente atraído por los chicos, si A podría conquistar a ese príncipe del pop tierno, conmovedor, delicado.

Era el último de sus vídeos que le faltaba por puntuar, pertenece a los primeros que grabó B. En él se le ve más joven aunque solo hayan pasado unos meses desde entonces. Canta más bajo, todavía no había solucionado el problema de ese ruido de fondo que zumbaba a demasiado volumen en sus vídeos, su pelo es más descuidado. Viste una camiseta blanca amplia, sin forma, y hasta parece un poco más gordito comparado con el B refinado, cool, consciente de su tirón entre adolescentes enamoradizas y gays igualmente enamoradizos tras cientos de comentarios de unas y otros en estos meses. Desvela muy poco de sí mismo, no aclara nada, rara vez responde a las alabanzas. B es un misterio altamente sugerente, y sabe que un misterio se basta a sí mismo para crecer. A también lo sabe, y lo que más pena le da es justamente eso: que B esté dejando de ser el muchacho puro, ajeno a su belleza, de las primeras grabaciones. No ignora que sus propios comentarios alimentan el orgullo de B, pero necesitaba tender un puente con él. Pasa muchas veces: hacemos lo que no tendríamos que hacer porque es lo único que podemos hacer.

Finalmente, A cierra el navegador y contempla el fundido en negro de la pantalla mientras se apaga su portátil. No lo quiere admitir, pero tiene celos de esas quinceañeras. Celos, para qué darle más vueltas. Si tuviera su edad escaparía de casa y viajaría en tren, en autobús, a pie o como hiciera falta, hasta B. Y ahora, ¿por qué no? ¿Por qué ahora A es como el resto de la gente? ¿Qué cambia con el tiempo, qué ha ocurrido en estos años? Es difícil asegurarlo, la única certeza es esa voz que no existía repitiendo: sería una estupidez, no lo hagas.

25 de mayo de 2009

Cosas del azar

Hace unos tres años, A y B conocieron a C en una fiesta privada. Ambos se habían sentido más bien desubicados desde el comienzo porque solo conocían al anfitrión y a su novio que valía por dos −a pesar de su estatura y complexión− de tanto que hablaba y se movía. Además, el aflujo de personajes estrafalarios como un trío de trans argentinas, un tipo dispuesto a explicar en detalle su teoría acerca de que todas las personas estamos conectadas a través de los cables telefónicos que llegan a nuestros hogares, o cierta inglesa absurda que simplemente había cocinado un bizcocho incomible, no había hecho sino aumentar esa sensación. Sin embargo, C logró superar ella sola el límite de la perplejidad de A y B. Luego convinieron en que debía de ir puesta de coca hasta las cejas, porque si no era difícil de asumir que una persona se tirara más de media hora hablando de lo "cabrona" que tenía que ser en su puesto de encargada de tienda de moda, de que los empleados "se te subían a la chepa" si no les "ponías en su sitio", y de que ella había llegado allí por su propio sacrificio y nadie le iba a "tocar un pelo". Aprovechando la confusión, casi promiscuidad llegada aquella hora de la madrugada, cuando C pidió disculpas para ir al baño A y B optaron por despedirse a todo correr del anfitrión y su novio hiperactivo y huir de aquel zoo. Luego, camino del búho estallaron en risas imitándola alternativamente que duraron hasta llegar a casa, y fue así como C pasó a formar parte de su particular galería de los monstruos aunque ya nunca volvieran a saber de ella.

El domingo pasado A recibió una llamada para tomar café en casa de D, una amiga muy reciente pero en quien ya ha depositado más confianza que en la mayoría de sus viejas amistades. En realidad, D le conoce muy bien a estas alturas, y él a ella también. Para A, D es sencillamente un amor. Siempre está dispuesta a hacer cualquier cosa por los demás, y la ha conocido en una época muy dura para él en la que poco podía ofrecerle a cambio. A está muy frágil y necesita cariño, dejarse querer, y como D es muy intuitiva sabe que a A le conviene relacionarse con gente, y él también lo sabe y hace esfuerzos sobrehumanos por ser sociable como esa tarde. Había más personas tomando café, entre ellas la hermana de D. Cuando se la presentó, A tuvo la certeza de que se habían encontrado en alguna ocasión. La conversación fluía y ella apenas abría la boca. A tampoco, y es que no dejaba de recorrer su memoria para recordar dónde, cuándo, cómo. De repente, la hermana comenzó a hablar de un disgusto que había tenido en su tienda, y narró con crudeza cómo había tratado a un amigo suyo a quien había conseguido meter de dependiente hacía pocas semanas y que había sido descubierto robando. C le había obligado a firmar una baja voluntaria, y gracias que no le abría expediente porque si no "no volvía a trabajar en su vida". Fue entonces, al escucharle contar todo aquello con cara de auténtica bruja, cuando A reconoció sin lugar a dudas a C. Sí, era ella, esculpiendo de nuevo su máscara frente al mundo y esta vez sin ayuda de la coca. Luego pudo confirmarlo, y por fortuna C no se acordaba demasiado de la fiesta aunque sí de él y su pareja.

A desearía contarle a B que C todavía sigue suelta, en busca y captura por "cabrona", pero todavía no es momento de confidencias así. Por ahora tan solo buscan la forma de simplemente estar, cada uno con su vida en lugares distintos del mundo, y eso es complicado si se pretende ya no herir más ni ser herido. Tal vez este guiño ayudaría, cree A, y se imagina a B riendo a carcajada limpia frente a su pantalla recordando a C, aquella fiesta delirante, aquel camino de vuelta a casa. Ese pensamiento le obliga a esbozar él mismo una sonrisa.

24 de mayo de 2009

Cosas paradójicas

A quería cambiar su vida. Hacía ya nueve años que estaba con B, se habían conocido con apenas veinte. Llevaba un tiempo mal, tanto que andaba demacrada y todo el mundo le decía que había perdido demasiado peso. Había probado de todo: clases de relajación, cortes radicales de pelo, incluso había comenzado a escribir relatos que casi eran un diario si no fuera porque trastocaba detalles por pudor y por miedo a que B los descubriera. Pero nada la libraba de la asfixia, de la falta de apetito sexual por B, de las fantasías con algún que otro compañero del trabajo exaltadas aún más la pasada primavera y tristemente diluidas por el verano y sus vacaciones cambiadas. ¿Quería a B? Claro, era lógico después de tanto tiempo juntos. Además B era cariñoso, otra cosa puede que no, pero sí muy cariñoso. ¿Estaba enamorada? Ni se acordaba de la última vez que habría podido afirmar tal cosa. Tal vez dos, tres años atrás. Luego tan solo aisladamente, en vanos intentos por reanimar aquel amor que les había llevado a abrir un plan de vivienda, diseñar una existencia en común y, hacía muy poco, hipotecarse.

Finalmente, en septiembre A se decidió. Sentó un día a B y le dijo que todo había terminado, que había llegado a un punto de su vida en que no podía seguir prolongando aquella relación. A estaba a punto de cumplir los treinta, su reloj biológico corría, y para ella era el momento de dejar a B y comenzar de cero. B, que jamás habría tomado semejante decisión pues era miedoso por naturaleza, lo encajó con incredulidad primero y con inmenso dolor después conforme fueron pasando las semanas y comprobó que A iba en serio. Pero aquel día hablaron mucho, tal vez más de lo que nunca habían hablado. Hubo algo que B no dejaba de preguntar: ¿esto es todo, qué significa entonces todo este tiempo, todo lo que hemos vivido juntos? A, consciente de que ella tampoco sabía muy bien qué contestar, cada vez le respondía de una forma. Solo tenía clara una cosa: aquello era lo correcto, debía mantenerse firme y mirar hacia adelante por duro que fuera.

Han pasado casi dos años desde entonces. La terraza de la casa se ha convertido en un vistoso jardín gracias a los cuidados de A. Como sus horarios apenas coinciden no se ven demasiado, aunque eso también genera problemas pues continuamente hay cuestiones domésticas por resolver y a menudo hasta les ocurre que una avería no solucionada a tiempo genera nuevos daños que podrían haberse evitado. B ha llegado a la conclusión de que A es como una compañera de piso, hasta su nueva novia se ve obligada a asumirlo así porque de lo contrario se volvería loca. Solo pueden hacer el amor en su apartamento, pero B es un cielo y hasta se imagina teniendo hijos con él. A no ha rehecho su vida, vive exactamente donde vivía y con quien vivía. Tiene el mismo trabajo de antes, y tampoco se ha esforzado gran cosa por conocer a ningún chico. Hubo un compañero (de los de aquellas fantasías primaverales) que le tiró los tejos hace unos meses, pero enseguida se echó atrás al enterarse de que A seguía viviendo con su ex-novio. El verano pasado, hizo un viaje sola a Perú y se compró una pequeña guitarra andina que ahora acumula polvo en lo alto de un armario tras un autodidactismo obstinado pero infructuoso. Y no hay mucho más que contar de esta historia, a no ser que últimamente, cuando a eso de las once B ya duerme en su cuarto y A llega del trabajo y gira la llave de la puerta para entrar en casa, su corazón se acelera. No sabe por qué, pero solo en ese momento del día se siente viva. Como si algo importante fuera a suceder.

23 de mayo de 2009

Cosas que me duelen

No entender, o entender demasiado tarde.

El abrazo retenido, el beso que murió en deseo.

Saber que me viste como nadie.

Sospechar que no llegaras siquiera a atisbarme.

Que mi entrega te asustara, ¿no era lo que querías?

Hacerte daño aunque ya no tenga otro remedio.

Que me hagas daño aunque ya no tengas otro remedio.

El daño −infringido o recibido− evitable, profundamente injusto.

Cuestionar el recuerdo de lo nuestro. ¿Sentías aquello que dijiste, era de verdad aquella mirada, me enamoré de la misma persona que ahora desconozco?

La certeza de que nos conocimos en el tiempo equivocado, a veces tan solo ligeramente, pero el desajuste fue letal.

Intuir que un día querrás volver a mí, y quién sabe si te atreverás o adónde me habrá llevado la vida.

Temer que un día llame a tu puerta y nadie responda.

Mi torpeza, me puede llegar a obsesionar.

Las huellas −visibles e invisibles− del tiempo.

Trabajar solo por dinero, cada vez soy más incapaz de semejante engaño.

No poder corresponder el amor −absoluto pero plagado de chantajes− de mis padres.

No poder corresponder el amor −relativo pero tan osado− de un hombre.

Una película deshonesta, un libro mal escrito, una canción que suena en todas las radios que es como si no sonara en ninguna.

Un amigo que se aleja.

La soledad.

22 de mayo de 2009

Almas de metal

Solos otra vez, qué más da...
Hay almas de metal en el bar.
Me dices: ¿Qué haces por aquí? ¿Qué tal estás?
¿Ya estás borracho o qué? ¿Luego qué harás?

Precisamente hoy hablaba de ti.
Tuve que reconocer que estuvo genial
el tiempo que nos fue dado a compartir.
Quién sabe si esta noche querrás repetir...


Solos otra vez, que más da...
Hay almas de metal sin usar.
Me dices: ¿Qué haces por aquí? ¿Qué tal estás?
¿Ya estás borracho o qué? ¿Luego qué harás?

Precisamente hoy hablaba de ti.
Tuve que reconocer que estuvo genial
el tiempo que nos fue dado a compartir.
Quién sabe si esta noche querrás repetir...


21 de mayo de 2009

Imposibilidad

La calle se extendía tras el parabrisas. El asfalto recién echado. Una patrulla de policía pasando cada pocos minutos. Los dos en tu coche, solitarios en medio de un paisaje con alguna apisonadora semiaparcada, montones de grava, y bolsas de basura todavía sin recoger. Tú me ponías canciones, y cada vez que comenzaba una me decías que te gustaba mucho, que era muy buena, y querías saber si a mí me gustaba también. Y yo, por supuesto, te repetía que sí; aunque no fueran de mi estilo, aunque solo pudieran gustarme junto a ti, tan joven y tan desconcertante. Cómo no iban a gustarme, si posaba mi cabeza en tu pecho y me parecía que la música me llegaba de ahí dentro.

Nos cogíamos de la mano, mirábamos la calzada huyendo en perspectiva y tarareábamos juntos esas canciones que, supongo, son las que cantabas en soledad al ir o volver de la universidad y que por un rato, ese tiempo inmortal que pasamos en tu coche antes de que la patrulla nos obligara a movernos, acompañaron nuestra breve historia. Luego nos besamos, me diste tu número de móvil, te pedí una vez más que subieras.

- No, llámame tú si quieres. Yo no voy a llamarte, tienes que ser tú.

Y ya no me volví. No quise verte marchar al volante camino del olvido.

20 de mayo de 2009

Ella

Escuchaste truenos de tormenta y saliste de allí corriendo, cruzaste la carretera y llegaste a la arena mojada, dejaste caer tu vestido (su favorito, aún lo llevabas puesto desde que os habíais despedido en la estación), tu pulsera, tu cinta del pelo, arrojaste tus sandalias y te adentraste en el agua, poco a poco, caminando hasta que tus pies no podían tocar suelo, y entonces te lanzaste a nadar, furiosa, queriendo alejarte de la orilla como cuando eras pequeña (¿seis, siete años?) y seguías a tu padre, os ibais los dos lejos, muy lejos, y tú te sentías segura con él a tu lado, le admirabas, querías llegar donde él llegara, demostrarle que tú, por muy pequeña que fueras, podías lograr lo que esperaba de ti, y ahora que él no estaba allí eras tú sola la que tenías que nadar contra el torbellino de lluvia, las olas encrespadas, las cimas acuosas a las que te encaramabas con cada brazada, cada aliento escapado de tus labios, como ese grito que desgarró el aire cuando ya no pudiste más, ese aullido animal que nunca habías proferido y que nadie podía oír, tu lamento de amor, porque ella se había marchado aquella tarde, os habíais despedido con un beso en los labios, sin miedo ya, y gritaste hasta agotar su recuerdo, olvidar su tacto electrizante, y después no hubo nada, solo el silencio de un océano que imperceptiblemente volvía a la calma, la tempestad se alejaba, y cuando el mar te devolvió a la orilla te encontraste con aquella mujer mayor al lado de tus ropas, casi custodiándolas, su mirada, su sonrisa al decirte que cuando era joven ella también nadaba siempre en días de tormenta.

19 de mayo de 2009

Cosas que no vuelven

A tenía veintiséis años cuando llegó a Madrid, pero era como si tuviera dieciocho, veinte a lo más, tan inexperto era con los chicos y su cruel amor. Aquella noche se había citado con B, pasión con cariño era lo que a B le había gustado del anuncio de A, y no habían tardado en pasar de la timidez a las risas, de las risas a las miradas, y de las miradas a los besos en aquel sofá de lugar de moda. A recuerda esa noche por algo más que por haber conocido a B, un loco treintañero, peligrosamente magnético, que se había quedado en la infancia de los amores absolutos que ningún ser humano podría colmar. A tiene grabada en el recuerdo la mirada prolongada que sostuvo con C, el famoso director de cine. En realidad C les miraba a los dos, exultantes de romance y belleza, pero B parecía no percatarse o acaso no le daba importancia acostumbrado como estaba ya a la capital. A no lo estaba todavía, y los segundos que dura esa mirada le hacen imaginarse el protagonista de eso que a veces ha leído: C puede fijarse en un muchacho cualquiera y convertirle en estrella.

Han pasado casi ocho años, y A está sentado en un banco de la calle. Piensa en el chico que le tiene emocionado desde hace semanas, incapaz de entender todavía que todo eso le esté sucediendo a él. Acaba de dejarle cerca de su casa, y de camino a la suya ha decidido sentarse y esperar a que su corazón se calme. Entonces, a los pocos minutos, ve que C se aproxima por la acera y pronto pasará su lado. Nunca en este tiempo se lo había vuelto a encontrar, y de un instante al otro se descubre expectante ante el posible intercambio de miradas. Se da cuenta de que C anda más bien absorto, poco atento a la realidad que le rodea. A, no obstante, decide buscar sus ojos. C repara en él un segundo, eso es todo, y sigue su camino.

A reflexiona mientras C se aleja. C está más mayor, y quién sabe qué experiencias habrá vivido en este tiempo más allá de haber rodado las películas que medio planeta ha visto, que los Óscar han premiado, que le han catapultado a un estatus incluso superior al que tenía aquella noche de la mirada íntima, seductora, seducida. ¿Y él, en qué ha cambiado A? Sin duda, aunque sigue aparentando menos edad de la que tiene, ya no parece el efebo de hace ocho años. Ha aprendido a no enamorarse la primera vez, y eso deja huellas en el rostro y en el resto de la piel y en el centro mismo del alma. No da la impresión de que C sea más feliz, aunque un mal día lo tiene cualquiera. A sí es más feliz, al menos ese día.

18 de mayo de 2009

Cosas que no se pueden pedir

Cosas que nacen del deseo de compartir un pedazo de vida, la generosidad pura (You deserve it!, dijo él). Cosas que ayudan a dar un paso, otro más, en el camino. Una quiebra que hace soportable esta incredulidad de vivir, un intermedio feliz en un domingo donde me sigo reorientando como un boxeador que abre los ojos tras el directo de derecha que le lanzó de bruces contra la lona. Un concierto privado, ask a song and I'll play it for you. Él en su casa familiar a miles de kilómetros, en otro país. Yo en un locutorio recorrido por conversaciones inverosímiles, golpes de teclas, mis carcajadas por una broma entre canción y canción.

Cosas que no se pueden pedir, solo desear y confiar en que el mundo se vuelva del revés.

9 de mayo de 2009

Séraphine

Cartel de Séraphine

Los biopics suelen pecar de un excesivo apego a la realidad que pretenden retratar. Eso hace que muchas veces pierdan incluso verosimilitud, pues bien sabemos que la verdad no siempre es lo más satisfactorio narrativamente. Otro defecto habitual, sobre todo en los biopics facturados en Hollywood, es que se centran en los eventos más sobresalientes de la vida del protagonista, lo que los convierte en un tour de force que no dota de cuerpo y alma a la persona, sino que la convierte en un puching-ball golpeado por el devenir o un héroe distinguido del resto de los seres humanos cuyas frases siempre son precisas, grandilocuentes, falsas en definitiva. Séraphine, ganadora de siete premios César 2009 (entre ellos los de mejor película, mejor guión, y mejor actriz), no solo sortea todos los tópicos de las películas biográficas sino que a fuerza de mostrarnos también momentos cotidianos, aparentemente insignificantes, forja un crescendo cuya cúspide es el paisaje elegíaco, de un poder visual y coherencia con el relato estremecedores, que cierra la película.

Primer plano de Séraphine: la luna proyecta su destello sobre una charca. Segundo plano y último de la escena inicial: unas manos flotan sobre la superficie, tal vez el cuerpo al que pertenecen está caminando en el fango bajo las aguas. Hablar sin más de "planos" en esta escena y en tantas otras de Séraphine significa anteponer injustamente la técnica con la que están diseñados a la emoción que resulta de su factura, pues son estas las primeras pinceladas de una película cuyo guión es un lienzo trabajado con paciencia, sin brochazos, fruto del esmero del director y co-guionista Martin Provost para que la protagonista cobre vida lentamente, desvelando con herramientas del thriller pero con el tempo de un Bergman, un Antonioni, el secreto que Séraphine Louis, una mísera sirvienta despreciada por la dueña de la residencia donde ejerce de mujer de la limpieza, esconde.

Escena de Séraphine

En un guiño a Centauros del desierto (un personaje llega, y sabemos que será clave), acentuado por las numerosas puertas y ventanas que durante el film se abren a horizontes, jardines y bosques en este caso, el coleccionista alemán de pintura Wilhelm Uhde alquila una habitación en la residencia. El lugar es Senlis, un pequeño pueblo a unos cincuenta kilómetros de París, y el año es 1912, casi en preguerra. No sabemos por qué Wilhelm se ha retirado allí, será poco a poco como intuiremos y confirmaremos su confusión de los sentimientos (superada no obstante a su edad y transformada en calvario) que diría ese otro maestro ‒coetáneo y casualmente fallecido tan solo unos meses antes que Séraphine‒ de las historias dibujadas con pulso preciso que fue Stefan Zweig. De hecho, y esto es lo más sobresaliente del guión, Wilhelm, por su verdad desgarradora, su propio secreto, se convierte en co-protagonista, de forma que él y su compleja relación con Séraphine tejida en torno a lo que ambos ocultan, terminarán siendo nodos narrativos que desactiven los peligros mencionados anteriormente de un biopic que, como en el fondo sugiero de Séraphine, no es tal.

Cuadro de Séraphine de Senlis

"Yo también, cuando lo miro tengo miedo de lo que hago". ¿Podría resumir mejor una frase la furia creativa, el asombro del artista ante al arte que emana de sí mismo? Séraphine está loca, cierto, y el arrebato místico que le empuja a pintar es fruto de una vida dura, de trabajo y privación, y también de un trauma de su pasado que se desvelará con sutileza dejando entrever el origen de su locura. Pero si algo deja claro el film es que en el centro de esa mente enferma hubo más coraje, más lucidez, más verdad llevada al límite que en cualquiera de los cuerdos que la rodeaban. Solo Wilhelm es capaz de desvelar al mundo su talento, si bien el estallido de la guerra y, ante todo, su turbulenta existencia solo apaciguada por el amor y entrega incondicional de su hermana Anne Marie, le llevan a abandonar a su suerte a Séraphine hasta que en 1927, más bien por casualidad y cuando prefería creerla muerta, acaba visitándola de nuevo y nace Séraphine de Senlis, la pintora hecha por completo a sí misma, la visionaria anticipada a su tiempo y deudora sin conocerlo del primitivismo medieval, la mujer que brevemente conocerá la gloria jamás sospechada ni buscada.

La fotografía, la dirección artística, la música, y el vestuario, son el resto de aspectos de Séraphine premiados en los últimos César. Nada que añadir, solo apuntar que en una película tan íntimamente ligada al arte pictórico adquieren especial relieve al punto de que sin esa excelencia tal vez no estaríamos hablando de uno de los estrenos de 2009 que recordaremos cuando pase el tiempo. Como recordaremos, sin duda, todo lo que se esboza en los delicados trazos de un cabello despeinado, un pecho escuálido, una mirada sin palabras. La lucha de Séraphine, su piedad, su orgullo. La culpa de Wilhelm, su hermetismo, su generosidad caprichosa. En definitiva: amores, pasiones, lazos invisibles a los ojos y, justamente por ello, esenciales.


Séraphine, o el cuento de la Cenicienta con demoledora crítica social y sin final feliz.

8 de mayo de 2009

No más 901 ni 902

Los teléfonos 901 y 902 son una manera repudiable de hacer negocio por parte de las compañías y bancos, muchas veces incluso también de los organismos públicos. Nos hacen pagar a los usuarios un alto coste por minuto cuando en realidad la llamada que estamos haciendo es nacional, por lo que a cualquiera que tenga contratado ADSL le saldría incluso gratis.

Hay personas que destaparon esto hace tiempo y crearon una wiki. A día de hoy, la mayoría de los números 901 y 902 son evitables marcando el número nacional equivalente. Introduce el número 901 o 902 que desees en este formulario y compruébalo...

 

3 de mayo de 2009

Deseos

Deseos

Mi última maqueta fue Deseos, grabada en el verano de 2005. En el invierno había editado tres canciones más en inglés bajo el nombre de Shadows que a pesar de ser mis primeras compuestas y arregladas enteramente por mí, y de tocar todos los instrumentos en el estudio incluyendo una digna batería, no me hicieron avanzar creativamente. Pero Deseos sí tiene el espíritu de los primeros estallidos como Dreams, sí es un salto al vacío, una brutal autoafirmación. Por un lado, todas las canciones están escritas al fin en castellano, y ese logro me satisface muchísimo. Por otro, los arreglos van mucho más allá de lo experimentado en Shadows. Además, cuento con la ayuda en esta ocasión de mi amiga del alma Rut en algunos coros y de Juan Caballero, quien se convierte en mi batería y bajista y también en una especie de productor de la maqueta dándome ideas que siempre, siempre, resultan enriquecedoras.

He escogido Espejismos, una canción donde me atrevo con la armónica y unos arpegios de guitarra eléctrica complejos. De nuevo, es una letra basada en una experiencia real aunque mucho menos memorable que la vivida en París unos meses antes. De ella prefiero extraer la sabiduría para huir de los espejismos, descubrir la belleza en el encuentro de dos chicos que persiguen el conocimiento mútuo, la sinceridad de miradas que solo expresan verdad, profundizar en otro ser humano y nutrirse de lo mejor de él alimentándole a su vez de lo mejor de nosotros. Lo llaman "ir más allá del sexo"; yo lo llamo "llevar más allá el sexo", a territorios que dos cuerpos sin una mente buena, sana, abierta, jamás imaginarían. Lo llaman amor, y yo también. Sin sintagmas que desnaturalizen una palabra tan hermosa.

ESPEJISMOS

VEO UN REFLEJO EN EL CRISTAL... MÍRALO
NUESTROS CUERPOS EN UNIÓN
NOCHE BAJO UN CIELO AZUL METAL... DIBUJAR
ESPEJISMOS DE AMOR

LUEGO INTENTAMOS OLVIDAR EL ERROR
ESA ESCENA EFÍMERA
TÚ ME INSISTES "QUÉDATE, POR FAVOR"
PERO YO PREFIERO HUIR

ES PURA ILUSIÓN
ALGO FUGAZ QUE YA NO ESTÁ
SI MIRAS EN ÉL
SU SEDUCCIÓN TE ATRAPARÁ

FORMAS DE SOÑAR CON LA REALIDAD
DENTRO...
FUERA...
REFLEJÁNDOME, OBSERVÁNDOTE
DENTRO...
FUERA...


BUSCO ESPEJOS DONDE RECORDAR QUE TE AMÉ
EN EL REFLEJO DEL CRISTAL
ERA TAN HERMOSO Y SENSUAL QUE PENSÉ
EN QUEDARME SIEMPRE ALLÍ

ES PURA ILUSIÓN
ALGO FUGAZ QUE YA NO ESTÁ
SI MIRAS EN ÉL
SU SEDUCCIÓN TE ATRAPARÁ

FORMAS DE SOÑAR CON LA REALIDAD
DENTRO...
FUERA...
REFLEJÁNDOME, OBSERVÁNDOTE
DENTRO...
FUERA...


2 de mayo de 2009

Alguien que es capaz de decir...

... "I think I give myself completely to the others 'cause I am scared to be alone", me desarma. ¿Cuándo he sido yo tan consciente de algún punto especialmente débil de mi carácter?