27 de febrero de 2006

Prórroga

Análisis. Resultados. Tensión por la vida, como si la certeza de una hoja de papel asegurase algo más que una frágil prórroga. Todo está bien. ¿Significa tanto? Depende. Depende de qué voy a hacer con esta salud recuperada, con mi cuerpo que hoy no genera asteriscos en el análisis pero que, inexorablemente, añade muescas en la línea de la vida. Imagino esa línea como una vara de madera en la que cada día deja una marca. Treinta y un años de reacciones químicas, de células y tejidos en desarrollo hasta traspasar el umbral del crecimiento y comenzar el camino del lento crepúsculo. Mecanismos que empiezan a fallar, desequilibrios que se manifiestan en síntomas. Antes no me hacía análisis. Al final, nada importante. Una bobada, piececitas que van desencajando el puzzle. Es sólo que habrá un día en que mi cuerpo ya no parezca un puzzle, sino un pequeño cerro de peñascos arrasados por la erosión. Esto sin contar el accidente, la agresión, el azar... ¿Azar? ¿Destino? ¿Casualidad? Da igual, no importa. Se trata de simple desconocimiento, pura ignorancia de cuál será la muesca definitiva.

Por mi parte, tras salir de la consulta he llamada al chico que quiero y le he dicho Todo está bien. Él sabe, como yo, que tenemos la obligación de luchar por estar mejor. Ahora que los análisis no están surcados de asteriscos.

El aforismo proclama que lo único que nunca lamentaremos serán nuestros errores, y sí todas aquellas ocasiones en que refrenamos impulsos verdaderos. En tanto la navaja no talle esa última incisión, es todo lo que podemos hacer.

Arriesgarnos.

22 de febrero de 2006

Escenarios

Ayer te vi. Me pregunté si te acordarías de aquella tarde. Un muchacho al mes durante tantos años son demasiadas invitaciones al olvido. Yo fui el de agosto de 2004, lo recuerdo bien porque acababa de dejarlo definitivamente con mi chico tras unos meses de crisis. Me sentía renacer del hastío, y sólo quería probar nuevas experiencias. Nos conocimos en el chat, nunca me ha gustado especialmente, pero era la forma más rápida de encontrar lo que buscaba: un buen rato, sin ataduras. Siempre he preferido chicos más jóvenes que yo, como mucho de mi edad. El morbo de seducir a un hombre maduro siempre lo había rechazado por demasiado fácil. Lo es. Busco chico con clase hasta 28. Admito que me interesó lo de "con clase", para qué negarlo. Tanto que no dudé en abrirte un privado. ¿Te vale uno de 29? Y así empezamos a charlar. La clase te la demostré por escrito, sabía a qué te referías. Por otro lado, no me fue difícil provocar tu interés con frases inconclusas, sugerentes elipsis y demás trucos de la prosa de la seducción. Algo me atrajo de todo aquello, y acepté que me dieras cita a la salida de un hotel en Plaza Castilla. Podíamos tomar algo en la cafetería. La idea me encantó por su anonimato, por su clase. Me puse mis vaqueros más ceñidos, un polo amarillo y mis mejores zapatillas. No podía fallar.

Me esperabas en la puerta. No me sobresalté al verte. Me habías dicho cincuenta y, aunque intuí más bien sesenta, no los llevabas mal. Eras presumido, varonil en tu apariencia, y la verdad es que sabías halagar con tu sola mirada. Dejé que me invitaras, tampoco esperabas otra cosa. Creo que ese hotel solía ser tu escenario habitual en estos casos. La conversación fue fluida, tenías experiencia en irla llevando de lo general a lo particular, cosa que yo aproveché para mi propia finalidad, que no era otra que extraer lo máximo de nuestro encuentro. Fue por eso que te pregunté acerca de tu familia (no me lo habías dicho, pero pronto resultó evidente que estabas casado), de tu homosexualidad tanto tiempo en secreto que intentaste en vano hacer pasar ante mí por bisexualidad, y otras preguntas cuyas respuestas –aunque esquivas– me ayudaron a componer tu personaje.

Me invitaste a dar una vuelta en tu coche por Tres Cantos, que era donde vivías y tenía su sede la empresa que dirigías. Más de cuatro mil empleados a tu cargo. Recuerdo con asombro que me interesé por el número de informáticos en la plantilla. En qué andaría pensando... Lo cierto es que ya me habías dicho que otro día querías llevarme a cenar a tu restaurante favorito en Madrid. Aquello iba rápido, tanto como tu Mercedes flotando sobre la autopista o tu mano deslizándose por mi muslo. Me enseñaste parte de Tres Cantos, si bien creo que te limitaste al trayecto más corto hasta tu apartamento de soltero. ¿Quieres subir? No tenemos por qué hacer nada... Te sonreí, no había llegado hasta allí para no hacer nada.

En tu casa algo se torció. Me entró miedo. No físico, sino miedo de hacerte daño. Aunque lo negaras, deseabas enamorarte, y creí que yo estaba bordando demasiado mi papel. Te dije que lo más posible era que ésa fuese nuestra última vez. Te molestaste, interpretaste que me sentía a disgusto. Logré tranquilizarte, y tú, como exigiendo una compensación, me pediste un beso. Yo asentí, me abandoné, dejé que me dieras un placer que habías deseado entregarme desde el primer instante.

Tu mujer te llamó mientras yo aún yacía semidesnudo sobre tu cama. Ella vivía con tus hijos en Sevilla, tú ibas casi todos los fines de semana. Me habías enseñado sus fotos diseminadas en el salón y el dormitorio, y ahora le decías te quiero mientras me contemplabas. Después todo fue rápido. Tenías cena en Madrid, me dejaste donde te vino mejor y nos despedimos con un quién sabe. Un minuto más tarde me llamaste para comprobar que no te había dado un móvil falso. Ya no volví a saber de ti, tú siempre llamabas ocultando tu número.

Ayer te vi, no recuerdo tu nombre pero sí ha vuelto a mi mente aquella tarde de agosto. Yo pronto dejé atrás esos juegos, y ahora soy feliz con un chico de mi edad. Muy feliz. Tú caminabas deprisa, tus facciones contraídas por el mismo rictus. Me pregunté adónde irías. Tu apariencia sigue siendo impecable, aunque definitivamente sí que superas los sesenta. Nada que reprocharte de tu vida, entiendo todo. No era fácil, más bien era prácticamente imposible que encontrases el amor en otro hombre y pudieras disfrutarlo en la España franquista. Ahora es tarde, pronto necesitarás que te cuiden. Tienes una familia que te quiere, eso vale mucho. Lo que ellos no saben es quién se esconde detrás de ese personaje que a la fuerza hace de padre, de marido. Me temo que tampoco tú lo sabes.

Ojalá te vaya bien.

20 de febrero de 2006

Plan de viaje

He aprendido a manejar tu calorímetro. También tu reproductor de DVD. Por fin sé cómo dejar completamente cerrado el grifo de la fregadera. Tu portero me saluda y ha dejado de preguntarme a qué piso voy. Y, lo más complejo de todo, tu gato ya no me araña y me hace caso cuando le ordeno algo.

Pequeños aprendizajes, complementos de un manual de uso que me encanta memorizar: el tuyo, mi amor. Me sorprendo todavía de los mecanismos que aún no conozco, pero no los temo. Sé que acabaré siendo un experto en ti. No un domador que te someta, sino un entrenador que a fuerza de amar tu animal te instigue a todas las hazañas de las que –lo sé– eres capaz.

Tengo planes para ti, para nosotros. En mi mente fluyen imágenes, diálogos, futuras etapas de este viaje por la vida.

Yo te ayudo, tú me ayudas.

Así es nuestro amor.

19 de febrero de 2006

Gratitud

Ya pasó. Casi no pude disfrutarlo mientras duró, allá arriba todo fue extraño y muy diferente a como había imaginado, y sin embargo el cariño –inadjetivable– recibido luego en abrazos y besos me dio a entender que a pesar de mis nervios (lo siento) y de la locura de algún espontáneo (qué decir), mis canciones se impusieron finalmente sobre todo lo demás y mayoritariamente os conmovieron, os hablaron con nitidez de mí, de mi percepción del mundo que creo se instaló –siquiera efímeramente– en vosotros. Y si, como alguien me ha dicho, os hice pasar una horita de esas verdaderamente especiales, de las que se recuerdan, sólo puedo gritar ¡Misión cumplida!...

17 de febrero de 2006

Tiempo recuperado

Ver, escuchar. Incluso cuando se espera en una fila y el tiempo parece perdido. Como esta mañana en un centro de salud. Una anciana era arrastrada en silla de ruedas por otra mujer, probablemente su hija. No era por un problema físico que había que cargar con ella. Era Alzheimer. No parpadeaba, no fijaba su mirada en ningún lugar. No hablaba. Sin embargo, sí obedecía a las palabras como caricias que le dirigía su hija. A ver, vamos a levantarnos... ¿Ves que bien, mamá?... Venga, apóyate en mí... Le hemos dejado pasar los que estábamos delante, y la anciana ha entrado cogida del brazo de su hija y se ha sentado. Durante el tiempo que ha durado su extracción de sangre, la mujer pasaba las manos por su espalda, su pelo, la besaba, se disculpaba por haberle dicho al salir de casa que iban como cada día al Retiro para que no se asustara. Alguien detrás de mí ha comentado que si estuviera en esa condición preferiría que le llevasen a una residencia. O morir. Tiene su lógica, admito que ésa ha sido siempre mi opinión. Sería fácil pensar que a lo mejor esa mujer no tiene suficientes recursos para desembarazarse de esa carga, pero así tan sólo me estaría negando la verdadera razón que late ahí debajo: yo no sería capaz de tanto amor, tanta atención generosa como la de esa mujer hacia su madre. Me he sentido acusado por su ejemplo de justicia vital. Me he visto forzado a hacer una reflexión sincera, buscar verdades despojado de egoísmos. En concreto, he tratado de ponerme en el lugar de mi madre si un día tuviera Alzheimer. En mi lugar.

En realidad ya sé, tampoco me hace falta pensarlo demasiado, lo que tendría que hacer.

16 de febrero de 2006

Noches

Se reían entre copas,
corría la madrugada,
la elegancia de sus ropas
y el brillo de su mirada
revelaban la delicia,
el secreto de su amor,
mil esbozos de caricia
sustraídos por temor.
¿Quién se hubiera atrevido
a soñar melancolía
por tantas noches de olvido,
olvido de un nuevo día?
Amantes que ya no son,
memoria desdibujada;
sólo queda su canción,
la cantan con voz callada.

15 de febrero de 2006

Interpretación

Estos días he interpretado un personaje en el vídeo que León ha realizado como proyecto fin de curso. Un personaje que a su vez era un actor que encarnaba a otro personaje en una obra de teatro. Más allá de la emoción por estar junto a él en esto, de mi descubrimiento de lo que significa rodar en un plató de televisión, del calor de los focos, de la costra de maquillaje sobre la piel, de llevar ropas ajenas, de movimientos, tonos de voz y palabras que no son propias, me quedo con esos intervalos entre toma y toma en que retrocedía el camino andado y volvía a mí. ¿A mí? No exactamente; me ocurría que los problemas que me habían atenazado horas o minutos antes, parecían mucho más lejanos. Era complejo determinar quién era. Acababa de experimentar unas emociones que eran parte de la película y que no por ello resultaban menos vívidas. Y al cesar el rodaje se abría un vacío entre lo que se supone que soy y, por decirlo de alguna forma, la vida ahí afuera. El mismo vacío que, en ciertas ocasiones, me separaba del horizonte de pinares y montañas al otro lado de los ventanales de ese último piso del edificio donde rodábamos. Me escapaba unos minutos del plató, recorría el largo pasillo y me acercaba al cristal para contemplar el sol de mediodía alzándose sobre la sierra. Yo, Antonio, dudando de todas mis certezas. ¿Actor, amante, enemigo? Depende de la escena.

Siempre, un niño desnudo ante el mar. Un poeta interpretando la vida.

12 de febrero de 2006

Actuación viernes 17 en elnaranja



Sirva este post para invitaros a mi concierto a aquellos que no me conocéis y que leéis este blog. Tengo ganas de que nos encontremos, así que si estáis en Madrid y vais, no dudéis en saludarme antes o después de la actuación.

Un abrazo.

9 de febrero de 2006

El tiempo a lluvia lenta

Cae la serpentina,
el tiempo a lluvia lenta,
los invitados más tristes
remolonean
y juntos cantan canciones
con un brillo en la mirada,
rememoran otras fiestas,
aquellas de cuando eran jóvenes,
cuando los mundos de sueño
latían al horizonte;
luego llegó el torrente,
el tiempo en caída libre,
y ya en cada alegría
latía un dolor,
podía valer la pena
o tal vez no,
ya nada brillaba
como aquellas fiestas
de cuando eran jóvenes.

8 de febrero de 2006

Esta mañana, mi amor, cuando los despertadores ni soñaban todavía en lanzar su grito, te toqué esta canción. La eludíamos, la convertíamos en sorpresa, y es que era la única de mi repertorio para el concierto que no conocías. Pero no era casualidad que fuera ésta, claro que no. ¿Cómo va a ser causalidad si en su letra habita el fantasma que nos atenazaba?

Te la he cantado con una mezcla de temor y orgullo. Es la más bella, te decía siempre. Aunque estaba seguro de que así era, desde que he arrancado a tocar no te he mirado ni un segundo hasta que mi voz se ha desvanecido sobre el acorde final.

¿Qué te parece?

Es la más bella, sí... has dicho tras un vertiginoso vacío. Pero la angustia vibraba en tu boca, en tu mirada de animal aterrado. En ese instante sólo se me ha ocurrido dejar la guitarra a un lado, desnudarme por completo y ofrecerte mi piel, mi cuerpo entero para que entiendas que eso ya pasó, que el sujeto de la canción ha cambiado. Entonces te has acercado, me has abrazado, has respirado de mi vientre aceptando que esa cima mía del amor soñado, imaginado, ya la he dejado atrás. Ahora soy un leño que empuja la corriente deslizándose en tu río de amor verdadero.

Sólo a ti te esperaría en el mismísimo centro del salón para nuestro baile nupcial.

Tú, el hombre nacido para mi amor.



Tú en mi isla cada amanecer
Tú en las rocas donde duerme el mar
Es sólo ilusión
Pero el invierno sin tu piel
Amenaza con frío mortal

Tú en el viento del atardecer
Tú en la lluvia que azota el cristal
Brota el sudor
Tu cuerpo imaginado es
Tan real que lo puedo tocar

¿No quieres volar de mi mano, amor?
Como dos amantes en un sueño de Chagall
¿No quieres volar de mi mano, amor?
Como dos amantes en un sueño de Chagall


Tú el trapecista sin red
Tú el novio en el baile nupcial
Suena una canción
La melodía del querer
Y una voz a punto de quebrar

¿No quieres volar de mi mano, amor?
Como dos amantes en un sueño de Chagall
¿No quieres volar de mi mano, amor?
Como dos amantes en un sueño de Chagall

7 de febrero de 2006

Posible

Muchas veces coincido en mi vagón de metro con un grupo de colegialas. Entre ellas encuentro los estereotipos de siempre: la gordita acomplejada, la arrogante bella, la empollona que repasa el libro, la de gafas... En cierto modo, y aunque a mí me tocaron varios estereotipos a la vez, casi envidio ese enjambre de posibilidades de una vida aún por definir, esos sueños tal vez inconcretos pero todavía posibles.

Hoy fueron unas manos sujetando amorosamente unos hombros estrechos, la de gafas acercando su oído al oído de la más pequeña para intentar escuchar cualquiera de esas canciones almacenadas en el reproductor MP3 de otra que compartía auriculares con ella. Todas quieren a la pequeña... ciertamente su melenita recogida en coleta, su chaqueta rosa de chándal y su voz todavía de niña la hacen encantadora. Pero la de gafas la adora, ¿cómo entender si no esa ternura en el contacto de sus manos asiendo con firmeza el cuerpecito de la niña, juntando su cabeza contra la suya, dibujando un beso imposible en el aire? Me hiere que esa devoción, ese cariño tan cierto, llegue un momento en que sea incómodo. Y es que entre niños no importan los besos o los abrazos, ese amor sin barreras que, por ejemplo, le hizo decir a mi mejor amigo cuando ambos teníamos seis años que me quería más que a su hermana. Yo, por mi parte, le amaba tanto que en un arranque de celos le pegué un día y ya no volvimos a ser amigos hasta adolescentes, aunque de nuevo no supiéramos qué hacer con ese amor recuperado y tras un año o dos de titubeos compartidos volviéramos a separarnos, ya para siempre.

Lo único que he podido hacer (para algo me tienen que servir mis treinta y un años) ha sido sonreír a la niña de gafas, asintiendo imperceptiblemente con la mirada.

6 de febrero de 2006

Leve

Quiero escribirte un poema,
dar con los versos exactos
que revelen la belleza
de un hombre enamorado.

¿Y si un verso sólo fuera?

León, cariño... te amo.

Mi mejor traje

Veo en mi oficina muchachos engreídos. Me pregunto el porqué de esa vanidad que alisa sus camisas y hace caer con elegancia sus corbatas sobre el pecho henchido. Trato de encontrar razones. Tienen menos de treinta años y en sus rostros habita ya la madurez. ¿Qué les quedará luego, en esas décadas en que su cuerpo rimará más y más con sus rostros prematuramente avejentados? ¿Valdrá el chic de su envoltorio para sentir ese orgullo?

El símbolo se convierte en esencia, corazón podrido de este capitalismo donde un chico de veintitantos se cree realizado como persona sólo porque a cambio de un sueldo cualquiera le visten de traje todo el día y le imponen reuniones, objetivos, entregables... ¡Pobres ignorantes! El espíritu del hombre se desliza hacia el olvido, la sangre es sorbida sin compasión por aquellos que, en pirámide, lucharán por una posición más alta, un sueldo con más cifras a costa del trabajo, el tiempo, el sueño aniquilado de la mayoría. Y esos muchachos, incluso otros como yo que denunciamos esta farsa pero nos cuesta tanto encontrar una alternativa, se convierten en esclavos agradecidos, satisfechos de su suerte, y caminan erguidos, deleitados por el tacto de la seda contra la piel, esa mortaja en vida.

4 de febrero de 2006

Hojeando fotos

¿Me enseñas esa foto?
Estás tan mono, tan guapo
Esa mueca en tu rostro
Tu sonrisa, tu mirada

Esta otra en tan graciosa
Cómo abrazas a tu hermano
Y en la de Nueva York
Estás tan lleno de vida

Dime si serás tal cómo eras
Yo querría estar en esas fotos

Dime si serás tal cómo eras
Yo querría estar en esas fotos


¿Qué edad tienes aquí?
Me encantas en sandalias
Casi no te reconozco
Con el pelo despeinado

Pero la que más me gusta
Es en la que sale él
Ese billo en tus ojos
Me resulta tan ajeno

Dime si serás tal cómo eras
Yo querría estar en esas fotos

Dime si serás tal cómo eras
Yo querría estar en esas fotos


(Madame de Merteuil, merced a sus leves indicaciones, ha favorecido un desplazamiento en el repertorio para la actuación del 17, de forma que esta versión –totalmente libre en lo musical pero fiel en la letra– de mi propio tema Browsing Pictures pasa a ocupar el lugar de cierta canción de Deseos)

2 de febrero de 2006

Soñando el amor

El telón imaginado
como túnica de noche que se cierne,
tendida en la brisa flota mi mano
lenta, cadenciosamente,
mi voz arrebatada
dibujando el sentimiento,
este amor mío que se afila en aria
como un puñal clavándose en tu pecho.

En agua de plata juegan dos niños
y el mundo puede esperar en la orilla.

Dislexia consciente

Tirste,
trsite,
tisrte,
tsirte,
tsrite...

Triste,
me costaba decirlo.

1 de febrero de 2006

Crónica

Llevamos algunas jornadas de viaje. El viento empuja la popa rumbo fijo al horizonte que, sin embargo, siempre intuimos lejano. A la noche nos amamos, y también en ciertas mañanas cuando, desnudos sobre la cubierta, temblamos entre rugidos de olas y chillidos de gaviotas. Me gusta cuando tomas el timón: tu rostro adquiere seguridad y yo puedo fantasear con esas tierras donde me llevarás o recordar aquéllas donde nuestro barco ya acostó. También me gusta cuando nos abandonamos a la deriva y nuestros cuerpos ruedan por el suelo al vaivén de la tempestad, la piel surcada por espuma, sudor y astillas, en nuestra lucha de animales amantes.

Pero hay algo que me encanta por encima de todo: el tiempo tras la tormenta. Es entonces cuando alcanzamos la armonía con lo que nos rodea, cuando absolutamente todo lo que ocurre simboliza esto que sentimos. Me refiero a ese intervalo que nunca parece acabar en que un solo color se extiende en el cielo como un ala inmensa de ave tropical justo en el instante en que arrancara su vuelo, el instante en que cierro los ojos y grito tu nombre en la inmensidad del océano.