22 de febrero de 2006

Escenarios

Ayer te vi. Me pregunté si te acordarías de aquella tarde. Un muchacho al mes durante tantos años son demasiadas invitaciones al olvido. Yo fui el de agosto de 2004, lo recuerdo bien porque acababa de dejarlo definitivamente con mi chico tras unos meses de crisis. Me sentía renacer del hastío, y sólo quería probar nuevas experiencias. Nos conocimos en el chat, nunca me ha gustado especialmente, pero era la forma más rápida de encontrar lo que buscaba: un buen rato, sin ataduras. Siempre he preferido chicos más jóvenes que yo, como mucho de mi edad. El morbo de seducir a un hombre maduro siempre lo había rechazado por demasiado fácil. Lo es. Busco chico con clase hasta 28. Admito que me interesó lo de "con clase", para qué negarlo. Tanto que no dudé en abrirte un privado. ¿Te vale uno de 29? Y así empezamos a charlar. La clase te la demostré por escrito, sabía a qué te referías. Por otro lado, no me fue difícil provocar tu interés con frases inconclusas, sugerentes elipsis y demás trucos de la prosa de la seducción. Algo me atrajo de todo aquello, y acepté que me dieras cita a la salida de un hotel en Plaza Castilla. Podíamos tomar algo en la cafetería. La idea me encantó por su anonimato, por su clase. Me puse mis vaqueros más ceñidos, un polo amarillo y mis mejores zapatillas. No podía fallar.

Me esperabas en la puerta. No me sobresalté al verte. Me habías dicho cincuenta y, aunque intuí más bien sesenta, no los llevabas mal. Eras presumido, varonil en tu apariencia, y la verdad es que sabías halagar con tu sola mirada. Dejé que me invitaras, tampoco esperabas otra cosa. Creo que ese hotel solía ser tu escenario habitual en estos casos. La conversación fue fluida, tenías experiencia en irla llevando de lo general a lo particular, cosa que yo aproveché para mi propia finalidad, que no era otra que extraer lo máximo de nuestro encuentro. Fue por eso que te pregunté acerca de tu familia (no me lo habías dicho, pero pronto resultó evidente que estabas casado), de tu homosexualidad tanto tiempo en secreto que intentaste en vano hacer pasar ante mí por bisexualidad, y otras preguntas cuyas respuestas –aunque esquivas– me ayudaron a componer tu personaje.

Me invitaste a dar una vuelta en tu coche por Tres Cantos, que era donde vivías y tenía su sede la empresa que dirigías. Más de cuatro mil empleados a tu cargo. Recuerdo con asombro que me interesé por el número de informáticos en la plantilla. En qué andaría pensando... Lo cierto es que ya me habías dicho que otro día querías llevarme a cenar a tu restaurante favorito en Madrid. Aquello iba rápido, tanto como tu Mercedes flotando sobre la autopista o tu mano deslizándose por mi muslo. Me enseñaste parte de Tres Cantos, si bien creo que te limitaste al trayecto más corto hasta tu apartamento de soltero. ¿Quieres subir? No tenemos por qué hacer nada... Te sonreí, no había llegado hasta allí para no hacer nada.

En tu casa algo se torció. Me entró miedo. No físico, sino miedo de hacerte daño. Aunque lo negaras, deseabas enamorarte, y creí que yo estaba bordando demasiado mi papel. Te dije que lo más posible era que ésa fuese nuestra última vez. Te molestaste, interpretaste que me sentía a disgusto. Logré tranquilizarte, y tú, como exigiendo una compensación, me pediste un beso. Yo asentí, me abandoné, dejé que me dieras un placer que habías deseado entregarme desde el primer instante.

Tu mujer te llamó mientras yo aún yacía semidesnudo sobre tu cama. Ella vivía con tus hijos en Sevilla, tú ibas casi todos los fines de semana. Me habías enseñado sus fotos diseminadas en el salón y el dormitorio, y ahora le decías te quiero mientras me contemplabas. Después todo fue rápido. Tenías cena en Madrid, me dejaste donde te vino mejor y nos despedimos con un quién sabe. Un minuto más tarde me llamaste para comprobar que no te había dado un móvil falso. Ya no volví a saber de ti, tú siempre llamabas ocultando tu número.

Ayer te vi, no recuerdo tu nombre pero sí ha vuelto a mi mente aquella tarde de agosto. Yo pronto dejé atrás esos juegos, y ahora soy feliz con un chico de mi edad. Muy feliz. Tú caminabas deprisa, tus facciones contraídas por el mismo rictus. Me pregunté adónde irías. Tu apariencia sigue siendo impecable, aunque definitivamente sí que superas los sesenta. Nada que reprocharte de tu vida, entiendo todo. No era fácil, más bien era prácticamente imposible que encontrases el amor en otro hombre y pudieras disfrutarlo en la España franquista. Ahora es tarde, pronto necesitarás que te cuiden. Tienes una familia que te quiere, eso vale mucho. Lo que ellos no saben es quién se esconde detrás de ese personaje que a la fuerza hace de padre, de marido. Me temo que tampoco tú lo sabes.

Ojalá te vaya bien.

3 comentarios:

León Sierra dijo...

A veces deambulo en ese pensamiento que me salva de finales como el del hombre de tu postal de hoy; a veces, casi siempre, investigo qué todavía tengo que salvar en esta vida que me determina, me cerca, me nombra.

Junto a ti, todo mejor.

Vulcano Lover dijo...

Mon ami, siempre me ,levantas el polvo de los recuerdos... Tengo en la carpeta de borradores de historias una que refleja un episodio de una relación parecida, aunque completamente diferentes los personajes. Podría valer para complementar el sentido de ésta. Hubo mucha gente de esa generación que sí tuvo el valor (o la oportunidad) de asumir su forma de sentir la sexualidad, auqnue tropezara con otros obstáculos... A ver si la desempolvo y la edito en mi blog.
Besos, espero que vaya bien la semana.

Anónimo dijo...

Triste, muy triste.