11 de enero de 2006

Clarinete

Has vuelto, cariño, a coger el clarinete. Con lo pequeña que eras lo elegiste tú sola, nadie te lo impuso, y es que ya querías distinguirte del resto. También, supongo, necesitabas probarte (probarle) que podías ser excelente en algo, como si no lo fueras ya en todo. Fueron ocho años donde sufriste tanto como disfrutaste, donde aprendiste a amar y odiar por igual un instrumento que simbolizó tu propia lucha interior entre tu inexplicable sentimiento de inferioridad y tu soberbia de adolescente que ya leía a Víctor Hugo o Shakespeare en sus lenguas originales. Después, nunca más se supo. Más de una década abandonado en el desván.

Hace unas semanas, ensayando un día para el concierto, se te ocurrió algo que yo ya había pensado sin atreverme a decírtelo. ¿Por qué no interpretar a clarinete los arreglos que yo te encargaba? Había sido un ensayo lamentable hasta ese momento, a veces pasa. Lo que no suele pasar es ese salto mortal de la impotencia a la ilusión, ese rayo que atraviesa las miradas y el tiempo y que se siente con la certeza del amor. Tus ojos se abrieron como ventanas a un nuevo amanecer y en tu boca se dibujó la alegría, esa alegría que nacía de tu corazón de niña que recupera algo que perdió.

Acabo de hablar contigo. El viernes tenemos ensayo, me has dicho que en un rato te pondrías con el clarinete. Ya no tengo que insistirte como antes con el teclado o la flauta. No. Ahora eres tú la que encuentra tiempo en el tiempo para tomar sus piezas en tus manos, armarlo lentamente y soplar con sutileza y fuerza en sus cavidades. Imagino, sé, que el recuerdo que acompaña su sonido es cada vez más placentero. Casi tanto como el futuro que anuncia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Futuro -cuando menos- muy prometedor... Besos, desde Kyoto, para los dos.

Anónimo dijo...

Hablar del clarinete despierta muchos pasados, recuerdos, momentos intensos de mi adolescencia y primera juventud. Y con ellos, siempre Brahms, el que en mi opinión compuso lo más bello jamás escrito para ese instrumento... Qué lejanías, qué melancolías, qué duermevelas otoñales, naranjas como el ocaso, como la vertiginosa lejanía del recuerdo de las primeras intensidades... Vous ne savez pas, monsieur Valmont, comment vous avez éveillé ces mondes déjà oubliés