29 de diciembre de 2005

Poesía laboral

A través de unos ventanales empañados, sucios, entreveo el atardecer. Ha parado en seco el ruido de los paneles de ventilación; sólo entonces me he dado cuenta de que llevaban zumbando todo el día. En esta sala enorme quedamos apenas diez personas, todas con sus ilusiones o recuerdos proyectando imágenes en la pantalla de cada ordenador. Porque me resisto a creer que yo soy el único que no olvida que existe, que no dictamina su muerte poética durante las ocho horas de jornada laboral. Incluso aquí, en esta oficina, la poesía se revela irresistible. Puede habitar, por ejemplo, en todos esos muñequitos de goma que alegran el escritorio de un muchacho en el que hace semanas que me fijo o, también, en ese ruido que no escuché, que nunca escucho, quizás la huella de todas esas realidades que escapan a la percepción, a veces por la basura que se interpone –como ese polvo pegado al cristal– o, casi siempre, porque olvidamos que los sentidos nunca deberían anestesiarse.

3 comentarios:

León Sierra dijo...

tiene muñequitos de goma?

eso le da muchos puntos...!

poética de barrio sésamo, solapando descubrimientos, seguro; es, quizá, un pivot donde muchos ruedan ese temeroso escape de la vida conocida.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo: los muñequitos de goma valen -como mínimo- un punto.
¿Epi? ¿Blas? ¿El monstruo de las galletas?
P.S. Hoy he descubierto en un kiosco una reedición de toooodas las películas de Parchís en DVD y casi me da un infarto... ¿Eso vale puntos también?

León Sierra dijo...

hummm Parchís, no lo sé, no lo sé, yo, com jurado, desde luego no le doy puntos... pero te refieres al grupo de teenagers verdad? para mí: MENUDO, insuperables: Súbete a mi moto, nunca has conocido un amor tan veloz...

los has oído, o mejor, visto?