28 de diciembre de 2005

1997

Me he acordado de aquel patio de Budapest, de mi desolación que sólo tú abarcabas, que sólo tú podías atenuar, y es ahora cuando entiendo por qué te sentaste a mi lado, por qué pegaste tu hombro contra el mío y comenzaste a hundir una y otra vez las yemas de tus dedos en mi nuca. Jamás un hombre me había tocado así, no lo ignorabas, nunca nadie me había excitado por el tacto, y allí, en aquella escalera, abolido el tiempo y las fronteras, penetrado por el abismo de amor que cavaban tus dedos, mi pecho latió embrutecido hasta el instante en que levantaste tu mano y esbozaste para mí una caricia en el aire. Sólo entonces pude mirarte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Curioso que vivamos -realmente- episodios del pasado cuando los vemos desde la memoria y no desde los sentidos.
Curioso cómo nos releemos cuando las horas -homenaje implícito- han pasado y dejan tras de sí la posibilidad de su interpretación...