21 de diciembre de 2005

Esa calle

Hoy pasé por la misma esquina y no estabas, como siempre que desde aquel día te busco en vano apoyado en la pared, sosteniendo un mini de cerveza, charlando con tus amigos. Si te volviera a ver puedo prometerte que te recordaría. Llevabas una bufanda de fútbol, y eras el chico más guapo de la calle. Nos miramos, fueron sólo unos segundos, suficientes para saber que yo te gustaba a pesar de lo improbable, que a lo mejor podía haber algo más perenne que esa mirada furtiva, pero no me detuve ni tú te separaste del grupo. Me volví y, cómo no, tus ojos seguían allí. Sólo logré sorprender un gesto con todo tu rostro que quería decir: qué pena... Qué pena, sí, o tal vez qué hermoso dejar que tu recuerdo puro, sin desenlace, se apodere de cada uno de mis paseos por ese barrio, por esa calle.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

De Laclos... El vértigo existe, como miedo intenso ante el precipicio inmensamente vertical de las encrucijadas de la vida. Piedras en el camino. Y la vida que no precipita. Arrojarse, desde el impulso del corazón, es lanzarse al desequilibrio, hundirse en (como tú decías, casi susurrado por mi) esa máquina de crear BELLEZA.

León Sierra dijo...

En esa calle, de la esquina chica: los jóvenes y el futbol: un instante de perfección en las pupilas y el corazón; ¡ah el corazón! amenazando con tumbar los pasos, precipitando la cabeza al eterno asfalto donde, en un hilo de sangre, dejé mi recuerdo, abotonando fantasía y deseo.

Hermoso texto.

Anónimo dijo...

Es precipitar la palabra del día hoy?
Me gustaba precipitar cosas en la clase de química, en el bachillerato, crear de la nada líquida, lo sólido. Des-disolver, retorciendo la palabra. Des-camuflar. Descubrir. Cuando deshacer parece la secuencia lógica de las cosas, precipitar era como una vuelta atrás, como reinventar el pasado, trastocar los planes del destino... Besos a los dos.