1 de febrero de 2006

Crónica

Llevamos algunas jornadas de viaje. El viento empuja la popa rumbo fijo al horizonte que, sin embargo, siempre intuimos lejano. A la noche nos amamos, y también en ciertas mañanas cuando, desnudos sobre la cubierta, temblamos entre rugidos de olas y chillidos de gaviotas. Me gusta cuando tomas el timón: tu rostro adquiere seguridad y yo puedo fantasear con esas tierras donde me llevarás o recordar aquéllas donde nuestro barco ya acostó. También me gusta cuando nos abandonamos a la deriva y nuestros cuerpos ruedan por el suelo al vaivén de la tempestad, la piel surcada por espuma, sudor y astillas, en nuestra lucha de animales amantes.

Pero hay algo que me encanta por encima de todo: el tiempo tras la tormenta. Es entonces cuando alcanzamos la armonía con lo que nos rodea, cuando absolutamente todo lo que ocurre simboliza esto que sentimos. Me refiero a ese intervalo que nunca parece acabar en que un solo color se extiende en el cielo como un ala inmensa de ave tropical justo en el instante en que arrancara su vuelo, el instante en que cierro los ojos y grito tu nombre en la inmensidad del océano.

3 comentarios:

Vulcano Lover dijo...

Grita bien alto, De Laclos, grita. Yo te animo a que sigas vaciando aquí tu sentimiento, y haciéndonos partícipes de algo tan especial. Por tu valentía y tu intensidad, queda pendiente un fuerte abrazo.

León Sierra dijo...

Chinote, me imagino cosas...

me das
vida.

Anónimo dijo...

Diríase que tas enamorao...