6 de febrero de 2006

Mi mejor traje

Veo en mi oficina muchachos engreídos. Me pregunto el porqué de esa vanidad que alisa sus camisas y hace caer con elegancia sus corbatas sobre el pecho henchido. Trato de encontrar razones. Tienen menos de treinta años y en sus rostros habita ya la madurez. ¿Qué les quedará luego, en esas décadas en que su cuerpo rimará más y más con sus rostros prematuramente avejentados? ¿Valdrá el chic de su envoltorio para sentir ese orgullo?

El símbolo se convierte en esencia, corazón podrido de este capitalismo donde un chico de veintitantos se cree realizado como persona sólo porque a cambio de un sueldo cualquiera le visten de traje todo el día y le imponen reuniones, objetivos, entregables... ¡Pobres ignorantes! El espíritu del hombre se desliza hacia el olvido, la sangre es sorbida sin compasión por aquellos que, en pirámide, lucharán por una posición más alta, un sueldo con más cifras a costa del trabajo, el tiempo, el sueño aniquilado de la mayoría. Y esos muchachos, incluso otros como yo que denunciamos esta farsa pero nos cuesta tanto encontrar una alternativa, se convierten en esclavos agradecidos, satisfechos de su suerte, y caminan erguidos, deleitados por el tacto de la seda contra la piel, esa mortaja en vida.

3 comentarios:

Vulcano Lover dijo...

De Laclos... es curioso, he visto algo este fin de semana, mientras paseaba, que me llevó a hacer una reflexión muy parecida a la que haces tú hoy. En fin, esperaré unos días a ponerla para que no parezca que me copio ;-) A ver si a esa sí que me comentas algo, que te siento poco visitante últimamente.

Diego Bériot dijo...

Cada día que pasa estoy más de acuerdo con eso...

León Sierra dijo...

La altenativa es el amor, recuerdas?