22 de junio de 2009

Parque Vía


Carlos Reygadas, Jaime Rosales, Cesc Gay, el tándem formado por Pablo Stoll y el tristemente desaparecido Juan Pablo Rebella... Hay una nueva generación de cineastas en lengua hispana unidos por una concepción del cine basada en dos extremos complementarios: rigurosidad formal y profundidad narrativa. Películas como Luz Silenciosa, La Soledad, Ficció, o Whisky, son respectivamente estudios pormenorizados, asfixiantes a ratos, de conflictos de alta intensidad como el amor culpable o la ausencia de motivos para vivir. Y siempre usando un lenguaje visual sobrio, discreto, que justamente por ello nos transmite desnuda la creciente emoción de fondo. Enrique Rivero viene a añadirse con su ópera prima Parque Vía a esta lista de cineastas dispuestos a marcar estilo y época.

 

Parque Vía es un ejercicio de biografía extrema. El protagonista, Nolberto Coria, ha hecho en la vida real lo mismo que en la película: cuidar una enorme casa vacía. No solo eso, sino que Nolberto trabajó más de treinta años para los abuelos del director. Además, la propietaria de la mansión está interpretada por la propia madre de Enrique Rivero, Tesalia Huerta. Cierto es que esta última decisión estuvo mediada por otra: cambiar de actriz a mitad de rodaje. Pero quién sabe hasta qué punto la idea ya le rondaba en la cabeza. En cualquier caso, lo esencial de este film no es que los actores no sean profesionales, algo de lo que Robert Bresson ya fue pionero hace sesenta años, sino ese vínculo extremo con sus vidas lejos del registro documental pero no por ello menos sobrecogedor. Me atrevo a decir que esa autorrepresentación es incluso más reveladora, más transformadora para los actores, de lo que sería de no mediar la ficción.

¿Qué nos cuenta Parque Vía? El plano-secuencia inicial introduce con claridad al protagonista, Beto, siguiéndole en una de las rutinas del cuidado diario de la casa en venta que habita. De ahí en adelante, seremos testigos de sus jornadas que siempre comienzan con esa alarma que suena invariablemente a la misma hora, su ducha con cubos de agua, la comprobación de su peso en una vieja báscula... Y también, en especial, aprenderemos sus manías nacidas de la soledad, su anarquía alimentaria, o su gusto por los programas de televisión donde asesinatos, violaciones, o intentos de linchamiento, son contados sin filtro alguno que explicite la abyección. Incluso el sexo es predecible en la vida de Beto, y se hace carne en Lupe, una prostituta de bajos fondos interpretada por la soberbia Nancy Orozco que le acompaña en una desoladora simbiosis de dos seres sin ilusión. Ella, la vendedora de la inmobiliaria con su desinteresado afecto, y la Señora bajo cuyas órdenes lleva trabajando tanto tiempo, son las únicas personas con quienes mantiene algún lazo. En concreto, su relación con esta última acaba siendo el principal objeto de estudio del film y desencadena su final, elíptico y vertiginoso, donde se explicita el conflicto latente, el drama que vertebra la historia. De un lado Beto y Lupe, y del otro la vendedora y la Señora: dos clases que colisionan donde la compasión del amo no aplaca la furia del vasallo.

 

Formalmente, como es santo y seña de la generación a la que pertenece, la realización de Enrique Rivero es impecable. La cámara, ya sea en mano o fija, no subraya nada sino que se limita a mostrar los espacios y las personas con exacta verosimilitud, como si pretendiera capturar el olor de un muslo, el sabor de un beso. La rutina de Beto es subrayada por los mismos planos día tras día, un guiño a la mencionada Whisky que se configura como inspiración evidente de Parque Vía más allá de este recurso narrativo. Así, la dirección de actores es también rígida, pero acaso no resulta del todo satisfactoria porque en ocasiones esa rigidez se torna parálisis al punto de apantallar en exceso las emociones, las sutilezas de los contactos humanos, y por tanto la historia no contada de los personajes. En contrapunto a esa austeridad, la ausencia de banda sonora durante todo el metraje es violentamente interrumpida con un apogeo final donde el violín de ese "Canto de los pájaros" rasga el silencio e inunda la imagen en una expresividad osada, delirante, reflejo del barullo ensordecedor en la mente de Beto dispuesto a vengar treinta años de desesperanza. La última escena, sin embargo, devuelve al protagonista a una nueva cárcel que simboliza de golpe esa vida condenada a la eterna repetición.


Parque Vía, o la paradoja de vivir.

No hay comentarios: