4 de junio de 2009

Matanza de Tiananmen


Veinte años. Mi generación está marcada por varias imágenes, una de ellas muestra a un joven frente a una hilera de tanques dispuestos a aplastarle. Dos mil personas según Cruz Roja pudieron morir en aquella masacre de la que, aun hoy en día, casi nadie en China sabe nada y pocos quieren saber. La versión oficial del gobierno es que los militares se defendieron de los ataques de la muchedumbre. La realidad es que dos mil jóvenes en su mayoría fueron asesinados por órdenes de ese gobierno. Defendían la China en la que creían, con la única violencia de sus cuerpos aglutinados en la plaza de Tiananmen.

El año pasado China sorprendió al mundo con sus Juegos Olímpicos. Me pregunto si, antes de regalar al gobierno chino semejante arma publicitaria, Occidente no debería haber exigido a cambio justicia para los muertos. Un reconocimiento de la verdad, una indemnización a las familias, un acto de repulsa en honor a aquellos jóvenes que pagaron con su sangre el precio de reclamar más democracia.

En la Historia del mundo hay millones de muertos inocentes. Desde la carne de cañón mandada a los campos de todas las batallas por los reyes, emperadores y generales que aprendimos en el colegio, a todos esos niños de piel oscura y rasgos exóticos que perecen cada día por decisión nuestra, porque así lo queremos, porque nuestro nivel de vida ha de elevarse sobre la muerte al otro lado del muro invisible que, muy higiénicamente, nos separa. Hace veinte años, otros dos mil nombres se añadieron a la lista en China, bajo el mandato del mismo partido que hoy gobierna, en la plaza de Tiananmen.

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