25 de febrero de 2009

Vals con Bashir


Comienza Vals con Bashir: una jauría de perros atraviesa la ciudad al amanecer abatiendo todo lo que encuentran a su paso. Finalmente se detienen bajo un edificio, y un hombre los contempla aterrorizado. Ese hombre es Ari Folman, el director israelí que realiza un complejo ejercicio de reconstrucción histórica y personal en este documental animado que deslumbra visualmente y perturba narrativamente.

Vals con Bashir se mueve a partes iguales en territorios de la memoria y la fantasía, a veces entremezclados por ese mecanismo psicológico de los recuerdos inventados que vertebra el film. Cuando la verdad es tan atroz que no podemos vivir con ella, la sustituimos por algo que podemos asumir pero que borra todos los detalles. Ari Folman participó en la guerra del Líbano de 1982, y más concretamente en la matanza de Sabra y Chatila. Veinte años después, un sueño recurrente en el que veintiséis perros con hambre de muerte terminan su carrera de destrucción a los pies de su ventana, le impulsa a reconstruir la memoria borrada. ¿Cómo lo hace? Buscando a quienes le acompañaron, o así cree recordar, en el cerco de las Fuerzas de Defensa Israelíes a los campos de refugiados de Sabra y Chatila que permitió la entrada de la milicia cristiano-falangista libanesa que perpetró la masacre de en torno a 2000 civiles sin armas, indefensos, a sangre fría.

Hay dos aspectos a distinguir claramente en Vals con Bashir como ya mencioné: el estético y el narrativo. En lo estético la película es sobresaliente, la vividez de las animaciones sobrecoge, así como su rica expresividad de líneas, colores, y luz. Desde esa carrera de los perros al amanecer, que luego aprendemos que es el sueño que desencadena la película, sabemos que la experiencia visual será única. En ese sentido, la película está planificada como si se tratara de escenas rodadas con cámara, valiéndose de la libertad que da la animación y que además fue lo que decidió a su director por este formato ante la falta de metraje que pudiera mostrar las batallas de las que él fue testigo.

En lo narrativo, hay asimismo otras dos vertientes. Si hablamos de cómo esta contada la historia, es perfecta. El tiempo del guión, la mezcla efervescente de ilusión y recuerdo (cuyo mejor ejemplo es el extracto que muestro al final de esta crítica), el dolor destilado en las entrevistas que efectivamente tuvieron lugar tal y como vemos, son incontestables. Por tanto, estamos hablando de una película de animación que no es que no tenga nada que envidiar sino que supera ampliamente al documental que Ari Folman habría rodado. Y es aquí donde viene mi objeción al film, una objeción ética que rara vez amarga mi sabor de boca tras ver una película que en todos sus demás aspectos me encanta pero que en esta sí lo hace: el objetivo del director es salvarse, mostrar su inocencia y que al espectador le quede claro que ni él ni ningún otro soldado del Frente de Defensa Israelí tenía la menor idea de las verdaderas intenciones de la milicia cristiano-falangista libanesa. Pero pasa que eso era una guerra. Pasa que él y sus compañeros disparaban las bengalas que iluminaron el cielo de Sabra y Chatila favoreciendo que los auténticos perros voraces masacraran a cientos y cientos de mujeres, niños, y demás refugiados que perdieron su vida aquella noche. Pasa que una vez dentro no te puedes salvar.

Recomiendo con pasión Vals con Bashir por su belleza formal, por su estímulo a la imaginación ininterrumpido y, ante todo, por los interrogantes, necesarios siempre en cualquier documental, sobre el discurso del realizador. Me vienen a la mente ejemplos recientes como la justísimamente premiada con el Oscar, la imprescindible Man On Wire, o la desasosegante Capturing The Friedmans, o ese binomio brutal del autodrama contemporáneo formado por Sick: The Life and Death of Bob Flanagan, Supermasochist y Tarnation. En estos otros documentales, sea en primera o tercera persona, el realizador no esconde nada, absolutamente nada, en su discurso.

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