12 de junio de 2006

Oasis

Hay un parque cerca de donde trabajo. No posee una desmesurada belleza, pero durante mi descanso de mediodía se convierte en un lugar que exhala poesía, tal vez por el contraste con los espacios cerrados, opacos, donde me muevo el resto de la jornada laboral. Y es ahora, en primavera, cuando se revela más esquizofrénica la aceptación de esa realidad que me reduce a esto que no soy, que nada tiene que ver con lo que me define. Los oasis me revelan la crudeza del desierto, y es así como ese parque, las calles del centro bañadas por la luz del ocaso o el abrazo de mi chico después de hacer el amor, me hacen dolorosamente consciente de las horas de metro y oficina, eso que suele llamarse –siempre me resulta demoledor– tiempo perdido.

Por eso escribo casi a diario desde la oficina, para abrir una ósmosis entre mis dos mundos, mis dos tiempos: el libre y... el que no lo es.

2 comentarios:

Naxo dijo...

Las inevitables horas de nuestra vida malgastadas en la oficina/universidad... Hay que intentar llevarlo lo mejor posible, aunque no siempre es sencillo. A mí siempre me ocurre entre abril y principios de mayo, cuando empieza a hacer unos días preciosos, y tengo que pasarlos enteros metido en la facultad...
Por cierto, las notas que he mirado... 2 notables! estoy contentísimo! Y al final el post mas o menos me ha salido :)
Hablamos, besos!

Anónimo dijo...

Pues es que la vida tiene sus precios... Congratúlate de al menos saber qué te hace feliz. Muchos ni siquiera lo saben.