10 de noviembre de 2005

Mi preferida

Ocurrió a la noche. Unas manos tiraron de tu cabellera cobriza y empezaron a despojarte de tus ropas sin piedad, una a una. Primero ese suéter de perla que resaltaba tu busto, ahora extirpado a la fuerza, casi deshilachándose en su lucha por aferrarse al más perfecto de los moldes. Luego la falda vaquera a la que sólo tú podías darle clase, cayendo torpemente a tus pies. Y al final, esas botas que sólo yo tenía derecho a arrancarte... La mentira de tu piel fue revelada. Así, desnuda, no eras más que una estatua de la cruel modernidad. Inerte, un bloque de polietileno ofrecido a la sed noctámbula de esos ojos que se arrastraban por la avenida en busca de una fantasía robada, como tu vida.

Seguramente, si hubiera permanecido frente al escaparate habría contemplado como volvían a vestirte, a convertirte en rubia peligrosa o morena de rompe y rasga, en hembra fatal o mujer eterna. Quizás logren engañar a otros... pero eras tú, la enigmática, mi preferida.

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