9 de marzo de 2009

The Visitor


Tom McCarthy nos sorprendió en 2004 con aquella pequeña joya llamada The Station Agent (Vías Cruzadas), la historia de un improvisado jefe de estación abandonada cuyo enanismo le ha impuesto desde siempre un alejamiento del mundo pero en quien late la necesidad de un contacto humano que se hace realidad a lo largo de la película. El próximo viernes se estrena en España la segunda entrega de este director, The Visitor, que supone un paso más en la disección emocional de a quienes el azar les ofrece una nueva oportunidad.

Richard Jenkins, inolvidable personaje central de Six Feet Under, da cuerpo y alma a Walter Vale, profesor universitario en Connecticut obligado a presentar en Nueva York un ensayo en el que figura como co-autor pero del que no ha escrito ni una sola coma. McCarthy, al igual que en The Station Agent, se toma su tiempo para presentarnos al protagonista: su penosa lucha contra ese piano para el que no está dotado, su amarga monotonía, su viudedad. Es un papel que no regala nada, en otras manos habría podido resultar plano o histriónico, quién sabe, pero Jenkins le dota de verdad en un crescendo que desembocará en redentora erupción interna. En Nueva York, de vuelta a la ciudad donde vivió con su esposa tantos años, Walter se encuentra al abrir la puerta de su apartamento con una pareja de inmigrantes, el músico callejero sirio Tarek y su esposa de color Zainab, engañados por un amigo que les ha alquilado ilegalmente la propiedad de Walter. Este será el primer punto de inflexión de un guión modélico que con pulso y mimo nos contará cómo las vidas de Walter, Tarek, Zainab, y Mouna, la madre de Tarek, se entrelazan definitivamente a partir de un suceso que desencadena el auténtico drama y en el que Walter se convertirá en un visitante no solo de su apartamento, sino de Nueva York, de Estados Unidos, y me atrevo a decir que de su propia existencia.


Es curioso que The Visitor tenga tanto en común con otro estreno muy reciente de nuestra cartelera, Gran Torino. En esta última, Clint Eastwood es otro americano forzado al contacto y entendimiento con personas inmigrantes por las circunstancias de su vida (acaba de perder a su esposa y está solo en un barrio venido a menos por la presencia cada vez más numerosa de "chinos" que, en realidad, son de la etnia Hmong y tuvieron que huir del comunismo tras luchar al lado de los americanos en Corea). Sin embargo, lo que en Gran Torino está esbozado con trazo más bien grueso y simplista, en una historia de buenos y malos que solo salva la maestría interpretativa y de puesta en escena de Eastwood, en The Visitor se nos dibuja poco a poco, con los diálogos justos, con sutileza a la hora de mostrar a los personajes con sus pequeños defectos, sus reacciones humanas ante los vaivenes de la vida, al tiempo que ese carácter de "visitante" queda mucho más marcado aquí gracias a la nítida denuncia del trato que los inmigrantes ilegales reciben en ese melting pot que quieren ser los Estados Unidos y del que tanto distan.


Hacen falta películas como esta que nos enseñen todo lo que no sabemos del entorno que habitamos, que nos revelen nuestros deseos, nuestras pasiones reprimidas, que nos obliguen a no ser meros visitantes de nuestra vida. En definitiva, películas que nos abracen por detrás, que nos acaricien la mano durante este camino en el que estamos tan solos.

The Visitor, o cómo Tom McCarthy sigue empeñado en cambiar el mundo con la más poderosa arma de construcción masiva: el cine.


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