22 de marzo de 2009

Los abrazos rotos


Almodóvar es, sin duda, un director que provoca adhesiones incondicionales y antipatías irreversibles. Así como Volver cautivó a un público receptivo a una historia más lineal, menos hermética y más universal que por ejemplo en La Mala Educación, Los Abrazos Rotos es toda una declaración de intenciones del director, un claro punto de no retorno pues aparte de un sentido homenaje al Cine es un homenaje a su propia filmografía, una exacerbación que ensancha los límites de su forma personalísima, hiperbólica, apasionada, de colocarse tras la cámara y regalar al séptimo arte escenas para su historia.

Llegado a este punto de su carrera, me aventuro a afirmar que para Almodóvar el guión es cada vez más un pretexto para concebir escenografías, encuadres, miradas, un artefacto diseñado exclusivamente para ser narrado con imágenes. Con el tiempo va aprendiendo a ser menos rocambolesco, pero ya nadie puede esperar de él un guión intimista, de pequeños detalles, de personajes dibujados con trazo fino. Almodóvar adora la tragedia, no el drama, y cuando se pone cómico su humor es ordinario, nunca sutil. Pero el mayor logro del director en Los Abrazos Rotos es que su desinterés por lo verosímil, su sempiterno exceso argumental, lo revierte más que nunca en beneficio de la experiencia visual que nos proporciona y que, hoy por hoy, no tiene parangón en el cine nacional y apenas en el internacional.

Es Los Abrazos Rotos una película de metáforas, la más decisiva de todas la ceguera del director de cine Mateo Blanco alias Harry Caine (interpretado por un Lluís Homar soberbio, emocionante en cada plano). Si para Almodóvar el cine es una celebración de la imagen, ¿qué mayor desafío que plantear una película con un protagonista así? De ahí la frase final que condensa la filosofía del maestro, de este artesano curtido en el oficio llamado Almodóvar y parapetado tras Lluís Homar que nos confiesa, justo antes del fundido en negro, su leif motif para afrontar cada rodaje. Por supuesto, otra metáfora es la multiplicidad de papeles que interpreta Lena (excepcional Penélope Cruz en su enésima consagración como intérprete más allá del Óscar recientemente recibido). Lena, auténtico pivote de Los Abrazos Rotos, aparte de musa de Almodóvar como Uma Thurman lo es de Tarantino, siendo cada plano de ella un homenaje en sí mismo que rompe el 16:9 al extremo de violentar lo diegético, hace de aspirante a actriz, secretaria, puta ocasional, pareja, amante, y actriz en la película rodada hace catorce años por Mateo, Chicas y Maletas, esa película dentro de la película que recupera el hilo argumental de aquellas Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios y nos arranca esa risa que no tiene secretos para Almodóvar.


Hablé de escenas para el recuerdo, para la historia del cine. La más memorable tiene lugar en esa habitación de hotel donde Ernesto (un Jose Luis Gómez con nada que demostrar ya como actor) ha sometido a Lena al sexo hasta literalmente el vómito y, cuando ella vuelve del baño, parece estar muerto. Si una escena condensa las metáforas de la película, la declaración de amor al Cine por parte de Almodóvar, y por supuesto la interpretación de los actores, es esta. Pero hay muchas más, empezando por la primera con su perturbadora premisa y terminando por la última con su confesión al desnudo ya comentada. Cuando Almodóvar logre su película perfecta será lo que Deseando Amar fue para ese otro maestro de la mise en scène contemporánea como culto a la forma llamado Wong Kar-Wai.

Algo propio del mejor cine americano clásico (lo que equivale a decir a buena parte del mejor cine de la historia) es el mimo en la caracterización de los personajes de reparto, que normalmente eran actores de gran prestigio y larga trayectoria. Almodóvar siempre ha compuesto guiones corales, con secundarios de lujo que desempeñaban papeles decisivos, y eso ha redundando en la riqueza de sus películas como redunda especialísimamente en Los Abrazos Rotos. Por eso, en ella destacan el desbordante y terriblemente atractivo Tamar Novas, la contenida Blanca Portillo, Lola Dueñas, Carmen Machi, e incluso un Rubén Ochandiano que hace lo que puede con un personaje que acaso sea la mayor flaqueza de la película pues queda como mera bisagra entre tramas sin que se justifique satisfactoriamente su omnipresencia a lo largo del metraje.


Este Almodóvar maduro, a ciegas y arrebatado, ya no precisa del realismo para disparar nuestras emociones y hacer diana en nuestras más íntimas certezas; le basta con el almodovarismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A ver si cuando vaya a españa en unos dias sigue en la pantalla grande...

Si quieres repetir... te invito.

fernando mejia dijo...

Creo que lo mejor de la peli (sin haberla visto todavía) es tu post. Genial!